lunes, 29 de julio de 2013

29. LUNES.


Song 2 de Blur vuelve a sonar en mi teléfono yanqui fabricado en Asia a las ocho menos cuarto. La misma sensación. Estoy cansado. Necesito un par de horas más de sueño. Maite no dice nada pero dice lo mismo. Durante un rato nos arrastramos de un lado a otro –a pesar de lo pequeña que es la habitación- con suma lentitud.

Volvemos a desayunar en Raj’s (y de nuevo es demasiado pronto para un cinnamon roll). Poco a poco van volviendo las energías, o al menos una parte.

Llegamos al metro (Park Street) y nos compramos –y esto es nuevo- una tarjeta-bono con una recarga de 120 rupias, es decir, que nos valdrá más o menos para las dos semanas y nos evitará estar todo el tiempo comprando tickets en la ventanilla. Guay.

Las chicas despliegan el campamento en la enfermería y se ponen a organizar la cosa. Van a hacer revisiones a niños que hay que seguir de manera especial. Nosotros nos damos una vuelta por todas las aulas del cole con el director, que es nuevo y nos va explicando como si fuera la primera vez que venimos.

Luego el Brother nos enseña el menú de los niños (las doctoras llevaban pidiéndoselo desde que llegamos). Gráficamente. Nos llena una mesa con bandejitas de corcho y muestras de todas las comidas: las cinco clases de lentejas, los garbanzos, los fríjoles, lo que le echan a la leche, los copos de avena, las bolsas de noodles, el trigo inflado, la soja deshidratada… todo un cuadro. Jaja. Se pasa un buen rato explicándonos con pelos y señales lo que comen los nenes cada semana. Y sigue lloviendo como un castigo bíblico, que es como llueve en este país.

Nos metemos en la enfermería, trabajamos un par de horas –Dani y yo nos ponemos mano a mano a ordenar sobres con historiales médicos- y comemos. Arroz con lentejas, claro. También un interesante huevo cocido y rebozado (¿) y una especie de espárragos, que no son espárragos pero se parecen y nos han gustado mucho. Muy rico.

Aprovechamos hasta las tres para jugar un rato con los niños, que están muy contentos de vernos, y volvemos a la enfermería. El calor que hace ahí dentro es atroz. El que no haya ventana y estemos metidos como diez personas no ayuda mucho a aliviarlo.

Mientras Dani traduce documentos del español al inglés yo sigo colocando historias clínicas y sudando la gota gorda. El dolor de espalda es enorme. De nuevo la razón cartesiana contra el caos, que es como darse cabezazos contra la pared.

A ratos diluvia afuera. Y las horas pasan. Y no paro de sudar. Y a veces me da la impresión de que no avanzo, pero es solo una impresión porque poco a poco la montaña de papeles parece que va tomando sentido y forma. Y las doctoras siguen viendo a un niño y luego a otro y luego a otro. Y concertamos citas con hospitales para la semana que viene. Y nos dan las seis de la tarde y nos damos cuenta de que estamos agotados hasta los huesos.

La furgo del brother nos lleva de vuelta al hotel una vez más. Los seis nos quedamos dormidos como si nos hubieran gaseado.

Mañana nos vamos a Sunderbans a las cinco y media de la mañana. Una aventura. Compramos algo de comida, en plan galletas y tal, y 50 litros de agua mineral. Los llevamos al hotel y nos volvemos otra vez a Sudder para cambiar dinero y cenar un poco en guirilandia. La buena noticia es que aparece Antonio, nuestro querido indio sordomudo, y durante un rato nos contagia de alegría y nos llena a todos de sonrisas y palabras dibujadas en el aire.

De vuelta a la habitación, cuboducha, colada y a escribir.

Durante unos días estaremos incomunicados en medio del delta del Ganges.

Continuará.

28. CONCHITA & DANI.


La alarma de mi teléfono yanqui fabricado en Asia comienza a sonar a las ocho menos cuarto de la mañana. Song 2 de Blur a toda castaña. Me cuesta abrir los ojos, necesito más horas de sueño. Me levanto más cansado que un perro.

A las ocho y media estamos chez Raj’s. Hoy no llueve. Cambio el cinnamon roll, que aún no ha llegado, por el nutella pancake. Ñam. Se supone que Conchita –doctora- y Dani –su hermano economista- llegan a Calcuta a las siete pero no llegan a Sudder hasta casi las diez. Bienvenidos, pues. Desayunan, hablamos y todo eso.

En el Sunflower Guest House tenemos un deja vu, la habitación para ellos no estará lista hasta las doce. Lo malo es que a las doce hemos quedado porque nos viene a buscar –de nuevo- la furgo del brother. Nos ponemos un poco pesados y les convencemos de que de verdad, de verdad, de la buena nos la dejen reservada para cuando volvamos por la tarde.

De nuevo en el cole. Ahora ya sí llueve. Seguimos encontrando niños y niñas. Tanto cariño en unas cositas tan pequeñas… Mientras las doctoras se meten en harina y empiezan a hacer revisiones a niños nuevos, los demás nos vamos a visitar los talleres de fin de semana con su responsable, Bernard, un ingeniero jubilado. Lo que nos encontramos es francamente alucinante. En unos meses se ha levantado un taller de ropa, con máquinas tejedoras, donde los propios niños elaboran jerseys para todo el cole. Luego visitamos el taller de bisutería, donde se hacen pulseritas y cosas por el estilo y… el taller de papel y encuadernación. Bomba. Allí se recicla papel y se fabrican cuadernos. En cinco meses han llenado estanterías enteras de cuadernos para todo el cole y cuando esté bien abastecido se comenzarán a comercializar fuera. También elaboran postales y marcapáginas. Una verdadera maravilla.

Nosotros, aún boquiabiertos y desconcertados, hemos llenado una bolsa de deporte de adornos navideños, postales y marcapáginas para vender en España, así que prepárense.

Después de comer –arroz y lentejas-, hemos salido ha hacer unas visitas. Primero hemos vuelto a pasar por la casa de las niñas con todo el jolgorio habitual. Dani se ha pegado su primer gran baño de multitudes, jaja. También hemos visitado lo que Javi llama “el paraiso de los patos”, que es básicamente un terreno con una laguna donde el Brother cría patos (así los niños pueden comer huevos de vez en cuando) y tiene una huerta. Bucólico y relajante. Luego hemos visitado la que era la otra casita de las niñas pequeñas y ahora es la casita de los niños medianos (14), que cuando nos han visto se han puesto como unas castañuelas y nos han llevado de la mano para que veamos su casa y visitemos su flamante salón de la tele. Ha sido muy divertido, nos querían enseñar tantas cosas al mismo tiempo que se volvían locos ellos solos.

Sigue lloviendo sin parar.

Ya de vuelta al cole, hemos trabajado un poco en la enfermería ordenando documentación. En fin, ordenar en un lugar como la India es toda una experiencia, de verdad. Es como mandar las naves a luchar contra los elementos y todo eso. Y al mismo tiempo, los habituales diálogos de besugos con las enfermeras del centro. Y las doctoras a lo suyo con sus revisiones, una detrás de otra.

Ag. El cansancio, ese fiel compañero que no me abandona en todo el día, me está devorando vivo. El viaje de vuelta transcurre prácticamente en silencio (en la furgo del Brother). Estoy muerto.

Pasamos por el hotel. Pasamos por Raj’s porque teníamos cita con nuestro traductor. Hay un grupo de españoles dando voces y haciendo el moñas. Haciendo el español, vamos. Vuelvo, una vez más, a sentir vergüenza –mitad propia, mitad ajena-. En un chiringuito nuevo, al comienzo de Sudder, comemos comida india que no está mal de sabor pero pica como el demonio.

Cuboducha, colada, un poquito de escritura hasta las doce de la noche, es decir, hasta que se me funden los plomos.

27. COMIENZO.


(Con Javier, Ana –doctora- y Maite)

Son las ocho de la mañana cuando llegamos a Calcuta. Atrás quedan un montón de horas de avión. Seis horas de Madrid a Dubai -del día hacia la noche- con dos tontas del nabo sentadas detrás que no pararon de castigarnos con sus risas a lo Ana Obregón; de esas que necesitan que todo el mundo en 100 metros a la redonda sepan que son gilipollas, vamos. Cuatro horas y media de Dubai a Calcuta -de la noche al día- con media hora de siesta de por medio.

Calcuta nos recibe con un día gris y lluvia. Se lo podía haber currado un poco más, la verdad, porque es como salir a recibirnos con el chándal de poligonera y la camiseta de “Talleres el Cuqui”, pero bueno.

En el aeropuerto me quito las zapas de baloncesto para que no se mojen y me pongo las sandalias del Decatlon.

Y llegan el ruido y las imágenes, que son las de siempre pero cada vez sacuden menos. La primera parte del camino es una carretera en obras, así que me encuentro el caos habitual pero más sucio.

En el Sunflower nos dicen que no tendremos las habitaciones hasta las doce, así que nos vamos a desayunar al Rajs. Hay abrazos y saludos. Cambio dinero (a 77.5, mola), desayuno mi cinnamon roll, compro una tarjeta india para mi teléfono yanqui fabricado en Asia. Maite empieza a gestionar billetes de tren y avión para gentes diversas. Y sigue lloviendo, de manera tibia, como aburrida.

A mitad del desayuno aparece el Brother, como por arte de magia. Nos mira con esa media sonrisa tan suya como diciendo “¿A que no me esperabais?”. Tenemos, pues, un desayuno de trabajo. Preguntas y respuestas, programa, tareas pendientes… Qué guay. Hora de volver. Una furgo pasará a recogernos más tarde.

En el hotel nos ofrecen una habitación en el primer piso y otra en el cuarto. Maite y yo nos instalamos en la del primero, pequeñita, sin pretensiones. Este año toca sin aire acondicionado. 1000 rupias. Venga, va, para que no tengáis que andar haciendo esfuerzos innecesarios con toda la caló… 13 euros por noche.

Vaciamos maletas, instalamos tendedero. Abro el botiquín y un bote de pomada ha medio reventado. Ag, no quiero verlo. Abro la maleta grande y el bote de cola ha medio reventado. Ag, no quiero ni verlo. Afortunadamente mi equipaje va en la de cabina…

La furgo del brother nos conduce hasta Kobardanga. Una horita de camino. Ya no llueve. Cuando llegamos nos esperan con la comida preparada. Ya saben, arroz y lentejas indias. Para qué más. Hmm.

Van apareciendo las novedades: una planta más en el edificio que está frente a las aulas, el traslado de las niñas a la casa de los niños y viceversa… Y van apareciendo los niños y las niñas: unos nos saludan más tímidamente, como con vergüenza, y otros se vienen a nuestros brazos. Nos miran, nos sonríen, nos hacen preguntas… Amo estar aquí.

No vemos a los mayores porque están fuera jugando partidos.

Ana, Javier y Maite tienen una charla con el médico que el Brother ha contratado –pasa consulta y revisiones a los niños los miércoles y sábados- mientras yo me doy mi primera sesión de basket con algunos de los niños que andan por ahí. Una horita de juego-patinaje descalzo y con el suelo mojado, para ir abriendo boca. Jaja. Lo que queda de mí es una verdadera penita. Estoy empapado como si me hubieran echado un cubo de agua encima y totalmente agotado. Como no he traído ropa de recambio sigo como si no pasara nada. Compramos agua fría y tenemos la segunda conversación con el médico. A ratos tiene más pinta de interrogatorio de tercer grado, la verdad. También hacemos una visita a la casa de las niñas, con sus risas bonitas, antes de irnos.

La furgo del Brother nos lleva hasta el hotel. Gran detalle. Son como las ocho de la tarde. Si entramos en la habitación sé que me tiro encima de la cama y no me muevo hasta el día siguiente, así que seguimos adelante. Vamos a New Market para visitar a Pinku. Crack mediático. Nos recibe con su sonrisa -¿cuántas llevamos hoy?- y nos va contando de todo un poco mientras nos tomamos uno, dos y tres tés. La sensación de estar en casa. La pequeña reserva de energía de mi cuerpo se va evaporando. Bsbsbsbssss. Volvemos a Rajs para conseguir los billetes y tickets pendientes. Me tumbo en el suelo y se me cierran los ojos. Cenamos en Jojos, cuestión de aprovechar el wifi. De todas las maneras, aunque sea guirilandia caen unos momos y unas pakoritas, para ir entrando en la dinámica.

Llegamos al hotel a las once y pico –entre unas pijadas y otras-. Maite y yo nos ponemos en modo samurai y, a pesar del agotamiento, hacemos ducha y colada. Tengo esa sensación tan familiar en la India de tocar la cama, escuchar el ventilador zumbando sobre la cabeza y no recordar nada más.