miércoles, 5 de agosto de 2015

Miércoles 5. LA CRIBA CONTINÚA


Mi compañero de habitación sigue desplomándose en la cama como si le hubieran noqueado con un bate de béisbol. Esta noche ha estado bipolar: con camiseta, sin camiseta, con ventilador, sin ventilador… Es decir, con fiebre. Me da pena así que espero hasta las ocho menos cinco para despertarle. El tiempo de hacer un pis, ponerse algo encima y salir disparado. Volvemos a desayunar en el loft, que está teniendo mucho éxito este año (aparte de que está al lado del hotel). Parte de bajas: Party, medio recuperada –por lo menos se tiene de pie-, su hermana Bea, jodida, pero también se tiene de pie, Inés creo que recuperada, Víctor, como ya he contado, en plan walking dead, con poco color, Fátima y Jose totalmente fuera de combate, en la cama. La criba continúa.

Esta vez no llegamos tarde al cole. Esto empieza a fluir a velocidad de crucero. Me toca preparar mural de tapones. Yo no soy muy hábil con las manos. De compa me vuelve a tocar –por tercer día consecutivo- Iván. Me dice que tampoco es muy hábil. Vale. Pues nada. Paso como media hora de aquí para allá buscando una cinta para medir (bueno, y haciendo algún mimo, jaja). Por fin lo conseguimos. Es metálica, está oxidada, medio doblada y le falta el primer centímetro y medio, pero bueno, algo es algo… Escogemos el primer tramo de muro nada más traspasar la puerta principal. Allí estará nuestro mural. Elegimos unas medidas de metro y medio por metro y medio.

Ahora, hay que dibujar el logo de la ong en esas dimensiones y partirlo en nueve trozos.

Haremos, pues, nueve cuadrantes de medio metro por medio metro. Uno por grupo (y sobra uno). Nos pasamos como una hora midiendo y cortando papel contínuo. Trabajo de chinos. Trabajamos sobre una cama primero y en el suelo después, el metro doblado y oxidado nos sirve de regla (!) y cortamos con tijeras chiquititas del cole. Diseño los cuadrantes, cinco sin solapas y cuatro, los de las esquinas, con ellas. Dibujo el logo de Amigos de Calcuta en pequeño, en un cuaderno, con una cuadrícula (de nueve por nueve). Y luego hay que pasar ese dibujo a escala de metro y medio. El trabajo nos lleva toda la santa mañana. Menos mal que a última hora Party, Lidia y Concha nos echan una mano para rematar faena. El calor, asfixiante, como ayer. Creo que vamos a morir todos.

Después de comer disfruto, junto a David e Iván, de las niñas chiquitinas que andan revoloteando por ahí, porque este año, como todas las pequeñitas ya no caben en la small house, algunas se han trasladado a la casa de las mayores. Un momento de alegría en estado puro. Pero cansa, claro. Y yo sigo sudando. Hay una de mis chiquis que me mira muy preocupada y me sopla para que me refresque. En ese momento me dan ganas de metérmela en la mochila y llevármela, de verdad. Regalarle una vida. O al menos, la oportunidad. Lo deseo de una manera tan intensa que se me pone una nubecita negra sobre la cabeza. Pequeña borrasca emocional.

 
Como nos quedamos dos voluntarios desparejados (a Inés le falta Jose y a mí, Fátima), decidimos juntar los dos grupos para que sea más llevadero. Hoy toca trabajar con material de desecho,  pero el único del que disponemos son botellas de plástico (las que nos bebemos, vamos). Sigo el plan de Inés, que es fabricar pingüinos. Aunque el caos no es fácil de gestionar, la cosa va funcionando. Problema: el material que estamos utilizando es pintura de dedos, no digo más. Poco a poco, la cosa va saliendo y al final, cuando la tarea está más o menos terminada, me vuelvo a clase y tenemos otra mini sesión de dibujo con los cuadernos de Marco. Los niños entran en mi clase, sean o no de mi grupo, les doy cuaderno, lápiz y pinturas o rotus, se están un rato tranquilos y entretenidos a lo suyo y cuando acaban me lo devuelven todo y se van. Me parto con ellos. Creo que voy a institucionalizar este momento del dibujo porque es una especie de “vuelta a la calma” con mucha magia.

Durante la hora y media de taller: a) me bebo del tirón un litro de suero y me quedo como un rey; b) Fátima nos manda un mensaje diciendo que está diluviando y que las calles se han vuelto a inundar, mientras que aquí no ha caído ni una gota. Expiente X. Debe de ser eso lo de las precipitaciones muy localizadas. O mi nubecita negra que se ha ido a Calcuta a liarla. Pero no, sigue sobre mi cabeza. Además he visto en el pasillo a mi pequeñita. Le ha cambiado la cara, está triste, le ha pasado algo pero no me lo quiere contar porque en el cole está instaurada la ley del silencio. Da igual lo que te digan o lo que te hagan, nunca irás a chivarte…

 
Después de la reunión, viaje de vuelta. Park Street no está inundada pero la entrada del hotel es una piscina. Cambio zapas por chanclas, me sumerjo en el agua y me voy a la habitación para ducha, lavar y escribir.

Ps. A ver, por supuesto que a los niños les encantan mis tatuajes. Lo malo es que eso tiene un lado tenebroso, como la fuerza, y es que se quieran hacer cualquier tatuaje demasiado pronto y de cualquier manera. Uf. Vaya tela.

 

Por cierto, hoy me ha parado un indio en el metro para decirme lo mucho que le flipa el tatoo de la pierna y preguntarme dónde me lo he hecho. (He estado a punto de responder: pues en la pierna, ¿no lo ves?). Jajajajaja.

4 comentarios:

  1. Jajajajja
    Lo mejor de la narración de hoy, el último párrafo. No me he aguantado la carcajada ����

    Irene

    ResponderEliminar
  2. Me parto Miki , vamos que soy la unica que no me gustan tan grandes me espantan , hay legionario , trae a la niña para casa . Besos

    ResponderEliminar
  3. A ver, madre, que te gusten más grandes o menos grandes me parece bien, es cosa del gusto de cada uno.
    Pero que tengas que venir a mi blog a contarlo... me parece una pasada.

    ResponderEliminar
  4. Tienes razón , perdona

    ResponderEliminar