miércoles, 5 de agosto de 2015

Martes 4. UNA DOSIS DE REALISMO (MÁGICO)


Y es que, aparte de las carreras de David ayer –y el suero que se bebió mientras los demás le daban a la cerveza…-, todo estaba yendo muy bien. Pero claro, estamos en India. A las siete de la mañana, mensaje de Patri (Party): He estado vomitando toda la noche, no puedo ir al cole. A las ocho, Jose haciendo el zombi –por cierto, me saca una cabeza y dos cuerpos y estoy en ochenta y pico kilos…-; no ha podido dormir, está a paracetamoles, congestión nasal y diarrea. Inés que no baja porque está fatal. Ok… Nos vamos a desayunar los que podemos (el grupo “médico” ya salió hace una hora). De nuevo, desayunito en el loft. Tan ricamente. Lo que pasa es que entre idas al baño y no sé qués, salimos tarde. Iván empieza también a estar entre pinto y Valdemoro, por cierto.

Llegamos al cole, recogemos el material para pintar y vamos a la casa de los niños pequeños. Hay un fulanito que viene con nosotros y trae una bici-remolque para transportar el material.

Inciso: ¿Se acuerdan del (anti)cristo caminando sobre las aguas? Pues desde ese día, el sábado, hemos tenido calor y calor. Ya van tres seguidos (¿dónde está el monzón?). Así que, ya estamos sudando la gota gorda antes de ponernos a trabajar.

Aunque teníamos en mente pintar las paredes de una casa con bonitos colores, fulanito nos dice que antes de pintar hay que echar un líquido como para fijar la pintura, con lo cual tenemos que cambiar de chip y aceptar que nuestro trabajo va a ser muy poco vistoso. Entre retrasos y el hecho de llegar a la casa y que no hubiera nadie para abrirnos, con lo cual, fulanito tiene que volver de nuevo al cole a por las llaves, comenzamos la tarea a las 11h. Manos a la obra. Fuera camiseta, fuera zapas, me pongo una mascarilla de médico y a por ello.


El pobre Jose, que está derrengado, respira como un búfalo. Iván se desenvuelve. El rollo no es pintar la cosa esa, sino moverse de un lado a otro en unos espacios absolutamente llenos de cosas (que nadie se ha molestado en mover). En la diminuta habitación en la que empezamos a trabajar hay cuatro camas. Los somieres son de hierro. Debajo de ellos hay una enorme cantidad de cajas y bolsas. Tardamos más moviendo las cosas de un lado a otro (sobre todo porque hay que trabajar también con una escalera y prácticamente no cabe). Yo me pido escalera, claro, como siempre. Es lo que tiene que me encanten las alturas. Trabajamos y trabajamos con música de todo a cien, pero bueno, algo aporta. Y sudamos. Y seguimos sin descansar. Cuando acabamos con la habitación, pasamos a la entrada (en la otra habitación está fulanito, que se pasa la mañana durmiendo. Jose lo bautiza como Paco). Me paso tres horas colgado de una escalera pintando sin pintar. Nos pegamos una lavada (yo, el auténtico cuboducha) y nos vamos al cole para llegar justo a las 14h.

Víctor está blanco y como blando. Parece que está a punto de crack. Lo mando a la sala de material (que este año tiene cama y ventilador… hmmm). Jose se une. Fátima también preparada para salir corriendo en cualquier momento. Vaya toalla. El edificio empieza a tener grietas. Sin embargo, David, mucho mejor que ayer, de nuevo lleno de energía. De momento Party, la única que ha besado la lona y se ha tenido que quedar en la cama. En general, en el comedor las caras son de “no puedo con el culo”, nunca mejor dicho. Mientras tanto, yo me bebo tres vasos grandes de coca cola y así recupero un poco de azúcar.

Después de comer hago un poco el zángano: un rato de sala de material, juego un rato al baloncesto, me empieza a doler seriamente el gemelo, como siempre, y me voy otro rato a la enfermería a descansar (qué bien suena, no?).

Los talleres vuelven a salir muy bien: hoy había que hacer un “potato” con un calcetín –o similar- al que se le meten semillas primero y tierra después. Luego se hace un nudo, se decora y se echa un poco de agua. Si todo va bien, en la parte superior irán brotando plantitas a modo de pelo verde…

Los niños lo disfrutan, a pesar de que de vez en cuando entre la tierra aparecen unas enormes lombrices que hay que ir sacando y tirando a la papelera porque les da mucho miedo. Con el tiempo que nos sobra, los niños y las niñas dibujan en unos cuadernitos (de Marco: de los Apeninos a los Andes) que Pilar me dio porque se los había regalado no sé quién. Están tranquilos y hacen dibujos que me sorprenden gratamente. Fátima tiene que salir esprintando de vez en cuando pero, por lo demás, ha sido un buen día de taller.

 
Tras la reunión, Maite, Laura y yo nos reencontramos con la niña de nuestros ojos, Rashida, que ya no está en el cole. Ahora, tanto ella como su hermano (que también era uno de “nuestros niños”) están trabajando para ayudar a su madre a pagar deudas. Hoy Rashida quiere darnos una sorpresa y aparece con su novio, un niñito muy tierno. Guau. Nuestra niña se ha hecho mayor. A veces nos parece mentira que haya crecido tanto pero, claro, de los 14 a los 19… es un señor salto. Y, al mismo tiempo, eso trastoca los planes porque pensábamos cenar con ella y que se quedara a dormir en la habitación de Lau & Mai. Bueno, vamos a Park Street, llegamos al hotel y preguntamos. Ya por el camino, Mai me pregunta cómo lo veo y yo… negro, pero bueno. Y efectivamente, en el momento que cruzan la puerta de la recepción, hay algo en la mirada del encargado que me dice que ni de coña. Y efectivamente, le explicamos, se lo pedimos como un favor personal… pero no. No sé muy bien si es una cuestión de puritanismo (hipócrita, como todos los puritanismos) o si una cuestión de castas, que, aunque oficialmente ya están abolidas, pues no. O las dos cosas (dos cánceres actuando juntos). El caso es que no hay manera de convencer al tipo. Y Maite se despide con un “ya veremos si el año que viene volvemos a este hotel…”. Es que debajo de Mai se esconde una dama de hierro, aunque no lo parezca. Y nos frustramos, pero al mismo tiempo, el chico dice que viajará en tren con Rachida para que no vaya sola y en cuanto la deje allí, cogerá el tren de vuelta a Calcuta. Y lo dice sin pestañear, con una determinación y una convicción absolutas. Y mezclada con la frustración aparece la ternura (es que casi me pareció tierno hasta a mí…), una combinación muy extraña… Así que nos vamos a cenar al loft con sensaciones agridulces, aparte del cansancio de un día en el que he estado 12 horas con la camiseta totalmente empapada, sin dejar de sudar ni un solo momento. Una sudada que solo se puede describir como escandalosa. Y no solo para mí, hay voluntarios que me miran con cara de: es imposible que este tío sude tanto, una de dos, o se ha echado una botella de agua encima o se ha meado mientras hacía el pino…

En fin, el día ha sido largo, toca ducha, toca lavar ropa, como siempre, y escribo un buen rato pero se me hace tarde y el final de la crónica tendrá que esperar…

1 comentario:

  1. Me alegro mucho por el reencuentro con Rashida! Que te pareciera tierno hasta a ti, es de valorar!
    Lo de estos indios tiene traca...

    Cuidad a Party!
    Irene

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