viernes, 2 de agosto de 2013

31. TOUCHÉ.


Antes de las siete de la mañana, una horda de niños nos empiezan a gritar por los huecos de la pared. Parece una broma. Un ratito después aparece Shibu para decirnos que tenemos que abrir la puerta porque necesitan una llave que está dentro. Me levanto, en calzoncillos, y abro la puerta. Ole.

La noche ha sido un desastre. Entre el calor y el dolor he dormido poco y mal. La tabla me ha dejado el cuerpo hecho polvo. Creo que tengo una edad en la que ya no vale todo. Me siento como si me hubieran pegado una buena tunda. Además tengo un herpes en el labio. Muy bien. Y, aprovechando que estoy de pie y no me siento muy bien, voy al baño. Guay. Después de tres años persiguiéndome, la diarrea me ha cazado. De puta madre. Como no tenemos ducha, me acerco hasta la fuente, bombeo, me lavo un poco la cara y entro a la habiación-sauna. Completo mi toilette con unas toallitas húmedas gentileza de Ana. El resto de la gente también se levanta con cara de culo y gestos de dolor. Creo que no soy el único que ha pasado mala noche.

Hoy no llueve. De hecho hace un sol fantástico. Desayunamos tortitas con una especie de patatas finas, medio fritas (del estilo a las que se hacen para preparar la tortilla de patatas). Me hago un roll –muy rico- y otro par de ellos con nutella (que hemos traido de Calcuta). Rico, pero mis tripas no paran de hacer ruidos raros y dar vueltas.

Las doctoras vuelven a sus consultas. No puedo con el alma. Me siento a ver la vida pasar. Al final estoy tan roto que me vuelvo al tablón a dormir un rato. Caigo redondo. En realidad, todos duermen un rato: Maite y Javier sentados en la silla y Dani, tumbado. Da pena vernos. Al final de la mañana, las doctoras acaban con lo suyo, Ana se tumba a dormir y los demás nos damos un paseo con Shibu. Andamos por caminos de barro (hoy, seco), entre palmeras y campos de arroz en los que la gente trabaja con el agua por encima de las rodillas. Vamos a otro pequeño cole del Brother, otra casa con el techo de paja que se usa como aula para dar clase a niños de 3 a 5 años. Allí están los chiquitines, en el suelo, aprendiendo letras y números que nos recitan en inglés. Me parto con ellos.

Shibu nos enseña su casa. Los indios son muy hospitalarios, un poco al estilo marroquí, les gusta mucho que entres en tu casa y te acogen como si fueras un presidente del gobierno. La casa de Shibu mola, es bastante grande (con dos pisos) y las paredes están cubiertas de barro, así que está fresquita. Tiene placas solares y antena parabólica. Shibu no está casado y vive con seis personas de su familia (madre, hermanas, sobrino…). Comemos coco recién cortado y saludamos a la madre. Shibu está más ancho que largo.

Volvemos al dispensario-cole y volvemos a comer arroz con lentejas y cosas. Los retortijones son una sinfonía, pero las doctoras me dicen que si el cuerpo me permite comer, tengo que comer. Guay. Ana me prepara un suero oral. Así que, tras la comida, me siento en una silla y veo la vida pasar con la botella naranja al lado. Dani me mira como diciendo no sé cómo coño te puedes beber esa mierda. Las doctoras vuelven al tajo. Mi energía ya toca suelo. De vez en cuando me doy el paseíllo de la silla al baño y viceversa. Ag. La tarde se me hace eterna. A eso de las cinco y pico nos damos otro paseo, esta vez hasta el río. Un paisaje magnífico. Estoy fatal y Maite también –en su caso no es diarrea, es jaqueca-.

A la vuelta, ya de noche, las doctoras empiezan a vaciar armarios llenos de medicinas para hacer un inventario. Me apunto. A Maite se le empieza a pasar el dolor. Yo sigo con lo mío, todo cuesta arriba. Contamos antibióticos, paracetamoles y cosas así. Medicinas para abastecer a un regimiento. Al médico se le ha ido la olla, definitivamente. Las doctoras están que trinan porque el doctor solo está allí una mañana por semana y los encargados del dispensario no deberían dar medicamentos a nadie, puesto que no están cualificados para ello, y sin embargo los dan.

Ceno –modo samurai- y me voy al tablón mientras el grupo discute sobre el futuro del dispensario.

Anuncio públicamente que al día siguiente estaré bien.

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