Abro los ojos y miro el reloj. Ni siquiera recuerdo qué hora
era (¿las 8?, ¿las 9?). Cierro los ojos y me vuelvo a dormir. Cuando abro los
ojos son las 11. Maite duerme. He dormido 13 horas. Santa madonna. Me levanto
al baño. Maite se despierta. Ella ha dormido 12 (consiguió escribir su entrada
del blog anoche). Una maravillosa mañana de domingo como mandan los cánones,
sin prisas. Supongo que nuestro último día de descanso en las próximas tres
semanas.
Nos vamos a desayunar al loft (Au bon pain). Capuccino, un
croissant con huevo y pesto y un cinnamon roll –mucho mejor que el de ayer-. La
vida es bella. Allí afuera hay un hombre con unos monos intentando sacarle las
pelas a la gente. Nos dan mucha pena los pobres monos, pero bueno, siempre es
mejor que ver a la nena que hace equilibrios en una cuerda (y, como hoy es
domingo, es de suponer que estará allí, como siempre, en la calle perpendicular
a la nuestra).
Pero hoy es domingo. No pasamos por Sudder. Nos lo
merecemos.
Precisamente porque es domingo, hay que coger taxi porque no
hay metro hasta las dos de la tarde, así que paramos uno, le pedimos taxímetro,
dice que nanay, naturalmente, ponemos cara de perro y acabamos aceptando 200
rupias como precio.
Llegamos a la enfermería del cole, saludamos a Manosi. Las
niñas van entrando y saliendo, juegan con nosotros, nos preguntan, se pegan a
nuestro brazo. Todos quieren ver mis tatuajes. Quieren que las enseñemos cosas
en el teléfono. O que les contemos historias. O que cantemos. Lo que sea.
Mientras Maite les enseña fotos, yo continuo escribiendo todo lo que no pude
escribir anoche. Lo consigo publicar (el teléfono comparte el Internet con el
ordenador). Lo de colgar fotos es complicado y lento, pero poco a poco lo voy
consiguiendo.
Un verdadero domingo. Sin nada que hacer, relajados,
disfrutando del momento sin más. Nos vamos a comer. Hacemos fotos. Me voy a
jugar al baloncesto y pierdo la noción del tiempo. Les enseño a las niñas a
hacer un reverso, les enseño a lanzar de espaldas, les enseño a tirar elevando
más el balón. Corremos, bailamos, nos reímos. Todas quieren enseñarme cómo
tiran. Uncle, uncle, uncle, me dicen. Un momento de felicidad absoluta. Se pone
a llover y seguimos jugando. Cuando se pone ya a caer agua en serio, recogemos
y volvemos a la enfermería, empapados.
Las niñas quieren que les cuente historias de miedo. De
fantasmas. Así que me tengo que inventar una sobre la marcha (la historia de
cuando yo trabajaba en un pueblo muy muy lejano y todas las mañanas en la
pizarra nos encontrábamos huellas de las pequeñas manos de unos niños que
estaban muertos…). Quieren ver fotos, quieren ver vídeos, quieren saberlo todo,
quieren que les dediques tiempo y cariño y atención. Empiezan a preguntar ya cuándo
voy a volver a mi país. La madre de todas las batallas. Yo se lo voy explicando
para que puedan empezar a digerir desde ya.
Poco a poco el diluvio va pasando y para cuando salimos, a
eso de las 20 h, ya no llueve. Hoy hemos quedado en casa de Mou, la manager del
año pasado, para cenar. Caminamos, cogemos el rickshaw y empezamos a buscar un
taxi. No encontramos ninguno y nos tememos que nos tocará la bronca de siempre.
Un rickshaw se para a nuestro lado. Le decimos la dirección y nos dice que
montemos. No nos lleva hasta la calle pero nos acerca. Nos dice que cojamos
otro rick. Esperamos, pero no viene ninguno. Le preguntamos a un hombre y nos
dice que va en esa dirección y nos montamos con él en un bus. Otra de esas
experiencias míticas, con el cobrador que lleva los billetes doblados a lo
largo entre los dedos y va berreando en las paradas. Con la gente apelotonada
como sardinas en lata. Muy pintoresco. A mí, personalmente, me gusta. Nos bajamos
con él y nos quiere convencer de que montemos en un rickshaw-bici. Miramos al
pobre chico, flaco como un palo y decimos que no, que no podemos. El hombre nos
dice que tampoco es justo porque es su modo de subsistencia, pero simplemente
no podemos montarnos ahí atrás y dejar que el pobre se ponga a dar pedales, así
que nos buscamos otro rickshaw que nos lleva a la dirección de Mou. Por fin
llegamos a la calle. Pero ahora hay que encontrar el portal: 3/1D. Empezamos a
caminar y a caminar y a preguntar y a preguntar… y no hay manera. La calle
perpendicular es la misma. Y la paralela también. Y la paralela a la paralela,
también. No entendemos nada. Nadie nos consigue explicar qué lógica tienen esos
números. Y la persona a la que preguntamos, pregunta a otra persona, que a su
vez pregunta a otra persona y la búsqueda del portal se convierte en una
especie de búsqueda del tesoro. Además, Mou tiene el teléfono apagado, para más
inri. Y después de mucho buscar, y acompañados por dos señores mayores,
encontramos el portal. Y hablamos con unos vecinos que nos dejan entrar y nos
dicen dónde vive Mou. Y subimos a casa de Mou. Y la puerta de su casa está
cerrada por fuera con un enorme candado. No entendemos nada. La típica escena
india sin sentido. Así que buscamos un taxi, le convencemos para que ponga el
taxímetro, y lo pone (supongo que porque íbamos acompañados por uno de los
hombres que nos ayudó). Y cuando llegamos a Park Street, en lugar de los 115
que marcaba el taxímetro, nos cobró 200 y a tomar por el culo. Discusión,
bronca, portazo de Maite y a cenar un bocadillo en Subway (tampoco había mucha
elección).
Mañana a las diez y media vendrá el Brother a buscarnos y
comenzará nuestro viaje a Nepal.
Ducha, colada y a escribir (cruzando los dedos para que
mañana la ropa esté limpia porque vamos a dejar la habitación).
Te sienta bien el cambio de look! Cómo me lo paso leyendo las aventuras del indiario, vistas a través de tus ojos! Gracias
ResponderEliminarQue guapos Miki , las niñas que ricas . un beso
ResponderEliminar