lunes, 29 de julio de 2013

27. COMIENZO.


(Con Javier, Ana –doctora- y Maite)

Son las ocho de la mañana cuando llegamos a Calcuta. Atrás quedan un montón de horas de avión. Seis horas de Madrid a Dubai -del día hacia la noche- con dos tontas del nabo sentadas detrás que no pararon de castigarnos con sus risas a lo Ana Obregón; de esas que necesitan que todo el mundo en 100 metros a la redonda sepan que son gilipollas, vamos. Cuatro horas y media de Dubai a Calcuta -de la noche al día- con media hora de siesta de por medio.

Calcuta nos recibe con un día gris y lluvia. Se lo podía haber currado un poco más, la verdad, porque es como salir a recibirnos con el chándal de poligonera y la camiseta de “Talleres el Cuqui”, pero bueno.

En el aeropuerto me quito las zapas de baloncesto para que no se mojen y me pongo las sandalias del Decatlon.

Y llegan el ruido y las imágenes, que son las de siempre pero cada vez sacuden menos. La primera parte del camino es una carretera en obras, así que me encuentro el caos habitual pero más sucio.

En el Sunflower nos dicen que no tendremos las habitaciones hasta las doce, así que nos vamos a desayunar al Rajs. Hay abrazos y saludos. Cambio dinero (a 77.5, mola), desayuno mi cinnamon roll, compro una tarjeta india para mi teléfono yanqui fabricado en Asia. Maite empieza a gestionar billetes de tren y avión para gentes diversas. Y sigue lloviendo, de manera tibia, como aburrida.

A mitad del desayuno aparece el Brother, como por arte de magia. Nos mira con esa media sonrisa tan suya como diciendo “¿A que no me esperabais?”. Tenemos, pues, un desayuno de trabajo. Preguntas y respuestas, programa, tareas pendientes… Qué guay. Hora de volver. Una furgo pasará a recogernos más tarde.

En el hotel nos ofrecen una habitación en el primer piso y otra en el cuarto. Maite y yo nos instalamos en la del primero, pequeñita, sin pretensiones. Este año toca sin aire acondicionado. 1000 rupias. Venga, va, para que no tengáis que andar haciendo esfuerzos innecesarios con toda la caló… 13 euros por noche.

Vaciamos maletas, instalamos tendedero. Abro el botiquín y un bote de pomada ha medio reventado. Ag, no quiero verlo. Abro la maleta grande y el bote de cola ha medio reventado. Ag, no quiero ni verlo. Afortunadamente mi equipaje va en la de cabina…

La furgo del brother nos conduce hasta Kobardanga. Una horita de camino. Ya no llueve. Cuando llegamos nos esperan con la comida preparada. Ya saben, arroz y lentejas indias. Para qué más. Hmm.

Van apareciendo las novedades: una planta más en el edificio que está frente a las aulas, el traslado de las niñas a la casa de los niños y viceversa… Y van apareciendo los niños y las niñas: unos nos saludan más tímidamente, como con vergüenza, y otros se vienen a nuestros brazos. Nos miran, nos sonríen, nos hacen preguntas… Amo estar aquí.

No vemos a los mayores porque están fuera jugando partidos.

Ana, Javier y Maite tienen una charla con el médico que el Brother ha contratado –pasa consulta y revisiones a los niños los miércoles y sábados- mientras yo me doy mi primera sesión de basket con algunos de los niños que andan por ahí. Una horita de juego-patinaje descalzo y con el suelo mojado, para ir abriendo boca. Jaja. Lo que queda de mí es una verdadera penita. Estoy empapado como si me hubieran echado un cubo de agua encima y totalmente agotado. Como no he traído ropa de recambio sigo como si no pasara nada. Compramos agua fría y tenemos la segunda conversación con el médico. A ratos tiene más pinta de interrogatorio de tercer grado, la verdad. También hacemos una visita a la casa de las niñas, con sus risas bonitas, antes de irnos.

La furgo del Brother nos lleva hasta el hotel. Gran detalle. Son como las ocho de la tarde. Si entramos en la habitación sé que me tiro encima de la cama y no me muevo hasta el día siguiente, así que seguimos adelante. Vamos a New Market para visitar a Pinku. Crack mediático. Nos recibe con su sonrisa -¿cuántas llevamos hoy?- y nos va contando de todo un poco mientras nos tomamos uno, dos y tres tés. La sensación de estar en casa. La pequeña reserva de energía de mi cuerpo se va evaporando. Bsbsbsbssss. Volvemos a Rajs para conseguir los billetes y tickets pendientes. Me tumbo en el suelo y se me cierran los ojos. Cenamos en Jojos, cuestión de aprovechar el wifi. De todas las maneras, aunque sea guirilandia caen unos momos y unas pakoritas, para ir entrando en la dinámica.

Llegamos al hotel a las once y pico –entre unas pijadas y otras-. Maite y yo nos ponemos en modo samurai y, a pesar del agotamiento, hacemos ducha y colada. Tengo esa sensación tan familiar en la India de tocar la cama, escuchar el ventilador zumbando sobre la cabeza y no recordar nada más.

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