La alarma de mi
teléfono yanqui fabricado en Asia comienza a sonar a las ocho menos cuarto de
la mañana. Song 2 de Blur a toda castaña. Me cuesta abrir los ojos, necesito
más horas de sueño. Me levanto más cansado que un perro.
A las ocho y
media estamos chez Raj’s. Hoy no llueve. Cambio el cinnamon roll, que aún no ha
llegado, por el nutella pancake. Ñam. Se supone que Conchita –doctora- y Dani –su
hermano economista- llegan a Calcuta a las siete pero no llegan a Sudder hasta
casi las diez. Bienvenidos, pues. Desayunan, hablamos y todo eso.
En el Sunflower
Guest House tenemos un deja vu, la habitación para ellos no estará lista hasta
las doce. Lo malo es que a las doce hemos quedado porque nos viene a buscar –de
nuevo- la furgo del brother. Nos ponemos un poco pesados y les convencemos de
que de verdad, de verdad, de la buena nos la dejen reservada para cuando
volvamos por la tarde.
De nuevo en el
cole. Ahora ya sí llueve. Seguimos encontrando niños y niñas. Tanto cariño en
unas cositas tan pequeñas… Mientras las doctoras se meten en harina y empiezan
a hacer revisiones a niños nuevos, los demás nos vamos a visitar los talleres
de fin de semana con su responsable, Bernard, un ingeniero jubilado. Lo que nos
encontramos es francamente alucinante. En unos meses se ha levantado un taller
de ropa, con máquinas tejedoras, donde los propios niños elaboran jerseys para
todo el cole. Luego visitamos el taller de bisutería, donde se hacen pulseritas
y cosas por el estilo y… el taller de papel y encuadernación. Bomba. Allí se
recicla papel y se fabrican cuadernos. En cinco meses han llenado estanterías
enteras de cuadernos para todo el cole y cuando esté bien abastecido se
comenzarán a comercializar fuera. También elaboran postales y marcapáginas. Una
verdadera maravilla.
Nosotros, aún
boquiabiertos y desconcertados, hemos llenado una bolsa de deporte de adornos
navideños, postales y marcapáginas para vender en España, así que prepárense.
Después de comer
–arroz y lentejas-, hemos salido ha hacer unas visitas. Primero hemos vuelto a
pasar por la casa de las niñas con todo el jolgorio habitual. Dani se ha pegado
su primer gran baño de multitudes, jaja. También hemos visitado lo que Javi
llama “el paraiso de los patos”, que es básicamente un terreno con una laguna
donde el Brother cría patos (así los niños pueden comer huevos de vez en
cuando) y tiene una huerta. Bucólico y relajante. Luego hemos visitado la que era
la otra casita de las niñas pequeñas y ahora es la casita de los niños medianos
(14), que cuando nos han visto se han puesto como unas castañuelas y nos han
llevado de la mano para que veamos su casa y visitemos su flamante salón de la
tele. Ha sido muy divertido, nos querían enseñar tantas cosas al mismo tiempo
que se volvían locos ellos solos.
Sigue lloviendo
sin parar.
Ya de vuelta al
cole, hemos trabajado un poco en la enfermería ordenando documentación. En fin,
ordenar en un lugar como la
India es toda una experiencia, de verdad. Es como mandar las
naves a luchar contra los elementos y todo eso. Y al mismo tiempo, los
habituales diálogos de besugos con las enfermeras del centro. Y las doctoras a
lo suyo con sus revisiones, una detrás de otra.
Ag. El cansancio,
ese fiel compañero que no me abandona en todo el día, me está devorando vivo.
El viaje de vuelta transcurre prácticamente en silencio (en la furgo del
Brother). Estoy muerto.
Pasamos por el
hotel. Pasamos por Raj’s porque teníamos cita con nuestro traductor. Hay un
grupo de españoles dando voces y haciendo el moñas. Haciendo el español, vamos.
Vuelvo, una vez más, a sentir vergüenza –mitad propia, mitad ajena-. En un
chiringuito nuevo, al comienzo de Sudder, comemos comida india que no está mal
de sabor pero pica como el demonio.
Cuboducha,
colada, un poquito de escritura hasta las doce de la noche, es decir, hasta que
se me funden los plomos.
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