Escena I: Qué
día.
Hoy, viernes, es
uno de esos días marcados en rojo. Además de ser el último día de talleres con
los niños, es decir, la víspera del festival, es el día en que vamos a ir a un
estudio a grabar unas canciones con el coro. Una idea del Brother. Es obvio que
con apenas un par de semanas es imposible preparar algo tan técnico y tan
exigente, pero bueno, la intención es lo que cuenta.
Me levanto a las
seis. Me pego un cubo ducha. Lavo un poco de ropa. Desayunamos en el Blue Sky.
Karmela no se separa de su rollo de papel higiénico. Sara parece cansada.
También nos acompaña Berta, que hará de cámara. Llegamos al cole a las ocho y
media. Sorprendentemente, todo el mundo está bastante preparado, así que no
tardamos demasiado en reunir a los 19 niños y meternos en dos furgonetas
(tocamos a 13 personas y media en cada una, por cierto, contando al Brother,
una massi, los conductores y nosotros cuatro).
Resulta que el
estudio está muy cerca del Sunflower, nos podríamos haber ahorrado el viaje y
que trajeran a los niños directamente. En fin. El viaje se hace eterno, estamos
empapados de sudor y algún niño vomita. Acostumbrados como estamos a las
penalidades de Calcuta, ya nos parece poca cosa. Compro agua para los niños y
nos ponemos a ello.
La experiencia
vuelve a ser una nueva entrega de nuestra famosa serie “luchar contra los
elementos”, el técnico no habla inglés, la comunicación, ya de por sí difícil
con un indio se convierte en una odisea. Todo es una chapuza, sin embargo, ya
solo por ver la cara de los niños, la cosa merece la pena. La idea es grabar al
menos cinco canciones, pero tardamos dos horas en grabar la primera y tenemos
reservado el estudio de diez a dos, así que empezamos a replantearnos nuestros
objetivos. Hay un tipo por allí que a ratos se duerme sentado en una silla y a
ratos nos graba con una cámara. No sé muy bien si también lo ha contratado el
Brother. Supongo que sí.
En la sala de
grabación nos dan cuatro auriculares (en realidad nos dan cinco pero uno no
funciona). El problema que se plantea es si grabamos en grupos de cuatro y
entonces nos pasamos todo el día para grabar una canción o si grabamos en tres
grupos (uno de niños y dos de niñas) y que salga lo que tenga que salir. De
todas las maneras, los auriculares funcionan fatal y casi no se oye la base,
así que los problemas para seguir el ritmo son enormes. Nos desesperamos mil
veces con la ineficacia y la ineptitud de esta gente, pero al final, las
canciones van saliendo, un poco de aquella manera y mis tres compañeras acaban
llorando de la emoción.
A eso de las dos
y media nos vamos de allí. El encargado se ha ido a comer, pero no podemos
esperar a que vuelva, los niños están hambrientos y agotados. Ya recogeremos la
grabación al día siguiente. El Brother se ha ido con una de las furgonetas.
Metemos a Berta y todas las niñas que podemos en la furgo que queda y las
mandamos al cole, a ver si llegan a comer.
Buscamos taxis
para los ocho + tres que quedamos, pero no hay manera de encontrar uno libre.
Como es muy tarde, decidimos llevarlos a comer al McDonalds. Les hace muchísima
ilusión, son todo ojos. Se portan de maravilla y dejan todo super recogido.
Luego volvemos con ellos en metro (para alguno es su primera vez) y rickshaw. Nos
miran, nos cogen de la mano, sonríen… Vaya día.
Los pobres están
hechos polvo pero se pasan el camino de vuelta cantando.
Interludio.
Llegamos al cole
a las cinco menos cuarto. Estoy molido. Juego un poco al baloncesto con los
niños, me acabo de agotar del todo y decido volver al hotel. Alba me convence
para que me quede y vayamos un rato a la casa de las niñas pequeñas. Me da una
pereza infinita, pero son tan ricas…
Escena II.
Qué noche.
Aprovecho la
visita para sacar la profesión a que le dé un poco el aire y me pongo a
corregir ejercicios de matemáticas. Al poco rato tengo un montón de niñas a mi
alrededor con sus cuadernitos en la mano. Que bien.
Alba me dice que
tenemos que volver al cole porque hay un problema con una niña que se ha puesto
mala. Me pregunto qué demonios puedo hacer yo con mis conocimientos de
medicina, pero bueno.
Llegamos al
dormitorio y resulta que una niña de 16 años se ha tomado un montón de
pastillas. No sabemos cuántas ni sabemos cuáles. La chica, Sharmila, está en el
suelo, de vez en cuando le dan arcadas pero no vomita gran cosa, no ha perdido
el conocimiento pero no le falta mucho. La colocamos en una cama. Las
cuidadoras están nerviosas pero no hacen nada. Hay niñas llorando. El Brother
no está, le llamo por teléfono pero lo tiene apagado. No tenemos médicos pero
tenemos una enfermera (Irene) y una farmacéutica (Alba). Les digo a las
cuidadoras que llamen a uno de los conductores que trabaja en el centro y que
venga urgentemente. Dicen que es el Brother quien puede dar la autorización.
Les digo que la autorización la doy yo porque yo soy el responsable en ese
momento (¿). Parece que se mueven. Hablo con Maite por teléfono y a su vez
habla con el doctor Saha. El caso es que pasa el tiempo y no aparece el
conductor y estamos en mitad de la nada. Parece que no lo pueden localizar. Pido
la llave de alguna de las furgonetas (aunque no me quiero imaginar a mí mismo
conduciendo por la izquierda en una ciudad como Calcuta). No las tienen. Poco a
poco van apareciendo cajas y blisters de lo que se ha tomado. Se ha bebido una
botella de jarabe para dormir, una especie de compuesto suave de hierbas, y se
ha tomado omeprazol, pantoprazol, (antiácidos para el estómago) vitaminas y
cosas que no podemos identificar. No parece que vaya a ser muy grave pero no
podemos estar seguros. Necesito el nombre de un hospital. Y un vehículo.
Aparece un taxi –alguien, por fin, se ha movido y lo ha llamado-. Vamos con
Sharmila Alba, Irene y yo. Decido que no nos acompañe ninguna cuidadora, sino
mi querida Rashida, una de las niñas del centro. Bueno, creo que tiene ya 18
años o así. Es inteligente, sensible, responsable, tiene iniciativa, conoce
bien a la niña y me sirve también como traductora. Lo tengo clarísimo.
El viaje es como
de película de Almodóvar. El conductor, que es grandote pero con cara de
buenazo, no para de pitar en todo el camino, pero pitar en una ciudad en la que
todos los coches lo hacen constantemente no sirve de mucho. Me da una especie
de trapo rojo que saco por la ventanilla, pero la gente no se entera, nos vamos
quedando en un atasco y en otro y en otro. Lo mejor de la escena es que, de
repente, el taxi se queda parado en mitad de una calle. El hombre, que está
sudando, lo intenta una y otra vez y no arranca. Cuando estamos ya pensando en
saltar a la calle a buscar otro taxi, el coche se decide a arrancar. El pobre
hombre conduce hasta una gasolinera y le echa un poco de gasolina en medio
minuto para volver a salir pitando (literalmente, claro).
El viaje se nos
hace eterno a todos. Alba e Irene no paran de pelear para que la niña no se
quede dormida. La pobre Rashida está muerta de miedo. Yo me siento extrañamente
tranquilo, como si tuviera la certeza de que todo esto se va a resolver sin
más. La adrenalina me sienta bien.
Llegamos al
hospi. Urgencias. Las chicas entran con Sharmila. Le digo a taxista que cuánto
es. 100 rupias, me dice señalando el contador. Creo que es el primer taxista
honrado que me encuentro en Calcuta. Yo no tengo billetes pequeños, él no tiene
cambio. Uf. Me dice que no me preocupe, que me espera y que ya le pagaré. No me
lo puedo creer. Entro en el hospi. Aquello es una peli de terror. No como el de
Sunderbans, ni mucho menos, pero vamos, les puedo asegurar que ninguno de
ustedes querría por nada del mundo estar
enfermo allí dentro. Me dicen que no la quieren admitir y que amenazan con
llamar a la policía. Les digo que llamen a la policía pero que hagan su trabajo
y atiendan a la niña. Rashida se pelea con todo el mundo. No puedo estar más
orgulloso. En cuanto a Irene y Alba, uf, ves la determinación en su mirada y sabes
que no las sacan de allí ni los antidisturbios. Al final meten a la niña en una
sala y la tumban en una camilla. Ya es algo. Rashida está muy preocupada porque
en admisión le dicen que yo no cuento como responsable de la niña porque no soy
residente en India y los datos que les da no son suficientes. Vuelvo a
intentarlo con el Brother, pero el teléfono sigue apagado. O fuera de
cobertura, que no es lo mismo, pero para el efecto es igual. Ofrezco a la mujer
de admisión mi pasaporte, pero ni por esas. Mientras, en la sala, nos dan una
receta (¿) para ir a comprar a la farmacia una sonda, un suero, unos guantes y
una pomada anestésica. Alucinante. Rashida y yo vamos allá. En la farmacia no
entienden de urgencias y nos atienden con una lentitud desesperante. No me
desespero. Volvemos. Nos dicen que tenemos que salir de allí pero no queremos
dejar a la niña sola con la panda de carniceros. Alba empieza a ponerse
nerviosa. Un par de tipos de seguridad empiezan a rondarnos. Aparece Maite con
Inés. Por fin han hablado con el Brother; está en camino. Los de admisión se
relajan un poco. Ya somos un pequeño ejército. Lo de la sonda (nasogástrica) va
a ser una movida, Sharmila empieza a gritar como si la estuvieran degollando.
Alba e Irene discuten con las enfermeras. El ambiente se va cargando poco a
poco. El médico dice que “la paciente ha rechazado el tratamiento” y que no
quiere saber nada. Maite e Inés discuten con él de manera áspera. Maite le
propone hablar con el doctor Saha (lo tiene al teléfono), pero el médico se
niega. Y el ambiente se sigue cargando. Ya sé que suena muy peliculero, pero
les aseguro que la cosa fue realmente así.
Rashida se
multiplica y habla con uno y con el otro, y nos traduce y se sigue peleando.
Inés discute
también con el de la farmacia. Aquí hay para todo el mundo (es normal, viendo
los niveles de ineptitud). Todavía acabamos saliendo en los periódicos.
Irene consigue
infiltrarse junto a la camilla, a base de decirles que es enfermera y les puede
ayudar. Se vuelven a poner con la sonda. Irene lo hace de puta madre y a base
de paciencia la cosa va entrando. Todo esto es para grabarlo, de veras. Aparece
el Brother. Arregla los papeles en admisión. La sonda está cumpliendo con su
misión. Parece que todo empieza a estar tranquilo. Maite y yo hablamos un rato
con el Brother. Me echa en cara (aunque de buen rollo) haberme traído una niña
en lugar de una cuidadora y, aunque en el fondo tiene razón, ni siquiera cinco
massis juntas habrían resuelto lo que fue capaz de resolver nuestra muchachita,
así que no le doy vueltas. Nos cuenta que a esta chica se le murió el padre y
se le casaron los hermanos. Parece ser que su madre la quiere obligar a que se
case con un fulano y ella se niega… En todo caso, habrá que ver todo esto con
tiempo y con calma porque la niña ya tiene cicatrices de cortes en una muñeca y
la cosa parece como para tomárselo en serio.
El lavado de
estómago sale bien. Todas las piezas del tetris se empiezan a colocar y a hacer
clack. Finalmente, la niña no tiene que quedarse en observación toda la noche. Uf.
Nos la llevamos. El Brother se va con las dos chiquillas. Nosotros nos volvemos
hacia el hotel en taxi (los cinco, ole).
Al llegar,
paramos en Pizza Hut. Nos lo merecemos. Aunque son como las diez y media
estamos rematadamente muertos. Hablamos poco, las caras de agotamiento son para
verlas pero sonreímos y bromeamos. Pedimos unas pizzas. Vamos recordando lo
surrealista que ha sido todo. Le damos vueltas. Sacamos conclusiones. De
repente, a eso de las once y pico, empieza a sonar una música atronadora
(dentro del local), se abre una puerta y salen los camareros a bailar una
coreografía. No nos lo podemos creer. Nos meamos de la risa. Y una frase
unánime: “es lo que nos faltaba hoy”…
Hago cuentas.
Nos quedan dos días. Como sean así, no llego.
Quedamos a las
ocho de la mañana para ir a currar al cole, que, aparte del festival, sigue
habiendo frentes abiertos.