Desde el primer
momento (y antes también) las ausencias sobrevuelan mi cabeza. Pienso en Mónica.
Después de dos años con ella, me parece raro cantar en el coro con los
niños si no está a mi lado. Y sobre todo, Chus, compañera 24 horas al día. Hemos
compartido tantas aventuras, risas, juegos, cansancios… hemos compartido tanto
que siento realmente que me falta algo. Casi duele.
Y los niños
preguntan por ellas y les dices que no vienen y te miran con esa cara y les
explicas con mucho cuidado que las aunties les quieren muchísimo y se acuerdan
mucho de ellos pero que este año no han pedido venir. Y los niños te siguen
mirando con esa cara y te da tanta pena.
Y Pilar me
pregunta qué vamos a hacer sin ellas y le respondo que lo mismo que con ellas.
Porque es así. Y si no lo fuera sería injusto. Injusto para la gente que sí está.
Porque Karmela y Sara han hecho un trabajo maravilloso con el coro, porque la
gente que ha venido (nuevos y no nuevos) es admirable y genial de mil maneras
diferentes y no se merecen que las ausencias pesen más que ellos, que sus presencias.
Así que cojo a Mónica
y Chus y a Malena y a Olga y a David y a Marian, los envuelvo en un paquetito y
los guardo en una pequeña caja fuerte que tengo en el corazón para poder seguir
disfrutando del aquí y ahora.
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