Song 2 de Blur
vuelve a sonar en mi teléfono yanqui fabricado en Asia a las ocho menos cuarto.
La misma sensación. Estoy cansado. Necesito un par de horas más de sueño. Maite
no dice nada pero dice lo mismo. Durante un rato nos arrastramos de un lado a
otro –a pesar de lo pequeña que es la habitación- con suma lentitud.
Volvemos a
desayunar en Raj’s (y de nuevo es demasiado pronto para un cinnamon roll). Poco
a poco van volviendo las energías, o al menos una parte.
Llegamos al
metro (Park Street) y nos compramos –y esto es nuevo- una tarjeta-bono con una
recarga de 120 rupias, es decir, que nos valdrá más o menos para las dos
semanas y nos evitará estar todo el tiempo comprando tickets en la ventanilla.
Guay.
Las chicas
despliegan el campamento en la enfermería y se ponen a organizar la cosa. Van a
hacer revisiones a niños que hay que seguir de manera especial. Nosotros nos
damos una vuelta por todas las aulas del cole con el director, que es nuevo y
nos va explicando como si fuera la primera vez que venimos.
Luego el Brother
nos enseña el menú de los niños (las doctoras llevaban pidiéndoselo desde que
llegamos). Gráficamente. Nos llena una mesa con bandejitas de corcho y muestras
de todas las comidas: las cinco clases de lentejas, los garbanzos, los
fríjoles, lo que le echan a la leche, los copos de avena, las bolsas de
noodles, el trigo inflado, la soja deshidratada… todo un cuadro. Jaja. Se pasa
un buen rato explicándonos con pelos y señales lo que comen los nenes cada
semana. Y sigue lloviendo como un castigo bíblico, que es como llueve en este
país.
Nos metemos en
la enfermería, trabajamos un par de horas –Dani y yo nos ponemos mano a mano a ordenar
sobres con historiales médicos- y comemos. Arroz con lentejas, claro. También
un interesante huevo cocido y rebozado (¿) y una especie de espárragos, que no
son espárragos pero se parecen y nos han gustado mucho. Muy rico.
Aprovechamos
hasta las tres para jugar un rato con los niños, que están muy contentos de
vernos, y volvemos a la enfermería. El calor que hace ahí dentro es atroz. El
que no haya ventana y estemos metidos como diez personas no ayuda mucho a
aliviarlo.
Mientras Dani
traduce documentos del español al inglés yo sigo colocando historias clínicas y
sudando la gota gorda. El dolor de espalda es enorme. De nuevo la razón
cartesiana contra el caos, que es como darse cabezazos contra la pared.
A ratos diluvia
afuera. Y las horas pasan. Y no paro de sudar. Y a veces me da la impresión de
que no avanzo, pero es solo una impresión porque poco a poco la montaña de
papeles parece que va tomando sentido y forma. Y las doctoras siguen viendo a
un niño y luego a otro y luego a otro. Y concertamos citas con hospitales para
la semana que viene. Y nos dan las seis de la tarde y nos damos cuenta de que
estamos agotados hasta los huesos.
La furgo del
brother nos lleva de vuelta al hotel una vez más. Los seis nos quedamos
dormidos como si nos hubieran gaseado.
Mañana nos vamos
a Sunderbans a las cinco y media de la mañana. Una aventura. Compramos algo de
comida, en plan galletas y tal, y 50 litros de agua mineral. Los llevamos al
hotel y nos volvemos otra vez a Sudder para cambiar dinero y cenar un poco en
guirilandia. La buena noticia es que aparece Antonio, nuestro querido indio
sordomudo, y durante un rato nos contagia de alegría y nos llena a todos de
sonrisas y palabras dibujadas en el aire.
De vuelta a la
habitación, cuboducha, colada y a escribir.
Durante unos
días estaremos incomunicados en medio del delta del Ganges.
Continuará.