domingo, 2 de agosto de 2015

Domingo 2. COMPACTANDO


Today is the day. Hoy llega la gente que falta (9 personas) y el grupo queda oficialmente formado. Un grupo recién nacido. Más recién nacido que los demás grupos en los que estado porque apenas se ha compactado en España. De hecho, no creo que todos los voluntarios se hayan aprendido los nombres de los demás. Falta cemento y vivencias compartidas. Que llegarán, claro, porque vamos a compartir una experiencia extrema durante al menos dos semanas.

Pero vayamos por partes porque el día empezó torcido. Anoche, a eso de la 1.30 h de la mañana un montón de gritos me despertaron. Di vueltas para un lado y para otro, esperando que la cosa pasara, pero los gritos continuaron y continuaron y continuaron. Resulta que la habitación en la que he estado estos dos días da a la escalera, así que se oye todo. A lo mejor se preguntan qué hacía yo solo en esa habitación pero es algo tan estúpido que no quiero ni contarlo. El caso es que me tuve que vestir y salir a la escalera. Allí estaba la auténtica algarabía india con esos estúpidos grititos agudos tan característicos, como de gallinero alborotado.

Si ustedes estaban en sus casas (22.30 h en España) y escucharon un grito, a lo mejor era yo. Si el grito decía algo como SHUT THE FUCK UP!!!!!, seguido de algo como IT’S TWO, YOU WOKE ME UP, YOU DON’T HAVE ANY FUCKING BRAIN IN YOUR HEAD, entonces, segurísimo que era yo.

(Nota del editor: “Cerrad la puta boca, son las dos y me habéis despertado, sois unos putos descerebrados”)

Los cretinos se quedaron mirando mi mejor mirada asesina –y de veras que no me hubiera importado romper un par de pescuezos en ese momento- y se hizo el silencio. Bueno, se escuchó muy bajito algo como sorry, sir y nada más. Entré en la habitación con un portazo. Hala, ya está. Aunque, claro, tampoco es tan fácil: la adrenalina, que tan bien me sienta habitualmente, tiene una pega: no me deja dormir. De todas las maneras, da igual, porque al cabo como de diez minutos, el ascensor se paró al lado de mi ventana, se bloqueó y se puso a repetir una y otra y otra y otra vez, en bucle “The door is open, please close the door, the door is open, please, close the door, the door is open, please, close the door…”

(Nota del editor: “La puerta está abierta, por favor, cierre la puerta…” hasta el infinito).

La India es así, no hay nada que uno pueda hacer, cuando las cosas se tuercen, se tuercen de cojones. Me volví a vestir y allí estaban dos fulanitos, todo apurados, abriendo y cerrando y abriendo y cerrando la puerta, pero el ascensor, ni caso, dale que te pego. Y así pasaron unos minutos, con los fulanitos abriendo y cerrando las puertas y yo mirándolos (y pensando, ¿cómo se dice en inglés “vamos a reventar a hostias el puto altavoz”?). Al final, yo creo que de puro aburrimiento, la puerta hizo por fin clack, el altavoz se calló y el ascensor tiró para arriba. Y luego, a intentar dormir con la mala leche saliéndome por los poros.

Luego, a las seis de la mañana, los fulanitos ya estaban otra vez pegando voces (que luego, normalmente no es que pase nada, es que son tontos y no saben hablar de otra manera, como la mitad de los putos españoles…), pero yo ya estaba demasiado harto para bajar a montar otro numerito, así que me puse los auriculares y estuve un par de horas flotando mientras escuchaba a Django Reinhardt –un gitano francés que en los años cincuenta o así era el mejor guitarrista del mundo, aunque no sabía leer ni escribir y le faltaban unos cuantos dedos… no me pregunten por qué me dio por ahí-.

Bueno, pues como estaba yo con la leche templadita por la mañana, recogí todo, hice mi equipaje (una vez más) y puse la maleta en la puerta. Un fulanito me preguntó y creo que respondí algo como no vuelvo a dormir en esta puta habitación. Me pasé media mañana con cara de ogro psicópata.

Abajo están (permítanme volver al presente) Mai y Lau, esperando a que llegue la primera comitiva. Luego ya bajan las demás y les digo que se vayan a desayunar, que yo me quedo esperando, sobre todo porque en esta comitiva llega Víctor, la persona con la que voy a compartir habitación a partir de hoy.

Y allí me quedo, sentado en el hall de entrada, con mi cara de perro.

Y llegan Inés, su sonrisa, Fátima –mi compañera de taller- y Víctor –mi compañero de habitación-. Llegan ligeritos de equipaje porque les han perdido las maletas. Ojo, que se las ha perdido Emirates; llegaron con retraso a la escala en Dubai, en el mismo vuelo que nosotros la semana pasada, y no dio tiempo a pasar el equipaje porque el otro avión ya estaba esperando. Veremos si llegan hoy o no.

Le cuento al fulanito de arriba que no vuelvo a la habitación ni de loco y él me dice que siente mucho lo de anoche, que había una persona borracha y que no volverá a suceder. En todo caso, yo no volveré a dormir del lado de la escalera. De todas las maneras era una habitación demasiado pequeña y con una sola cama, así que estaba descartada de antemano.

Nos dice que no hay otras habitaciones dobles más grandes, pero, no sé si por la cara de perro o porque ya son años viniendo al mismo hotel, nos ofrece una habitación doble, con dos camas y con aire acondicionado por 1.400 rupias (20 euros), cuando normalmente son mucho más caras, así que digo ok, vemos la habitación, nos gusta y a chospar. Sin embargo, me dice que la habitación que yo he dejado la heredarán las sisters (Patricia y Beatriz) porque no queda otra disponible. Mala suerte, chicas…

El grupo del desayuno vuelve, hay saludos, risas y buenas vibraciones, me da buena espina. Hacemos el relevo, nos vamos nosotros a desayunar mientras que el otro grupo se queda a esperar a la siguiente comitiva (5 personas). En realidad, no tienen que esperar porque las hermanitas suben a hablar con el manager sobre su jodida habitación (habían estado compartiendo habitación triple de manera provisional, pero como llegaron Inés y Fátima, ya les tocaba buscarse otra) y allí estaban ya los recién llegados, es decir, llegaron y subieron mientras nosotros estábamos viendo nuestra nueva habitación.

Víctor es todo ojos, lo mira todo, le sorprende todo y vive las cosas con bastante intensidad, así que aprovecho y me dejo contagiar, como si le estuviera pillando de su wifi emocional. Estos chicos cambian dinero, desayunamos, pierdo mi paraguas Samsonite de color naranja (eso hace tres paraguas super chulos perdidos en tres años consecutivos) y me vuelvo a colocar la cara de perro. Grrr.

A media mañana, ya se ha unido el resto del grupo: 14 personas yendo juntas de aquí para allá. Otra vez el dinosaurio caminando pesado y cansino. Como el sentimiento gregario está muy poco enraizado en mí (que es una manera fina de decir que me agobia la gente), empieza ya a salirme sarpullido. Por la calle, un cura español nos ofrece comer una paella que ha preparado chez Raj’s y, aunque hemos desayunado hace bien poco, me apunto y queda simpática la cosa. Y hacemos una foto. Adivinen quién es el único gilipollas que mira para el lado contrario que los demás. Esto del pensamiento divergente…




El dinosaurio dice que tenemos que ir todos a visitar el Victoria Memorial y la casa de la madre Teresa y yo digo que ni de coña, claro. Afortunadamente, Laura y Maite también se quedan, así que convertimos el dinosaurio en una gacela y pasamos los tres la tarde zanganeando sin hacer nada: tirados en el almacén de ropa de los hermanos viendo la vida pasar. En realidad, tirados hasta que va llegando tal cantidad de guiris (españolas, normalmente) que me es literalmente imposible estar sentado en el suelo. De hecho, me tocan al lado dos petardas andaluzas tan pesadas que me dan ganas de odiar la vida…

Y después del camarote de los hermanos Marx, nos vamos a nuestra librería fetiche: Oxford book store en Park Street. Y otro rato zanganeando de aquí para allá, disfrutando de no hacer nada.

Luego nos encontramos con el resto del grupo, que ya han vuelto del Victoria y, muy motivados, se van hacia Mother’s House porque hay una misa o no sé qué (¿). En realidad creían que sí pero era que no, así que vuelven al hotel. Tenemos un rato Víctor y yo para ir cogiéndonos el truco –y da la impresión de que va a ser que sí-.

Luego, un rato de terraza, aprovechando que hoy no llueve y la reunión para ir preparando la actividad de mañana.

Tras la reunión, el dinosaurio dice que tenemos que ir todos a cenar al Jojo’s, pero ya saben, en casi todos los rebaños hay una oveja negra. O un lobo con piel de cordero. O un cordero con piel de lobo para así no tener que seguir a los demás… qué sé yo. Creo que no voy a ir a cenar ni un solo día a Sudder Street. Demasiado aburrido. Demasiado pesado. Demasiado rutinario.

Bajo a comprar una botella de agua y una chocolatina y aprovecho para ducha-colada-escritura-relax y la verdad es que mola.

Mañana comienza la actividad.

Fin de la tregua.

Ps: Holaaa, Irenita, divino tesoro... Bienvenida al reino del caos. Te echo de menos. Y creo que Patri también. Por cierto, las niñas la llaman Party, jajajaj (ah, y si no reconoces Sudder a lo mejor es porque no es Sudder, la foto es de Mirza Galib, la calle que lleva a Sudder (la de los bomberos). :p

1 comentario:

  1. Hola!! :)
    Este día estabas sembrado Mikel! Jajaja me encantaría estar allí con todos vosotros! "Party", estos niños son la caña! Muchos besos, te sigo leyendo!

    ResponderEliminar