Mi compañero de habitación sigue desplomándose en la cama
como si le hubieran noqueado con un bate de béisbol. Esta noche ha estado
bipolar: con camiseta, sin camiseta, con ventilador, sin ventilador… Es decir,
con fiebre. Me da pena así que espero hasta las ocho menos cinco para
despertarle. El tiempo de hacer un pis, ponerse algo encima y salir disparado.
Volvemos a desayunar en el loft, que está teniendo mucho éxito este año (aparte
de que está al lado del hotel). Parte de bajas: Party, medio recuperada –por lo
menos se tiene de pie-, su hermana Bea, jodida, pero también se tiene de pie,
Inés creo que recuperada, Víctor, como ya he contado, en plan walking dead, con
poco color, Fátima y Jose totalmente fuera de combate, en la cama. La criba
continúa.
Esta vez no llegamos tarde al cole. Esto empieza a fluir a
velocidad de crucero. Me toca preparar mural de tapones. Yo no soy muy hábil
con las manos. De compa me vuelve a tocar –por tercer día consecutivo- Iván. Me
dice que tampoco es muy hábil. Vale. Pues nada. Paso como media hora de aquí
para allá buscando una cinta para medir (bueno, y haciendo algún mimo, jaja).
Por fin lo conseguimos. Es metálica, está oxidada, medio doblada y le falta el
primer centímetro y medio, pero bueno, algo es algo… Escogemos el primer tramo
de muro nada más traspasar la puerta principal. Allí estará nuestro mural.
Elegimos unas medidas de metro y medio por metro y medio.
Ahora, hay que dibujar el logo de la ong en esas dimensiones
y partirlo en nueve trozos.
Haremos, pues, nueve cuadrantes de medio metro por medio
metro. Uno por grupo (y sobra uno). Nos pasamos como una hora midiendo y
cortando papel contínuo. Trabajo de chinos. Trabajamos sobre una cama primero y
en el suelo después, el metro doblado y oxidado nos sirve de regla (!) y
cortamos con tijeras chiquititas del cole. Diseño los cuadrantes, cinco sin
solapas y cuatro, los de las esquinas, con ellas. Dibujo el logo de Amigos de
Calcuta en pequeño, en un cuaderno, con una cuadrícula (de nueve por nueve). Y
luego hay que pasar ese dibujo a escala de metro y medio. El trabajo nos lleva
toda la santa mañana. Menos mal que a última hora Party, Lidia y Concha nos
echan una mano para rematar faena. El calor, asfixiante, como ayer. Creo que
vamos a morir todos.
Después de comer disfruto, junto a David e Iván, de las
niñas chiquitinas que andan revoloteando por ahí, porque este año, como todas
las pequeñitas ya no caben en la small house, algunas se han trasladado a la
casa de las mayores. Un momento de alegría en estado puro. Pero cansa, claro. Y
yo sigo sudando. Hay una de mis chiquis que me mira muy preocupada y me sopla
para que me refresque. En ese momento me dan ganas de metérmela en la mochila y
llevármela, de verdad. Regalarle una vida. O al menos, la oportunidad. Lo deseo
de una manera tan intensa que se me pone una nubecita negra sobre la cabeza.
Pequeña borrasca emocional.
Como nos quedamos dos voluntarios desparejados (a Inés le
falta Jose y a mí, Fátima), decidimos juntar los dos grupos para que sea más
llevadero. Hoy toca trabajar con material de desecho, pero el único del que disponemos son botellas
de plástico (las que nos bebemos, vamos). Sigo el plan de Inés, que es fabricar
pingüinos. Aunque el caos no es fácil de gestionar, la cosa va funcionando.
Problema: el material que estamos utilizando es pintura de dedos, no digo más.
Poco a poco, la cosa va saliendo y al final, cuando la tarea está más o menos
terminada, me vuelvo a clase y tenemos otra mini sesión de dibujo con los
cuadernos de Marco. Los niños entran en mi clase, sean o no de mi grupo, les
doy cuaderno, lápiz y pinturas o rotus, se están un rato tranquilos y entretenidos
a lo suyo y cuando acaban me lo devuelven todo y se van. Me parto con ellos.
Creo que voy a institucionalizar este momento del dibujo porque es una especie
de “vuelta a la calma” con mucha magia.
Durante la hora y media de taller: a) me bebo del tirón un
litro de suero y me quedo como un rey; b) Fátima nos manda un mensaje diciendo
que está diluviando y que las calles se han vuelto a inundar, mientras que aquí
no ha caído ni una gota. Expiente X. Debe de ser eso lo de las precipitaciones
muy localizadas. O mi nubecita negra que se ha ido a Calcuta a liarla. Pero no,
sigue sobre mi cabeza. Además he visto en el pasillo a mi pequeñita. Le ha
cambiado la cara, está triste, le ha pasado algo pero no me lo quiere contar
porque en el cole está instaurada la ley del silencio. Da igual lo que te digan
o lo que te hagan, nunca irás a chivarte…
Después de la reunión, viaje de vuelta. Park Street no está
inundada pero la entrada del hotel es una piscina. Cambio zapas por chanclas,
me sumerjo en el agua y me voy a la habitación para ducha, lavar y escribir.
Ps. A ver, por supuesto que a los niños les encantan mis
tatuajes. Lo malo es que eso tiene un lado tenebroso, como la fuerza, y es que
se quieran hacer cualquier tatuaje demasiado pronto y de cualquier manera. Uf.
Vaya tela.
Por cierto, hoy me ha parado un indio en el metro para
decirme lo mucho que le flipa el tatoo de la pierna y preguntarme dónde me lo
he hecho. (He estado a punto de responder: pues en la pierna, ¿no lo ves?).
Jajajajaja.
Jajajajja
ResponderEliminarLo mejor de la narración de hoy, el último párrafo. No me he aguantado la carcajada ����
Irene
Me parto Miki , vamos que soy la unica que no me gustan tan grandes me espantan , hay legionario , trae a la niña para casa . Besos
ResponderEliminarA ver, madre, que te gusten más grandes o menos grandes me parece bien, es cosa del gusto de cada uno.
ResponderEliminarPero que tengas que venir a mi blog a contarlo... me parece una pasada.
Tienes razón , perdona
ResponderEliminar