miércoles, 31 de agosto de 2011

PELI

Antes de escribir, ya en frío, las conclusiones finales de la experiencia, quiero compartir con vosotros este pequeño vídeo que además de resumir unas maravillosas vivencias, también expresa un estado de ánimo.

Harinezumi es una pequeña máquina sin apenas resolución, pero me interesa mucho el efecto "imperfecto". Disfrútenlo.

http://youtu.be/z5v9U2RfzpU

martes, 30 de agosto de 2011

ELLOS

DÍA 30 DE AGOSTO

Ya estoy en casa. Mis plantas han sobrevivido a duras penas, la batería de mi coche ha muerto, tengo el buzón lleno de facturas, mi bicicleta tiene una rueda pinchada. Camino por unas calles a las que no pertenezco. La India vuelve a estar lejos. Tan lejos.

Con la calma que proporciona volver a tener tiempo, ya he editado las fotografías que no podía descargar. He colgado ya algunas fotos en unas cuantas entradas. Con el tiempo, iré colgando fotos de otras cámaras.

Este álbum es para recordar a los niños, ellos son el motivo, el objetivo que le da sentido a todo.


























REGRESO (sin historia)

DÍA 29 DE AGOSTO

Nos levantamos a las seis menos veinte. Recogemos. No hay muchas ganas de hablar, así que me encierro en mi mutismo. En mi laberinto. El taxi nos espera. Llegamos pronto al aeropuerto. Pasamos controles, escanean nuestras mochilas y nos cachean. En la sala de espera están poniendo el partido de fútbol entre el madrid y el zaragoza. Bof. Embarcamos prontito y el avión sale a su hora. Bingo.

En Delhi, entre el tiempo que tarda el avión en parar y poner la escalerilla para salir y el tiempo que tardamos en pasar el control de pasaportes, llegamos y nos metemos directamente en el avión que nos llevará a Milán.

Hay un menú de cine bastante interesante, así que aprovecho las más de ocho horas de viaje, aparte de para escribir un poco, para ver tres pelis (en inglés): Una peli patética (Sucker punch de Zack Snyder), una peli floja (Thor de Kenneth Branagh) y una bastante interesante (Super 8 de J.J. Abrams).

En Milán esperamos un rato, conseguimos las tarjetas de embarque que no nos dieron en Calcuta y salimos también a la hora.

Llegamos a Madrid a eso de las diez de la noche. Demasiado tarde –por poco- para coger un autobús. Decidimos alquilar un coche, un cómodo y nuevecito Seat Altea xl, conducimos, luchando contra el sueño, entre Chus y yo. Llegamos, sanos y salvos, a eso de la una y pico de la madrugada. Me siento tan vacío como fundido de cansancio. Me siento extraño en mi propia casa. Me dejo caer por el tobogán del sueño.

THE END

DÍA 28 DE AGOSTO

Último día en la India. Todo lo que empieza, acaba. Despierto a eso de las seis en una litera de tren barato. Traqueteo. Amaneció hace tiempo. Me siento descansado. Entra una luz bonita por la ventana. Escucho otro poco de música sin prisa. Cada vez que un tren indio llega puntual me llevo una sorpresa. Hoy es el caso. Nos vamos sumergiendo en Kolkata más o menos a la hora prevista. Se nota el calor, se percibe la suciedad y la miseria. Qué lejos parece ya el Himalaya. A la salida hay que pelear con un batallón de taxistas cabrones que nos quieren cobrar lo que les da la gana, 150 rupias, la mayoría. Al final, tras un buen rato de gresca, me salgo con la mía: 60 rupias para ir a Sudder Street.
 
Último desayuno en el Blue. Los zumos de lima recién hechos son bienvenidos en nuestros paladares. Hmm. Tengo que reconocer que, aunque no soy partidario de comer o cenar en Sudder Street, los desayunos aquí son geniales: café, zumos y lassis hechos en el momento con fruta fresca, tostadas, sándwiches, tortillas… Los echaremos de menos.
 
Nos vamos al hotel. Firmamos papeles, dejamos las mochilas y nos largamos sin ducharnos. Segunda salida. Las calles están vacías y medio limpias, hay que aprovechar. Hace calor. Entramos un rato a Internet, cuelgo algunas entradas pendientes y nos vamos al New Market. Casi todos los chiringuitos están cerrados, por ser el día del señor, supongo. Compramos té y especias en un puesto, Malena y Chus compran algo de ropa en otro y en un tercero compramos pasminas y pijadas variadas.
 
Tenemos que pasar por el hotel porque he olvidado la tarjeta para pagar las compras y apenas me quedan rupias. De camino hacemos un alto en la librería Oxford. Aprovechamos para descansar un poco y darnos unos cuboduchas. Comenzamos a organizar el equipaje. Apartamos la ropa que vamos a mandar a Kobardanga: la limpia en un montón y la sucia en otro montón para dejar en la lavandería (ya lo recogerá Maite). Apartamos también una bolsa con zapatillas y una bolsa con medicamentos. La camiseta del día de las sanguijuelas está tan increíblemente sucia que la tiro a la basura.
 
Tercera salida. Nos vamos a las tiendas de Adidas y Nike. Me compro zapas, un pantalón y camisetas. Antes de salir de la tienda de Nike, Chus me dice que compruebe las zapas. Era una de cada número. Uf. Salvado por la campana. Todas estas compras suponen una especie de desconexión y de catarsis, pero sobre todo un brutal ejercicio de cinismo. Pasen y vean. De vuelta a la habitación, pasamos por varios puestos de comida del barrio musulmán y compramos de todo: croquetas, pakoras, empanaditas y frituras de todos los colores. También piña y un par de dulces grasientos. Toda la comida nos cuesta como dos euros. Compramos bebidas frescas. Antes de llegar, atravieso un tablón que cruza una zanja y compro un cucurucho para picotear: una mezcla de arroz inflado, frutos secos, cebolla, especias y un chorro de aceite, todo ello bien agitado en un bote de metal y servido en papel de periódico. Diez rupias. Mola.
 
Ponemos la mesa: utilizamos una bolsa de basura desplegada como mantel y extendemos todas nuestras compras. Disfrutamos de la comida y nos pegamos una siesta. Chus se despierta con una iluminación: hay que volver a New Market a comprar elefantitos. Ole. Cuarta salida. Pasamos por la lavandería, dejamos la ropa sucia y vamos a New Market, a la misma tienda de las pasminas. Mucho regateo y mucho cachondeo. Una vez más, yo no tengo intención de comprar nada y me salgo con una bicha, una diosecita de adorno de esas que tienen no sé cuántos brazos. Chus compra sus veinte elefantes (¿?) y Malena un tapiz. Al salir, nos pegamos el último homenaje: compras en la tienda Levi’s. Me he gastado en las compras de un día, más o menos lo mismo que en las casi tres semanas en Calcuta. Sigo buceando en el océano de mis contradicciones.
 
Ya son como las ocho, el grupo que ha viajado a Puri está al llegar. Compramos unos zumos y unas galletas para el desayuno de mañana. Llevo todo el día buscando al taxista con el que quedé antes de irnos a Sikkim, pero no lo encuentro. Mierda. Me voy al hotel con todas las compras mientras Chus y Malena esperan a la comitiva. Llegan sanos y salvos. Pilar deja el equipaje en la habitación. Hora de cenar: Quinta salida. Le dejamos a Maite las bolsas con medicamentos, ropa limpia y zapatillas, nos despedimos del grupo y nos vamos al barrio a comer unos ricos egg rolls vegetarianos. Ahora sí que ha llegado el momento de recoger. Me doy una última vuelta por Sudder por si encuentro al taxista. Como en este intento tampoco tengo éxito, reservo un taxi desde el hotel: seis de la mañana, 320 rupias.
 
La verdad es que aunque es día de despedidas, las caras largas de hoy no son tan largas como las caras largas del día que nos despedimos de los niños. Es como si estuviera más asumido. Así es la vida.

domingo, 28 de agosto de 2011

SIKKIM (fin)


DÍA 27 DE AGOSTO 

Viajar con Chus es tener la suerte de cara. Garantizado. Volvemos a disfrutar de un amanecer luminoso con el Kanchen de fondo. Para morirse, ni hecho a encargo. Nos bajamos a las ocho y algo. Nos encontramos a nuestro guía y quedamos con él a las diez. De nuevo vamos a desayunar al Bakers con paisaje de fondo. De lujo. Nos damos una vuelta por puestecitos y alguna tienda. Con calma. El día está precioso. A las diez, nuestro guía Rinzing –que no es tonto y ha hecho sus números- nos propone ir al funicular, luego a comprar los billetes para NJP (la estación de tren de New Jaiparguri) para hacer, finalmente, la visita pendiente al monasterio de Rumtek. 600 rupias. Aceptamos.

En el funicular hay un problema –una operación de mantenimiento- que nos haría esperar media hora. Pasamos. Compramos los billetes del todoterreno para las dos de la tarde y subimos -y subimos- al monasterio. La pobre furgo anda al límite, a veces tiene que subir en primera. Nos pegamos un paseíto cuesta arriba hasta que llegamos a disfrutar del paisaje del Himalaya y la paz budista. En realidad, se trata de un complejo con residencia, centro de estudios budistas superiores, templo y varios edificios anexos. A Chus y a mí nos enseñan el interior del templo, incluida una estatua de Buda que está oculta detrás de la parte frontal. Luego entra Malena y no le permiten pasar. Jaja. Cosas del budismo, yo qué sé.



Acabamos la visita. La vuelta es más rápida porque es cuesta abajo. Aquí los conductores siempre conducen cuesta abajo con el motor apagado y en punto muerto, con adelantamientos incluidos. De traca. Llegamos al parking de los jeeps a la hora prevista, por extraño que pueda parecer. Nos despedimos de nuestro querido Rinzing Rorjec Lepcha, pero es una despedida rara porque nos pide más pasta y no se la damos, que para eso ayer la pagamos la excursión completa aunque no fuimos al monasterio. Lástima, con lo bien que iba la cosa.

Comemos unos noodles y nos montamos en el todoterreno. Esperamos un rato a que se complete y salimos a eso de las tres menos cuarto. Hay que despedirse de Sikkim. Qué mierda. A ratos hay una luz preciosa. El camino es largo pero no se me hace demasiado pesado.

Llegamos a la estación con un par de horas de antelación. Es que algunos días somos muy prudentes. A Malena los pobres le van haciendo corro poco a poco. Ella los atrae con su caridad y yo los ahuyento con mi cara de malo. Así andamos. Comemos galletas y bebemos algo. Hablamos de nuestro viaje, de qué íbamos a hablar si no.

Encontramos nuestro vagón, el S1, (tocado) y nos empezamos a colocar en el compartimento. Hasta que llega una puta búfala acompañada de su hija, como si fuera el huracán Paquito y casi nos lleva por delante a empujones. Cogen los dos sitios laterales y se ponen a comer en plan zampabollos, metiéndose las manos en la boca. Hay que joderse con las indias, qué asco me dan algunas veces. Colonizamos nuestro espacio y colocamos nuestras cosas. Primero escribo un poco en el ordenador y luego cojo mi Ipod, me subo a la litera superior y me meto en la sábana saco. Desconexión total. Al rato, Malena y Chus también se instalan en sus literas. Antes de quedarnos fritos –bueno, Malena sí se chinotronca de manera fulminante y no se entera-, pasa el revisor y echa a las búfalas porque no están en su sitio. Me siento en la litera a disfrutar del momento de retirada. La búfala madre de vez en cuanto me lanza miradas furtivas y furibundas que, traducidas del bengalí al castellano, vienen a decir algo como: mira este cabrón qué bien se lo está pasando ahora. Pues sí, señora, para qué nos vamos a engañar.

A pesar de que Sikkim queda atrás, me siento relajado. La música siempre me reconcilia con el mundo. Me quedo dormido escuchando melodías maravillosas.

SIKKIM (tercera parte: sangre y barro)


DÍA 26 DE AGOSTO 

Hemos quedado a las ocho para desayunar, no hay que madrugar tanto, sin embargo, me despierto a las seis y algo. Ya ha amanecido y parece una mañana bonita y luminosa. Vuelvo a la cama. A eso de las siete, me acerco de nuevo a la ventana y me quedo de piedra. El Khangchendzonga se despliega en todo su esplendor, repito, EN TODO SU PUTO ESPLENDOR, delante de mis narices. Maravilloso. No tengo palabras. La idea de la habitación con vistas ha sido acertada, pues. Los tres nos quedamos hipnotizados. Joder qué suerte.



Nos vamos a desayunar otra vez al Bakers. Las chicas están seguras de que podremos ir al lago. Error. A las nueve, cuando encontramos a nuestro taxi driver, que, por cierto, se llama Rinzing, lo primero que nos dice es que la carretera al lago está cortada. Paf. Fuera plan A. También nos dice que la salida hacia el Sur de Sikkim para ver las megaestatuas le parece complicada porque es muy larga y volveríamos muy tarde. Fuera plan B. Activamos, por lo tanto, el plan C. Una salida a la montaña para hacer una ruta de trekking y, ya de vuelta, visita al monasterio de Rumtek por la módica cantidad de 1100 rupias. Ok. Plan C.

Después de un buen ratillo de coche traqueteado, llegamos al punto en el que podremos comenzar la ascensión a pie. Nos ponemos a ello. Todo está mojado, los pies y los pantalones empiezan a empaparse, me quito los calcetines y sigo con mis zapas de neopreno. Ascendemos por un camino empedrado. Las piedras se clavan en la planta del pie. Llegamos hasta una cabañita. Se pone a llover y nos sentamos un rato allí a esperar que pare. Hablamos con una pareja que trabajan en el departamento forestal o algo así.

Para de llover y seguimos caminando. Ahora comienza la ruta de verdad, sin empedrado. Caminamos por una ciénaga, con los pies totalmente metidos en barro. Hay rocas mojadas en las que las chicas se resbalan como si llevaran patines. Seguimos adelante. A ratos la vegetación es tan espesa que no sabemos dónde pisamos. Jugamos al tabú. Prohibido decir la palabra serpiente. Chus se resbala y cae a un riachuelo. Comienza la épica. Seguimos adelante. Esto es la selva. Nos resbalamos sin parar, yo en el barro y ellas en las piedras. Camino como un borracho, como si hubiera perdido totalmente la coordinación.

De repente, me paro. Hay algo raro en mis tobillos y no me lo puedo quitar. En el programa de hoy de “queridos animales”, patrocinado por los padres franciscanos, vamos a hablar de nuestras amigas las sanguijuelas. Esas hijas de puta. Nuestro guía me quita las tres primeras. Por mis piernas empiezan a correr hilitos de sangre. Me quedo a cuadros. Seguimos adelante. Chus me quita las siguientes tres sanguijuelas. Peli de terror. Observo el gesto –metes bien la uña por debajo y pegas un tirón seco-, lo aprendo bien y todas las siguientes me las arranco yo solito. Tiene su aquel porque si consigues arrancarla, y no siempre se consigue a la primera, luego se te quedan en la yema del dedo.

Resbalamos, caemos, nos levantamos. Seguimos adelante. Las sanguijuelas empiezan a cebarse también en los demás, primero en Chus (que creía que se iba a ir de rositas por llevar calcetines) y luego en las piernas de Malena. Montamos la fiesta de la sangría. Tomad y bebed todas porque esta es mi sangre y todo eso. Me siento donante. El paseo se convierte en una tremenda prueba de dureza mental. Nos caemos, nos levantamos, nos arrancamos sanguijuelas y SEGUIMOS ADELANTE. Y así durante una hora y media o dos horas, no sé exactamente porque es fácil perder la noción del tiempo en la selva. Llegamos a una especie de kiosquito circular en un pequeño claro hecho como con hojas y cañas. Nos sacamos más y más sanguijuelas de encima. Nos da por reírnos. Seguimos adelante. Nos perdemos, comienza a diluviar y volvemos al chiringuito. Rinzing empieza a estar preocupado. Estamos empapados, con las piernas ensangrentadas y nos estamos quedando fríos. Llueve muy fuerte y estamos en mitad de la nada. Esperamos. Me pregunto qué pasaría si no parara de llover, sin embargo, la lluvia nos da una pequeña tregua y salimos disparados de vuelta a nuestro coche. Al ir cuesta abajo, los resbalones y las caídas se multiplican. Aún así, voy ajustando cosas: bajo el centro de gravedad, me voy adaptando al terreno, meto menos peso en la pisada, corrijo los resbalones con la otra pierna... Ya parezco un poco menos torpe. Nos seguimos arrancando sanguijuelas, una detrás de otra. La cosa empieza realmente a parecer una prueba: ¿Cuántas sanguijuelas eres capaz de quitarte antes de darte por vencido? ¿Veinte? ¿Cuántas veces eres capaz de levantarte después de caerte? ¿Cuántos arañazos nos caben en las piernas y los brazos? Chus bate el record de golpetazos, se mete unas hostias de impresión con sus suelas de patinaje pero no se arruga ni un poquito. Yo bato el record de sanguijuelas. Malena tiene los mejores arañazos. Cada uno su especialidad.

La vuelta se me hace eterna. Hay un punto, ya cerca del final, en el que las muchachas piden tiempo muerto y nos ponemos a examinarnos con atención para ver si encontramos más bichos. Yo me saco una que está a la altura del elástico del calzoncillo. Chus tiene una herida en el ombligo y le saco otra de un costado. Las de Malena pillan cacho en los muslos. Es para vernos a los tres, en mitad del camino, con la camiseta levantada primero y los pantalones bajados después.

Llegamos rebozados en sangre y barro. No sé cómo explicar que es asqueroso y al mismo tiempo uno se siente tan lleno de vida que dan ganas de gritar de alegría. Se nos ha hecho tarde (demasiado tarde para ir al monasterio, de Rumtek), así como las tres de la tarde, y nos vamos a comer a un chiringuito que nos aconseja nuestro guía. Bueno y barato. No es bonito, pero tiene su encanto. Nos encanta la comida (momos, arroz, pakoras, tortilla…). Pagamos menos de cien rupias cada uno. Malena aún se saca una sanguijuela de una pierna mientras está comiendo. Vaya vicio. Afuera se pone a llover con toda su alma.

Llegamos al hotel con unas pintas que es para echarse a correr. Parecemos zombies. Tengo los pantalones mojados y llenos de manchas de sangre y barro y las piernas llenas de ronchas de sangre más o menos seca. Echamos una ojeada en la tienda con material de montaña que conoce Rinzing, pero tenemos problemas para encontrar tallas. Además, la ropa son réplicas de marcas hechas en China.

El momento del cuboducha es especialmente liberador. Hay ropa que se va a la basura directamente. Hogar, dulce hogar. Un poco de relax mientras afuera llueve y llueve y llueve (oración impersonal, que dirían los de Siniestro Total). Malena lava sus zapatillas y encuentra otras dos sanguijuelas dentro. Vaya toalla.

Salimos. Vamos a otra tienda con ropa de montaña y Chus se compra dos pares de pantalones y una chaqueta gtx. 3000 rupias, es decir, algo menos de 50 euros. De ahí a un ciber a colgar un montón de entradas pendientes en el blog. A eso de las nueve nos vamos a cenar y resulta que casi todo está cerrado. Conseguimos que nos preparen algo (un par de sándwiches y unos noodles) en un restaurante carito, el Gangtalk que encontramos abierto –aunque vacío-.

Hora de volver, escribir un poco y dar rienda suelta al agotamiento. Mañana nos vamos de Sikkim. Oh. Esto se acaba. Intento hacer una frase que comience por “míralo por el lado bueno…” pero soy incapaz de acabarla.

viernes, 26 de agosto de 2011

SIKKIM (segunda parte)


DÍA 25 DE AGOSTO  

Nos levantamos pronto. De verdad demasiado pronto. El plan sigue siendo desayunar y encontrarnos con el muchacho a las ocho. Ole. Nos vamos, pues, a desayunar a las siete de la mañana para así estar listos a tiempo. El muchacho no anda por ahí. Hay algo de niebla. Muy bien, todos los bares están cerrados a esa hora. Hacemos cagar. Mientras hacemos tiempo, me hago otros dos viajes a la calle del hotel a ver si encuentro a mi taxista. Ni rastro. Coño.

Desayunamos –con vistas- en el Bakers. Me mola. Activamos el plan B. A las nueve de la mañana nos echamos a la calle a buscar al azar a otro taxista con el que negociar. Chus dice que es una chorrada porque vamos a encontrarnos con el chico. Nos encontramos con el chico (¡¡!!). Coño, muchacho, a ti te estaba buscando, pero no nos pongamos melosos y tal. Todo perfect. Nos metemos en la furgonetilla-taxi y salimos.

Visitamos y visitamos a través de carreteras que a veces acaban convertidas en caminos que harían vomitar a las cabras. Monasterios, templos, monumentos, cascadas… El Tibet y el budismo están por todas partes. Malena se fija en los monasterios budistas llenos de niños adoctrinados y llega a la lógica conclusión de que todas las religiones son la misma mierda con distinto nombre. Sip. Vuestros dioses son cosa vuestra, no seré yo quien se arrodille ante ellos. El día va abriendo y abriendo, la luz es bonita. Disfrutamos del regalo.











Para cuando acabamos, a eso de las cuatro de la tarde, estamos muertos. Hace calor. No como el de Calcuta, pero bueno. Nos damos cuenta de que llevamos una rueda casi deshinchada. Ole nuestros huevos. La herida del dedo de Malena se abre de par en par y comienza a sangrar. Un hombrito sale corriendo y vuelve con un puñadito de tela de araña para ponérsela en la herida. Malena pone los ojos como platos y dice que nanay, jaja, que ella no se pone esa cochinada.

Negociamos con el conductor y su jefe la excursión de mañana. 2.500 rupias. Muy cara. Pero sobre la marcha, el chico recibe el mensaje de que van a cerrar las carreteras porque para mañana se esperan lluvias jodidas. Lo más seguro es que el plan se cancele. El plan B es una ruta para ver las monstruosas estatuas de Padmasambhava (en Samdruptse) y de Siva (en Solophuk). Más cara aún, 2.800 rupias. Mierda. Y lloviendo. Después de mucho darle vueltas, quedamos mañana a las nueve de la mañana para decidir si hay plan A, plan B o plan cero. Lo que sea. Empieza ya a llover.

Bajamos a cambiar dinero y se pone a diluviar. Ag. Vuelta al hotel. Descanso y un poco de escritura. A eso de las ocho y media nos vamos al Tangerine a cenar. Bajamos los cinco pisos y degustamos una rica cena con música de los ochenta (¿?) como fondo musical. Chus pide un plato de verdura gratinada, pero en lugar de eso le traen una verdura con salsa que pica bastante. Está que trina. Nos da por reír. Malena acierta con sus patatas con salsa de cebolla. Exquisitas. Yo pido un plato de queso con salsa de tomate un poco picante pero muy rico. Además, pedimos arroz, pakoras de queso y pan relleno. Ñam. Nos cuesta unas 700 rupias. Afuera sigue diluviando. Hora de descansar.

SIKKIM


DÍA 24 DE AGOSTO

Duermo poco, pero duermo. Las noches en tren son un poco así. Una vez despierto, remoloneo bastante tiempo, se está a gusto. No me puedo creer la mierda que llevo encima de la camiseta y lo mal que huelo. Así es el camino. Esperamos, esperamos y esperamos. El tren solo llega tarde una hora y media o así. Lo damos por bueno.

En la estación, Malena conoce a un chavalito que es de Gangtok y vuelve a casa de vacaciones. Trabaja precisamente en Calcuta, en un hotel de lujo, como chef de comida japonesa. Hacemos con él el trayecto en todoterreno. Después de regatear, Malena, Chus y yo nos cogemos un asiento (normalmente es para cuatro) por 700 rupias. El viaje es largo y cansino. Cuatro horas y media. Me encanta el paisaje y me duele el culo, todo al mismo tiempo. La mano lleva más de 24 horas sin limpiar, con el vendaje lleno de mierda. Por debajo de las vendas empieza a gotear una sangre gelatinosa. Alerta roja –nunca mejor dicho-. Le pongo un trozo de pañuelo de papel como tapón. Hay que aguantar hasta el hotel para poder limpiar en condiciones. En la parada de descanso nos damos cuenta de que hay una rueda que no solo no tiene dibujo alguno sino que empieza a estar rajada. No problemo. Jaja.

Llegamos a Gangtok. Compartimos taxi con nuestro amiguete, nos despedimos de él y nos tomamos algo en el Arthur’s –momos y pakoras-. Dejo a las niñas allí y me voy a buscar hotel. En el hotel en el que estuve el año pasado con las barbies hay un grupo de críos que me dicen que no quedan habitaciones (¿?). A lo mejor es porque se acuerdan de que no les dejamos propina y les robamos el abrebotellas, no sé. Me encuentro por los alrededores a un muchacho que es taxista y me propone la excursión de los no sé cuántos puntos por 1.050 rupias. El año pasado, después de mucho pelear, nos costó 1.200, así que hay trato. La idea es salir a las ocho de la mañana. Ok, nos vemos más tarde por aquí porque aún no tenemos hotel y no podemos quedar.

Me paso un buen rato visita va y visita viene, subiendo y bajando escaleras, viendo cuartuchos húmedos, viejos y cutres. Al final, hablo con las muchachas y nos decidimos por el Kanchen. El año pasado encontré una habitación con vistas que me gustó mucho y me ha quedado rondando por el subconsciente. Pillamos dos por el precio de una (mil rupias). Ok.

Bajo a buscar al muchacho taxista y no lo encuentro. Gr. Subo al baño a quitar la venda. Orgía gore de sangre seca, sangre fresca y pus. Ole. Lavo y lavo y la herida expulsa todo el pus como si fuera un tapón. Queda un hueco vacío lleno de sangre limpia. Mola. Le echo los polvos mágicos y tapo con gasa otro poco.


Afuera llueve. De repente, se va la luz. Paf. Se va en serio, todo Gangtok se queda a oscuras. Vaya sensación. Chus se empeña en que hay que bajar a la calle, así que cogemos el paraguas y la linterna y nos vamos a pasear. O a paseo. Recorremos a oscuras unas cuantas calles y la zona peatonal. Una extraña experiencia más. Sigo sin encontrar al taxista. En pleno apagón, mucho menos. Entramos en una cafetería –Live and Loud-, pero lógicamente la cocina está cerrada y no casi nada que nos puedan ofrecer. Nos tomamos un par de tés y un batido de fresa (para Chus) que es casi todo espuma. Ella no acaba de entender el “conceto”, que es muy como de “nouvelle cuisine”. Batido a la esencia de fresa, está claro.

Bueno, ya cuando nos vamos del bar, vuelve la luz. Ni rastro del taxista. Decidimos que mañana lo encontraremos por la calle (¿?) y haremos la excursión a la hora prevista. Estamos rotos de cansancio. Escribo un poco, pero poco. Hora de dormir.

DESPEDIDA

DÍA 23 DE AGOSTO 
Vaya toalla. Día de decir adiós. Ya desde primerita hora de la mañana las caras empiezan a ser largas. El desayuno nos sabe a culo. Llegamos a la house y empezamos con la cocina. Olga coordina. La primera parte tiene su aquel: pelamos y picamos unas cuantas bolsadas de tomates y cebollas. Solo hay cinco cuchillos (que compró el equipo cocinero, por cierto). Aquí lo que utilizan es una especie de cuchilla vertical que recuerda a las guillotinas para cortar folios. La cuchilla no se mueve, lo haces tú. Los cuchillos tienen mucho peligro porque son curvos y cortan dedos que te cagas. Empieza a haber bajas. Cae Cris, cae Malena. Olga también se caza un dedo. Digo medio en serio medio en broma que como me corte yo, con el rollo este del sintrom, montamos una fiesta.
Llenamos cacerolas de tomate con cebolla, ajo y cilantro. El olor es glorioso. Huele a victoria, como el napalm. Hasta ahí, todo bien, a pesar de las bajas. La peor parte se la lleva el equipo que se pone a picar la carne. Se compraron los pollos en el mercado el día anterior –parece ser que ya fue de por sí una experiencia traumática porque se los fueron matando allí uno por uno- y no se guardaron al frío. Consecuencia: la carne huele a podrido, directamente. Pasarse unas horas, al calor, troceando carne apestosa. Otra experiencia religiosa.
Claro, el sofrito de la verdura iba de maravilla hasta que se añadió la carne. Ag.
Mientras tanto, me hago la última cura en la enfermería. Como mis enfermeras son muy enrolladas, me regalan el botecito con el que me curan. Es una especie de polvo de talco –para que seque la herida- con antibiótico. Guay. Me siento con las massis cocineras a pelar patatas para la cena. Lo pasamos muy bien. A todo esto, una de ellas –casada y con un hijo- me dice muy en serio que lo deja todo y se viene a España conmigo y otra –soltera- me propone matrimonio, directamente. Hm. Me lo pienso un rato y luego me da la risa floja. Las cosas que le pueden pasar a uno en una cocina…
El rato comida es un poco caótico, como siempre, sobre todo cuando empiezan a aparecer las botellas de refresco. Muchos de los niños apartan el pollo y se comen el arroz. Cuando llegó el turno de los voluntarios, casi nadie tuvo huevos de probar aquello, tan solo cuatro o cinco valientes con sentido del honor. Jaja. Hora de despedirse. Las caras ya no pueden ser más largas. Intentamos cantar juntos de nuevo la canción de los payasos –sonríe mucho, sonríe siempre- y conseguimos que suene a funeral. El réquiem de los payasos. Cojonudo. Los mosquitos me masacran sin piedad. Bah, da igual, invito a la ronda.
Primero se van Natalia y Silvia –viaje por Rajastan- y luego Moni y Marian. Los demás nos vamos despidiendo de los muchachos como buenamente podemos. No nos queremos ir, pero nos vamos. Ponte a explicárselo. De tripas corazón. En mi caso, el rollo era vale, os prometo que volveré el año que viene, pero, por dios, no os echéis a llorar, que la armamos. Mis chicos se portan como valientes –nada nuevo- y aguantan las lágrimas con firmeza espartana. Les regalo unas camisetas, un pantalón y mis zapas de tenis.
El regreso es tan alegre y divertido como una procesión de semana santa; cada uno rumiando sus penas y cerrado en su caparazón. Tengo que reconocer que durante todo el día me he sentido exhausto y vacío, como si me hubiera quedado sin vísceras, hueco por dentro. Es lo que tiene.
Ya tan solo queda hacer un poco de tiempo antes de que salga el tren. Me voy a Internet y me doy cuenta de que no llevo encima el pendrive, mierda, ya lo he vuelto a perder, por lo tanto no puedo colgar la entrada del día anterior. Malena, Chus y yo nos damos una vuelta bulliciosa, hablamos un rato con Pilar y nos largamos a la estación en taxi después de atravesar el también bullicioso barrio musulmán.
Hora de viajar. El Himalaya nos espera. El tren sale a las once de la noche y media hora después ya estamos tirados en nuestra litera.

BA-LON-CES-TO (segunda parte)

DÍA 22 DE AGOSTO

Suena el despertador a las siete menos cuarto. Demasiado pronto para nuestros desgastados cuerpos. Nos da una pereza infinita movernos. Como para llamar a la grúa o algo. Además, todo huele demasiado a despedida. Pequeña cura rutinaria a la mano chunga. Fiesta del pus.

Desayuno en el Blue (zumo de lima, café, tostada de nutella, sándwich de tomate, queso y ajo). Nos vamos al cole. Penúltimo viaje. No hay mucho que contar. Eso me recuerda al sábado –antes de ayer-, que Chusita se quedó sobada en el metro durante el viaje de vuelta. Fue genial porque la india que estaba sentada a su lado la tuvo que despertar cuando llegamos a Park Street.

Bueno, llegamos al cole. Hora de distribuirse. Unos con los chicos pequeños, otros con los mayores, otros con las niñas pequeñitas y otras –los chicos lo tenemos prohibido- con la niñas mayores. Tras un primer momento, muy indio, de descontrol en plan dónde están mis muchachos, dónde nos ponemos y todo eso, la cosa empieza a rular. Me pongo con Óscar a darle caña a los niños. La verdad es que ninguno de los mayores está por la labor de cortarse el pelo y no tengo yo espíritu para ponerme a discutir, así que lo dejo estar, total, lo llevan bastante corto en general.

Me voy agarrando a chicos medianos y corto pelo con la máquina mientras Óscar va repartiendo loción a diestro y siniestro. Hace un calor de muerte. Juego un poco al ping pong para relajarme. Me pongo con las liendreras (se les pasa a los niños que ya han tenido la loción en la cabeza al menos una hora). Para quien no lo sepa –lo digo porque para mí es la primera vez- es como un peine con las púas muy muy juntas. Hasta que uno no lo ve no se puede hacer una idea de lo que es dar una pequeña pasada por una cabeza y sacar la peineta totalmente negra de liendres y piojos. Una experiencia religiosa.

La mañana va pasando abrasadora. Lidiar con cientos y cientos (y cientos) de piojos es muy cansino. Más tarde, Chus me dice que ha sido lo más duro de su experiencia india. Al final de la mañana juego un poco al baloncesto, para desengrasar. El calor es tan terrible que no soy capaz de aguantar más que pequeñas tandas como de diez minutos o así.

Comemos. El agua y la coca cola (que aquí se llama thumbs up) corren por el comedor que da gusto. Después de comer me paso un rato por la enfermería, a ver si me pueden hacer un vendaje para jugar el partido de baloncesto de la tarde. Ay. De ahí me paso por un aula donde hay como diez voluntarios/as tirados en el suelo durmiendo la siesta. Me tiro también. Parecemos una bandeja de rollitos de primavera. El suelo está duro y me duele la espalda. Me digo para mí las palabras mágicas (yo aquí no me puedo quedar dormido) y me hundo en un maravilloso sopor que se convierte en siesta pura y dura. Claro. Mientras dormimos, cae el auténtico diluvio indio, con truenos y toda la pesca.

Vamos saliendo poco a poco, cada uno con su nivel de empanada. Aún llueve. No sabemos si se jugará o no, pero empiezan a aparecer chicos y chicas uniformados. La primera propuesta es que jueguen las niñas del equipo del cole contra las voluntarias, que son muy majas y se dejan ganar. La segunda propuesta es que jueguen los voluntarios españoles con un grupo de jovencitos italianos que son legionarios de cristo o algo así y de vez en cuando vienen al centro a hacer vaya a usted a saber qué. Me noto muy mayor para estas cosas, de hecho, ya me cansa solo pensarlo. Como son italianos (y cristianos) se ponen a repartir hostias ya desde el principio. El papa en España y vosotros aquí jodiendo la marrana, qué cosas.

Jugamos Óscar y yo con tres muchachas: Chus, Silvia y Natalia. Los italianos no paran de correr y saltar. Entre que llevo las zapas de neopreno y corro como un pato, que el balón está mojado y se me escapa y que los cretinos estos no paran de repartir estopa empiezo a hacer cagar seriamente. Menos mal que ellos tampoco encestan gran cosa. Me llevo semejante leñazo en la mano. Estudio astronomía. Pido el cambio. Me arreglo el vendaje, que se me está soltando y me cambio de zapatillas –sin calcetines, ole-. Vuelvo al partido. Para entonces aquello ya es una lluvia de palos en todo el campo. La pobre árbitra no pita nada. Poco a poco me va llegando el partido. Empiezo a rebotear en serio y consigo algunas asistencias. Menos mal que Silvia y Natalia juegan escandalosamente bien –para eso han dado caña en 1ª b-. Estamos en la pomada. Los niñatos montan el número, protestan, se encaran con el público. No sé qué cojones hacen. A falta de poquito tiempo para el final y con el marcador ni pa’ ti ni pa’ mí, casco un triple, mi única canasta del partido, y luego pongo un tapón que mando el balón al medio del campo. Cariño, ya estoy en casa.

Acaba la reyerta con victoria española –contra pronóstico-, me quito la camiseta y me largo de allí deshidratado, exhausto y con cara de pocos amigos. Como que no quiero saber nada. Tengo tambores africanos en las sienes. Luego, hay una pachanguilla contra unos niños del cole (no los mayores, porque están fuera una vez más). Yo ya estoy en otra onda y apenas entro en juego. Estoy tan cansado que no puedo ni con las zapas. Mis compas de equipo son fantásticos; todos los que han participado, aunque solo fuera un rato, se han dejado la piel. Oscar no sabe jugar a esto pero se ha batido el cobre como un gladiador. Chus dice que jamás había sudado tanto practicando deporte. Natalia tiene una sombra tan alargada como la del ciprés, vaya pívot. Y qué decir de Silvia… Silvia for president. JUGONA, JUGONA, JUGONA.

Volvemos más rotos que vivos. Hago una colada y me cubo ducho. Es la última noche de hotel, hay que recoger, pagar y tal. Qué pereza. Me hago el muerto en la cama un rato. Mónica me dice que finalmente no van a venir a Sikkim con nosotros, sino que se montan plan paralelo para acabar juntas el plan que comenzaron juntas. Aunque las echaré de menos, es una decisión llena de sentido y “felinidad”. Nos iremos, pues, tres: Malena, Chus y yo. La santísima trinidad. Un número bíblico y ágil. Ya no seremos dinosaurio.

Aunque hay en el aire como una amenaza de irnos todos juntos a cenar, al final quedamos Chus, Pilar, Moni, Marian y yo con mis dos jugonas (Silvia y Natalia). Pruebo otro bengalí del barrio que conocían Marian y Moni. Luego nos tomamos un yogur. Ñam. Mañana será el día de las despedidas. No apetece.

Volvemos al hotel. Estoy agotado. Me pongo a escribir. Me dan las uvas y mañana el despertador sonará a las seis y media. Ag.

DESCANSO


DÍA 21 DE AGOSTO

Los días de descanso tienen esa cosa maravillosa de no necesitar un horario. Descansar es genial. La mano parece que sigue mejorando, aunque no deja de supurar. A media mañana nos vamos al Raj’s. Desayuno relajado, charla con Javier sobre la colonia salmantina y nos ponemos a la Sikkim question. Preguntamos horarios y presupuestos. 700 rupias. Salimos el martes –que es el último día en Kobardanga- a las once de la noche y volvemos el domingo 28, víspera de nuestra vuelta a la patria, a eso de las seis de la mañana.
Moni se va con la cúpula y el brother a comer.
Cambiamos dinero, no sé si por última vez.
Ya consigo colgar entradas en el blog. Más vale tarde que nunca. Me doy cuenta de que llevo tres días de retraso. Aggg.

La mañana va transcurriendo perezosa. La cosa es que cuando nos ponemos a comprar los billetes de tren, resulta que el tren de ida está completo. Vaya toalla. Cuando estamos a punto de activar un plan b, encontramos la solución, que básicamente se resume en pagar más pasta para conseguir unos asientos que están como guardados para una necesidad. Pagamos, pues, ochocientas rupias cada uno –algo más de doce euros- por el viaje de ida y vuelta.

Por cierto, no he explicado que Pilar no viene con nosotros, se va a la playa con el resto del grupo y veinte niños porque entre los catorce millones de miedos que tiene, uno de ellos es a las carreteras de montaña. Un viaje al Himalaya con todoterrenos es una prueba demasiado dura para ella. Nos vamos, pues, cinco personas con una previsión de lluvias y mal tiempo. Ole.

Tenemos al lado del café a una perreta recién paría, con 8 cachorrinos a cual más guapo. No puedo con ello. Es uno de mis puntos débiles. Agggg.



Nos damos un par de vueltas por unas tiendas, Malena compra una camiseta de cricket y volvemos al hotel. Mientras Malena y Chus se echan un sueño, yo intento contar –a duras penas- lo que ha sucedido en estos tres últimos días. Uf. Qué complicado, seguro que me olvido un montón de cosas.

Por ejemplo, contar que en un famoso hotel de Sudder Street, cuyo nombre no voy a decir (pero empieza por Fair y acaba por Lawn), una señora española fue atacada por una rata en el cuarto de baño. Heavy metal, ¿no? Se llevó un mordisco en el tobillo y supongo que un susto mayúsculo. Lógicamente, desde ese día la consigna es mirar bien antes de entrar a un baño. Jua.

En nuestro humilde baño, Chus y yo tenemos un animal de compañía: una especie de lagartija gorda y sin cola. Es amiga nuestra –quiero pensar que de vez en cuando se carga a algún mosquito-, pero a veces nos pega unos sustos que no veas, jaja. Lo digo porque últimamente los mosquitos nos están acribillando, es una cosa enfermiza porque nos pican a través de la ropa y nos dejan unas ronchas rojas como monedas de dos euros. Los muy hijos de puta son los jodidos kamikazes japoneses que se cargaban a las fragatas americanas en la segunda guerra mundial. Es para verlo, de verdad, están enloquecidos.

Bueno, pues eso, que aunque me paso media tarde escribiendo e intentando ponerme al día, tengo la impresión de haber hecho una narración superficial y haberme dejado la mitad en el tintero.

Vuelvo al Raj’s a colgar las tres entradas pendientes, más un video de Muni Muni Muni, en la entrada del mismo nombre. Tardo como tres cuartos de hora en cargarlo, pero está conseguido. Si me queréi, verlo. Solo por cositas como esa ya merece la pena este viaje.

Los seis del Sunflower nos metemos en el barrio (musulmán). Hoy vamos a la aventura total. En una especie de puestecito callejero al que ya le habíamos echado el ojo días atras compramos unos rollitos de huevo con cebolla y salsa de tomate y como unas croquetas con una pasta vegetal roja. Nos los prepara delante de nosotros y nos los comemos allí, en medio de la calle mientras hablamos con el tipo, que es un crack. 85 rupias. De ahí, nos vamos a otro puestecito a comprar yogur y una especie de arroz con leche. 55 rupias. Lo pasamos pipa. Por último, vamos a un puesto donde preparan zumos naturales. Un tipo nos mete por detrás del chiringuito en una especie de asiento que han montado con unas tablas. Aquello está lleno de adolescentes que vienen a saludarnos y a hacerse fotos con nosotros. El efecto sauna se dispara y nos ponemos a sudar como grifos. Yo me parto. Chus, Malena y yo nos tomamos un multifrutas (las otras tres ya se tomaron uno durante la tarde). 60 rupias.

En resumidas cuentas, cenamos estupendamente y pasamos un rato bien entretenido por unos cincuenta céntimos cada uno. El barrio es la caña.

De vuelta al hotel, cuboducha, dar cera, pulir cera a la mano dolorida y mientras mi chinatronca duerme, escribo la crónica del día. Mañana toca madrugar. Los piojos nos esperan.