sábado, 3 de agosto de 2013

1. RISE.


1. Rise.

Los niños vuelven a llegar antes de las siete de la mañana. Esta vez no nos gritan por los huecos de la pared. Gritan sin más. He dormido más que ayer, pero el cuerpo me sigue doliendo igual. Dicen las malas lenguas que esta noche he roncado como un tigre de Bengala. Javier ha pasado la noche durmiendo en una silla y dice que es bastante mejor que la tabla-sauna. Me siento débil. Mi herpes se ha multiplicado. Milagro. En lugar de multiplicar panes y peces, multiplicamos herpes y diarreas. Por cierto, Dani va al baño y se declara oficialmente en alerta naranja.

Comienza la jornada con esa cadencia cansina que tienen los Sunderbans. Nos lavamos la cara en la fuente, nos limpiamos un poco el cuerpo con las toallitas, desayunamos algo, nos sentamos a ver la vida pasar…

(Inciso) La hospitalidad en este lugar, no sé si considerarlo tan cercano o tan lejano de la “civilización”, es tan extrema que Sidarta y Shibu han pasado estas dos noches durmiendo en la habitación que hace de dispensario (y allí ni siquiera hay tableros), en lugar de hacerlo en su casa, por si teníamos algún problema y las cocineras han pasado todos estos días cocinando para nosotros de sol a sol en lugar de estar en sus casas atendiendo a sus familias. Dicho esto, también dejo caer que ha habido gente del grupo (españoles por el mundo…) que más de una vez ha dejado la comida que nos han estado preparando durante todo el día para comer el jamón, el chorizo y las latas que se han traído en una bolsita. Ahí queda. (Fin del inciso).

Maite y yo, en posición “viendo la vida pasar”, planificamos con el ordenador el trabajo de las próximas dos semanas, sin prisa. Las doctoras ven a los últimos niños que les quedan. Soñamos con una ducha. No es que desprendamos mal olor y eso, pero nos sentimos realmente sucios. Grabo unas pequeñas secuencias con la cámara de vídeo que ha traído Maite. La idea es hacer una presentación sobre el lugar que formaría parte de un proyecto de salud para la zona. ¿Nos financiará la Universidad de Salamanca? Veremos.

Ayer, olvidé contarlo, estuvimos grabando unas pequeñas entrevistas a Sidarta, Shibu y Mousumi. Fue un momento muy divertido –momento Bollywood-. Para ellos fue tremendo hablar delante de una cámara y luego verse en el ordenador. Se morían de la risa.

Después de comer, tenemos una pequeña reunión como de “resumiendo”, con los tres. Les decimos que nos preocupa el dispensario, demasiada medicación, demasiado descontrol. Veremos cómo lo solucionamos. Proponemos informatizar todos los registros (entradas y salidas de medicamentos, especialmente) para que nos los puedan enviar regularmente.

Es curioso, a lo largo de estos días hemos tenido, sobre todo con Sidarta, momentos tensos en los que él se ha sentido incómodo (“están controlando/cuestionando lo que hago”), alternados con momentos mágicos (“sois como parte de mi familia”). En todo caso, ahora que llega el momento de despedirnos, Sidarta parece el más emocionado. Nos hace un pequeño discurso sobre lo que valoran que estemos allí ayudando a sacar adelante todo aquello. Las chicas hacen un esfuerzo y consiguen no llorar (parece ser que en esa zona resulta sumamente violento ver llorar a alguien). Vienen unos niños pequeñitos, nos cantan, nos regalan unas flores y nos ponen una gota de agua en la frente con una flor chiquitina.

Es curioso (segunda parte) que encontremos las mayores muestras de generosidad en los lugares más humildes, en aquellos en los que no tienen nada.

Llegan los conductores y se ponen a comer. Vienen dos furgonetas; en una viajaremos nosotros seis hasta el hotel. En la otra, dos niñas, una con su madre y otra con su padre, que tienen una cita mañana en un hospital de Calcuta. Nosotros corremos con los gastos.

Una de las niñas tiene un pequeño problema de taquicardias y la otra niña es Supriya. Síndrome de Down, cinco años y un grave problema de corazón. Durante un año hemos propuesto operarla y en todos los sitios la conclusión ha sido que es prácticamente imposible. Demasiado riesgo. Finalmente, en uno de los hospitales, el Birla (y tras dos citas fallidas con el médico) nos han dicho que quizás se pueda hacer, así que le van a realizar unas pruebas y en función de los resultados, sobre todo de la presión pulmonar, nos dirán si se puede seguir adelante –a pesar de los riesgos- o no. Para nosotros es fantástico ya solo que haya una posibilidad. Detrás de esto hay un enorme trabajo de nuestro equipo de médicos, que son unas máquinas. Mil gracias a todos, sobre todo a Ana y a Conchita; he tenido la suerte de trabajar cerca de ellas todos estos días y, francamente, son ejemplos a seguir.


Vale, pues eso, que los conductores ya han llegado. Allí de pie, con la mochila preparada, mientras contemplo el paisaje una vez más, me doy cuenta de que me siento bien. No he ido al baño en toda la mañana y me vuelvo a sentir con energía. He vuelto. I rise.

Viajamos durante una hora por un camino de cabras lleno de baches. Hace un calor horrible. Paramos en un pequeño hospital de atención primaria, por no decir precaria, que hay en un pueblecito que nos pilla de paso. Es el más cercano, el primero al que acuden estas gentes cuando hay una urgencia. En la mayoría de los casos, a poco importante que sea el problema les trasladan a Calcuta (más de tres horas de camino, así que vayan haciendo sus cálculos…). Tenemos ganas de echar un ojo. El espectáculo es desolador. Está lleno de mierda y se cae a cachos. Ana y Concha nos dicen que no toquemos nada (NI SE OS OCURRA TOCAR NADA). Camillas metálicas oxidadas, gente tirada por el suelo, camas por los pasillos. Y ese olor. Como veinte personas a nuestro alrededor que no nos quitan el ojo de encima, como si fuéramos extraterrestres. Un pensamiento unánime: si nos ponemos enfermos aquí –enfermos de urgencia- estamos bien jodidos.

Después de un buen rato dando vueltas de acá para allá, conseguimos hablar con un médico. Conchita y Dani hablan un rato con él, le preguntan si es posible que Sidarta venga aquí de vez en cuando –una o dos veces por semana- para hacer prácticas en el dispensario del hospital porque es urgente que mejore su formación. En principio parece que es factible. Le damos las gracias al doctor, apuntamos su número de teléfono y salimos pitando de allí. El resto del viaje es un infierno, hace un calor indescriptible, no se puede ni respirar, la camiseta se me pega al cuerpo… Luego, a medida que llegamos a Calcuta, empiezan los atascos, el ruido ensordecedor de los pitidos, el olor, los cuervos… Se me hace larguísimo, pero finalmente nos plantamos en el hotel. Hora de darnos una ducha, hacer la colada y reconciliarnos con el mundo.

Volvemos a cenar una vez más en el Jojo’s (me empieza a parecer ya un castigo esto de comer en guirilandia, pero ya queda poco para poder independizarme).

Nuestro nivel de agotamiento es bastante severo.

Ya en la habitación, Maite me vuelve a hacer de Chus y se queda dormida (chino-tronco) mientras yo escribo un poco con las últimas energías que me quedan.

1 comentario:

  1. Paseo por este diario ,cual fiel lectora, y cierro los ojos después de leerte para imaginarme, para imaginarte, para imaginaros y sentirme por unos instantes cerquita de vosotros.
    Deseo que tus flaquezas y debilidades vayan abandonándote y que llegue la energía para seguir el camino.
    os animo a todos y os felicito por vuestra labor.

    Somos lo que escribimos , JE, JE, JE ... Maitechu mía y mi Mikelito.
    Mil besitossssssss

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