lunes, 3 de agosto de 2015

Lunes 3. PISTOLETAZO DE SALIDA


Duermo como si fuera un hombre inocente. Víctor mucho más, cae como si le hubieran derribado con un bate de béisbol. Fíjense si duerme, que dice que no ronco (y Maite le mira de lado como diciendo, claro, ¿me lo dices o me lo cuentas?). Me despierto pronto, como siempre, a eso de las seis y algo. Hago el zángano una horita. Me ducho, me afeito, me visto, leo los periódicos… y Víctor yace. Como un muerto. De hecho, cuando se despierta: 1.- No se cree que sean las ocho y media. 2.- No se cree que me haya duchado y él no se haya enterado. 3.- Es un hombre feliz. Para redondear su felicidad, Maite nos manda un mensaje diciendo que su maleta ya ha llegado. En realidad, llegó anoche, como a las doce y pico.

Bajamos los equipajes (una furgoneta del cole viene a llevarse todo el material que ay que llevar para allá, como el material de talleres). Mandamos a la gente a desayunar y nos quedamos Inés, Laura, Maite y yo. El coche llega como quince minutos tarde. Los chicos (Jose + Iván + David) bajan veinte minutos tarde, justo cuando el coche está arrancando para salir. Salvados por la campana. Me ofrezco a quedarme con David, que lleva un montón de material médico (dentista) que no es suyo y no quiere dejarlo en la furgoneta, por eso de no perderlo de vista. También se queda Iván. Nos iremos al cole los tres en un taxi. Primero desayunamos en el loft –Au bon pain-. A ellos les encanta, muy berlinés y tal. El caso es que David a mitad de desayuno sale pitando al baño. Ya empezamos con el show.

Cogemos un taxi, ya saben, la divina comedia (es decir, un rollo dantesco): vamos a Kobardanga, ¿Kobar qué? Kobarganda, no te hagas el sueco, eso esta muy lejos, pon el taxímetro, ni de coña, te llevo por 200, no, por 150, no por 200, uf, vale, te damos 200. El caso es que cuando llegamos al mercado y le decimos que gire a la izquierda, dice que si le damos 50 más, no, ya te pagamos 200 que es bastante, no, si no me dais más dinero no os llevo más allá, son 3 minutos, me da igual, 50 más. Bueno, el caso es que se me hincha la vena, le digo de todo (menos mal que no entiende ni una mierda de español) y nos bajamos. Lo malo es que el material de David pesa como un muerto, lo llevamos entre Iván y yo, cada uno un asa de la bolsa, pero a los dos minutos estamos deslomados. Como hemos quedado en la casa de los niños mayores y ya se nos ha hecho un poco tarde, en lugar de ir al cole, dejar el material y volver para atrás, vamos directamente para allá. Iván y yo empezamos ya a sudar de manera preocupante. Una parte del camino está inundada. Me paro para cambiar sandalia por chancla y en ese momento, David mete el pie en el canalillo de la muerte y –además de hacerle un buen raspón en la espinilla- su sandalia izquierda desaparece, blop, absorbida por una especie de fango-ventosa que la succiona. La situación no es tan, tan divertida, pero Iván y yo nos reímos hasta llegar a las lágrimas. El pobre David se queda mirando a ver si aparece flotando la sandalia succionada pero no, claro. Luego prueba con un palo, anda removiendo un rato pero no, claro. Al final, ya con la pierna sangrando se decide a meter el brazo hasta el hombro en el agua negra pero tampoco. Iván y yo seguimos llorando de risa. Cuanto más nos explica la cosa el bueno de David, más nos partimos. Una cosa surrealista, de esas que pasan en India.

Le dejo mis chanclas y sigo el camino hasta la casa descalzo. Los tres curas legionarios de cristo o no sé qué (dos españoles y un italiano) nos vienen acompañando. Nos unimos al gran grupo. Cada vez más grupo, por cierto. Vemos la casa del rasca y gana, donde nos dejamos el pellejo –por no decir otra cosa- raspando paredes el año pasado. Ahora el piso da gusto verlo, con las paredes lisitas, lisitas y pintadas de verde.

Volvemos al cole. Iván y yo, ya en modo kamikaze, seguimos tirando del muerto ese hasta allá, como 15 o 20 minutos de camino. No nos hace falta gimnasio hoy, eso fijo.

Llegamos al cole empapados en sudor. Esa sensación de que la camiseta –que ha cambiado de color- pesa el doble. Esa sensación de humedad. Hacemos un pequeño tour para que la gente nueva se vaya familiarizando con el lugar. Y la algarabía de las criaturas, claro. Y después, a comer, con el Brother. Muy rica la comida, una buena versión del arroz con cosas (aunque nos ponen un pollo picante que nos deja la boca medio dormida). Me tomo como tres vasos de coca cola y poco a poco voy recuperando energía. Uf.
 
 
Acabamos de comer y, a eso de las tres, mientras un grupo de voluntarios prueba con unas clasecitas de español y me lanzo a la pista de baloncesto. Una mikelada, vamos. Al cabo de media hora de sesión de tiro primero, uno contra uno contra una de las niñas después y dos contra uno con otra niña más que se sumó, entro en shock, estoy empapado hasta los pies, parece que mi cabeza va a estallar de calor, veo lucecitas y me cuesta dar ya un solo paso. Alerta. Deshidratación aguda. Bebo agua. Me echo agua en la cara. Andando como la momia llego hasta la enfermería. Me tumbo en una camilla. No puedo ni mover un dedo. Santa madonna. La energía ha desaparecido de golpe. Cruzo los dedos para estar medio recuperado para cuando empiece el taller, dentro de otra media hora. Floto. Sigo bebiendo pero sé que no es suficiente. Después de un buen rato de estar en coma, salgo del cole para buscar agua. El chiringuito está cerrado. Guay. La momia da media vuelta y llega justo para el comienzo del taller.

Este año hacemos los talleres en las aulas del otro edificio, que son bastante más grandes. Además tenemos la sala de material en la tercera planta, la del horno de pan, y allí hacemos la reunión de las cinco y media, con lo cual todo es mucho más práctico y sencillo.

El caso es que el descanso me ha sentado bien. Hoy toca una sesión fácil, que ya tenemos testada, la de la pintura de caras. Fátima y yo nos ponemos a ello, con nuestra maletita del material –la misma del año pasado- a cuestas. Los niños, como siempre, entran y salen, gritan por el pasillo, la mitad andan medio locos, pero bueno, nos limitamos a trabajar con las niñas que andan alrededor. Primero les escribimos sus nombres en los brazos y les hacemos una foto. Muy divertido. Y luego nos ponemos al maquillaje. Pintamos a unas y otras, aunque las pinturas son muy blandas y están medio derretidas. Vamos haciendo lo que podemos. Este año, la cosa es más integral. Además de caras, pintamos tobillos y piernas. Pintamos brazos (porque todos quieren tatoos como los del puto Mikel). Mezclamos colores. Pintamos un fantasma, pintamos un Spiderman, pintamos muchas mariposas, y un iron man. Lo cierto es que el tiempo pasa rápido y los niños disfrutan un montón. Una buena manera de empezar la semana. Por todas partes hay niños llenos de pintura de la cabeza a los pies. Y algún voluntario también. Como el pobre David, que lo han cogido por banda entre dos o tres niños y le han dibujado un buen diseño de colorines en el brazo. Este chico va a dormir bien hoy, me parece a mí…

Tras el taller hacemos una reunión rápida. Es guay porque según subimos a dejar el material, ya nos quedamos allí y nos reunimos. Mañana me toca pintar con Jose e Iván. Nos miramos como diciendo, dos días, dos palizas. Vamos adjudicando tareas y coordinando horarios de desayunos y metros. Luego, después de andar un rato mareando la perdiz, nos volvemos a Calcuta. Bueno, hay un par de voluntarias, mi compa Fátima e Inés, que cogen a un grupo de nenas y se quedan enseñándoles a bailar sevillanas. Inés dice que bailan sevillanas al estilo indio, moviendo las caderas.

Pues eso, que volvemos a Calcuta. Ya saben: paseo, rickshaw y metro. Víctor sigue viviendo todo con mucha ilusión e intensidad y yo sigo aprovechándome en plan vampiro.

Volvemos los dos al hotel, nos duchamos y nos vamos chez Pinku, en New Market. Allí hemos quedado con Laura y Maite. También están las dos sevillanas. Hacemos unas risas con Pinku, como siempre, que además nos ha conseguido las camisetas para la actividad de la pintura de camisetas. Guay.

De nuevo, de vuelta a casa. Me compro un nuevo paraguas. A ver cuánto me dura. Hoy –que no ha llovido en todo el día- hay espíritu de comer en la terraza. Me apetece. Las cuatro chicas se van a comprar comida a McDonalds, donde sólo tienen pollo, por cierto, y Vic & me nos vamos a comprar un egg roll y una cerveza. Y a la terraza. Muy rico lo uno y lo otro (Vic sigue entusiasmado). Por el camino, aparece Concha, que nos pregunta cómo va eso de la cena, jajaja. Pues la compras y te la comes, en ese orden… Jajajajaja. Después de un rato aparece de nuevo por allí para decir que, por cierto, tiene piojos (y no es la única porque Patricia y Lidia también tienen). Entre las cervezas y los piojos nos estamos un buen rato echando risas… El resto del grupo va llegando. Han ido al egg roll, se han acojonado y se han dado la vuelta. Al final han comprado la cena en el loft. Y así ha terminado la jornada, con cervezas, risas y la agradable sensación de que el grupo compacta y compacta.

Y vuelta a la habitación, a lavar la ropa –que antes no me dio tiempo- y a escribir. Y me dieron las diez y las once, las doce y la una y a ver si consigo colgar todo esto que mañana hay que madrugar.

3 comentarios:

  1. Cómo no van a querer los niños tatuajes como los tuyos! Si serás su "puto ídolo"!

    ResponderEliminar
  2. Lo sabía ! Mik, soy tu Sis, sabía que se iban a quedar prendados de tus tatoos !

    ResponderEliminar
  3. No me digas que les han gustado tus tatoos...aaaarrrggg. Soy tu madre, ya te lo puedes imaginar...

    ResponderEliminar