sábado, 16 de agosto de 2014

Sábado 16. GOOD BYE


Me despierto pronto, pero con la calma de saber que no hay que madrugar. Por lo tanto, remoloneo, me duermo otro rato y me levanto con calma. A las nueve, desayuno en el Blue. Hoy va a haber mucha tela que cortar, así que más nos vale estar bien coordinados y ser eficientes.

Antes de coger el metro, me voy a acompañar a Moni en busca de especias. Y ese rato, esos quince minutos callejeando por la trasera del New Market… hm. Nostalgia. Nos hemos acordado mucho de esos años en los que nos perdíamos por las calles, en los que queríamos saberlo todo, probarlo todo… Sin embargo, este año, por las circunstancias que sean no hemos sido capaces de disfrutar de verdad de la India. Ella no ha salido de Sudder y yo no he salido de la habitación. Agotamiento físico, enfermedad, cansancio mental, calor… no sé, pero este año la experiencia (fuera del trabajo de voluntariado) ha sido desnatada, descafeinada, baja en calorías y emociones y profundamente aburrida. 100% decepcionante. Es triste darse cuenta prácticamente el último día, aunque es cierto que ya lo hemos comentado antes.

Esta mañana me preguntaba Kika si me gustaría echar el tiempo atrás tres semanas y recomenzar todo de nuevo. Creo que sí, aunque no sea más que para intentar volver a disfrutar de este país como a mí me gusta disfrutarlo.

A las once estamos en el cole y nos ponemos en marcha. Empezamos montando afuera (en el pasillito cubierto de la entrada) una pequeña exposición de los trabajos que hemos estado haciendo estos días con los niños. Los pinchamos en los tablones y los colgamos con pinzas en cuerdas que hemos instalado. Hay cosas muy bonitas. También sacamos el principito sobre una mesa.

A las doce nos ponemos a ensayar con los chicos mayores. Tira y afloja con ellos, como casi siempre, sobre todo con las niñas, que tienen muchísima tontería en el cuerpo.

A la una, nos unimos al batallón comida: preparar sándwiches de nutella y construir cucuruchos con papel de periódico.

A las dos, comemos.

A las tres, empezamos a bailar el flashmob. Una repetición y otra y otra, grabamos y grabamos. Acabamos empapados. Los niños tardan muchísimo en entrar en la dinámica, pero al final, ya por aburrimiento, la cosa empieza a fluir. Los italianos se unen, animan un poco la cosa y se lo pasan pipa. El bro aparece por allí, pone orden con los niños y grabamos dos buenas tomas. Esperemos que el vídeo quede chulo.

A las cuatro, concierto. Hoy los niños están aleccionados y cantan bien, con ganas, con carácter. Esta vez, cantamos en interior. Mucho mejor, a pesar del ruido de fondo de gente hablando. Salen las pequeñitas y se defienden como gato panza arriba, sin técnica pero con todo el descaro del mundo. Mil veces mejor que las mayores, que están demasiado ocupadas gestionando sus hormonas.

Moni y yo nos miramos y no hace falta decir nada, aunque lo decimos. Estamos tan cansados y al mismo tiempo tan contentos… Momentitos de magia. Nos acordamos mucho de Karmela. Le habría encantado estar allí.

Afuera empieza a diluviar verdaderamente en serio.

A las cinco, merienda. Intentar organizar el caos. Porque los niños, que son adorables y nos encantan, en ocasiones como estas sacan la alimaña que tienen dentro, el superviviente callejero y son capaces de empujar, aplastar y golpear a los demás para abalanzarse sobre la comida y llevarse la mayor cantidad posible. Así que los voluntarios, junto con las massis, nos conjuramos para mantener el orden. Hacer que los niños se sienten en las mesas e ir sirviéndolos. Intentar que no te engañen (y lo intentan continuamente) diciéndote que no les has dado comida, mientras se la han escondido. Intentar que se cuelen donde están las bolsas llenas de comida para robar algo. Difícil. Pero más o menos se consigue, quitando algún momento de descontrol, como cuando una minijauría se ha lanzado sobre una bolsa de patatas que el cura que viene con los italianos ha tenido la brillante idea de abrir sobre una mesa.

De nuevo, esa sensación agridulce. Todos estos niños llevan dentro la bella y la bestia y nunca sabes bien cuándo va a salir una u otra. Porque cinco minutos después de una batalla campal por una bolsa de patatas se abrazan a ti y lloran porque no quieren que te vayas y te olvides de ellos. Todo eso sucede así, pim pan, todo junto, y te aturde ese revoltijo de ruido, emociones y sensaciones.

Le digo adiós a Rachida, la niña de mis ojos, que no para de llorar.

Le digo adiós a Moidul y Rajan –que me dice que me va a echar mucho de menos-.

Y –un, dos, tres-, desaparezco.

Salgo disparado en el todoterreno del dueño del Jojos, ese señor tan serio del turbante, que ha tenido la amabilidad de compartir la tarde con nosotros conociendo el proyecto, ayudándonos en el comedor (les daba galletas a escondidas a los niños, jaja). Vuelvo con Pilar C., David, Carmen, Conchi, Marta y una chica guapa que no sé quién es. Sigue diluviando y hay calles inundadas, como en los viejos tiempos. El tío pone el aire acondicionado a toda caña, así que llegamos congelados a Sudder Street. Como sigue lloviendo a cántaros, espero a Mónica y Maite en el Jojos. Me tomo un té con gengibre, limón y miel y un yogur con mango. Me leo los periódicos.

Ya en hotel, Mai, Moni y yo nos despedimos (ellas se van de madrugada). Los gestos, los abrazos, las miradas dicen mucho más que las palabras. Hemos compartido tres semanas tremendamente intensas, para lo bueno y para lo malo. Juntos un día tras otro, así hasta 22. Nos echaremos mucho de menos, está claro.

Mañana día de descompresión. Nada que hacer, casi nada de dinero ya en el bolsillo. Solo queda recoger, pasear y descansar.

Los niños estarán rondándonos por la cabeza todo el día.

viernes, 15 de agosto de 2014

Viernes 15. INDEPENDENCE DAY


A las seis, arriba. El día está nublado, fresco, lluvioso. A las seis y media, desayunando en el Blue (que acaba de abrir). Como tenemos prisa, tardan como 20 minutos en servirme el pancake y luego el tren llega con retraso. Moni está como un flan y se sube por las paredes, como siempre. Sin embargo, no llegamos tarde. Tengo mucho sueño.

Los niños están uniformados. Se nota en sus ojos que es un día especial. Happy Independence Day, te va diciendo todo el mundo. Hacemos un mini ensayo diminuto con las niñas pequeñas. Los niños van formando en filas por cursos y sexo. Se alza la bandera. Se canta el himno. Las chicas me vuelven a hacer la de “hablas tú, que hay que presentar el concierto y eso”. Se suponía –es lo que nos habían dicho- que cantaríamos en la gran sala del interior, sin embargo, después del himno nos dicen que ya podemos cantar, allí, en mitad del patio (en mitad del charco). Otra calcutada. Cojo el micro e improviso una presentación. Los niños/as mayores salen y se colocan y tienen más miedo que vergüenza (que también), así que cantan para el cuello de sus camisetas. El poco sonido que sale de sus gargantas se pierde en el patio. Guay. Salen las pequeñas, cantan una canción juntos y los mayores se van. Las chiquitinas se defienden algo mejor. Les cuesta la primera pero se sueltan un poco más en la siguiente. En fin.

El día de la independencia es un día de exaltación nacionalista (y con el señor Modi, nacionalista radical, de primer ministro, con más motivo). Nunca acabo de saber si nacionalismo se escribe con c o con z. (Bueno, en el caso de Israel, sí lo sé). Muchas banderas, mucho discurso arrebatado, como el del director del cole (el imbécil que le gritó a Rajú), que sostiene que la economía del país ya ha sobrepasado a la de estados unidos (hundidos?) y la de China. El fulano les dice a los chicos que el bien del país es lo más importante, mucho más que ellos mismos. Lo que tú digas.

Se recitan poemas, se hacen pequeñas representaciones y un par de danzas. Al final, se van los mayores y se quedan los niños pequeños cantando, jugando y bailando un rato. El momento más divertido del día. Muchos pequeñitos se me van acercando y me agarran la mano y se ríen y me abrazan fuerte. Es como si me estuviesen diciendo, reloj, no marques las horas. Pero el reloj marca las horas. Nos replegamos. Afuera se está pensando si llueve o no. Un rato sí, un rato no.

Aprovechamos para clasificar y colocar en cajas todo el material escolar que nos sobra: pinturas, bolis, rotuladores, papel y demás. Allí queda. Supongo que le darán buen uso. Moni, Mai & me hablamos un rato con Manosi. Está preocupada por el tema del director, le parece una especie de militar sin tacto alguno con los niños. Quiere que mediemos con el bro pero Mai considera que está lejos de ser un asunto en el que podamos/debamos intervenir.

La mañana pasa perezosa. Estoy muy cansado y sigo teniendo mucho sueño, así que, como lo que resta de hacer durante el día es poner una peli después de comer, decido volverme a Calcuta. Desconexión emocional, segunda parte. Me vuelvo con Pilar, me como un plato de pasta con queso en el Au Bon Pain, pongo un poco de orden en la habitación y duermo como cuatro horas (una siestecita de nada, vamos). Afuera ha caído un buen chaparrón. Así a lo tonto es el primer día, desde ese 26 de julio que llegamos, que no sudo.

A las ocho de la tarde me viene a buscar Pilar. Necesita la maleta porque se está organizando todo el material para mercadillos que se ha comprado. Un montón de maletas llenas de pañuelos, pantalones, camisas, elefantes, bolsos, colchas, pulseras y cosas así. Material para ir sacando algo de dinero a lo largo del año.

Nos pedimos unas pizzas en pizza hut (comida para turistas y un borrón en mi currículum, que este año ha sido bastante patético). Como sigue diluviando, no podemos comer en la terrraza, así que quedamos en el salón del tercero. Pasamos un rato divertido, sobre todo cuando David nos ha contado los poltergueist que le suceden en casa (el fantasma Fede) y Oscar nos ha contado su terrorífico terremoto nocturno en Roma (se pensaba que eran unos espíritus que venían a buscarle). Rostros cansados y sonrientes. Un rato de relax, casi una despedida ya.

A eso de las diez y media, el fulanito simpático se ha puesto a apagar luces de manera no especialmente sutil. Hora de irse a la habitación.

He decidido no hacer más coladas, así que me ducho (y el agua fría me cae rara un día en el que no he pasado calor) y me pongo a escribir.

Mañana todo acaba.

jueves, 14 de agosto de 2014

Jueves 14. DESACELERACIÓN EMOCIONAL


Me despierto un poco antes de que suene el despertador. Otro día que no he dormido lo suficiente. No está bien empezar el día con sueño, pero es lo que hay.

El calor ya es insoportable a las siete y media de la mañana. Repito desayuno en el loft (Au Bon Pain). Pilar e Inés (mi equipo oftalmólogo) también. Y Carmen y Conchi. Otra cosita es. El cinnamon roll te cambia bastante la cara. En el metro, a las ocho, nos encontramos con el grupo dentista: David, Óscar y Silvia. A las nueve estamos en el cole. Los dentistas cogen a sus diez niños. Los del grupo ojos cogemos a… uno. Jaja. Tres voluntarios y un niño (bueno, también vamos a recoger gafas). Como Inés se sabe el camino, decidimos ir en rick, metro y paseito. Solo por no aguantar a los taxistas ya merece la pena. Bueno, Pilar, que es un poco señorita, prefería taxi, jajaja. David lleva en brazos a una de las niñas pequeñitas.

Vamos todos juntos. Además, nos bajamos en la misma estación de metro (Rabindra Sadan). El viaje se convierte en una aventura (no, si ya me hubiera extrañado…). Por lo que se ve es hora punta. Llega el tren absolutamente rebosando de gente, se abre la puerta y no hay casi sitio físico para meterse, así que empujas y los que vienen detrás de ti te empujan y si vas con once niños aquello se convierte en una peli de terror. Silvia y yo, con un niño y una niña, nos metemos por otra puerta. Nos aprietan. La niña es bastante pequeña, así que tenemos que hacer efecto escudo (sacar culo, vamos) para proteger. Se agarra a mi mano. Allá abajo, medio aplastada, en ningún momento se queja ni pone mala cara. Cosas de los espartanos.

En la estación nos separamos y nos vamos Pi, Inés y yo con nuestro Bombal. El paseo al Birla no está mal, sobre todo porque pasamos junto a un parque con pequeño lago en medio que da gusto, por un momento parece que no estamos en Calcuta.

La cosa va bastante rápida. Nos llaman, subimos a pediatría. Le hacen unas pruebas al muchacho (que, por cierto, ya estuvo allí el año pasado). Tengo la impresión de que nos está tomando el pelo porque a veces lee las letras y a veces no, así en plan aleatorio, independientemente de si tiene cristalitos o de si las letras son pequeñas o grandes. Al final otro médico diagnostica debilidad de la musculatura del ojo y le manda unos ejercicios.

Recogemos gafas. Afuera se pone a diluviar, así en plan de quedarse a gusto, pero mientras nos preparan las gafas ya va escampando. Pilar (paseando a Miss Daisy) deja caer que a lo mejor habría que volver en taxi. Paramos a uno. Nos pide 300. Simplemente me doy la vuelta, ni me molesto en discutir. Nos volvemos a pie hasta Rabindra Sadan, finalmente.

Sigo teniendo sueño. Llegamos al cole relativamente pronto, así que nos da tiempo a descansar un poco. Hoy es el día que Manosi libra, así que ya la pondré al día mañana. Me siento en el silloncito del sueño pero la que se queda dormida al lado es Irene (que estaba en el grupo que ha estado haciendo la exposición sobre los piojos por las clases). Estamos bien, pero vamos, energía tampoco nos sobra precisamente, no está la cosa para tirar cohetes. Pilar también se sienta con nosotros. Los niños pululan alrededor, juegan, se ríen, se hacen fotos… Relax. El cielo, negrísimo. De vez en cuando, chaparrón de cinco minutos y vuelta a empezar.

Rajan me dice que Rajú está malo. Pienso que me habla del episodio de la semana pasada, pero en el comedor Óscar e Isa nos cuentan que el director del cole ha tenido una bronca tan enorme con el niño por haber perdido tres días de clase en el hospital (lo ha amenazado con expulsarlo…) que el pobriño ha vuelto a tener un ataque epiléptico. En Calcuta suceden calcutadas. Las cosas son así. Y justo en ese momento llegaban Maite y Moni y han cogido las riendas de la cosa.

Antes de las tres llega el doctor Saha al cole. Examina al niño. Parece que está bien y que los resultados del TAC también. El director aparece por allí para hacer el paripé. Moni and Mai tienen ganas de estrangularlo. Como se descarta la opción de volver a hospitalizarlo, finalmente Moni –que no ha comido- y yo nos vamos a hacer el ensayo con las pequeñitas. Se nos ha hecho un poco tarde, pero bueno, allá vamos. Están verdes, pero para llevar apenas nueve ensayos, ya están consiguiendo bastante.

Y llega el último día de taller (dado que mañana, viernes, es fiesta). Los niños lo saben y empiezan a mirarte de esa manera. Les dejamos el material que sobra para que pinten, recorten o lo que sea. Un par de niñas aprovechan para coger unas tijeras y desaparecer. Y los demás para pedirte que les regales cosas, así que acabas con un sabor agridulce.

En todo caso, ya todo huele a despedida. Kika, desde Perú, me dice que entiende a los niños. El hecho de irnos de vuelta a nuestra vida y dejarlos allí (¿abandonados?) les duele y ya se van poniendo la coraza para defenderse. Empiezan a desconectar emocionalmente, aunque al mismo tiempo te preguntan si vas a volver el año que viene.

La reunión se prolonga un poco porque hay cosas que hilar. Miro a mis compas y los veo recuperados, haciendo piña, como siempre, y con ganas de hacer cosas, ahora que esto se acaba. Así son los ciclos.

Ensayo con los mayores. Allí está Rajú, un poco más serio de lo habitual, pero tirando del carro. Estos chicos son muy duros, aquí Termópilas suena como a balneario. Vacaciones para marujas.

Estoy muy cansado (pero cansancio natural, sin más). Vuelvo con Mai, Moni & Laura. Seguimos hablando del tema Rajú. Moni empieza a odiar seriamente a todos los indios (varones adultos).

Desgraciadamente, tengo que ir a Sudder a cambiar el dinero que me queda y acabo cenando con las chicas donde siempre (el día de la marmota, I’ve got you, babe…). Mai, que está muy recuperada, me cuenta que la bronca con el taxista de hoy ha sido tan grande que le ha sacado una foto con el móvil por si iba a denunciarlo. Jajajaa. Aquí se siguen sucediendo las huelgas de taxistas pero creo que somos nosotros los que tendríamos que hacer huelga de taxis…

En fin, así acaba el día (otro día que no he tenido tiempo de hacer mis ejercicios…).

Por cierto, se me olvidó decir que el lunes por fin apareció Antonio y ya está entre nosotros. Qué alegría y qué alboroto (otro perrito piloto).

Mañana, a las seis arriba. Día de la Independencia. Y concierto de los Annubitos indios.

miércoles, 13 de agosto de 2014

Miércoles 13. HIDRATAR


Me despierto demasiado pronto pero me encuentro bien, así que lo damos por bueno. Ya el hecho de no andar a la carrera y poder quedarme en la cama sin más, merece la pena.

Por cierto, esta mañana he encontrado una falta de ortografía en mi blog. Solo me ha faltado gritar. Ver una falta en algo que he escrito es como ver salir una rata de mi cuarto de baño (a alguna ya le ha pasado aquí). En fin, parece que he estado jodidamente enfermo estos últimos días…

A las nueve me voy “au bon pain” a desayunar. Ya está bien del Blue, de Sudder y toda esa historia. El “au bon pain” es un chiringuito bien montado, en plan loft, decorado con gusto y con una enorme cristalera que da al cruce entre Park Street y Mirza Ghalib. Además tienen las sillas “Barcelona” que le gustan a Pilar (que, por cierto, ya está comiendo de nuevo y empieza a parecer una persona). El desayuno incluye croissant y cinnamon roll. Me busco una mesa con vistas y disfruto del momento. Luego van llegando Inés, Óscar, Isa, Pilar, Silvia…

A las diez, Inés y yo nos vamos a buscar a nuestro grupo de demolición (Javi, Irene y David) para irnos a rascar paredes. El calor empieza a parecer una maldición bíblica. Nos hacemos nuestro recorrido habitual. Metro. Rick. Paseo hasta la casa de los niños mayores. Llego empapado. Me hago retrato con cabrito.
 
 
Me hago retrato con Irene y Javi, juventud, divino tesoro.


Nos lanzamos al asalto. Trabajo sucio (de 11 a 13 h). Rasca y gana. Ya prácticamente está todo terminado, apenas queda una especie de hall a la entrada. Y no paro de sudar en ningún momento. Rasca y suda. Y después de una pared va otra pared. Bebo agua. Y sigo sudando sin parar y rasco hasta que mi cuerpo dice basta. Alto y claro. Así que dejo la espátula y me voy a la ducha.
 
 
 
Salvado por la campana. La cabeza me da vueltas. Me acabo la botella. Me tumbo en una cama, bajo un ventilador. Y volvemos al cole. El calor es tan insoportable que parece una broma. Creo que estoy deshidratado. Llego al cole más muerto que vivo. Me bebo dos latas de coca cola, así, una detrás de otra. Pilar C. me pone una de sus caras de guasa en plan a lo mejor va a ser que traes un poco de sed… Me bebo dos vasos de agua. Como un poco de arroz. Me preparo un litro de suero y me bebo la mitad. Javi también se bebe su litro de suero. No estamos locos, sabemos lo que queremos… jaja. Y la energía va volviendo. Menos mal.

Todo está en el calor, cada día lo tengo más claro. El calor nos agota, nos baja las defensas, nos deshidrata y nos vuelve más vulnerables. Así que, moraleja para años venideros: no esperes a tener diarrea para beber suero. Es lo que realmente repone tus fuerzas cuando estás molido.

El ensayo con las nenas  pequeñas mola. Ya empiezan a tener en la cabeza que la cosa va en serio y que van a tener que cantar delante de mucha gente, así que poco a poco se van poniendo las pilas. Son graciosísimas. A mitad del ensayo empieza a diluviar. Ya tenía ganas, ya. Durante unos cuantos minutos cae el monzonazo, el de verdad. Ese chaparrón que suena como aplausos lejanos. Y yo con el paraguas “desaparecido”.

En nuestra sesión de taller de hoy (después de esperar como un cuarto de hora a que aparezca la llave de la sala de material) hay que fabricar marcos para fotos con cartulinas de colores, pinturas, pegatinas de goma eva… Nuestras niñas trabajan como hormiguitas, al igual que todos los días. No dan nada de guerra y trabajan despacito, de manera esmerada. Más ricas ellas…

Después de la reunión, tenemos el ensayo con los mayores. También se van poniendo las pilas (sobre todo los chicos) porque saben que solo les queda un ensayo más antes del concierto. Pulimos y pulimos cositas.

Al igual que ayer, estoy cansado pero es el cansancio natural de llevar todo el día sudando y dando tralla. Las tres emes volvemos en un rickshaw suicida que va adelantando como si se le estuviera quemando la comida o algo así. A Maite se la ve especialmente fundida, pero bueno está hecha de esa pasta. De esa exactamente. Moni y yo tenemos que preparar el programa para el concierto del viernes (Independence Day), así que las acompaño a Sudder (uf), me tomo un plato de pasta (ñam) y nos hacemos el trabajito en la tercera planta del Sunflower.

Y como se ha hecho tan jodidamente tarde, tengo que escribir una crónica como bastante resumidita, con lo cual se me habrán olvidado mil cosas que habría querido contar pero así es la vida.

(Eso sí, con banda sonora de Metallica, para que la cosa vaya ligera…).

martes, 12 de agosto de 2014

Martes 12. FALANGE


Me despierto pronto. Apenas habré dormido cinco horas. Remoloneo. Estoy cansado hasta tumbado en la cama. Por el camino al Blue las sensaciones no son buenas. Siento asco y eso, después de cuatro años viajando por la India, es nuevo. La mera idea de meter comida en el estómago me da ganas de vomitar. No sé si son daños colaterales de los antibióticos. Mis niveles de energía están a cero. Pido un zumo de lima y un yogur con papaya (¿?). Respiro hondo mientras me pregunto cómo acabaré la jornada.

Nos vamos al dentista Pilarica, David y yo. Silvia sigue tocada (de hecho, se tiene que quedar en el cole porque no se ve con fuerzas para llegar al oculista). Pero cada uno a su manera va encontrando la manera de sobreponerse y tirar del carro.

Esta vez, para evitar a los taxistas (y las úlceras de estómago que ocasionan), nos llevamos a las seis pequeñas (hoy son solo niñas) en rickshaw y luego en metro. Son como para comérselas. A medida que se van alejando del cole se van haciendo como más pequeñitas y en cuanto se encuentran rodeadas de gente se abrazan a ti y te conviertes en mamá pato, rodeada de patitos. Y esa manera que tienen de mirarlo todo ahí afuera con esos ojos enormes.

 

La verdad es que la cosa va ligera, pimpán rick, pimpán metro, todo muy fluido y estamos en el dentista bastante prontito, a las diez y pico. La enfermera se enrolla y nos pone la tele, así que las niñas se quedan hipnotizadas viendo los videos musicales de Bollywood. Ni se mueven. Pilar y David se sientan en sus sillas y a los cinco minutos se han quedado dormidos. No, si la coreografía que tendríamos que bailar este año es el thriller de Michael Jackson. No nos haría falta maquillaje.

Y me quedo allí de pie, acompañando dentro a todas las niñas una por una y, no me pregunten por qué, las fuerzas empiezan a regresar. Y las niñas, como siempre, dando lecciones de entereza. Tienen miedo, se ve en sus ojos, pero se sientan en el sillón y abren la boca obedientes. No mueven un dedo. Ni una queja. Tan solo retuercen de vez en cuando los dedos de los pies. Cuando acaban se levantan, se enjuagan y te sonríen (a veces es una sonrisa teñida de rojo). Tenemos montado el puto club de la lucha. Pero en versión Bollywood.

Acabamos bastante rápido. Volvemos igual que vinimos. En ese momento en el que viajo apoyado en la puerta del metro (es mi posición por defecto), con Recka abrazada a mi cintura y Kushu agarrada de la mano un montón de cosas hacen clack y me da igual todo. Me da igual el calor, la enfermedad y el agotamiento. Me da igual nuestra mierda de gobierno. Todas las crisis, la crisis (siempre hay que leer a Cortázar). Me da igual la viejísima y decadente Europa. Me da igual Estados Unidos Geyper y el triste premio Nobel de la paz. Me da igual Israel y sus genocidios asquerosos. Todo lo que me importa en ese momento es esa pequeña burbuja de protección. Y el traqueteo del tren.

Llegamos al cole. El calor es terrible, no paramos de sudar y sudar y sudar. Silvia está fundida. Come bien pero no consigue levantar cabeza. Le pido a Manosi que le tome la tensión. 10-6. Ya tenemos algo por lo que empezar. Hidratar e hidratar. Maite llega pronto del hospital, por una vez. Hoy le han hecho el TAC al bueno de Rajú (el niño de paciencia infinita). El electro y el análisis mañana. Maite está fatal pero no pestañea. Estamos de acuerdo en que en España se nos va la fuerza por la boca mientras que en Calcuta se nos va por otro orificio. Vamos, que la diarrea la está matando.

Pero la actividad no se detiene. Hay voluntarios currando a toda máquina en el comedor, rodeados de niños que no paran de revolotear y tocarlo todo (y borrarte todo el trabajo que has hecho en el ordenador, por ejemplo, como le pasó a Pilar C.). Javi, a base de dieta de suero, ya está operativo y no para. Y mientras estamos comiendo nos damos cuenta de que estamos todos. Juntos. En pie. Aquí y ahora. Y reconocemos lo que somos y, así, sin decir nada, nos aplaudimos y nos hacemos una foto después de comer. Porque lo que cuenta es cuántas veces te levantas.

Y, como todos los días, nos vamos a la casa de las pequeñas a cantar. Se nota que ya quedan un par de días para el concierto. Las canciones empiezan a cuadrar. Las nenas empiezan a concentrarse en serio. Y, aunque siguen cayendo broncas, la cosa empieza a ir viento en popa. Y no paramos de sudar. En serio, es una exageración, Moni y yo nos miramos como diciendo es imposible. Es como cantar en una sauna. Pero vestido.

Marta y yo cogemos a nuestro minigrupo (cuando por fin encontramos a alguien que nos abra la puerta del material, la batalla de todos los días) y nos ponemos a hacer dibujo. Hoy, acuarela. Y nos quedamos mirando a las niñas y se nos cae la baba. Tan tranquilitas, cada una a lo suyo.



Y me parece tan fantástico que Marta disfrute tanto, con lo mal que lo ha pasado…

Maite había pensado, viendo que estamos todos hechos papilla y eso, a su vez, nos va obligando día tras día a un sobreesfuerzo, que mañana por la mañana sería día de descanso para reponer fuerzas. Sin embargo, llega la hora de la reunión y salen tres voluntarios para llevar a niños al dentista. Y sale otro equipo de voluntarios para rascar paredes (me voy a mi cuarta batalla campal). Y otro grupo para ir a hacer compras para la fiesta de despedida del sábado. Ole. Estamos como cabras… Por cierto, Silvia se lleva bebidas no sé cuántas botellas de suero y empieza a recuperarse.

Nos vamos al ensayo de los mayores y estoy lleno de energía, por primera vez desde el 26 de julio. Maite y Moni se miran como diciendo qué se habrá fumado este… y le dan las gracias a Conch por su tratamiento online, jajaja.

Así que el viaje de vuelta, en lugar de ser una agonía es un viaje normal, con un cansancio enorme, pero normal. En el metro hace un frío que te mueres, tienen el aire acondicionado a tope. Envuelvo la garganta en mi megapañuelo, me recuesto contra la puerta, como siempre, y me pego una parlada con Oscar. Estamos de acuerdo con que nunca hemos visto al grupo de voluntarios tan machacado (es algo que llevo hablando un par de días con varias personas). Mi teoría –porque siempre me gusta tener una teoría para todo- es que el haber tenido un monzón tan suave y que haya llovido tan poco, hemos sufrido muchísimo más calor que otros años y eso es lo que realmente nos ha machacado. Lo maravilloso de todo es que este año, que estamos muertos de cansancio, es el año que nos hemos puesto a rascar paredes, el año que Moni y yo nos hemos metido una hora extra de coro diaria (aparte de lo que ya llevamos encima). Lo hemos ido sacando todo adelante, cada uno apoyado en los demás en los momentos complicados (y ha habido muchos). El poder del grupo. La falange romana que avanza al mismo tiempo, hombro con hombro, cada soldado protegiendo a los compañeros que tiene a su lado, sin dejar a nadie atrás, como una tortuga monstruosa. La máquina de triturar.  Siento ponerme pesado con la épica y todo eso, pero miro a mi alrededor y eso es lo que veo, la verdad. Un grupo extraordinario.

(A lo mejor se nota un pelín lo orgulloso que estoy de toda esta gente que ha venido a dejarse la piel así porque sí, por todo el morro).

Mientras los demás se van a Sudder, yo tomo mi propio camino. Tengo ejercicios que hacer para mis hombros. Y colada pendiente de ayer. Y escribir. Hoy toca banda sonora de Smashing Pumpkins. Porque yo lo valgo.

Y tengo que dormir.

Tengo que dormir.

Tengo que dormir.

lunes, 11 de agosto de 2014

Lunes 11. HB2U (Mai)


Anoche, a eso de las 22 h. llega Monilyn con antibióticos. Me los acaba de recetar Conch on line… Ole. En fin, tratamiento de siete días. Y lo que dice Conch va a misa. Y vuelvo a dormir.

Hoy es el cumple de Mai. Me levanto a las seis para hacer mis ejercicios de hombro. Mai está abajo. Hecha polvo. Ayer ha vomitado toda la cena. Bonito día de cumple te espera, querida. Llegan Inés, Silvia y lo que un día fue Pilar (ahora es un zombi), que quiere batir el record del mundo de debilidad, pero la vida continúa. Somos todos lo bastante mayorcitos, finalmente.

Aparece Javi en versión walking dead. Diarreazo. Lo lleva con bastante humor, al menos. Se nos van derrumbando los mitos por momentos. Silvia hace lo que puede (aguanta durante el día, fiebre por las noches…). Pero aún estamos en pie, qué demonios. Desayunos gloriosos los nuestros, con antibiótico incluido en mi caso…

Hoy hay equipo de demolición en dos turnos. Estoy en el primero con Oscar, Isa y Pilar C., así que allá vamos, a darlo todo. Sudo y sudo y sudo y rasco y gano. Dos horas a tumba abierta. Tensamos la cuerda. Duele la espalda, escuecen los ojos, duelen las manos –empiezan a estar llenas de heriditas-. Los caminos que nos llevan a la felicidad pueden ser jodidamente retorcidos a veces. Ni margaritas, ni pajaritos trinando, ni arcos iris, ni violines, ni leches… Polvo, sudor, hierro y todo eso (el Cid cabalga).



Llega el segundo turno. Los recibimos con los brazos abiertos (pero estamos tan cubiertos de mugre que no se acercan mucho, jajaja). Nos sacamos el cemento del cuerpo. Tomamos aire. Tomamos agua. Fíjense ustedes qué poco hace falta para sentirse vivo. Aire y agua.

Volvemos al cole. Yo me siento en un silloncito enfrente de la enfermería y me quedo dormido. Jajaja. Seco. Cuando abro un ojo hay una flaquita con el pelo muy corto que me mira muy seria y me dice “uncle sleeping”. Pues claro, cariño, el tío se ha quedado tieso. La siesta del burro.

Arrastro el cansancio de aquí a allá. Como sin hambre. Me queda un poquito de energía para jugar y reírme un rato con las nenas.



Maite aún no ha vuelto del Apollo Hospital (se fue con Silvi y Javi).

Moni y yo ensayamos con las mininenas. Están insoportables y acabamos en un tris de largarnos, pero nos piden perdón y nos piden que les demos otra oportunidad –mientras ya estamos guardando el teclado en la funda-. La massi (una señora super mayor que se lo pasa pipa escuchándonos cantar) también nos ruega que no nos vayamos, incluso me agarra el teclado para que no lo guarde… Me parto.

Después del ensayo, taller. Pilar –que se ha quedado en la cama durante la mañana- se incorpora. Antes morir que perder la vida. O algo.

El nivel del depósito de combustible baja a toda velocidad. El agotamiento me guiña un ojo. Mientras Marta hace dibujitos con las nenas, yo voy bajando con cada una a hacer fotos, porque el taller de hoy consistía en hacer fotos para el calendario. Por cierto, me ha tocado mi mes: noviembre. Mañana colgaré algunas de ellas.




Maite llega al cole a eso de las cinco. Pobriña mía. Se ha llevado a Rajú (andamos preocupados después del episodio del otro día). Mañana le hacen un TAC. También le van a hacer electrocardiograma y análisis de sangre.

Después de la reunión, ensayo. Con las energías ya contadas. También tenemos minibronca porque llegan tarde. Yo estoy tan cansado que cuando hay que cantar a dos voces, pierdo la mía (y se me pierden todos los niños). Vendrán tiempos mejores.

La pobre Mai está hecha migas. Me dice que a duras penas aguanta las ganas de vomitar. Le digo que hoy me voy con ella, aunque sea a tomar un zumo. Y tal cual. Y en el jojos nos juntamos como doce y montamos un superbaile que pasará a la historia. Sí, señor. Yo me como a duras penas un sándwich de tomate y queso. Sin hambre alguna. Me tomo mi antibiótico. A Mai le regalamos un libro con fotos y el dueño del bar, el hombre serio del turbante, le regala una tableta de chocolate. Jaja.

Y se hace tarde. Mañana arriba a las seis y algo. Y me ducho. Y escribo. Así que voy a dormir poco (mierda).

Pero escucho a Lou Reed y me llena de emoción y me reconcilia con todo. Me olvido hasta del cansancio. A perfect day.

Cuánto nos gusta escuchar a los muertos.

domingo, 10 de agosto de 2014

Domingo 10. RECUPERAR EL ALIENTO


He dormido como 12 horas. Aún así, me cuesta levantarme. La fiebre ha desaparecido. De momento. Despacito. Despacito. Me levanto. Lavo la ropa. Me ducho. Tranquilito. Tranquilito. Me voy a desayunar y da la casualidad de que Moni, Mai y Laura también van. Hoy Inés ya no se ha levantado. Touchée.

Es domingo. No hay metro por la mañana. La ciudad firma una tregua. Las calles están tranquilas. El nivel de ruido cae en picado. Pero este domingo, igual que la semana pasada, hay una familia que monta su chiringuito en mitad de la calle. Son un poco como los gitanos de la cabra, pero en lugar de cabra tienen niños pequeños. Instalan una estructura con una cuerda sobre la que una niña muy muy muy pequeñita hace equilibrios. Parece un monito. La maquillan. Supongo que tiene como 5 o 6 añitos pero es tan pequeñita que parece que tiene tres. También hay un niño más pequeño aún que hace contorsiones. Y suena música como de Camela. Y la gente monta un corro alrededor y graban a la niña con los teléfonos y se ríen. A Maite y Moni les cambia la cara. Aprietan los puños. Yo, muy escorpión, como siempre he soñado con cerillas y bidones de gasolina, fantaseo con volar toda la manzana por los aires con un buen chaleco repleto de explosivos. La yihad. Todo a la mierda. No dejar ni rastro. Nada.

Pero la vida continúa. Y desayunamos. Me tomo otro paracetamol. Estamos los cuatro relajados, hablamos, reímos, planificamos. Volvemos a hacer balance de bajas. Uf. Esperemos que mañana la gente esté más o menos recuperada.

Vuelvo a la habitación. Escribo. Leo un rato. Modo de ahorro de energía. Ahora que los médicos se han ido ya no podemos ponernos enfermos tan alegremente, sabiendo que hay una pequeña red de seguridad debajo de nuestros culos. Y sé que algo no va bien por aquí dentro…

Nos comemos un platito de tortilla francesa en la calle. Lo completo con un zumo de lima y piña igualmente callejero. Menú low cost (apenas un euro). Damos una vuelta, compramos unas pulseras de plata para mercadillos y nos vamos al cole.

Estoy un rato lanzando tiros libres con un balón pocho que andaba por ahí. Yo solo. Nada más que lanzar, ir a por el balón, volver a la línea, lanzar de nuevo. Tranquilito. Bajísimo perfil. A los cinco minutos estoy empapado y la cabeza ya me da vueltas. Nos vamos a ensayar con los mayores. Hoy tenemos público. Van apareciendo por ahí, aparte de Inés –que ya es una incondicional-, Maite, Laura, David, Carmen, Silvia, Pilarica… Y cantamos. Y la energía se me escapa entre los dedos como si fuera agua. Los niños tampoco estuvieran para tirar cohetes, cantaron como pollos afónicos, casi como si aquello no fuera con ellos. No sé qué les pasaría hoy.

Como somos muy poquitos voluntarios (y la mitad cogidos con alfileres), pasamos de organizar gincanas y nos decidimos a poner otra peli. Finalmente, hoy era el día en que estaba programada la actividad del cine.

Y entonces ocurre una de esas calcutadas que nos suceden tan a menudo.

Esperamos un montón de tiempo a que traigan el reproductor de DVD y –luego- una alargadera para poder enchufarlo, los niños se colocan alrededor de la tele, hacen ruido, se impacientan… Ok, lo conseguimos. Hoy toca Monstruos S.A. La cosa se conecta y la peli empieza. Silencio. Un montón de ojos que no pestañean. Magia. Y entonces llega una de las manager y nos dice que el Bro ha estado hablando con ella y que los niños no pueden ver la peli porque mañana tienen exámenes y tienen que estudiar. Nos quedamos con la boca abierta. Pero, por favor, no es posible, mira a los niños… Después de hablar con ella como diez minutos, accede volver a hablar con él (nos desaconseja que vayamos nosotros). Al final, nos da media hora más. Flipamos. Así, que los niños ven la peli embelesados, Irenita divino tesoro se vuelve a quedar dormida entre los niños, llegan las cinco y media y a la mitad de la peli, me levanto, paro la peli y les digo que lo sentimos mucho pero el brother nos ha dicho que tienen que ponerse a estudiar. Y, entonces, sucede. Los niños/as se levantan de sus sillas sin rechistar, las colocan en su sitio y se van sin que a nadie le cambie la cara.

(Luego resulta que los niños se quedan en el patio hasta las seis… No entiendo nada).

En fin, recogemos el chiringuito. Mis fuerzas ya están con la luz de reserva. Empiezo a pensar en mi habitación. En mi cama. Y Moni dice que le apetece ensayar también un rato en la casa de las niñas pequeñas. Y me mira y sabe y me dice que me vaya. Ni lo sueñes. Lo de dejar a Moni sola no es una opción. Bueno, tampoco es que estuviera sola porque se apuntaron Maite, Laura, Inés y David, pero digamos que es una cuestión de principios.

En el metro me pongo el termómetro. 38. Guay. Llegamos a la ciudad. Floto como un astronauta disfrutando de la ingravidez (bueno, el personaje de Sandra Bullock no disfrutó mucho en “Gravity”, sino que las pasó más bien putas, pero esa es otra historia). Me pongo en modo Walking Dead, un día más. Compro agua. Llego al hotel medio arrastrado. Me ducho. Agua fría contra la fiebre… Lavo ropa. Una noche más me como un plátano –no me hagan chistes fáciles-, el paraZ, escribo y me preparo para sumergirme hasta los huesos en el país de las maravillas.

Mañana, a las siete, desayuno. Toca tercera sesión de batalla contra las paredes de la muerte. Jajaja. Esta noche cenamos en el infierno…

sábado, 9 de agosto de 2014

Sábado 9. SUPERHÉROES


Fin de semana. No hace falta madrugar. Qué delicia.

He pasado mala noche. Tengo el estómago revuelto y el cuerpo raro. Remoloneo en la cama un buen rato. Leo. Llega Maite y me apunto a desayunar. Hoy me limpian la habitación. Me entra el café y el crépe de nutella, pero el cuerpo sigue raro.

Es un buen día para hacer recuento de bajas. Estamos a rastras. Pilar ya no se tiene ni de pie, así que se pasa el día en la cama. Silvia con la garganta tocada y fiebre durante la noche. A la cama. Marta intenta remontar pero Conchi ha caído con superdiarrea. A la cama. Óscar, Carmen y David se mantienen como pueden. Inés poco a poco se va quedando en nada. Moni flirtea con la fiebre, como yo, pero sigue en pie. Isa con diarrea. Irene va remontando. Resumiendo: aún están bien Maite, Laura, Pilar C y Javier. 4 de 16, un cuarto del grupo está entero, tres cuartos, tocados (pero no hundidos, afortunadamente todavía no hemos tenido que ingresar a nadie en el hospi). Eso es lo que hay. Parece que el fin de semana llega en el momento adecuado, justo antes de irnos a la lona. Dormir. Recuperar fuerzas. Prepararse para el asalto final de la semana que viene.

Yo vivo las cosas así. Como si fueran un cómic. Porque los cómics son la base de mi educación. Siempre he querido ser un héroe. Todo empezó con el jabato y el capitán trueno. El honor. Luego llegó el bombazo definitivo: Mazinguer Z. El camino del samurai. Levantarse y levantarse y volver a levantarse, da igual cuántas veces te tumben, lo importante es no rendirse. Y luego llegó Star Wars y Taxi Driver y Conan (el culto a la brutalidad), los siete samuráis de Kurosawa y el superhéroe con mayúsculas, Batman, el caballero oscurísimo, el poder del odio. Y Sin City junto con los jodidos espartanos de Frank Miller… Es así como vivo todo esto aquí en la India, es normal. Nos reímos de nuestro dolor, de nuestra enfermedad, no nos tenemos en pie y nos levantamos y morimos cada noche y resucitamos cada mañana. Somos superhéroes.

Vuelvo al hotel. Recargo mi tarjeta de Internet. Aún están limpiando la habitación, así que  me voy a la tercera planta. Me conecto con el wifi. Leo un rato mi jilguero (que, definitivamente, va de más a menos). Inés se queda frita sobre un sofá. Seguramente tiene fiebre.

A la una la gente ha quedado para comer pero yo me quedo en la cama un rato. Medio dormido y medio despierto. Me cuesta un horror levantarme. Me voy al cole. Hoy tocaba gincana, pero se pone a diluviar así que improvisamos sobre la marcha y lo sustituimos por una sesión de cine (Gru). No conseguimos conectar el ampli, el proyector y toda la pesca, así que acabamos poniéndolo en el comedor. Estoy más cansado que un perro y no soy el único. La gracia del día es que después de estar media hora con el mando de la tele para arriba y para abajo, resulta que no tiene pilas. Ole yo. Irenita divino tesoro se queda dormida rodeada de niños que siguen la peli con los ojos como platos.

Acaba la peli. Nos replegamos. Los mayores están jugando al basket a toda caña (con el suelo mojado en plan pista de patinaje). Han mejorado mucho estos años. Y físicamente son un verdadero portento. Algunos juegan con zapas y otros descalzos. ¿Espartanos, eh?, me dice Irene. Claro. Suelo observar mucho a los indios. No al indio redondo y blandengue, con la barriga cayendo en cascada desde la (apretada) cintura del pantalón. No. Al indio enjuto. A primera vista parecen enclenques. Pesan 20 kg menos que yo. O menos. Pero te fijas bien y no tienen un gramo de grasa. Son solo fibra (roja) y tendones. Duros como una piedra. Flexibles y correosos como el puto cuero. No te la juegues con un indio porque están acostumbrados al sufrimiento y la privación. Tiene que ser como pegar a los cables de un ascensor. Y nuestros niños son así. Una colección de músculos y cicatrices. Duros y rápidos como un látigo. Otro puñado de superhéroes.

Volvemos a Calcuta. Yo me voy directamente a la habitación. Son como las siete y pico. Caigo como una piedra, sin desvestirme, tal cual entro por la puerta. Una hora después, me despierto, me como un plátano y un paracetamol. Tengo tiritona. 38.3 º. Me meto en la sábana saco y –en brazos de la fiebre, que dirían los Héroes del Silencio- surfeo en el maravilloso mundo de los sueños.

viernes, 8 de agosto de 2014

Viernes 8. BATALLA 2


Se acaba la semana. Vamos a ello en plan kamikaze, con todo (lo poco) que nos queda en el depósito. De nuevo operación rasca y gana (rasca la pared y gana un dolor de espalda, por ejemplo). Hoy me acompañan David –que tiene la diarrea casi bajo control-, Pilar C. (señor, sí, señor) y Javi (juventud, divino tesoro). Por cierto, Irene ya está bien y hoy ya va al cole. Con la sonrisa intacta, por cierto, lo cual es una bendición.

Hemos quedado una hora más tarde. Tampoco tiene mucho sentido madrugar para estar un par de horas rascando paredes. Así que allí estamos los cuatro, desayunando. Listos para la paliza.

Hoy es uno de esos días nubladitos. Miras al cielo y dices hoy el monzón se va a quedar a gusto. Y efectivamente, nos pilla el chaparrón en pleno viaje en rickshaw. El tío nos pone los plásticos laterales y convertimos el chisme en una sauna. Y me digo yo que somos unos privilegiados, ¿conocen ustedes mucha gente que se vaya al spa antes de ir a trabajar? En fin, a los cinco minutos estamos como tomates en un invernadero, no ya chorreando, sino fermentando, así que corremos los plásticos y si hay que mojarse, pues nos mojamos.

Tengo que reconocer que después del palizón de ayer, el de hoy no me ha parecido tan duro. Como si el cuerpo te dijera esto ya me lo conozco, ¿no tienes algo más jodido? Sudo como uno de esos grifos que, te pongas como te pongas, no paran de gotear. Mientras rasca-rasca, plic-plic y así durante dos horas. Mis compas van a saco, igualmente. Jodidos espartanos... Hoy hemos acabado una habitación bastante pequeña y hemos hecho un trozo de otra. Continuará.
 


 
Nos duchamos. Duele la mano. Duele el hombro. Duele la espalda. Nada nuevo, vamos. La cantidad de mierda que sale es algo digno de ver. Sigue diluviando ahí afuera. El campo de deporte está inundado.

Tenemos un rato para decir hola en la enfermería y sentarnos un rato a jugar con las chiquitinas que andan pululando por ahí. Una delicia.


Por cierto, ayer se me olvidó decir que hubo huelga de taxis y aún así Silvia se consiguió llevar a los niños al oculista y volver. Un verdadero milagro. Y, más difícil aún, Moni consiguió ir al Apollo Hospital a dejar un cheque y volver (a base de empalmar autobuses…). Hay que ver qué desenvuelta es la gente.

Hay gente con la garganta regulera, flirteando con la fiebre. Una de las trampas de Calcuta, como ya he dicho alguna vez, son los aires acondicionados. Entras empapado al metro, te toca vagón con aire acondicionado y castañazo. Entras empapado al hospital (cualquiera de ellos) y zas, bofetón de aire acondicionado. Así funciona esto.

Parece que vuelve a estar todo el grupo junto. Hay mucha gente cogida con alfileres (Isa, Óscar, Pilar, Silvia, Inés, Carmen, Marta…), pero ahí están, al pie del cañón. El camino del samurai y todo eso. Pilarica me encanta; le preguntas qué tal va y te dice muy bien, he tenido que pegarme dos carreras al baño que casi no llego, pero bueno, muy bien. Este país nos endurece tanto que a veces me entra la risa. En todo caso, el cansancio se ve claramente en la cara –sonriente, sin embargo- de todo el mundo.

Comemos, cantamos con las chiquitinas, hacemos los talleres (hoy nos toca hacer máscaras con platitos de cartón). El tiempo se pasa volando. Ya llevamos dos días que nos dan las cinco y media y no hemos empezado a recoger, jaja.

A la hora de la reunión, uno de los niños mayores (Rajú) se desmaya y tiene un ataque epiléptico. Conch y Mich lo atienden y salen disparados al Apollo (en un rickshaw!!!). Una manera curiosa de despedirse de Calcuta (se van mañana por la mañana prontito).

Mañana, tregua. No hay actividad por la mañana; se pensaba poner vacunas pero al final se ha cancelado. Podremos dormir y mirar al techo cuando nos despertemos. Y los medio enfermos podrán recuperar fuerzas. A las tres de la tarde, nos pondremos a preparar una gincana que comenzará a las cuatro. Ya veremos si está diluviando o no, que esa es otra…

Y un nuevo ensayo con el coro. Moni tiene la voz un poco rota, pero aguanta el tirón, como siempre. Hay que ir preparando repertorio y concretando cositas porque el viernes (que es fiesta) actuaremos en el cole. ¿Un poco de estrés? Quizás.

Y volvemos. Sigue diluviando. Maite está agotada, necesita descansar y dormir y descansar más. Yo estoy de viernes, es decir, no cuenten conmigo. Me voy a mi habitación. Mañana, a improvisar.

jueves, 7 de agosto de 2014

Jueves 7. BATALLA




Hoy me despierta mi Iphone (ruge Blur con su Song nº 2). Se acabaron las chorradas. El cuerpo ya empieza a llegar al límite. Seis y cuarto de la mañana. Preparo la mochila (ropa de recambio incluida). Ya sé de antemano que va a ser un día muy largo. Por cierto, tengo en el brazo izquierdo uno de esos sarpullidos mutantes que me salen de vez en cuando (sobre todo aquí, en la India).

Desayunamos a las siete. En mi equipo, Óscar, Carmen y Conchi. Gente dura.


 

Irene sigue enferma. Pilarica se ha puesto enferma durante la noche, pero está ahí, blanca como la nieve (Blancanieves), más muerta que viva. Hay que ver qué dura se nos ha vuelto la niña. David está entre Pinto y Valdemoro, anoche tenía diarrea pero se aferra a la vida con uñas y dientes (por no decir que se aferra a sus heces). El edificio sigue en pie aunque se va resquebrajando poco a poco.

Hoy toca rascar cemento. Se suponía que íbamos a pintar, pero nos encontramos con paredes absolutamente cubiertas de chorretones de cemento, así que desde el martes los equipos que van a currar a la casa de los niños mayores se dedican a penar.

Y allá vamos. Hoy el calor es terrible, no sabes qué hacer con él, imposible sacártelo de debajo del pellejo. Caminamos y caminamos hasta llegar a la casa. Yo llego ya empapado. Óscar y yo dejamos las camisetas. Pañuelos a la cara. Parece que vamos a una guerra (de guerrillas). Nos metemos en una habitación, cogemos unas herramientas con las que no sabes bien si reírte o llorar y empezamos a rascar. Música de Macaco de fondo. Concentrados en nuestros trocitos de pared, rascamos y rascamos y rascamos. Y al cabo de un rato ya empieza a dolerte la mano. Y luego el brazo. Y sudamos de una manera increíble, pero no podemos encender el ventilador con la que estamos montando, así que seguimos rascando y sudando dentro de una enorme nube de polvo que se va quedando pegado en la piel sudorosa. Y empieza a doler la espalda y te desesperas porque te das cuenta de que tampoco has avanzado gran cosa. Y un rato sobre la escalera y otro rato abajo. Y el polvo en los ojos. Carmen sale corriendo. Tiene diarrea. Se va diluyendo como un azucarillo. Después de un rato sale corriendo a vomitar. KO técnico.

Quedamos tres. Seguimos rascando. De vez en cuando corre una botella de agua (vista y no vista) para evitar, al menos, la deshidratación. Y rascamos y lijamos y rascamos más y lijamos. Después de dos horas sin parar, la habitación queda finiquitada. Tenemos la impresión de que si seguimos con otra, salimos con los pies por delante, así que decidimos parar y pegarnos unas duchas. El agua corriendo sobre la capa de mierda que se me ha ido acumulando. Qué delicia. Y qué agotamiento. La mano me late. El sarpullido del brazo está fosforito y el dolor de espalda empieza a ser insoportable. La batalla de Kobardanga, señoras y señores.

 

Volvemos al cole. Llego con la camiseta empapada de arriba a abajo. Demasiado calor. Pilar Blancanieves yace en la enfermería. Aguanta las arcadas como puede. Maite y Laura trabajan a plena máquina con las listas de vacunas, que deben de ser un caos (claro). Manosi me pone hielo en el brazo y luego una crema. Estoy un rato por allí tirado hasta que llega la hora de comer. Con el dolor de espalda me pasa como con el calor: no me lo saco de encima.

Y luego, coro con las pequeñas (cada día un poco mejor). La buena noticia es que Marta aparece después de comer. Bueno, el fantasma de Marta. Pobriña. En todo caso, por fin vamos a tener una sesión de taller completa los dos juntos.

En teoría hoy había que plantar árboles pero la cosa quedó en proyecto. Marta y yo nos dedicamos a terminar y pulir el trabajo de ayer con el Principito. En el ratito que nos sobra nos pegamos un buen ensayo de la canción del flashmob. Las niñas se lo pasan pipa. Marta, a la segunda bailada ya no se tiene de pie. Hasta aquí hemos llegado. A pesar de todo, está contenta y creo que ha disfrutado del rato con los niños.

Después de la reunión, coro con los mayores. Avanzamos y avanzamos. Siguen aprendido sin parar. Aunque de vez en cuando hay que ponerse serios con ellos, a Moni se le nota en la cara que está orgullosa. Esa mirada delatora…

El viaje de vuelta se me hace largo. Estoy fundido. En teoría hoy había una cena en la terraza del hotel, pero francamente no estoy para nadie.

Ejercicios de hombro. Ducha y colada. Por cierto, digo todos los días lo de la ducha y la colada como una rutina sin más. Sin importancia. Y la verdad es que es como mi momento para mí solito, momento para lavar tranquilamente, sin prisas, reencontrar mi cuerpo y reconciliarme con el mundo. Momento de estar limpio. De ponerme crema hidratante en la cara. De sentarme frente al espejo y respirar. Un ratito maravilloso de enorme valor simbólico después de jornadas de 13 o 14 horas de no parar.

Y después de la ducha, a escribir.

Y ya.

miércoles, 6 de agosto de 2014

Miércoles 6. LITTLE PRINCE


Me despierto alrededor de las seis, un poquito antes que el despertador. Aprovecho para ducharme y hacer la colada que no hice ayer. No me abandona la sensación de agotamiento. Desde el primer minuto del día.

Desayunamos a las siete de la mañana. Irene (juventud, divino tesoro) también está enferma hoy. Marta sigue sin poder ni salir de la habitación. Ok, ya nos arreglaremos, además no tengo fiebre (toquemos madera).

Llegamos al cole más que puntuales. Me toca dentista con Pilarica y Laura. Nos llevamos siete nenes.
 

 
Intentamos, en vano, que los taxis nos vengan a buscar aquí. Al final, nos toca lo de siempre, coger a los niños, llevarlos hasta Kobardanga y buscar taxis. Salimos a eso de las nueve. A las diez y cuarto aún no tenemos taxi (aunque los de oculista ya, por fin, han conseguido salir). El arte de perder el tiempo en la India. Y gracias que no está diluviando.

Hago el truco del indignado, me voy donde están los fulanitos que coordinan la parada de taxi –o lo que sea- y les vocifero un rato (esto es una p… vergüenza, da asco, llevamos aquí más de una hora con un montón de niños, ¿es para cuándo? ¿para mañana?...). Lenguaje verbal, lenguaje corporal, la mirada de la muerte… el paquete completo. Luego viene Laura, todo apurada y me dice algo como tranquilo, que seguro que viene alguno. Y yo, tía que es cuento para que se den maña… jajajaja y me dice, ah, vale, pues sigue entonces un rato… jajajaja

 

Bueno, el caso es que empiezan a llamar por teléfono, otro sale a la carretera a parar los taxis por mí, que no me preocupe, que se ocupa él… Laura y Pilar salen primero con un niño y dos niñas. Como diez minutos más tarde consigo salir yo con dos niños y dos niñas.

 

Uf. Llegamos al dentista a las once (calor insoportable, ruido, atascos, los niños medio mareados…). Laura y Pilar no están. Ya empezamos. A saber dónde se las han llevado. Los niños están tranquilos leyendo y descansando. Después de un rato largo, como 15 o 20 minutos, llega el resto del grupo. Efectivamente, el taxista se ha perdido y les ha mandado al quinto coño y han tenido que dar la vuelta… rutina, vamos.

Los niños se portan bien, aguantan como jodidos espartanos las torturas en el sillón del dentista. Ni un grito. Ni una lágrima. A Rohit le arrancan una muela. En un momento dado, ponen la tele en la sala de espera y se quedan pegados, boquiabiertos, viendo los videos horteras de Bollywood. Guay. 8500 rupias (un poco más de 100 euros los siete niños). Vuelta a casa.

Paramos un taxi y Laura y Pi se van con cuatro esta vez. Me quedo con tres, así le compro el helado a Rohit (ya que se lo ha dicho el médico por lo de la extracción…) y también un par de medicamentos. La farmacia la encuentro pronto, pero el helado nos obliga a caminar un buen rato. Sin embargo, el taxi… uf, qué odisea. Qué puñetero horror. Cuando, después de muchísimo esperar, se para uno me dice que es que tiene que irse a comer, otro te dice que no sabe dónde está Kobardanga, otro te dice que son 300 (y le respondo que tenga dignidad, jajaja)… En fin, para volverte loco.

Al final un fulanito me dice que 120 y le digo que 150 si me lleva al cole. Menos mal. Los niños se quedan dormidos en el coche a los cinco minutos, como casi siempre. Están muertos.

Llegamos tarde, las 14.30 h, pero bueno, me da tiempo a comer y llegar a la sesión de coro con las pequeñitas. Dan una guerra de mil demonios, pero la cosa cada vez va saliendo mejor. Progresamos. A las 16 h, taller. Como no está Marta, me ocupo yo solo (ya por el patio algunas niñas me preguntaron si hoy habría taller porque como ayer no estuve…).

Les cuento así por encima la historia del principito y la verdad es que se quedan embobados escuchando. Nos hacemos los dibujos y selecciono los dos párrafos. Gracias a la ayuda de Silvi que me deja su principito imprimido porque mi pendrive con todos los archivos dentro lo tienen los médicos (espero). Aunque un dibujo queda sin acabar de colorear, la cosa sale bien. Espero que mañana podremos dejarlo bien terminado.

Hoy era el día de Chus. Finalmente es suya la idea del libro del principito. Lástima que no esté aquí porque habría disfrutado especialmente. Por cierto, Pinki sigue preguntando por ella a los voluntarios. Necesita comprender por qué Chus ya no viene. Y lo pregunta muy muy seria y mirándote a los ojos… Ay.

Mini-reunión. Me voy a comprar agua (estoy al borde de la deshidratación). Sesión de coro de los mayores. Me bebo tres cuartos de un trago. Uf. Aunque hoy andan bastante revueltos y desconcentrados, avanzamos a buen ritmo con ellos. Todo lo que les vamos enseñando lo incorporan rápido.

Ya en Calcuta me bebo el resto. Aún tengo sed. Vemos un rato a Pinku. Pillo otro pañuelo de los largos. Me compro más incienso anti-mosquitos. Cambio algo de dinero. Ceno en el jojos, aunque no me apetece nada. Y con el grupo de indios vociferando al lado, mucho menos.

Se nos hace tarde.

Nos retiramos.

Lavo y me lavo.

Y escribo.

Y son las doce.

Coño.

martes, 5 de agosto de 2014

Martes 5. EN LA INDIA SIEMPRE TIENES DÍAS ASÍ


Me levanto a las seis y pico (aunque llevaba remoloneando como una hora). A Inés le da mucha pena despertar a fulanito, así que abro la puerta y allí está ella con cara de pena, jajaja. Bueno, pues despertamos a fulanito y nos vamos al Blue, donde nos encontramos con Oscar y Conchi. Al rato llegan Javier e Irene (juventud, divino tesoro). Ya estamos todos (ya estemos, señorita, que dirían los gitanos de Pilar), tres a dentista y tres a oculista.

Llegamos al cole a la hora prevista –a las nueve-. Hay mucha agitación. Están esperando a los médicos desde no sé qué hora. Nos preguntan a nosotros. Ni idea. Hay que llevar al hospital a la gente de Sunderbans (más tarde me enteré que los médicos estaban esperando en el hospital. Un nuevo episodio de “diálogo para besugos”). Necesitamos las listas de los niños que nos llevamos y las direcciones de los hospitales.

Entre unas pijadas y otras, perdemos más de media hora. Hoy no hay ambulancias para llevarnos. Mierda. Nos cogemos a los 14 niños (6 dentist, 8 eyes doctor) y nos vamos andando hasta Kobardanga, donde nos deja el rick. Allí hay una parada de taxis. Llegamos y solo hay uno. Necesitamos 4. Preguntamos, discutimos (sobre todo los tres niños mayores, que nos hacen de traductores/portavoces y lo pelean todo, como siempre), nos piden 300 rupias por el viaje, me desespero… Llega un segundo taxi, nos pide más porque es más nuevo y tiene aire acondicionado. Seguimos perdiendo un tiempo precioso. Nos enfadamos y decidimos irnos a la parada de rickshaw para que nos lleve a Uttankummar (donde cogemos el metro) porque allí sí que hay muchos taxis. Llegamos allí y la cola para coger el rick es enorme. Doy gracias porque no está lloviendo, entonces sí que sería una señora odisea del todo. Mientras nos quedamos allí con los peques, Oscar se va de nuevo con los tres mayores a pelear otro rato con los taxistas. Para mi sorpresa, vuelve diciendo que nos dejan a 200 rupias cada taxi. No está nada mal.

Entonces, mis chicos del oculista se dividen en dos taxis: en uno va Javi con 4 niños y en otro vamos Conchi y yo con dos niños pequeños. Un taxi sigue al otro y le va indicando, pero tras casi una hora de viaje, cada taxi nos lleva a un lugar diferente. Bajamos, esperamos un montón de tiempo, no vemos venir a los otros (que estaban en el hospital correcto, por cierto), compro agua y galletas, seguimos esperando… Nos damos cuenta de que ninguno de nosotros tiene la tarjeta de teléfono india. Guay. Me subo con los niños (octava planta) mientras Conchi espera abajo, por si acaso. Porque estamos convencidos de que esa es la clínica.

Cuando llego arriba, me dicen que no es allí, que hay que ir al otro edificio. Y es entonces cuando me doy cuenta de que el oculista es donde siempre, no es uno nuevo, como creía. Bajamos, cogemos a Conchi y nos vamos al otro lado. Pero como aparte de estar desorientado, me dan la explicación al revés, salimos en dirección contraria. Para vernos. Pregunto a un policía, me manda para atrás y resulta que no encuentro a Conchi con los dos niños. Tengo un momento de vértigo, allí en mitad de la calle: he perdido a todo el grupo, no me lo puedo creer. Miro el teléfono y tengo unas cuantas llamadas perdidas (pero al número español). Después de un rato buscando, me voy al hospital. Llego empapado. Y el aire acondicionado cantando ópera. Ag. Todo el mundo está allí, así que ya puedo respirar hondo. Es tarde, así como las doce, pero las cosas vuelven a su lugar. Además, sorpresa, también han venido Noelia y Vicky, que parecen ya, por fin, recuperadas, que se quieren llevar a uno de los seis niños al Apollo para que le vea un dermatólogo porque le ha salido una mancha muy extraña en la lengua.

Ya se me había olvidado lo desesperantemente lento que es ir al oftalmólogo. Examinan a los nenes en unos pequeños cubículos y a algunos les echan las gotas fatídicas de la muerte (drops). Eso quiere decir que van a estar un montón de tiempo sentados con los ojos cerrados mientras se les va dilatando la pupila. Bueno, pues vamos entrando los voluntarios con los niños. Los dos pequeños van a la planta de arriba, la de pediatría. Y resulta que cuando prácticamente todos han terminado, a uno de los dos peques, Ibrahim, le tienen que poner la gota de la muerte. Es como un troll en miniatura: un pequeñín gruñón, cuadradote, con el pelo naciéndole casi desde las cejas y cara de mal humor. Además, es del cole bengalí y no habla inglés. Ya de entrada no quería venir al hospi y casi hubo que perseguirle y traerle a rastras y medio llorando. Y allí está, todo cabreado, con la gota de la muerte. Dice, no, no, go. Es superdivertido, hasta le agarra la mano a la enfermera mientras le echa las gotas. Se agita, se frota los ojos, los abre… Uf. Y, claro, alguien se tiene que quedar con el minitroll (para entonces las dos doctors ya se han llevado al mayor al otro hospital). Les digo a Conchi y Javi que se vayan con los otros niños y que avisen de que yo no sé cuándo llegaré.

Y cuánto me arrepiento de no haber cogido el ebook conmigo. Eso me recuerda una cosa muy graciosa que nos pasó en el aeropuerto y se me olvidó contar. Me pongo a pesar las maletas en facturación (ya habíamos facturado on-line, de hecho) y cuando me pesa la maleta de cabina (9.5 kg) el tío me dice que cuando vaya a la puerta de embarque, me saque un libro y me lo quede en la mano. Y yo ¿qué? Y él sí, un libro. Y yo ¿saco mi ebook? Y él no, quiero decir que te pasas de peso, que son 7 kg, no 10, y nosotros, mondados de la risa, ya nos parecía que hacías tú mucha promoción de la lectura…

El tiempo en la sala de espera con el minitroll se me hizo tan eterno… y eso que el tío, a fuerza de estar con los ojos cerrados, se quedó dormido un buen rato. Bueno, de hecho, nos quedamos dormidos los dos. Pero cuando se despertó… qué gruñón.

A fuerza de esperar y esperar y esperar, acabaron atendiéndonos, le graduaron, necesita gafas y hasta luego. Me llevo al bicho a comer algo a eso de las tres y media o así. En un garito que está enfrente pedimos una pizza para compartir. El troll se pone nervioso porque también tiene que esperar la comida. Y gruñe. Y dice que se quiere ir… Uf. Por fin llega la pizza con los platos. La separemos y come su parte a la manera bengalí: echa el contenido de la pizza sobre el plato, le echa las tres salsas que tenemos por allí (normal, picante y picante que te cagas), le da unas cuantas vueltas con la mano para mezclar y se lo va comiendo a puñados, jajaja. Es para verlo. Luego, utiliza la masa como pan y va rebañando. En fin, desde luego, deja el plato limpio (y las manos… jajaja, como un poema).

Pagamos y salimos a la calle. Hora de parar un taxi… Ay, debe de ser hora punta o algo porque no hay manera, es imposible, todos vienen con gente. Cuando después de mucho esperar uno se para, le digo Kobardanga, me mira como diciendo no sé de qué me hablas y se pira. El minitroll está desesperado, hace incluso el amago de irse andando. Normal, demasiadas lecciones de paciencia para un día…

No sé cuánto tiempo pasa hasta que conseguimos el taxi, pero creo que mucho. Sin embargo, de alguna manera, el viento sopla a favor porque le digo al tío que me ponga el taxímetro y me dice vale (!!!!) y en cuanto nos sentamos dentro, se pone a diluviar con todas sus ganas. No está tan mal, pues (me imagino estar media hora esperando taxi con el bicho bajo la lluvia y me entran los siete males).

El nene, agotado de haberse pasado todo el día gruñendo, se queda dormido. Para mi sorpresa, el taxista no intenta timarme en ningún momento (ahora, en la soledad de mi habitación, me llevo las manos a la cabeza por no haberle pedido el teléfono). Llegamos a las cinco y media (bueno, él se va a la casa de New Light). Marta tampoco ha estado en el cole (debe de estar bastante jodida), con lo cual nuestro grupo hoy ha desaparecido, lo han ido absorbiendo otros grupos, además, me he perdido el coro de las pequeñas, que por cierto, hoy ha salido muy bien, parece ser. Uf, qué día.

Hacemos reunión, hilamos los planes de mañana (me toca dentista), hacemos un mega ensayo del flashmob en el patio y me voy al coro de los mayores. Por cierto, parece que lo del grupo de pintura ha sido épico. Recomiendan a los siguientes llevar ropa de recambio (incluida ropa interior).

El ensayo sale igual de bien que ayer. También hoy se viene Inés (que está muy enganchada). Al final, prácticamente las siete, llega del Apollo Hospital el pobre Rajú. Más muerto que vivo.

Volvemos Moni, Irene, Mai y yo. Por el camino, Moni me dice que se me ha olvidado contar la superescena del botellón en Sunderbans, así que allá va:

Explicaba yo que en aquel paseo del sábado (el de tres horas) estuvimos visitando un mercado y se nos unieron un par de profesores. Pues lo que no conté es que nos ofrecieron beber algo fresco, dijimos que no amablemente pero ellos insistieron con una risita nerviosa y acabamos diciendo vale. Y el caso es que nos llevaron a una choza en la que compraron una botella fresca de litro de ese zumo de mango que venden en los supermercados (de aquí), no nos dejaron pagar y, con los ojillos brillantes, nos llevaron al camino –medio a oscuras-, nos hicieron hacer un círculo y empezamos a beber de la botella. Bebías y se la pasabas al de al lado y así hasta que se acabó. Nos miraban con cara de ¿cómo se os ha quedado el cuerpo? ¿a que no os esperabais una pasada así?, excitados como si estuvieran rompiendo el último tabú, como quincieañeros que van a conocer a una estrella porno, yo qué sé. Lo que os digo, de verdad, una superescena.

En fin, cuando llegamos a la “civilización” de Park Street yo me voy al hotel, en lo que ya empieza a parecer una rutina, mientras las otras tres se van a Sudder. Hago los ejercicios de hombro, y cuando estoy en la cama haciendo los estiramientos se me funden los plomos. Puf. Me despierta alguien llamando a la puerta. Silvia y Pilar. Son las once menos algo, mañana quedamos a las siete menos diez.

Así acaba la jornada, escribiendo a destiempo. La ducha y la colada serán para mañana porque ahora son ya las doce y en cuando cuelgue todo esto, no pienso mover más un dedo.

Por cierto, hoy no tengo fiebre.

lunes, 4 de agosto de 2014

Lunes 4. PRIMERA ETAPA


Me despierto a las cinco y algo. Remoloneo. De nuevo entre el sueño y la vigilia. He soñado que tenía fiebre. Me toco la frente. Es posible que tenga fiebre. Sigo remoloneando. A eso de las siete empiezo a moverme. Ducha fría y demás preparativos.

A las ocho nos vamos a desayunar donde siempre (día de la marmota). Mañana a las ocho muchos tendremos que estar ya en el cole, así que habrá que darse mucha caña. Definitivamente siento que tengo fiebre, así que después de desayunar me tomo otro paracetamol.

A las nueve estoy en el hotel esperando al Bro porque nos vamos a comprar pintura. A las diez menos cuarto aparece el Bro. Llego tarde, dice. Vaya, no me había dado cuenta. Nos vamos en la furgo. La puerta de atrás, que es corredera, va atada con un pañuelo al asiento del copiloto, que es el de la izquierda, recuerden que en este país se conduce por el lado equivocado, como diría Woody. Diluvia un buen rato.

Llegamos al chiringuito de la pintura. Así que allí estamos los tres, el Bro y yo sentados en nuestras sillas y el vendedor, al otro lado de la mesa, sentado en la suya. Nos miramos. Entonces Bro hace ese gesto suyo tan magnífico: me señala con las dos manos abiertas y las palmas hacia arriba. En plan, tú sabrás, chaval. Jajaja. Claro, yo de pintura sé lo mismo que de lo demás, prácticamente nada. Bueno, tras el susto inicial, lo vamos hilando entre los dos: pintamos de blanco el techo y elegimos un color para las paredes, todas igual (sin florituras, vamos). Me pasan un tocho con cientos de colores y después de darle un par de vueltas (verdes? amarillos?), y por eso de no complicarme la vida, me decido por un clásico azul clarito. Quién me ha visto y quién me ve. Pillo unas brochas y unos rodillos. Modelo indio, no digo más. Con el lote van dos garrafitas de disolvente y un pequeño bidón de una cosa que parece que hay que dar antes. Hm. El Bro dice que se da primero, se espera cinco minutos y se pinta. El bidón dice que hay que diluir con no sé qué líquido y esperar 7/8 horas después de aplicar. Ok. Menos mal que mañana no me toca pintar, jajaja.

Le dejamos a deber al tío cerca de 4000 rupias, pero bueno, de todas las maneras mañana hay que recoger la pintura azul.

Ha pasado ya media mañana con la pijada. Todo va tan infinitamente lento aquí… Al menos nos han traído un té y nos han regalado unos bolis para los niños. Hm. También hemos tenido tiempo el Bro y yo de hablar un poco sobre cómo es la vida en un país musulmán. La verdad es que me ha hecho cien preguntas y ha sido divertido. Aunque no sea más que por lo raro que es intercambiar más de tres palabras seguidas con este santo varón.

En el cole los voluntarios están haciendo la ronda para conocer las instalaciones, saludar a los profes y nos vamos también a visitar la casa de las niñas pequeñas, la de los niños pequeños y la de los niños que van al cole bengalí.

Para los nuevos voluntarios, su primer contacto con el proyecto, con las sonrisas de los niños… por cierto –lo siento por estropear la estampa-, mi compa Marta se va por las patas, así que cada vez que entra en un edificio lo primero que hace es visualizar dónde está el baño.

Comemos a las dos, hacemos un poquito de descanso de sobremesa y antes de las tres Moni y yo nos vamos a la casa de las chiquis para nuestro primer ensayo con ellas. Aquello es un aquelarre. Las niñas están como peonzas, se mueven de un lado para otro, se suben en las mesas y sobre todo gritan, gritan como locas. Enchufamos el teclado y todas lo quieren tocar. Ay. Nos cuesta dios y ayuda (y la virgen maría y toda la familia, vamos) empezar la primera canción. Qué desorden. Las niñas vienen, van, vuelven a venir, hablan o se gritan entre ellas… Viva el caos. Moni me mira y me dice que estoy blanco. Guay, solo me falta desmayarme. No paro de sudar. Bebo agua. Seguimos luchando contra los elementos. La hora se nos hace eterna pero las nenas acaban aprendiendo algunas canciones. Esta Moni…

Recogemos y nos vamos –teclado al hombro- al cole. Empalmamos con los talleres. Subo con Marta al aula. Los niños están nerviosos: entran, salen, aparecen, desaparecen, no paran de moverse de un aula a otra, así que esto de las listas posiblemente no nos sirva para gran cosa. Marta ya se cae a cachos. Al ataque.

Empiezo a poner Nivea en la cara a las nenas. Los niños han desaparecido, excepto mi Soidul Molla (el niño al que operaron de un ojo el año pasado), que anda revoloteando alrededor. Poco a poco las niñas van entrando en el juego. Finalmente, pintarse la cara es divertido. Sombra aquí, sombra allá, maquíllate, maquíllate. Mi mami se lo habría pasado bien (solo en este preciso momento, claro). Las mayores pintan a las pequeñas y la verdad es que lo hacen realmente bien. Ya colgaré alguna foto. Marta desaparece definitivamente porque empieza a estar jodida de verdad. Aparece mi Silvita para echarme una mano. Bieeeeeeen.
 






 

En el último rato de la sesión, empiezo a enseñar el baile del flashmob al grupo. Al principio a todas les da vergüenza pero poco a poco… Aparece de nuevo Soidul y cuando se entera de que hay que bailar dice: Nooooo, me only baskeeeeeet!!!!! Pobriño mío, jajaja, cuánto le comprendo, pero bueno, hay que tomárselo como un reto.

Tenemos una pequeña reunión tras los talleres, preparamos un poco el trabajo de mañana y tal (me toca oculista con Javi y Conchi) y Moni y yo volvemos a empalmar con la segunda sesión de coro. Ole.

A pesar del agotamiento –y para mi sorpresa-, este rato resulta el mejor del día: los niños/as mayores están tranquilos, les apetece cantar y se acuerdan bien de las canciones de los años anteriores. Les enseñamos una canción nueva que no es fácil y les entra de maravilla. Inés sube a vernos y se queda con nosotros. La hora pasa a toda velocidad y por ellos seguiríamos cantando otra hora más. Por nosotros no, jaja, así que recogemos y nos vamos. Aún hay un montón de voluntarios por ahí. También han llegado los médicos –que se han pasado todo el día en el Apollo Hospital-.

Hora de recoger el agotamiento, meterlo en la mochila junto con todo lo demás y caminar de vuelta a casa. El mismo paseo nocturno junto a los árboles, el relajante trayecto en rickshaw, el tramo en el metro en modo zombi, el último cachito hasta el hotel. Los demás van a Sudder. A mí solo me falta poner el cartel de No Molestar en la puerta.

Aún me quedan los ejercicios para el hombro (que llevo retraso), la colada-ducha y ponerme a escribir.

Creo que por hoy ya he tenido bastante.