domingo, 26 de julio de 2015

DÍA 26. DOMINGO


Abro los ojos y miro el reloj. Ni siquiera recuerdo qué hora era (¿las 8?, ¿las 9?). Cierro los ojos y me vuelvo a dormir. Cuando abro los ojos son las 11. Maite duerme. He dormido 13 horas. Santa madonna. Me levanto al baño. Maite se despierta. Ella ha dormido 12 (consiguió escribir su entrada del blog anoche). Una maravillosa mañana de domingo como mandan los cánones, sin prisas. Supongo que nuestro último día de descanso en las próximas tres semanas.

Nos vamos a desayunar al loft (Au bon pain). Capuccino, un croissant con huevo y pesto y un cinnamon roll –mucho mejor que el de ayer-. La vida es bella. Allí afuera hay un hombre con unos monos intentando sacarle las pelas a la gente. Nos dan mucha pena los pobres monos, pero bueno, siempre es mejor que ver a la nena que hace equilibrios en una cuerda (y, como hoy es domingo, es de suponer que estará allí, como siempre, en la calle perpendicular a la nuestra).

Pero hoy es domingo. No pasamos por Sudder. Nos lo merecemos.

Precisamente porque es domingo, hay que coger taxi porque no hay metro hasta las dos de la tarde, así que paramos uno, le pedimos taxímetro, dice que nanay, naturalmente, ponemos cara de perro y acabamos aceptando 200 rupias como precio.

Llegamos a la enfermería del cole, saludamos a Manosi. Las niñas van entrando y saliendo, juegan con nosotros, nos preguntan, se pegan a nuestro brazo. Todos quieren ver mis tatuajes. Quieren que las enseñemos cosas en el teléfono. O que les contemos historias. O que cantemos. Lo que sea. Mientras Maite les enseña fotos, yo continuo escribiendo todo lo que no pude escribir anoche. Lo consigo publicar (el teléfono comparte el Internet con el ordenador). Lo de colgar fotos es complicado y lento, pero poco a poco lo voy consiguiendo.

Un verdadero domingo. Sin nada que hacer, relajados, disfrutando del momento sin más. Nos vamos a comer. Hacemos fotos. Me voy a jugar al baloncesto y pierdo la noción del tiempo. Les enseño a las niñas a hacer un reverso, les enseño a lanzar de espaldas, les enseño a tirar elevando más el balón. Corremos, bailamos, nos reímos. Todas quieren enseñarme cómo tiran. Uncle, uncle, uncle, me dicen. Un momento de felicidad absoluta. Se pone a llover y seguimos jugando. Cuando se pone ya a caer agua en serio, recogemos y volvemos a la enfermería, empapados.

Las niñas quieren que les cuente historias de miedo. De fantasmas. Así que me tengo que inventar una sobre la marcha (la historia de cuando yo trabajaba en un pueblo muy muy lejano y todas las mañanas en la pizarra nos encontrábamos huellas de las pequeñas manos de unos niños que estaban muertos…). Quieren ver fotos, quieren ver vídeos, quieren saberlo todo, quieren que les dediques tiempo y cariño y atención. Empiezan a preguntar ya cuándo voy a volver a mi país. La madre de todas las batallas. Yo se lo voy explicando para que puedan empezar a digerir desde ya.

 

Poco a poco el diluvio va pasando y para cuando salimos, a eso de las 20 h, ya no llueve. Hoy hemos quedado en casa de Mou, la manager del año pasado, para cenar. Caminamos, cogemos el rickshaw y empezamos a buscar un taxi. No encontramos ninguno y nos tememos que nos tocará la bronca de siempre. Un rickshaw se para a nuestro lado. Le decimos la dirección y nos dice que montemos. No nos lleva hasta la calle pero nos acerca. Nos dice que cojamos otro rick. Esperamos, pero no viene ninguno. Le preguntamos a un hombre y nos dice que va en esa dirección y nos montamos con él en un bus. Otra de esas experiencias míticas, con el cobrador que lleva los billetes doblados a lo largo entre los dedos y va berreando en las paradas. Con la gente apelotonada como sardinas en lata. Muy pintoresco. A mí, personalmente, me gusta. Nos bajamos con él y nos quiere convencer de que montemos en un rickshaw-bici. Miramos al pobre chico, flaco como un palo y decimos que no, que no podemos. El hombre nos dice que tampoco es justo porque es su modo de subsistencia, pero simplemente no podemos montarnos ahí atrás y dejar que el pobre se ponga a dar pedales, así que nos buscamos otro rickshaw que nos lleva a la dirección de Mou. Por fin llegamos a la calle. Pero ahora hay que encontrar el portal: 3/1D. Empezamos a caminar y a caminar y a preguntar y a preguntar… y no hay manera. La calle perpendicular es la misma. Y la paralela también. Y la paralela a la paralela, también. No entendemos nada. Nadie nos consigue explicar qué lógica tienen esos números. Y la persona a la que preguntamos, pregunta a otra persona, que a su vez pregunta a otra persona y la búsqueda del portal se convierte en una especie de búsqueda del tesoro. Además, Mou tiene el teléfono apagado, para más inri. Y después de mucho buscar, y acompañados por dos señores mayores, encontramos el portal. Y hablamos con unos vecinos que nos dejan entrar y nos dicen dónde vive Mou. Y subimos a casa de Mou. Y la puerta de su casa está cerrada por fuera con un enorme candado. No entendemos nada. La típica escena india sin sentido. Así que buscamos un taxi, le convencemos para que ponga el taxímetro, y lo pone (supongo que porque íbamos acompañados por uno de los hombres que nos ayudó). Y cuando llegamos a Park Street, en lugar de los 115 que marcaba el taxímetro, nos cobró 200 y a tomar por el culo. Discusión, bronca, portazo de Maite y a cenar un bocadillo en Subway (tampoco había mucha elección).

 

Mañana a las diez y media vendrá el Brother a buscarnos y comenzará nuestro viaje a Nepal.

 

Ducha, colada y a escribir (cruzando los dedos para que mañana la ropa esté limpia porque vamos a dejar la habitación).

2 comentarios:

  1. Te sienta bien el cambio de look! Cómo me lo paso leyendo las aventuras del indiario, vistas a través de tus ojos! Gracias

    ResponderEliminar
  2. Que guapos Miki , las niñas que ricas . un beso

    ResponderEliminar