(Con Javier, Ana
–doctora- y Maite)
Son las ocho de
la mañana cuando llegamos a Calcuta. Atrás quedan un montón de horas de avión.
Seis horas de Madrid a Dubai -del día hacia la noche- con dos tontas del nabo
sentadas detrás que no pararon de castigarnos con sus risas a lo Ana Obregón;
de esas que necesitan que todo el mundo en 100 metros a la redonda sepan que
son gilipollas, vamos. Cuatro horas y media de Dubai a Calcuta -de la noche al
día- con media hora de siesta de por medio.
Calcuta nos
recibe con un día gris y lluvia. Se lo podía haber currado un poco más, la
verdad, porque es como salir a recibirnos con el chándal de poligonera y la
camiseta de “Talleres el Cuqui”, pero bueno.
En el aeropuerto
me quito las zapas de baloncesto para que no se mojen y me pongo las sandalias
del Decatlon.
Y llegan el
ruido y las imágenes, que son las de siempre pero cada vez sacuden menos. La
primera parte del camino es una carretera en obras, así que me encuentro el
caos habitual pero más sucio.
En el Sunflower
nos dicen que no tendremos las habitaciones hasta las doce, así que nos vamos a
desayunar al Rajs. Hay abrazos y saludos. Cambio dinero (a 77.5, mola),
desayuno mi cinnamon roll, compro una tarjeta india para mi teléfono yanqui
fabricado en Asia. Maite empieza a gestionar billetes de tren y avión para
gentes diversas. Y sigue lloviendo, de manera tibia, como aburrida.
A mitad del
desayuno aparece el Brother, como por arte de magia. Nos mira con esa media
sonrisa tan suya como diciendo “¿A que no me esperabais?”. Tenemos, pues, un
desayuno de trabajo. Preguntas y respuestas, programa, tareas pendientes… Qué
guay. Hora de volver. Una furgo pasará a recogernos más tarde.
En el hotel nos
ofrecen una habitación en el primer piso y otra en el cuarto. Maite y yo nos
instalamos en la del primero, pequeñita, sin pretensiones. Este año toca sin
aire acondicionado. 1000 rupias. Venga, va, para que no tengáis que andar
haciendo esfuerzos innecesarios con toda la caló… 13 euros por noche.
Vaciamos
maletas, instalamos tendedero. Abro el botiquín y un bote de pomada ha medio
reventado. Ag, no quiero verlo. Abro la maleta grande y el bote de cola ha
medio reventado. Ag, no quiero ni verlo. Afortunadamente mi equipaje va en la
de cabina…
La furgo del
brother nos conduce hasta Kobardanga. Una horita de camino. Ya no llueve. Cuando
llegamos nos esperan con la comida preparada. Ya saben, arroz y lentejas
indias. Para qué más. Hmm.
Van apareciendo
las novedades: una planta más en el edificio que está frente a las aulas, el
traslado de las niñas a la casa de los niños y viceversa… Y van apareciendo los
niños y las niñas: unos nos saludan más tímidamente, como con vergüenza, y
otros se vienen a nuestros brazos. Nos miran, nos sonríen, nos hacen preguntas…
Amo estar aquí.
No vemos a los
mayores porque están fuera jugando partidos.
Ana, Javier y
Maite tienen una charla con el médico que el Brother ha contratado –pasa
consulta y revisiones a los niños los miércoles y sábados- mientras yo me doy
mi primera sesión de basket con algunos de los niños que andan por ahí. Una
horita de juego-patinaje descalzo y con el suelo mojado, para ir abriendo boca.
Jaja. Lo que queda de mí es una verdadera penita. Estoy empapado como si me
hubieran echado un cubo de agua encima y totalmente agotado. Como no he traído
ropa de recambio sigo como si no pasara nada. Compramos agua fría y tenemos la
segunda conversación con el médico. A ratos tiene más pinta de interrogatorio
de tercer grado, la verdad. También hacemos una visita a la casa de las niñas, con
sus risas bonitas, antes de irnos.
La furgo del
Brother nos lleva hasta el hotel. Gran detalle. Son como las ocho de la tarde.
Si entramos en la habitación sé que me tiro encima de la cama y no me muevo
hasta el día siguiente, así que seguimos adelante. Vamos a New Market para
visitar a Pinku. Crack mediático. Nos recibe con su sonrisa -¿cuántas llevamos
hoy?- y nos va contando de todo un poco mientras nos tomamos uno, dos y tres
tés. La sensación de estar en casa. La pequeña reserva de energía de mi cuerpo
se va evaporando. Bsbsbsbssss. Volvemos a Rajs para conseguir los billetes y
tickets pendientes. Me tumbo en el suelo y se me cierran los ojos. Cenamos en
Jojos, cuestión de aprovechar el wifi. De todas las maneras, aunque sea
guirilandia caen unos momos y unas pakoritas, para ir entrando en la dinámica.
Llegamos al
hotel a las once y pico –entre unas pijadas y otras-. Maite y yo nos ponemos en
modo samurai y, a pesar del agotamiento, hacemos ducha y colada. Tengo esa
sensación tan familiar en la
India de tocar la cama, escuchar el ventilador zumbando sobre
la cabeza y no recordar nada más.
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