Me sigo despertando a horas raras. Es frustrante. Hoy ha
tocado como de tres a cuatro de la madrugada. No lo entiendo, pero bueno, estamos
en India y uno aprende rápido a capear temporales sin comerse demasiado la
cabeza. Los hay también que no aprenden pero bueno, eso tan solo quiere decir
que no son personas preparadas para un país como este.
Víctor aparece en la habitación cuando me estoy
desperezando. Se la levantado a las
cinco y media para ir a la misa de la madre Teresa. Esta vez sí, porque lleva
intentándolo unos días. Y además, esta vez sí que ha rezado por mí. Me dice que
el pack me vale hasta diciembre. La voy a liar bien liada, entonces. De puta
madre.
Desayuno en el loft. Rollito de canela (el bueno, no el que
tiene como fruta confitada), zumo de naranja, combo capuccino+baggel con queso.
Hoy toca ir con Concha y Patricia al derma. Como los
miércoles y jueves el horario del doctor es de 9-10 h, en lugar de ir al cole a
por los niños, los esperamos en el mismo hospi, que está como a 15 minutos a
pie desde el hotel. Ellos tienen que llegar en taxi con la enfermera (la
incompetente).
Concha, Pat y yo llegamos puntuales –a las nueve- y nos
sentamos. A las nueve y diez, las chicas empiezan a ponerse nerviosas y, lo que
es peor, a ponerme nervioso a mí. A y veinte ya no paran de hacer cosas raras,
así que me voy a esperar a los niños afuera para poder mantener mi estado zen.
Bueno, pues eso, que la India
no es un país para todos los perfiles, precisamente…
Los niños llegan tardísimo, como a las 9.40 h, así que hay
que correr para acabar de hacerles la ficha. El médico nos empieza a atender a
las diez, menos mal que no se va antes… Todo va como la seda, sin ningún caso
preocupante.
Los volvemos a meter en el taxi con la enfermera
incompetente para que no lleguen tarde al cole y nos vamos a comprar los
medicamentos. Ya le tenemos cogido el truco, así que la cosa fluye y alrededor
de las once ya lo hemos despachado todo. Yo vuelvo por mi lado –en metro and
rickshaw- disfrutando del silencio y la calma.
El resto de la mañana en el cole lo paso preparando la
actividad del día: el mural de tapones. Y por un momento me entran las mil
dudas: ¿saldrá bien?, ¿habrá suficientes tapones?, ¿se pegarán bien al papel?,
¿se pegarán demasiado?, ¿qué demonios sé yo sobre cemento? (y menos mal que he
visto “Locke”). Yo qué sé. Pero bueno, hablo con uno, con otro, con la manager,
cambio el emplazamiento que tenía pensado al principio y ya queda todo medido,
preparado y apalabrado para mañana a las diez con los albañiles.
Luego, después de comer, los voluntarios terminamos el
cuadrante que teníamos a medias (sale bien) y puedo dedicar un rato a jugar con
las peques. Y con mi Saheli.
La verdad es que los grupos hacen un buen trabajo, la cosa
tiene buena pinta y nos sobran tapones. Tan bien han trabajado que hoy les
regalamos un globo a los niños del grupo, que luego se pasan un rato coloreando
mandalas.
Veremos mañana la prueba de fuego con el cemento y eso, pero
por ahora, la cosa avanza.
A la vuelta (hoy no ha habido reunión) acompaño a Víctor,
Iván y David al sastre. Creo que es el primer o el segundo día que salgo del
metro por Sudder Street. Se me hace hasta raro. Los señoritos se han encargado
unos trajes, camisas y americanas a medida –guapísimos- y le toca probarse a
Iván. No lo descartaremos para otro año porque los trajes, hechos a capricho
salen a 50-70 euros. Solo me falta inventarme ocasiones –que no sean bodas,
banquetes ni comuniones- para poder ponérmelos.
Estos chicos llevan un par de días preparando el viaje –bien
merecido- que se van a pegar a Jaipur y hoy siguen en ello. Mientras, yo hago
la última colada del año, me ducho y escribo un poquito. Y ya queda tan poco.
Ps. Iván nos confiesa que ya ha llorado un poquito hoy con
los niños y David casi, casi. Victor, que es un tipo práctico, se ha decidido
por el método de desactivación emocional. Veremos cómo se va gestionando todo
esto de las despedidas.
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