sábado, 15 de agosto de 2015

Sábado 15. FIN DE TRAYECTO


La penúltima noche es tranquila y plácida. Anoche estaba tan cansado que ni siquiera intenté ponerme a escribir, sabiendo que hoy no había que madrugar. Las energías me dieron para una ducha sin colada y nada más.

Me tomo las cosas con calma. Si en estas tres semanas me he dedicado a reservar energías, hoy con mucho más motivo. Diluvia a mares en Calcuta. Si alguien espera que diga que el cielo está llorando porque nos vamos, puede esperar sentado. Escribo un rato. Bajo a desayunar con el grupo a las nueve. Ya ha parado de llover. El último desayuno es en el Blue Sky, que aunque está en Sudder también tiene el encanto de los viejos tiempos (cuántos desayunos con los malarones sobre la mesa y el parte de deposiciones de cada voluntario…).

Cambio un poquito de dinero para las comidas de hoy y el taxi de mañana. Remoloneo un rato por la tienda de los hermanos.

Hoy es el cumple de Fátima. Muy “chic”, cumplir años el día de la Independencia (una palabra muy bella, por cierto, merece ser escrita con mayúsculas). Estos chicos viven los cumpleaños con bastante ilusión. Les sigo un poco la corriente y firmo en el cuadernito que le han comprado. El grupo respira química. Me alegro de que ahora vayan a viajar juntos.

Vuelvo al hotel a terminar de escribir la entrada de ayer. Con la calmita.

A la una hemos quedado para comer una pizza. Con estos chicos tampoco se puede complicar el plan mucho más que sota, caballo y rey…
 
 
Y hacemos nuestro último viaje al cole (al menos, como grupo, porque la semana que viene habrá aún gente pululando por aquí). La misma rutina. Como es fiesta, hay mucho menos tráfico y todo fluye más ligero.

Llegamos al cole a las tres y hacemos dos grupos: grupo cocina y grupo expo. Los primeros, preparan los sándwiches de nutella y demás (patatas fritas, bebidas…). Mi grupo baja las cositas que se han ido preparando a lo largo de estas semanas para exponerlas a la entrada. La mayoría se encuentran en bastante mal estado: abanicos medio rotos, potatos sin ojos y sin que les haya crecido césped, móviles-atrapasueños inacabados… pero bueno, son las cositas que han hecho los niños, tampoco nos importa mucho la perfección.

Unimos los murales en blanco y negro (menos uno, que ha desaparecido) y también los colgamos en la entrada.

Empiezan a aparecer los niños. Hoy están hiperexcitados. El movimiento en el patio es frenético. Niños gritando y corriendo en todas las direcciones. Música. Muchas fotos. Globos de agua volando de un lado a otro. Vienen unos pocos visitantes. Saheli me vuelve a decir que no me marche. Yo digo: tengo que ir a trabajar a mi colegio; y ella dice: no. Hay un buen rato de algarabía total hasta que el brother hace uno de sus gestos con las manos y toca merendar. Los chicos, bajo la severa mirada del líder, se van colocando en fila. Entran en el comedor, cogen su sándwich de nutella, sus patatas y su bebida y se sientan tranquilamente a comer. Luego tienen su momento de desfogue y baile. Cuando el brother da la señal, salen tranquilamente para volver a sus casas. Todo muy racional. Luego, les toca entrar a las niñas y eso se convierte en el reino del caos, Sodoma y Gomorra todo junto. Se empujan y se pelean por la comida, le piden a un voluntario y luego le piden a otro, para que les den el doble, son incapaces de nada que se parezca remotamente al orden.

Llaman a las niñas pequeñas y me despido de mi pequeñita con un abrazo fuerte y un beso. Luego, las niñas mayores, que son las que quedan en el comedor, empiezan a llorar y a ponerse pegajosas. Vamos saliendo. Víctor y yo nos vamos los primeros. Algunos niños nos esperan por el camino para poder despedirse de nosotros. Maite está descompuesta, todo esto le ha afectado mucho –a pesar de los años que llevamos viviéndolo-. Volvemos juntos en el rickshaw ella y yo sin cruzar casi una palabra. Viajamos con medio grupo en el metro.

Hoy no están los niños de Park Street. Como es fiesta, les deben de haber dado el día libre. Pero la mayoría de los días cuando volvemos desde la estación del metro están allí. Dos niños muy flacos y casi desnudos, con la piel muy oscura. Uno tiene como ocho años, está sentado en el suelo y tiene al otro, digamos que es su hermano de dos años, dormido en el regazo. No dormido como alguien que se acurruca plácidamente. No, dormido como si se hubiera desmayado, con un brazo por aquí y otro por allá. No se mueven. Parece una pietá en miniatura. Y eso es Calcuta también. Puestos a imaginar, pongamos que tienen mucha suerte y son sus padres los que los mandan ahí. Los aleccionan bien sobre lo que deben hacer. Imaginemos que le dan algún tipo de somnífero o droga al pequeñito para que esté unas horas sin moverse. También puede ser que tengan menos suerte y sus padres los hayan vendido. Trabajarán para sus dueños. Al menos problema, los molerán a palos. Si la cosa se tuerce, podría ser que a alguno le hicieran algo terrible (dejarle ciego, amputarle un brazo o una pierna…) para sacar más dinero. También podrían acabar revendidos a una red de prostitución. Porque aquí la vida de los pobres no vale nada. Es de usar y tirar. Señoras y señores, bienvenidos a Calcuta.

En el hotel, los del viaje se preparan –equipaje, duchas…- y a las diez nos despedimos. No me he despedido de Lidia, Patricia y Noelia porque se han ido antes –vuelan también mañana pero de madrugada-, pero bueno, no deja de ser una convención.

Y Maite, Lau y yo acabamos la jornada en el one step, fundidos de cansancio y con el aire acondicionado a tope. Los platos son buenos y las raciones enormes. He cenado demasiado.
 

Y aquí acaba el Indiario 2015.

Cada entrada puede ser la última.

Cada año puede ser el último.

Son las doce de la noche. Mañana a las seis, arriba. De vuelta a mi otra vida.

viernes, 14 de agosto de 2015

Viernes 14. UNCLE, GIVE ME BALLOON


Y aquí estamos, en la penúltima. Hemos quedado a las ocho para repetir desayuno en el loft. La rutina confortable. No solo repetimos desayuno, se repite todo el ritual:

Paseas a la estación de metro, con movimientos mecánicos sacas la tarjeta, la pasas por el lector, esperas un rato a que llegue el tren y te montas. Hoy no hay aire acondicionado, no hace falta la chaqueta. Dejas la mochila en el suelo (llevo altavoz y la cámara GP, más las chanclas, la chaqueta y la botella de agua: pesa como un muerto). Te apoyas en la misma puerta, de la misma manera. Y decenas de ojos mirándote. Van pasando las estaciones, una detrás de otra, como las cuentas de un rosario. Te bajas, vuelves a pasar la tarjeta por el lector para salir. Y caminas con paso flexible –por la tarde es más tipo momia- al trozo de calle donde se coge el rick. Kobardanga, dices, y disfrutas del viaje sin pensar en todos esos hierros que te rodean por todas partes y te convertirían en carne picada en caso de accidente. Dejas el billete de 10 rupias en la mano del conductor y te sacude el olor de la carne y el pescado en otro día de calor extremo. Y paseas. Primero por la carretera, que es un poco incómoda porque está llena de vehículos de todos los tamaños y colores que se cruzan, hacen ruido, levantan polvo y te obligan a menudo a echarte a un lado. Pero esto también lo haces ya de manera automática. Y luego giras a la derecha y llega la parte bonita del camino. La que se disfruta. Con esas casitas, algunas muy coquetas, y una vegetación exuberante. Y llamas –plam, plam- a la puerta metálica, la puerta trasera del cole, esperando que una masi te oiga y venga a abrirte. Morning, dices con una sonrisa que te sale sin querer, y entras, empapado de sudor, pasas el comedor y te diriges a la enfermería para decir hola a Manosi.
Rituales.

Hoy Party y yo vamos a montar el mural de tapones. Al igual que ayer, me entran todas las dudas, que se resumen en una: ¿saldrá bien?

Inés y Bea se unen a la expedición, bajamos los nueve cuadrantes hasta el pasillo donde lo montaremos. Empezamos a ensamblar un trozo con otro. Tenemos que cambiar de espacio porque no cabemos, el pasillo es demasiado estrecho y además de vez en cuando entra o sale una furgoneta. Hay que despegar y volver a pegar bastantes tapones para poder unir bien las partes.
El resultado es una gozada. Estamos muy contentos, casi eufóricos. Maite no puede evitar sonreír. Yo digo que hasta que no lo vea en la pared no me lo voy a creer.


Los obreros están picando en la pared este cuadrado de 1.50 x 1.50. Party y yo nos vamos a echar unos tiros. El gemelo duele y Party las mete de todos los colores. Me lo paso pipa y sudo la vida. Y los fulanitos empiezan a echar el cemento. Ayer me dijeron que tardaría como dos horas en secar, que podía estar tranquilo, pero claro, estamos en la India, tranquilo lo estará su padre, si eso. Y, efectivamente, toca Calcutada. Cuando el cemento está listo, vamos para allá con el mural, empujamos los tapones contra la pared y no entran ni un milímetro. El cemento está tieso. Vuelta a empezar. Los obreros desaparecen como durante media hora. Y nosotros allí, con cara de circunstancias, mirando a la nada.

 
Vuelven los fulanitos y preparan otra capa de cemento, esta vez más líquido, pero como tampoco son muy rápidos que digamos empieza a secarse bastante rápido, hay que darse prisa. Ya hay unos cuantos chicos de los mayores que se quedan con nosotros a ayudar. Levantamos la mole y empezamos a empujar. Parece que los tapones van entrando, pero con mucha dificultad. Empujamos y empujamos, pero da la impresión de que, sobre todo por el medio y por abajo, los tapones no entran. Empezamos a desesperarnos. Hay que meter prácticamente uno por uno (y puede haber como 2000, por poner una cifra, que me da pereza contarlos). Hay un momento de mirarnos los unos a los otros en estado de shock. Esto no funciona. Empezamos a quitar poco a poco el papel para ir metiendo los tapones con los dedos pero el cemento está cada vez más duro, pero a medida que vamos quitando papel, los tapones van cayendo. En un momento dado pegamos el tirón y la mitad del mural desaparece, tirado en el suelo. Esto solo puede pasar en India. Nos han traído un par de martillos para seguir metiendo tapones (el dolor de dedos empieza a ser ya insoportable). El dibujo ya no existe. Inés, Party y Bea se ponen en modo Agustina de Aragón y dicen que por sus santos ovarios vamos a terminarlo. Y empieza la agonía. Con la ayuda de los mayores vamos echando agua en la pared y metiendo tapones, uno por uno, a ojo, porque ahora el dibujo hay que imaginarlo. Uno por uno, plack, plack, plack. Las chicas se dejan la espalda y a base de fe y sufrimiento le vamos dando forma. No queda igual que estaba en el papel, pero al final los tapones se mantienen en la pared, casi en equilibrio. Chapuzas indias.

 
La actividad nos ha comido toda la mañana y un montón de energía, física y mental. Comemos. Estoy exhausto, y eso que he trabajado la mitad que Party, Bea e Inés. Me he quedado como deshinchado. Salgo a la carretera a buscar algún tipo de barniz para cubrir el mural, pero las tiendas están cerradas.

Hoy es el día del último taller. Hay que pintar camisetas. Saco los diez rotuladores especiales para tela, reparto las camisetas, voy a por cartulinas para meter por medio de la camiseta y que no traspase de un lado a otro y cuando vuelvo, los rotuladores ya han desaparecido. Solo quedan dos. Nadie sabe nada, eso como siempre, así que me cabreo y me paso el resto del taller sentado y en silencio. Durante una hora larga el aula se convierte en un desfile de niños que entran pidiendo globos: “Uncle, give me balloon”. Yo les digo que no tengo globos, me ven la cara de perro y se van. Así una y otra y otra y otra vez…

Una niña entra me mira y me dice que estoy llorando. Yo le digo que no y ella dice que sí. Y le vuelvo a decir que no y me vuelve a decir que sí. Le pregunto dónde están las lágrimas, entonces y me dice que las tengo detrás de los ojos. Si no hay lágrimas, no estoy llorando, le digo. Ella me dice que sí. Al final, durante un rato, hay un montón de niños que entran a la clase a ver si estoy llorando. Santa paciencia.

Acabo sacudiéndome la mala uva de encima, me pongo la GoPro y estoy un rato grabando.

Mi niña aparece, me vuelve a preguntar si me voy mañana. Le digo que sí y ella me dice: No. Así, sin más. Y el corazón se me encoge hasta hacerse pequeño. Le digo que tengo que irme a trabajar, que no me puedo quedar y ella vuelve a decir No. Y luego, no te vayas (Don’t go). Y me mira muy fijamente a los ojos, cuando lo dice. Es un disparo a bocajarro. No hay chaleco antibalas que pueda detener eso. Así que Saheli ya me ha hecho la petición oficial. Quédate conmigo. No me dejes. Y “Ne me quitte pas”, una canción tan bella como terrible, es la banda sonora de fondo en mi cabeza. Y ya no sé si estoy triste, o enfadado, o dolorido, o vacío, o cansado.

Viene una furgoneta a por las maletas vacías para llevarlas al hotel. Bueno, no tan vacías porque nos llevamos unas bolsas que han hecho en el cole para vender en mercadillos.

Aunque me duele el gemelo, juego un poquito con los chicos al baloncesto pero no solo no meto una canasta sino que ni por asomo. Uf. Cojo mis cosas y me vuelvo solo a Calcuta. Y vuelvo a repetir el mismo ritual de la mañana, pero en sentido inverso y sin energía, sin ganas. Con la mirada perdida. Llego a la habitación. Me duele mucho la espalda. Estoy empapadísimo. Casi me quedo dormido. Y quisiera hacerlo, pero es la última cena del grupo. Pongo –por una vez- el programa condescendiente, hago de tripas corazón, salgo a comprar agua, yogur y un biryani de verdura y me uno al grupo. Ya ni me acuerdo de qué han hablado. Mañana por la noche la mayoría del grupo partirá de viaje turístico. Y se lo merecen. Así que el domigo cuando me despierte, el dinosaurio ya no estará ahí.

jueves, 13 de agosto de 2015

Jueves 13. TAPONES


Me sigo despertando a horas raras. Es frustrante. Hoy ha tocado como de tres a cuatro de la madrugada. No lo entiendo, pero bueno, estamos en India y uno aprende rápido a capear temporales sin comerse demasiado la cabeza. Los hay también que no aprenden pero bueno, eso tan solo quiere decir que no son personas preparadas para un país como este.

Víctor aparece en la habitación cuando me estoy desperezando.  Se la levantado a las cinco y media para ir a la misa de la madre Teresa. Esta vez sí, porque lleva intentándolo unos días. Y además, esta vez sí que ha rezado por mí. Me dice que el pack me vale hasta diciembre. La voy a liar bien liada, entonces. De puta madre.

Desayuno en el loft. Rollito de canela (el bueno, no el que tiene como fruta confitada), zumo de naranja, combo capuccino+baggel con queso.

Hoy toca ir con Concha y Patricia al derma. Como los miércoles y jueves el horario del doctor es de 9-10 h, en lugar de ir al cole a por los niños, los esperamos en el mismo hospi, que está como a 15 minutos a pie desde el hotel. Ellos tienen que llegar en taxi con la enfermera (la incompetente).

Concha, Pat y yo llegamos puntuales –a las nueve- y nos sentamos. A las nueve y diez, las chicas empiezan a ponerse nerviosas y, lo que es peor, a ponerme nervioso a mí. A y veinte ya no paran de hacer cosas raras, así que me voy a esperar a los niños afuera para poder mantener mi estado zen. Bueno, pues eso, que la India no es un país para todos los perfiles, precisamente…

Los niños llegan tardísimo, como a las 9.40 h, así que hay que correr para acabar de hacerles la ficha. El médico nos empieza a atender a las diez, menos mal que no se va antes… Todo va como la seda, sin ningún caso preocupante.

Los volvemos a meter en el taxi con la enfermera incompetente para que no lleguen tarde al cole y nos vamos a comprar los medicamentos. Ya le tenemos cogido el truco, así que la cosa fluye y alrededor de las once ya lo hemos despachado todo. Yo vuelvo por mi lado –en metro and rickshaw- disfrutando del silencio y la calma.

El resto de la mañana en el cole lo paso preparando la actividad del día: el mural de tapones. Y por un momento me entran las mil dudas: ¿saldrá bien?, ¿habrá suficientes tapones?, ¿se pegarán bien al papel?, ¿se pegarán demasiado?, ¿qué demonios sé yo sobre cemento? (y menos mal que he visto “Locke”). Yo qué sé. Pero bueno, hablo con uno, con otro, con la manager, cambio el emplazamiento que tenía pensado al principio y ya queda todo medido, preparado y apalabrado para mañana a las diez con los albañiles.

Luego, después de comer, los voluntarios terminamos el cuadrante que teníamos a medias (sale bien) y puedo dedicar un rato a jugar con las peques. Y con mi Saheli.

La verdad es que los grupos hacen un buen trabajo, la cosa tiene buena pinta y nos sobran tapones. Tan bien han trabajado que hoy les regalamos un globo a los niños del grupo, que luego se pasan un rato coloreando mandalas.




Veremos mañana la prueba de fuego con el cemento y eso, pero por ahora, la cosa avanza.

A la vuelta (hoy no ha habido reunión) acompaño a Víctor, Iván y David al sastre. Creo que es el primer o el segundo día que salgo del metro por Sudder Street. Se me hace hasta raro. Los señoritos se han encargado unos trajes, camisas y americanas a medida –guapísimos- y le toca probarse a Iván. No lo descartaremos para otro año porque los trajes, hechos a capricho salen a 50-70 euros. Solo me falta inventarme ocasiones –que no sean bodas, banquetes ni comuniones- para poder ponérmelos.

Estos chicos llevan un par de días preparando el viaje –bien merecido- que se van a pegar a Jaipur y hoy siguen en ello. Mientras, yo hago la última colada del año, me ducho y escribo un poquito. Y ya queda tan poco.

Ps. Iván nos confiesa que ya ha llorado un poquito hoy con los niños y David casi, casi. Victor, que es un tipo práctico, se ha decidido por el método de desactivación emocional. Veremos cómo se va gestionando todo esto de las despedidas.

miércoles, 12 de agosto de 2015

Miércoles 12. VIN DIESEL NO TIENE HUEVOS PARA ECHARLE UNA CARRERA A UN RICKSHAW EN CALCUTA


Me quedo dormido como a las once y algo. Me despierto a la una. De nuevo no tengo ni idea de por qué. No me duele nada. No hay ruido. El calor no es especialmente insoportable. Simplemente me despierto. Miro la hora. Joder. Como no puedo dormir aprovecho las tres horas y media de cambio horario y me estoy como una hora chateando. Vaya manera de empezar el día.

Después de dar vueltas a derecha e izquierda, consigo pegar ojo. A las siete y algo, arriba. Me vuelvo a levantar lleno de picaduras. Estas tienen pinta de ser de mosquito. Además también me ha salido uno de mis sarpullidos raros, esta vez en el brazo izquierdo. Desayunamos en el loft a las ocho y poco. Se pone a llover y yo me he dejado el paraguas en la sala de material del cole (el rincón de pensar, jaja). Pero luego para. En el metro a las nueve. Todo muy cronometradito. Cogemos el rickshaw, hay un atasco XXL y llegamos al cole media hora tarde. El cronómetro a tomar por el culo. Bueno, como Lidia y yo vamos a pintar, nos da un poco igual llegar un poco antes o después.

Nos llevamos al fulanito Paco, que es como un mueble. En el cole le pregunto si hay cinta para pintar y me dice que sí. Guay. Llegamos a la casa, le pido la cinta y me dice que no hay. Jajaja. Con este, lo del diálogo para besugos se queda bien corto. Le pido una escalera alta. Tampoco hay. Vale. Lidia y yo nos miramos como diciendo “estoy no hay por dónde cogerlo”. Pero lo cogemos. Mandamos al mueble Paco a por cinta y mientras, nos ponemos a pintar por abajo. El resultado es una mierda pinchada en un palo. Y eso que no suelo pecar de humildad precisamente. Estamos pintando con una especie de azul deslavado sobre un verde bastante fosforito, así que el resultado es un color al que mi querida Syl le puso nombre en su día: “pollapastor”. Jajaja. A ratos pinto colgado de una repisita, con un pie aquí y otro allá. Otros ratos en la escalera. A veces sentado en los escalores remanto las partes de abajo. Por fin resuelvo el problema de la altura. Mando a un niño por un palo, se lo meto por el culo al rodillo y puedo pintar toda la parte de arriba de la pared. Hay que decir que estamos pintando las escaleras que dan a la azotea. Allí no hay ventilador. Pues eso. Se activa el modo sauna y Li & me nos pasamos 3 horas sudando sin parar. Cuando digo sudando es realmente goteando. Yo al menos me puedo quitar la camiseta. El pantalón que llevo puesto (un pantalón corto de pádel) se queda como un bañador cuando sales de la piscina. Entre la sudada y los manchones de pintura es para verlo… (De hecho, en el hotel, va directo a una bolsa de plástico, junto con la camiseta de “me caes bien, te mataré el último”, que tiene más mierda que camiseta y de allí a la basura).

Mientras pinto me bebo dos vasos de zumo y una botellita de agua. En el cole me bebo tres o cuatro vasos de coca cola. Y así voy tirando. Al final de la comida siempre nos ponen un café con leche. Y nos ponen al lado el azucarero. Entonces miramos adentro a ver si hay hormigas, jajaja. Hoy hay pero no muchas. Hay que hilar fino. ¿Quiere usted el café solo o con hormigas? Estoy fundido de cansancio. Afuera sigue el ciclo de ahora llueve un rato, ahora para. Mola un huevo. Mucho mejor así. Después de comer, me pego una parlada con Manosi bajo el ventilador. Me pregunta por mi trabajo en Marruecos, por mi familia, por mi experiencia aquí. Y me cuenta cómo era su trabajo antes, cómo se siente ahora dando cariño a estos niños… y así pasa la sobremesa mientras afuera –esta vez sí, diluvia de narices-.

Subimos a los talleres. Hoy toca hacer abanicos con palitos planos o con tenedores de plástico. En las páginas web parece fácil, pero cuando te pones a hacerlo es una odisea tremenda. Sobre todo porque la cola que estamos usando tarda lo suyo en secar y porque los tenedores tienen un diseño muy curvo y es prácticamente imposible pegarlos a un trozo de cartulina. Al final los niños acaban pasando de todo y pegando palitos en cartulinas a su bola. Yo hago algo que se parece un poco a un abanico. Sobre todo, de lejos. Y no sirve para abanicarse.

Saheli me pregunta si estoy enfadado con ella porque ha estado trabajando con otro grupo. Le digo que no, que la quiero mucho. Me da un beso y se va sonriendo. Pienso en atarla a mí y llevármela puesta.

 


En la reunión estamos todos como de muy buen humor. Mañana vuelvo con Patricia al dermatólogo por tercera vez consecutiva. Nos llega un mensaje de Jose. Ha estado ingresado y aunque tiene el hígado hecho polvo, le dan el alta hoy. Todavía no hay diagnóstico claro.

No llueve y aunque la humedad es brutal, se está medio bien. En el metro a veces nos toca ponernos chaqueta y a veces no. Hoy toca que sí. El aire acondicionado está a tope. Luego carrera suicida en rickshaw, de las de “venga, Vin Diesel, ven a hacer el furious aquí si tienes huevos”. La verdad es que dedicamos nuestro tiempo a hacer risas. (La de David en el metro no la cuento porque es muy guarra, jajaja).

Hora de descansar. Ducha, colada solo de pañuelo –lo demás, a la basura- y a escribir. La mayoría del grupo ha quedado para cenar en el Mogambo pero como me parece un plan demasiado guiri y tampoco me gustan los grupos grandes, decido quedarme escribiendo y escuchando a los raconteurs y cenar un litro de suero, por lo de la gran sudada de esta mañana. Y tan ricamente.

martes, 11 de agosto de 2015

Martes 11. MAITE


Luego no me acosté tan, tan pronto porque estuve descargando vídeos de mi GoPro. Y fue una de esas noches raras en las que te despiertas y te medio duermes y te vuelves a despertar y miras la hora y dices qué coño estoy haciendo despierto a la una o a las tres o a las cuatro de la mañana. Una noche toledana. Y no pudo ser el estómago porque no cené. No sé. Lo que sí sé es que los mosquitos se pusieron las botas. O los bichos que fueran, no sé, pero me levanté acribillado.

Y hoy es el cumpleaños de Maite. Follow the leader…

Maite es la columna. Todo el proyecto va apoyado en su espalda. La ONG también. Y es una jodienda decirlo así, abiertamente, pero de la misma manera que ahora mismo si no está el brother, el orfanato se viene abajo, si no está Maite, Amigos de Calcuta desaparece. Así de crudito. Que lo sepan.

Maite es la columna vertebral y la materia gris. Es el totem. El oráculo. La supercomputadora. Maite, hay que llamar a no sé quién. Maite hay que resolver no sé qué. Maite, qué hacemos con esto. Maite y Maite y Maite… Y Maite siempre responde, manda las señales adecuadas a cada músculo para que la máquina funcione.

Maite casi siempre está cansada. A veces está enferma y a veces no. A veces no se tiene ni de pie. Pero como es una columna, lo disimula. No le cambia la cara (a no ser que la conozcas muy bien y puedas analizar los pequeños matices). Puede trabajar diez horas o quince al día. Le da igual, está aquí para lo que está. Para entregarse. A tumba abierta. Siempre hace que los engranajes estén en movimiento. Ha sabido apoyarse en distintas personas: Carmen, Chus, Maite, ahora Laura… pero es ella el motor de todo.

Hay días que se mimetiza con el Brother y responde con monosílabos. Además ha aprendido a hacer el gesto ese con la mano. La muñeca gira un poco a izquierda y derecha y los dedos hacen plim plim. Como diciendo, no me jodas. A veces, muchas, compartimos el tiempo en silencio y otras veces le apetece hablar y nos contamos mil cosas con toda la confianza del mundo. Porque Maite transmite confianza.

A Maite le cambia la cara cuando aparecen los niños y la abrazan y la llenan de risas. Es de la poquísimas personas que conozco que está más en su salsa que yo rodeada de niños.

Maite es, con toda seguridad, la persona más generosa que conozco.

Así que, ladies and gentleman, canten todos ustedes desde sus casas un cumpleaños feliz. Da igual que lo hagan en voz alta o en un susurro, pero hoy es el día de Maite. No lo olviden porque es una persona realmente especial para muchísima gente.

Y luego, otra cosa que me encanta de ella es que le gustan las celebraciones y la tontería más o menos lo mismo que a mí, es decir, una mierda, jajajaja. De hecho esta mañana la conversación del grupo de whatsapp fue algo como:

Felicidades, Maite. Felicidades, Maite. Felicidades, Maite. Felicidades, Maite. Gracias, chicas, os mando los turnos de trabajo para mañana… Jajajaaj. Esta es mi Maite.

LOVE YOUUUUU.

Y por lo demás, hoy tocó dermatólogo con Lidia y Patricia R. Como ayer la espera fue un desastre, hoy todos los niños estaban en el pasillo de la enfermería cuando llegamos. Con Manosi todo eso es posible. Corregir y corregir y corregir. Es el contacto indio, el punto de apoyo de la palanca.

Nos peleamos con los taxistas de Kobardanga, como todos los días, pero tienen la sartén por el mango –y lo tienen clarísimo- y nos clavan 500 rupias por un servicio que costaría normalmente 300 (y gracias) porque si no, nos quedamos allí, bajo el sol, con los siete niños. Valientes hijos de puta.

 
Aunque registrar a los niños y hacerles las fichas es un procedimiento lento y tedioso, luego el doctor es un tipo majo y va despachando a los niños uno detrás de otro con mucha fluidez, con lo cual, acabamos relativamente pronto. Lo malo es buscar la medicación. Por cierto, tenemos algún caso de sarna, jajaja, así que tenemos que comprar tratamiento de momento para todos los niños de la misma habitación (13). Mandamos a Lidia con las pequeñas al cole y Pat y yo nos vamos con las recetas a una farmacia, a dos, a tres… así hasta ocho. Llegamos tarde a comer, pero al final conseguimos todas las medicinas y tratamiento antisarna para ocho niños, menos da una piedra. A todo esto, a falta de cinco minutos, nos cae un chaparrón que nos empapa a lo bestia (con paraguas y todo…).

El taller de hoy es construir un móvil. Hay pocos niños, no sé por qué. Como traigo unas bolsas con pequeños abalorios de plástico, los niños acaban haciendo cosas como pulseritas y collares, jaja, pero al menos están entretenidos y muy concentrados. Creo que soy el único que hace algo parecido a un dreamcatcher.

Maite está de hospitales, entonces no hay reunión y volvemos a Kolkata.

Por el camino me río un rato con Víctor, como casi todos los días. Un día los fulanos entrando a presión en el metro con el culo por fuera de la puerta. Otro día las risas con la manera que tienen los indios de pegarte la cebolleta a poco que te descuides. ¿Por qué se creen ustedes que voy siempre con la mochila a todas partes? Crea un pequeño escudo de seguridad anticebolletas. Otro día –hoy- con las carreras del rickshaw y los Fast and Furious, jajaja… que si se vienen a Calcuta a rodar, se dan la gran hostia a los diez minutos y se acabó la peli, jajajaja. (¿Qué pasa, the rock, no hay cojones para venir a hacer carreritas a Calcuta, no?).

En fin, colada, ducha, un poco de escritura (la primera mitad del post) y me voy a buscar comida, un egg roll, para cenar juntos ya que es un día especial.

Cada uno va llegando a la hora que le sale de los huevos y acabamos cenando en la tercera en lugar de en la terraza, que está mil veces mejor pero bueno, terminamos la velada cantando el cumpleaños feliz, haciendo moñaditas y muertos de la risa.

Es lo que tiene un grupo con química.

lunes, 10 de agosto de 2015

REFLEXIONES EN LA SALA DE MATERIAL

 
Esta foto es de la semana pasada. Uno de esos días en los que después de comer, nos subimos a la sala de material a descansar (nuestra fantástica nueva sala de material). Tiempo de tregua y de silencio. Empapados en sudor. Con Jose tirado en la cama bajo el ventilador, totalmente derrotado. Por cierto, hoy coge el avión de vuelta. Nadie mejor que uno mismo para saber lo que le conviene.
 
Como, a pesar de ser de letras, yo hago mis cálculos, me doy cuenta de que este año trabajo dos horas diarias menos que el año pasado. Esta hora mágica, de tres a cuatro, la hora de la siesta (con alguna carrera ciclista como somnífero ruido de fondo), para reponer energía y la hora de la puntilla, de seis a siete. Las dos horas de coro. Y bien sabe todo aquel que me conoce que echo muchísimo de menos a Mónica y a Karmela y el singing group, pero también es cierto que esas dos horas diarias de descanso extra a lo mejor son las que hacen que este año esté aguantando sin problemas -más allá del agotamiento y la deshidratación, jaja-. Las que están marcando la diferencia.
 
Y sigue dando vueltas en mi cabeza el binomio vinculación/desvinculación emocional. Desde dónde hasta donde es prudente encariñarte con los niños. Desde dónde hasta dónde tengo derecho a encariñarme con los niños. Y dejar que se encariñen conmigo sabiendo que estoy aquí de paso y que cuando me vaya me da a doler y a ellos les va a doler mucho más. Y su dolor me va a doler mucho más que el mío... Dónde trazar la línea. El sentido común, mi parte más racional, me dice que me coloque la armadura. Esa que casi nunca me quito. El resto de mí me pide lo contrario.
Y la cuenta atrás ya está activada.
 

Lunes 10. RECTA FINAL


Como a eso de las diez de la noche ya estaba fuera de combate y me despierto a las seis, como siempre, por una vez las cuentas me salen: he dormido ocho horas. Guay.

La primera avanzadilla nos vemos en el loft un poco más tarde de las siete y media. Menos Fátima que está empanada y aparece a las ocho y pico, cuando ya vamos a irnos. Jaja. Hoy juego con la Gopro (que estaba guardada desde Nepal). Probatinas. Ya veremos qué sale de todo esto. Va a ser –si todo va bien- el primer vídeo post-Harinezumi. Qué raro se me hace.

El calor sigue siendo de verdadero castigo, pero de alguna manera es como si todos nos hubiéramos acostumbrado ya a sudar y sudar y sudar y pasar el día empapados sin parar de beber agua. Ya casi ni nos inmutamos. Casi.

Llegamos al cole a las nueve y media y los niños no están preparados. Me toca dentista con David y Lidia. A las diez no están preparados y a las diez y media no están preparados. Unos están en clase, otros almorzando… Creo que salimos cerca de las once de la mañana. Muy, muy tarde. David, Lidia, nuestra enfermerita pequeña y ocho niños. Nos llevan por el caminito hasta la parada de Kobardanga en un rickshaw eléctrico que ha aparecido por el cole (????).

Decidimos que va a ser mejor hacer el viaje en rickshaw y metro (estación Rabindra Sadam, puerta 3). Nos ponemos en la enoooorme cola. Y no vengas a decirme, madre, que no te gustan tan enormes. Y mientras estamos allá, aparece un taxi con un señor mayor con cara de buena persona y nos deja meter a los ocho niños dentro con David y la enfermera por 200 rupias. Guay. Li & me nos vamos en rick y metro. El sol pega tan fuerte que esperamos en la cola bajo el paraguas. Jaja.

 


Cuando aparecemos en el dentista, resulta que –además de hacer un frío que te mueres- estos todavía no han llegado. Les damos la lista para que vayan apuntando y esperamos con la chaqueta abrochada hasta arriba porque venimos absolutamente empapados y esto nos viene un poco mal. Empiezo a preocuparme porque el grupo no aparece y mando un mensaje por teléfono y en ese momento hacen su entrada triunfal. Son las 11.53 h. Media mañana perdida. (Y el taxista no era tan majo porque después de apalabrar 200 le ha sacado 300 a David, el muy cabrón).

Y nos ponemos manos a la obra. David de guardaespaldas del dentista, tomando nota de todo. Un niño después de otro. A uno le empasta, a otro lo deriva, a otro, tratamiento antibiótico y así. Se nos hace tarde –que es lo que tiene llegar tarde, claro-. A eso de las dos menos veinte decidimos que Lidia y la enfermera se vayan ya al cole con 5 pequeños, a ver si por lo menos les da tiempo a comer. Nos quedamos, pues, David y yo con tres más mayores. A eso de las dos y pico ya están todos vistos, pero el médico al que se ha derivado a uno de ellos para una extracción ya está aquí y lo puede hacer hoy, en lugar de pedir cita para otro día. Lo malo es que antes tiene que tratar a dos pacientes que están esperando. Nos toca estar allí, pelando la pava, otra hora y pico, con los pobres niños sentados sin moverse y sin quejarse. Podemos preparar ya el protocolo este para la canonización o algo. El caso es que cuando el médico por fin le atiende resulta que no le hace la extracción porque hay infección. Hala, a la mierda. Una calcutada más para la colección. Esto es el arte de perder el tiempo.

Viendo que el taxi, además de caro, es lento, nos volvemos –como ya lo hicieron Lidia y la enfermera- en metro. Estamos cansados, hace mucho calor ahí fuera, es tardísimo... Llegamos al cole como a las cuatro y cuarto y nos vamos a comer los cinco. Los talleres han comenzado hace ya un buen rato y también faltan Noelia y Fátima, que están en el oculista. Vaya toalla.

Sacamos los talleres adelante de aquella manera. Hoy ha tocado disfraces con bolsas de basura. Hay grupos que han hecho un curro bien chulo. Yo hago el mural que nos tocaba el viernes y no pudimos hacer porque estuvimos escribiendo nuestra parte del libro viajero. Entre dos niñas me enguarranan la mitad del mural, que queda hecho un cristo. Madre mía.
 


Mi niña, Saheli, se ha pasado toda la mañana esperando a que apareciera, la pobre. Se abraza un rato a mí y me sonríe. Pero también hace sus cuentas y me pregunta cuándo va a ser mi último día. Y ya la sonrisa es otra sonrisa. Y me hace tanto daño…
 


Y después, nada nuevo. Nos reunimos. Mañana me vuelve a tocar dermatólogo con Patricia y de nuevo con Lidia (triplete!!!). Espero que esta vez no haya calcutada. Parece que va a llover, se nubla el cielo, caen tres gotitas tímidas y luego nada. Porca miseria. Me estoy un rato jugando con la cámara, a ver qué pasa. Y hotel, colada, ducha y escribir. Para todos ustedes.

Creo que volveré a acostarme pronto…
 
(Por cierto, mis tatus, sobre todo el dragón, siguen haciendo furor por la calle)
(El furor del dragón... jajajaja)

MINTU PARK


domingo, 9 de agosto de 2015

Días 8 y 9. WEEK END. 2/3


Y llegó el fin de semana. Dos tercios de mi estancia india ya se han evaporado. Queda la última semana. Y aquí el amigo Mikel, más cansado que un perro, ha decidido dedicar el finde íntegramente a descansar (que doblo en edad a la mayoría de voluntarios, coño). Lo siento por la pobre Irene que esperaba la crónica del parque… 

Así que, ayer sábado, mientras los voluntarios –excepto Party, aún en proceso de recuperación- salían del hotel, yo me quedé en la cama. Zanganeando por todo lo alto porque yo lo valgo. No levanté el culo hasta las once y pico. Una delicia. Y luego, con toda la calma del mundo, me preparé y me fui al Blue a tomar un brunch (café y zumo con special nan y tortilla de queso y tomate). Tan ricamente.

Y a caminar por la ciudad, bajo el calor insoportable, como cuando llegué el primer año, con ganas de verlo todo, lleno de ilusión, con más curiosidad que cansancio, que ya es difícil. El año de la rebeldía. Yo, en solitario, contra el mundo. Y luego no tan en solitario, pues fui encontrando buenas cómplices para poder explorar y explorar. Pero desde el año pasado todo eso es historia, me he aburguesado, me he vuelto cómodo y he acabado con mucho cansancio y cero curiosidad, caminando como un idiota en el triángulo Metro-Sudder-Hotel. Más hotel que Sudder, por cierto. Pero bueno. No sé muy bien cómo interpretar todo esto. ¿Será que el paso de los años en el proyecto pasa una factura de desgaste emocional/mental? Porque la fatiga física es brutal, pero la mental, que es menos obvia, también deja sus muescas.

Recuerdo que el año pasado Silvia me decía que le faltaba ilusión. Supongo que ha llegado mi turno.

Y bueno, dedico un poco el finde a desquitarme, a la introspección, a caminar y volver a mirar las cosas como si las viera por primera vez. O al menos intentarlo. Elijo una estación de metro: Girish Park. Caminar entre puestos de mil mercancías diferentes. Llenas de color, eso sí. Entrar en callejuelas. Perderme. Reencontrarme. No tener miedo (es verdad que teniendo mapas en el teléfono, todo es más fácil, claro) Y mientras camino, resulta que Jose se ha puesto fatal y ha tenido que volver desde el cole al hotel mientras los demás salían rumbo al parque.

Y el calor parece una maldición bíblica. Una semana ininterrumpida de calor sofocante. Una máquina de picar carne. La nuestra. Así que sudo la camiseta una y otra y otra y otra vez. Vuelvo un rato al hotel a descansar y refrescarme. Compro pijaditas en el loft para darme un capricho. Relax.

Salgo de nuevo a caminar, a sudar, a empaparme de India. Camino hasta Jatin Das Park. Procuro no perderme detalle de nada. Las caras, las miradas, los gestos. Ni siquiera saco la cámara o el teléfono, simplemente camino y miro.

Me encuentro al grupo de vuelta al hotel. Machacados por el calor, exhaustos. Han quedado para cenar en la terraza pero me meto en la habitación, me pego una ducha, lavo la ropa y al tumbarme en la cama, antes de las diez, me quedo seco, sin querer, con las luces encendidas. Y eso es lo que se encuentra mi amigo Víctor cuando vuelve a la habitación.

Luego me despierto como a las dos de la mañana en plan “¿qué coño hago vestido aquí, encima de la cama?” y me paso cerca de dos horas sin poder volver a dormirme. Cosas de la India.

Me despierto antes de las seis de la mañana. Vale, no, hay dos caras mirándome, así que no me he despertado, me han despertado. Víctor y David, que está muy preocupado porque Jose se ha pasado la noche vomitando sin parar, no han dormido ninguno de los tres y al final ha acabado desmayándose en el cuarto de baño.

Les pongo a ustedes en antecedentes: David e Iván son chicos muy flaquitos, rondando los 60 kg. Y en la esquina izquierda del cuadrilátero, Jose. Enorme. 120 kg. Hagan los cálculos conmigo… Efectivamente. Pues eso. Y los tres comparten una habitación diminuta (en la que estuve durmiendo el año pasado, si no recuerdo mal). Así que me dice que no sabe qué hacer, quizás llevarlo al hospital. Uf. Las delirantes aventuras para salir del Mercy Hospital… porque entrar es fácil pero salir es como declarar la tercera guerra mundial.

Le digo que creo que el hospital debería ser la realmente última opción y que le den primperán (Party and sister tienen, claro), a ver si al dejar de vomitar puede descansar, hidratar y recuperar un poco. Solo me faltaba hacer de médico. Pero el caso es que la cosa funciona y consigue pasar la mañana durmiendo.

Lo de aparecer antes de las seis es porque una comitiva ha quedado para ir a misa a la mother house. Amén.

Como no me puedo volver a dormir, disfruto de la mañana del domingo de la segunda mejor manera posible: leyendo los periódicos. En el teléfono es bastante menos cómodo pero me vale.

Ha muerto el señor palestino que los colonos judios achicharraron con un cóctel molotov, junto a su familia, incluido un bebé que murió, y su mujer, que está muy grave. Casi mejor morir que enfrentarse a eso, supongo. Como para tener fe en la raza humana…

Me voy a desayunar con un grupo al loft –que Maite dice, con razón, que acabaré aborreciendo, como Sudder Street-. La gente se va de excursión a Belur Math. Yo me quedo con lo mío. Introspección.

Y vuelvo a caminar y a sudar y a caminar y a sudar. Al igual que ayer, a eso de las dos regreso al hotel para descansar un poco. Me quedo dormido.

Echo una ojeada a Jose. Está vivo pero las señales que manda son malas, está desmoralizado. La India le ha sacudido en la cepa de la oreja. Y recuerdo esa escena de Snatch (cerdos y diamantes) en la que Brad Pitt se tiene que pegar con un boxeador enorme que pesa el doble que él. Medio en serio, medio en broma se come las tres primeras hostias que suelta el tipo (que le dice, no te levantes del puto suelo) y, de repente, se levanta, suelta un latigazo y antes de que la cabeza del bicho aquel se estrelle contra el suelo, ya está inconsciente. Pues Jose me recuerda a ese boxeador. La India lo ha noqueado. De hecho se está planteando dejar el grupo y volverse a España.

(IREEEENEEE, VENNN, QUE QUEDA UN HUECOOOOO).

(TE TOCA DE PAREJA CON INÉEEES)

El otro lado de la moneda es Party, que esta mañana, a mi lado, se comió un croissant. Jajaa. Dicho así, suena estúpido, pero es su primera comida en seis días. Y no contenta con ello, luego, a mediodía, estuvo comiendo pasta italiana. No dejarse llevar por la euforia, ¿eh?

Termino la jornada con otro paseo más y un masaje incluido. Claro.

Para empezar el lunes con buen rollo.

Ceno en el loft con Maite, Laura e Inés, que está medio cayéndose a cachos, pero más gitana que nunca y sin parar de sonreír. Making it easy.

A partir de mañana, trabajo del tirón hasta el sábado por la tarde. Esperemos que la lluvia acabe apareciendo, aunque no sea más que por aburrimiento…

viernes, 7 de agosto de 2015

Viernes 7. RARO...


Party está en crisis. Lleva mala, con bastante diarrea, desde el lunes. Ayer por la noche tuvo que volver al hotel a toda velocidad porque se puso a vomitar y le subió bastante la fiebre. Afortunadamente, con un poco de atención médica on-line se están enderezando las cosas. Esta mañana, que aún tenía fiebre, ha empezado a tomar antibiótico y entre eso y el paracetamol parece que la cosa empieza a estar bajo control. Se ha pasado el día en la cama recuperando… Espero poder decir mañana que ya pasó y que todo sigue adelante.

Yo, a pesar del calor sofocante, llevo un nivel de energía bastante alto. Para mi sorpresa. Veremos.

Bueno, a la cosa. Hoy es viernes. Algunos llegan ya al finde con lo puesto. Como tenemos que hacer gestiones fuera del cole, Vic y yo hemos quedado a las nueve para desayunar con Mai, Lau, Fátima y Lidia. Bea se queda con su sister, por si acaso, y nos va actualizando información continuamente.

Desayunamos en Raj, muy relajados. Mientras Maite, Laura y Fátima se quedan haciendo compras para mercadillos, Lidia, Víctor y yo nos vamos a Nicco Park, una especie de parque de atracciones. Tenemos que reservar tickets para 42 niños: 22 niñas pequeñas al parque de atracciones y 20 niños mayores al parque acuático (ambos están juntos y comparten entrada). El sitio está como a una hora de distancia de Sudder. Negociamos el precio con el taxi, negociamos los tickets con el manager del parque (el 50 % de descuento a grupos escolares), negociamos las comidas con el encargado de uno de los puestos, negociamos las botellas con uno de los puestos de fuera, que cuestan como la mitad, y luego, encontramos otro taxi y negociamos un buen precio de vuelta al cole, que es una señora paliza.

Y todo sale tan bien y tan fácil a la primera que me parece extrañísimo. La falta de costumbre. Es como si no estuviéramos en India, vamos. Raro, raro, raro… Tan raro me parece que me quedo como mosqueado.

Y sigue haciendo calor. Un calor mortal, de sauna. Y también me parece extraño llevar seis días consecutivos sin parar de sudar de sol a sol –y un poco más- y sentirme bien, cansado, claro, pero dentro de unos límites razonables.

Llegamos al cole. Descanso. Hora de comer –hoy nos han puesto una pasta tricolor con verduras-. Los grupos de dentista y oculista también llegan sin novedad. Vuelvo a descansar. La experiencia me dice que en India siempre hay que ahorrar energía.

Hoy en el taller, aunque toca el mural colectivo, hacemos el libro viajero, es nuestro turno, asi que seguimos contando la historia del niño cuya alma estaba conectada a la de su cometa y hacemos la ilustración correspondiente. Acabamos el trabajo con el tiempo perfecto. No nos sobra ni un minuto.

Y nos reunimos. Y todo fluye. Y me sigo preguntando cómo es posible que hoy todo sea sencillo. Sin una sola calcutada.

Nos volvemos a casa. A “casa”. A lo largo del viaje me siento tranquilo, me siento muy muy vivo. Buenas sensaciones. El grupo sigue empastando. Hay sonrisas, hay confianza. Inés está un poco rota, pero ella siempre sonríe, no lo puede evitar.

Paso un rato a ver a Party. Parece que lo peor pasó, tiene buena cara y muchas ganas de empezar a disfrutar de verdad de todo esto.

Y voilà. Otro día que pasó sin gran cosa que reseñar.

En fin, que uno está tan acostumbrado a las desgracias, a las situaciones surrealistas, al caos y al despiporre, que parece que lo raro es que todo salga normal. Pero nos lo merecemos, vamos. Aunque sea solo un día…

jueves, 6 de agosto de 2015

Jueves 6. CALCUTADAS


La misión de hoy es ir al Mercy Hospital con ocho niños/as mayores para unas consultas de dermatología. Desayunamos en el Blue. David y Jose son duda. Si David no viene, la consulta de dentista se viene abajo. Ups.

Llegamos al cole a la hora prevista, las diez. Bea, Patricia R. y yo recogemos a los niños, a la enfermera y la ambulancia (la grande, afortunadamente) nos lleva a los 12 (más el conductor). El calor es insoportable –y ya van 5 días consecutivos-. En cinco minutos ya estamos sudando todos como pollos. Dado que el viaje dura más de una hora –que es lo que tiene cruzar un atasco-, imaginen ustedes el efecto. La mitad de los niños están mareados, pero ya saben, no se quejan, no tuercen el gesto, no dicen ni mu. Se limitan a cerrar los ojos, apoyar la cabeza en las manos y aguantar.



Llegamos al Mercy. Nos llevan al edificio lateral. Preguntamos en recepción. No hay dermatólogo, su consulta fue de 9 a 10. Nos miramos, preguntamos, Patricia se enfada y llamamos al conductor para que se vuelva a buscarnos.

Nos hacemos el mismo viaje de vuelta, empapados, con los niños hechos unos zorros. Dos horas perdidas para nada. Maite me dice que Manosi ya llamó al hospital y concertó la cita. Una nueva entrega de nuestros famosos diálogos para besugos…

Por cierto, David y Jose, al pie del cañón. Hoy estamos los 15 (algunos de aquella manera, pero bueno).

En fin, nada que hacer. Zanganear un rato, jugando con las criaturas, hasta la hora de comer. Mi pequeñita, Saheli, que no es tan tan pequeñita porque tiene 10 años, hoy tiene una sorpresa para mí. Ha estado dibujando y recortando en un papel una especie de postalita donde dice que me quiere. Y la cara que pone cuando me lo da. Esto no va a ser fácil


Después de comer, Jose y David, que no pueden con el alma, se tumban en la sala de material a dormir un rato. El cansancio empieza a verse de manera muy evidente en la cara de todo el mundo.

En el taller –Fátima ya está con nosotros-, fabricamos sombreros, o algo así, con cartulinas. Los niños están muy entretenidos y me paso la hora recortando. Al final de la sesión, nuestro momentito de dibujo.

Reunión, rodeo por Sudder para cambiar algo de dinero (pero el euro está bajando y ya hemos pasado de 70 a 69…). A la vuelta, David y yo nos compramos un bocata en el Subway, como ayer. Hoy en lugar de escribir por la noche, lo haré por la mañana. Así que me ducho, lavo la ropa y toca descansar.

miércoles, 5 de agosto de 2015

Miércoles 5. LA CRIBA CONTINÚA


Mi compañero de habitación sigue desplomándose en la cama como si le hubieran noqueado con un bate de béisbol. Esta noche ha estado bipolar: con camiseta, sin camiseta, con ventilador, sin ventilador… Es decir, con fiebre. Me da pena así que espero hasta las ocho menos cinco para despertarle. El tiempo de hacer un pis, ponerse algo encima y salir disparado. Volvemos a desayunar en el loft, que está teniendo mucho éxito este año (aparte de que está al lado del hotel). Parte de bajas: Party, medio recuperada –por lo menos se tiene de pie-, su hermana Bea, jodida, pero también se tiene de pie, Inés creo que recuperada, Víctor, como ya he contado, en plan walking dead, con poco color, Fátima y Jose totalmente fuera de combate, en la cama. La criba continúa.

Esta vez no llegamos tarde al cole. Esto empieza a fluir a velocidad de crucero. Me toca preparar mural de tapones. Yo no soy muy hábil con las manos. De compa me vuelve a tocar –por tercer día consecutivo- Iván. Me dice que tampoco es muy hábil. Vale. Pues nada. Paso como media hora de aquí para allá buscando una cinta para medir (bueno, y haciendo algún mimo, jaja). Por fin lo conseguimos. Es metálica, está oxidada, medio doblada y le falta el primer centímetro y medio, pero bueno, algo es algo… Escogemos el primer tramo de muro nada más traspasar la puerta principal. Allí estará nuestro mural. Elegimos unas medidas de metro y medio por metro y medio.

Ahora, hay que dibujar el logo de la ong en esas dimensiones y partirlo en nueve trozos.

Haremos, pues, nueve cuadrantes de medio metro por medio metro. Uno por grupo (y sobra uno). Nos pasamos como una hora midiendo y cortando papel contínuo. Trabajo de chinos. Trabajamos sobre una cama primero y en el suelo después, el metro doblado y oxidado nos sirve de regla (!) y cortamos con tijeras chiquititas del cole. Diseño los cuadrantes, cinco sin solapas y cuatro, los de las esquinas, con ellas. Dibujo el logo de Amigos de Calcuta en pequeño, en un cuaderno, con una cuadrícula (de nueve por nueve). Y luego hay que pasar ese dibujo a escala de metro y medio. El trabajo nos lleva toda la santa mañana. Menos mal que a última hora Party, Lidia y Concha nos echan una mano para rematar faena. El calor, asfixiante, como ayer. Creo que vamos a morir todos.

Después de comer disfruto, junto a David e Iván, de las niñas chiquitinas que andan revoloteando por ahí, porque este año, como todas las pequeñitas ya no caben en la small house, algunas se han trasladado a la casa de las mayores. Un momento de alegría en estado puro. Pero cansa, claro. Y yo sigo sudando. Hay una de mis chiquis que me mira muy preocupada y me sopla para que me refresque. En ese momento me dan ganas de metérmela en la mochila y llevármela, de verdad. Regalarle una vida. O al menos, la oportunidad. Lo deseo de una manera tan intensa que se me pone una nubecita negra sobre la cabeza. Pequeña borrasca emocional.

 
Como nos quedamos dos voluntarios desparejados (a Inés le falta Jose y a mí, Fátima), decidimos juntar los dos grupos para que sea más llevadero. Hoy toca trabajar con material de desecho,  pero el único del que disponemos son botellas de plástico (las que nos bebemos, vamos). Sigo el plan de Inés, que es fabricar pingüinos. Aunque el caos no es fácil de gestionar, la cosa va funcionando. Problema: el material que estamos utilizando es pintura de dedos, no digo más. Poco a poco, la cosa va saliendo y al final, cuando la tarea está más o menos terminada, me vuelvo a clase y tenemos otra mini sesión de dibujo con los cuadernos de Marco. Los niños entran en mi clase, sean o no de mi grupo, les doy cuaderno, lápiz y pinturas o rotus, se están un rato tranquilos y entretenidos a lo suyo y cuando acaban me lo devuelven todo y se van. Me parto con ellos. Creo que voy a institucionalizar este momento del dibujo porque es una especie de “vuelta a la calma” con mucha magia.

Durante la hora y media de taller: a) me bebo del tirón un litro de suero y me quedo como un rey; b) Fátima nos manda un mensaje diciendo que está diluviando y que las calles se han vuelto a inundar, mientras que aquí no ha caído ni una gota. Expiente X. Debe de ser eso lo de las precipitaciones muy localizadas. O mi nubecita negra que se ha ido a Calcuta a liarla. Pero no, sigue sobre mi cabeza. Además he visto en el pasillo a mi pequeñita. Le ha cambiado la cara, está triste, le ha pasado algo pero no me lo quiere contar porque en el cole está instaurada la ley del silencio. Da igual lo que te digan o lo que te hagan, nunca irás a chivarte…

 
Después de la reunión, viaje de vuelta. Park Street no está inundada pero la entrada del hotel es una piscina. Cambio zapas por chanclas, me sumerjo en el agua y me voy a la habitación para ducha, lavar y escribir.

Ps. A ver, por supuesto que a los niños les encantan mis tatuajes. Lo malo es que eso tiene un lado tenebroso, como la fuerza, y es que se quieran hacer cualquier tatuaje demasiado pronto y de cualquier manera. Uf. Vaya tela.

 

Por cierto, hoy me ha parado un indio en el metro para decirme lo mucho que le flipa el tatoo de la pierna y preguntarme dónde me lo he hecho. (He estado a punto de responder: pues en la pierna, ¿no lo ves?). Jajajajaja.

Martes 4. UNA DOSIS DE REALISMO (MÁGICO)


Y es que, aparte de las carreras de David ayer –y el suero que se bebió mientras los demás le daban a la cerveza…-, todo estaba yendo muy bien. Pero claro, estamos en India. A las siete de la mañana, mensaje de Patri (Party): He estado vomitando toda la noche, no puedo ir al cole. A las ocho, Jose haciendo el zombi –por cierto, me saca una cabeza y dos cuerpos y estoy en ochenta y pico kilos…-; no ha podido dormir, está a paracetamoles, congestión nasal y diarrea. Inés que no baja porque está fatal. Ok… Nos vamos a desayunar los que podemos (el grupo “médico” ya salió hace una hora). De nuevo, desayunito en el loft. Tan ricamente. Lo que pasa es que entre idas al baño y no sé qués, salimos tarde. Iván empieza también a estar entre pinto y Valdemoro, por cierto.

Llegamos al cole, recogemos el material para pintar y vamos a la casa de los niños pequeños. Hay un fulanito que viene con nosotros y trae una bici-remolque para transportar el material.

Inciso: ¿Se acuerdan del (anti)cristo caminando sobre las aguas? Pues desde ese día, el sábado, hemos tenido calor y calor. Ya van tres seguidos (¿dónde está el monzón?). Así que, ya estamos sudando la gota gorda antes de ponernos a trabajar.

Aunque teníamos en mente pintar las paredes de una casa con bonitos colores, fulanito nos dice que antes de pintar hay que echar un líquido como para fijar la pintura, con lo cual tenemos que cambiar de chip y aceptar que nuestro trabajo va a ser muy poco vistoso. Entre retrasos y el hecho de llegar a la casa y que no hubiera nadie para abrirnos, con lo cual, fulanito tiene que volver de nuevo al cole a por las llaves, comenzamos la tarea a las 11h. Manos a la obra. Fuera camiseta, fuera zapas, me pongo una mascarilla de médico y a por ello.


El pobre Jose, que está derrengado, respira como un búfalo. Iván se desenvuelve. El rollo no es pintar la cosa esa, sino moverse de un lado a otro en unos espacios absolutamente llenos de cosas (que nadie se ha molestado en mover). En la diminuta habitación en la que empezamos a trabajar hay cuatro camas. Los somieres son de hierro. Debajo de ellos hay una enorme cantidad de cajas y bolsas. Tardamos más moviendo las cosas de un lado a otro (sobre todo porque hay que trabajar también con una escalera y prácticamente no cabe). Yo me pido escalera, claro, como siempre. Es lo que tiene que me encanten las alturas. Trabajamos y trabajamos con música de todo a cien, pero bueno, algo aporta. Y sudamos. Y seguimos sin descansar. Cuando acabamos con la habitación, pasamos a la entrada (en la otra habitación está fulanito, que se pasa la mañana durmiendo. Jose lo bautiza como Paco). Me paso tres horas colgado de una escalera pintando sin pintar. Nos pegamos una lavada (yo, el auténtico cuboducha) y nos vamos al cole para llegar justo a las 14h.

Víctor está blanco y como blando. Parece que está a punto de crack. Lo mando a la sala de material (que este año tiene cama y ventilador… hmmm). Jose se une. Fátima también preparada para salir corriendo en cualquier momento. Vaya toalla. El edificio empieza a tener grietas. Sin embargo, David, mucho mejor que ayer, de nuevo lleno de energía. De momento Party, la única que ha besado la lona y se ha tenido que quedar en la cama. En general, en el comedor las caras son de “no puedo con el culo”, nunca mejor dicho. Mientras tanto, yo me bebo tres vasos grandes de coca cola y así recupero un poco de azúcar.

Después de comer hago un poco el zángano: un rato de sala de material, juego un rato al baloncesto, me empieza a doler seriamente el gemelo, como siempre, y me voy otro rato a la enfermería a descansar (qué bien suena, no?).

Los talleres vuelven a salir muy bien: hoy había que hacer un “potato” con un calcetín –o similar- al que se le meten semillas primero y tierra después. Luego se hace un nudo, se decora y se echa un poco de agua. Si todo va bien, en la parte superior irán brotando plantitas a modo de pelo verde…

Los niños lo disfrutan, a pesar de que de vez en cuando entre la tierra aparecen unas enormes lombrices que hay que ir sacando y tirando a la papelera porque les da mucho miedo. Con el tiempo que nos sobra, los niños y las niñas dibujan en unos cuadernitos (de Marco: de los Apeninos a los Andes) que Pilar me dio porque se los había regalado no sé quién. Están tranquilos y hacen dibujos que me sorprenden gratamente. Fátima tiene que salir esprintando de vez en cuando pero, por lo demás, ha sido un buen día de taller.

 
Tras la reunión, Maite, Laura y yo nos reencontramos con la niña de nuestros ojos, Rashida, que ya no está en el cole. Ahora, tanto ella como su hermano (que también era uno de “nuestros niños”) están trabajando para ayudar a su madre a pagar deudas. Hoy Rashida quiere darnos una sorpresa y aparece con su novio, un niñito muy tierno. Guau. Nuestra niña se ha hecho mayor. A veces nos parece mentira que haya crecido tanto pero, claro, de los 14 a los 19… es un señor salto. Y, al mismo tiempo, eso trastoca los planes porque pensábamos cenar con ella y que se quedara a dormir en la habitación de Lau & Mai. Bueno, vamos a Park Street, llegamos al hotel y preguntamos. Ya por el camino, Mai me pregunta cómo lo veo y yo… negro, pero bueno. Y efectivamente, en el momento que cruzan la puerta de la recepción, hay algo en la mirada del encargado que me dice que ni de coña. Y efectivamente, le explicamos, se lo pedimos como un favor personal… pero no. No sé muy bien si es una cuestión de puritanismo (hipócrita, como todos los puritanismos) o si una cuestión de castas, que, aunque oficialmente ya están abolidas, pues no. O las dos cosas (dos cánceres actuando juntos). El caso es que no hay manera de convencer al tipo. Y Maite se despide con un “ya veremos si el año que viene volvemos a este hotel…”. Es que debajo de Mai se esconde una dama de hierro, aunque no lo parezca. Y nos frustramos, pero al mismo tiempo, el chico dice que viajará en tren con Rachida para que no vaya sola y en cuanto la deje allí, cogerá el tren de vuelta a Calcuta. Y lo dice sin pestañear, con una determinación y una convicción absolutas. Y mezclada con la frustración aparece la ternura (es que casi me pareció tierno hasta a mí…), una combinación muy extraña… Así que nos vamos a cenar al loft con sensaciones agridulces, aparte del cansancio de un día en el que he estado 12 horas con la camiseta totalmente empapada, sin dejar de sudar ni un solo momento. Una sudada que solo se puede describir como escandalosa. Y no solo para mí, hay voluntarios que me miran con cara de: es imposible que este tío sude tanto, una de dos, o se ha echado una botella de agua encima o se ha meado mientras hacía el pino…

En fin, el día ha sido largo, toca ducha, toca lavar ropa, como siempre, y escribo un buen rato pero se me hace tarde y el final de la crónica tendrá que esperar…