1. Rise.
Los niños
vuelven a llegar antes de las siete de la mañana. Esta vez no nos gritan por
los huecos de la pared. Gritan sin más. He dormido más que ayer, pero el cuerpo
me sigue doliendo igual. Dicen las malas lenguas que esta noche he roncado como
un tigre de Bengala. Javier ha pasado la noche durmiendo en una silla y dice
que es bastante mejor que la tabla-sauna. Me siento débil. Mi herpes se ha
multiplicado. Milagro. En lugar de multiplicar panes y peces, multiplicamos
herpes y diarreas. Por cierto, Dani va al baño y se declara oficialmente en
alerta naranja.
Comienza la
jornada con esa cadencia cansina que tienen los Sunderbans. Nos lavamos la cara
en la fuente, nos limpiamos un poco el cuerpo con las toallitas, desayunamos
algo, nos sentamos a ver la vida pasar…
(Inciso) La
hospitalidad en este lugar, no sé si considerarlo tan cercano o tan lejano de
la “civilización”, es tan extrema que Sidarta y Shibu han pasado estas dos
noches durmiendo en la habitación que hace de dispensario (y allí ni siquiera
hay tableros), en lugar de hacerlo en su casa, por si teníamos algún problema y
las cocineras han pasado todos estos días cocinando para nosotros de sol a sol
en lugar de estar en sus casas atendiendo a sus familias. Dicho esto, también
dejo caer que ha habido gente del grupo (españoles por el mundo…) que más de
una vez ha dejado la comida que nos han estado preparando durante todo el día
para comer el jamón, el chorizo y las latas que se han traído en una bolsita. Ahí
queda. (Fin del inciso).
Maite y yo, en
posición “viendo la vida pasar”, planificamos con el ordenador el trabajo de
las próximas dos semanas, sin prisa. Las doctoras ven a los últimos niños que
les quedan. Soñamos con una ducha. No es que desprendamos mal olor y eso, pero
nos sentimos realmente sucios. Grabo unas pequeñas secuencias con la cámara de
vídeo que ha traído Maite. La idea es hacer una presentación sobre el lugar que
formaría parte de un proyecto de salud para la zona. ¿Nos financiará la Universidad de
Salamanca? Veremos.
Ayer, olvidé
contarlo, estuvimos grabando unas pequeñas entrevistas a Sidarta, Shibu y Mousumi.
Fue un momento muy divertido –momento Bollywood-. Para ellos fue tremendo
hablar delante de una cámara y luego verse en el ordenador. Se morían de la
risa.
Después de
comer, tenemos una pequeña reunión como de “resumiendo”, con los tres. Les
decimos que nos preocupa el dispensario, demasiada medicación, demasiado
descontrol. Veremos cómo lo solucionamos. Proponemos informatizar todos los registros
(entradas y salidas de medicamentos, especialmente) para que nos los puedan
enviar regularmente.
Es curioso, a lo
largo de estos días hemos tenido, sobre todo con Sidarta, momentos tensos en
los que él se ha sentido incómodo (“están controlando/cuestionando lo que hago”),
alternados con momentos mágicos (“sois como parte de mi familia”). En todo
caso, ahora que llega el momento de despedirnos, Sidarta parece el más
emocionado. Nos hace un pequeño discurso sobre lo que valoran que estemos allí
ayudando a sacar adelante todo aquello. Las chicas hacen un esfuerzo y
consiguen no llorar (parece ser que en esa zona resulta sumamente violento ver
llorar a alguien). Vienen unos niños pequeñitos, nos cantan, nos regalan unas
flores y nos ponen una gota de agua en la frente con una flor chiquitina.
Es curioso
(segunda parte) que encontremos las mayores muestras de generosidad en los
lugares más humildes, en aquellos en los que no tienen nada.
Llegan los
conductores y se ponen a comer. Vienen dos furgonetas; en una viajaremos
nosotros seis hasta el hotel. En la otra, dos niñas, una con su madre y otra
con su padre, que tienen una cita mañana en un hospital de Calcuta. Nosotros
corremos con los gastos.
Una de las niñas
tiene un pequeño problema de taquicardias y la otra niña es Supriya. Síndrome
de Down, cinco años y un grave problema de corazón. Durante un año hemos
propuesto operarla y en todos los sitios la conclusión ha sido que es
prácticamente imposible. Demasiado riesgo. Finalmente, en uno de los hospitales,
el Birla (y tras dos citas fallidas con el médico) nos han dicho que quizás se
pueda hacer, así que le van a realizar unas pruebas y en función de los
resultados, sobre todo de la presión pulmonar, nos dirán si se puede seguir
adelante –a pesar de los riesgos- o no. Para nosotros es fantástico ya solo que
haya una posibilidad. Detrás de esto hay un enorme trabajo de nuestro equipo de
médicos, que son unas máquinas. Mil gracias a todos, sobre todo a Ana y a
Conchita; he tenido la suerte de trabajar cerca de ellas todos estos días y,
francamente, son ejemplos a seguir.
Vale, pues eso,
que los conductores ya han llegado. Allí de pie, con la mochila preparada,
mientras contemplo el paisaje una vez más, me doy cuenta de que me siento bien.
No he ido al baño en toda la mañana y me vuelvo a sentir con energía. He
vuelto. I rise.
Viajamos durante
una hora por un camino de cabras lleno de baches. Hace un calor horrible.
Paramos en un pequeño hospital de atención primaria, por no decir precaria, que
hay en un pueblecito que nos pilla de paso. Es el más cercano, el primero al
que acuden estas gentes cuando hay una urgencia. En la mayoría de los casos, a
poco importante que sea el problema les trasladan a Calcuta (más de tres horas
de camino, así que vayan haciendo sus cálculos…). Tenemos ganas de echar un
ojo. El espectáculo es desolador. Está lleno de mierda y se cae a cachos. Ana y
Concha nos dicen que no toquemos nada (NI SE OS OCURRA TOCAR NADA). Camillas
metálicas oxidadas, gente tirada por el suelo, camas por los pasillos. Y ese
olor. Como veinte personas a nuestro alrededor que no nos quitan el ojo de
encima, como si fuéramos extraterrestres. Un pensamiento unánime: si nos
ponemos enfermos aquí –enfermos de urgencia- estamos bien jodidos.
Después de un
buen rato dando vueltas de acá para allá, conseguimos hablar con un médico.
Conchita y Dani hablan un rato con él, le preguntan si es posible que Sidarta
venga aquí de vez en cuando –una o dos veces por semana- para hacer prácticas
en el dispensario del hospital porque es urgente que mejore su formación. En
principio parece que es factible. Le damos las gracias al doctor, apuntamos su
número de teléfono y salimos pitando de allí. El resto del viaje es un
infierno, hace un calor indescriptible, no se puede ni respirar, la camiseta se
me pega al cuerpo… Luego, a medida que llegamos a Calcuta, empiezan los
atascos, el ruido ensordecedor de los pitidos, el olor, los cuervos… Se me hace
larguísimo, pero finalmente nos plantamos en el hotel. Hora de darnos una ducha,
hacer la colada y reconciliarnos con el mundo.
Volvemos a cenar
una vez más en el Jojo’s (me empieza a parecer ya un castigo esto de comer en
guirilandia, pero ya queda poco para poder independizarme).
Nuestro nivel de
agotamiento es bastante severo.
Ya en la
habitación, Maite me vuelve a hacer de Chus y se queda dormida (chino-tronco)
mientras yo escribo un poco con las últimas energías que me quedan.
Paseo por este diario ,cual fiel lectora, y cierro los ojos después de leerte para imaginarme, para imaginarte, para imaginaros y sentirme por unos instantes cerquita de vosotros.
ResponderEliminarDeseo que tus flaquezas y debilidades vayan abandonándote y que llegue la energía para seguir el camino.
os animo a todos y os felicito por vuestra labor.
Somos lo que escribimos , JE, JE, JE ... Maitechu mía y mi Mikelito.
Mil besitossssssss