He dormido como 12 horas. Aún
así, me cuesta levantarme. La fiebre ha desaparecido. De momento. Despacito.
Despacito. Me levanto. Lavo la ropa. Me ducho. Tranquilito. Tranquilito. Me voy
a desayunar y da la casualidad de que Moni, Mai y Laura también van. Hoy Inés
ya no se ha levantado. Touchée.
Es domingo. No hay metro por la
mañana. La ciudad firma una tregua. Las calles están tranquilas. El nivel de ruido
cae en picado. Pero este domingo, igual que la semana pasada, hay una familia
que monta su chiringuito en mitad de la calle. Son un poco como los gitanos de
la cabra, pero en lugar de cabra tienen niños pequeños. Instalan una estructura
con una cuerda sobre la que una niña muy muy muy pequeñita hace equilibrios.
Parece un monito. La maquillan. Supongo que tiene como 5 o 6 añitos pero es tan
pequeñita que parece que tiene tres. También hay un niño más pequeño aún que
hace contorsiones. Y suena música como de Camela. Y la gente monta un corro
alrededor y graban a la niña con los teléfonos y se ríen. A Maite y Moni les
cambia la cara. Aprietan los puños. Yo, muy escorpión, como siempre he soñado
con cerillas y bidones de gasolina, fantaseo con volar toda la manzana por los
aires con un buen chaleco repleto de explosivos. La yihad. Todo a la mierda. No
dejar ni rastro. Nada.
Pero la vida continúa. Y
desayunamos. Me tomo otro paracetamol. Estamos los cuatro relajados, hablamos,
reímos, planificamos. Volvemos a hacer balance de bajas. Uf. Esperemos que
mañana la gente esté más o menos recuperada.
Vuelvo a la habitación. Escribo.
Leo un rato. Modo de ahorro de energía. Ahora que los médicos se han ido ya no
podemos ponernos enfermos tan alegremente, sabiendo que hay una pequeña red de
seguridad debajo de nuestros culos. Y sé que algo no va bien por aquí dentro…
Nos comemos un platito de
tortilla francesa en la calle. Lo completo con un zumo de lima y piña
igualmente callejero. Menú low cost (apenas un euro). Damos una vuelta,
compramos unas pulseras de plata para mercadillos y nos vamos al cole.
Estoy un rato lanzando tiros
libres con un balón pocho que andaba por ahí. Yo solo. Nada más que lanzar, ir
a por el balón, volver a la línea, lanzar de nuevo. Tranquilito. Bajísimo
perfil. A los cinco minutos estoy empapado y la cabeza ya me da vueltas. Nos
vamos a ensayar con los mayores. Hoy tenemos público. Van apareciendo por ahí,
aparte de Inés –que ya es una incondicional-, Maite, Laura, David, Carmen,
Silvia, Pilarica… Y cantamos. Y la energía se me escapa entre los dedos como si
fuera agua. Los niños tampoco estuvieran para tirar cohetes, cantaron como
pollos afónicos, casi como si aquello no fuera con ellos. No sé qué les pasaría
hoy.
Como somos muy poquitos
voluntarios (y la mitad cogidos con alfileres), pasamos de organizar gincanas y
nos decidimos a poner otra peli. Finalmente, hoy era el día en que estaba
programada la actividad del cine.
Y entonces ocurre una de esas
calcutadas que nos suceden tan a menudo.
Esperamos un montón de tiempo a
que traigan el reproductor de DVD y –luego- una alargadera para poder
enchufarlo, los niños se colocan alrededor de la tele, hacen ruido, se
impacientan… Ok, lo conseguimos. Hoy toca Monstruos S.A. La cosa se conecta y
la peli empieza. Silencio. Un montón de ojos que no pestañean. Magia. Y
entonces llega una de las manager y nos dice que el Bro ha estado hablando con
ella y que los niños no pueden ver la peli porque mañana tienen exámenes y
tienen que estudiar. Nos quedamos con la boca abierta. Pero, por favor, no es
posible, mira a los niños… Después de hablar con ella como diez minutos, accede
volver a hablar con él (nos desaconseja que vayamos nosotros). Al final, nos da
media hora más. Flipamos. Así, que los niños ven la peli embelesados, Irenita
divino tesoro se vuelve a quedar dormida entre los niños, llegan las cinco y
media y a la mitad de la peli, me levanto, paro la peli y les digo que lo
sentimos mucho pero el brother nos ha dicho que tienen que ponerse a estudiar.
Y, entonces, sucede. Los niños/as se levantan de sus sillas sin rechistar, las
colocan en su sitio y se van sin que a nadie le cambie la cara.
(Luego resulta que los niños se
quedan en el patio hasta las seis… No entiendo nada).
En fin, recogemos el
chiringuito. Mis fuerzas ya están con la luz de reserva. Empiezo a pensar en mi
habitación. En mi cama. Y Moni dice que le apetece ensayar también un rato en
la casa de las niñas pequeñas. Y me mira y sabe y me dice que me vaya. Ni lo
sueñes. Lo de dejar a Moni sola no es una opción. Bueno, tampoco es que
estuviera sola porque se apuntaron Maite, Laura, Inés y David, pero digamos que
es una cuestión de principios.
En el metro me pongo el termómetro.
38. Guay. Llegamos a la ciudad. Floto como un astronauta disfrutando de la
ingravidez (bueno, el personaje de Sandra Bullock no disfrutó mucho en “Gravity”,
sino que las pasó más bien putas, pero esa es otra historia). Me pongo en modo
Walking Dead, un día más. Compro agua. Llego al hotel medio arrastrado. Me
ducho. Agua fría contra la fiebre… Lavo ropa. Una noche más me como un plátano –no
me hagan chistes fáciles-, el paraZ, escribo y me preparo para sumergirme hasta
los huesos en el país de las maravillas.
Mañana, a las siete, desayuno.
Toca tercera sesión de batalla contra las paredes de la muerte. Jajaja. Esta
noche cenamos en el infierno…
Me encantan las entradas del blog! Eres un espartano Mikel
ResponderEliminarMiki sigues con la fiebre que miedo me da , ten mucho cuidado , ya se que heres muy valiente todo un heroe perocuidado con los limites . Un beso
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