Me
despierto a las cinco. No lo puedo evitar. Al principio no lo entendía, pero
ahora sí, a las cinco es totalmente de día. Ritmo solar. Como no puedo volver a
dormirme, me pongo a leer. Así como tres horas.
No
tengo fiebre. Quiero pensar que estoy curado. Lo del “quiero pensar” se ha
convertido en la frase de moda. Comenzó Ana con algo como quiero pensar que el
médico de no sé qué hospital me atenderá mañana y luego siguió y siguió… quiero
pensar que mañana estaré recuperado, quiero pensar que no se pondrá a llover
precisamente ahora, quiero pensar que llegaré al baño a tiempo (es decir,
quiero pensar que no me cagaré encima…). Quiero pensar. Parecemos una academia
de top models.
Bueno,
a lo que te voy, quiero pensar que estoy curado. No obstante, me tomo un
plátano con otro paracetamol, por si las pulgas (¿), que a veces hay que pensar
menos y actuar más.
Me
alegra ver por aquí a Laura e Inés, tienen el ADN, como le decían antes a los
jugadores del Barça. Nos vamos a desayunar a Raj’s. Saludo a nuestras tres
guardias civiles (Carmen, Pilar –vallisoletana ella- y Conchi). ¡Señor, sí
señor¡ También ha llegado Marta, mi compañera de taller. El desayuno no está
para tirar cohetes (no nos han traído la mitad de lo que hemos podido y además
todavía dejan fumar aquí… agg), pero bueno, un día es un día. El último, creo.
Llegan
Silvia y David. Qué relindo que vinisteis. Más tarde, Pilar, Oscar e Isa, que
han estado viajando por Rajastan, tan felices ellos. Llega el momento de
encajar a gente en las habitaciones. En el Hilson no quedan muchas libres (la
idea era estar mitad y mitad en Hilson y Sunflower), así que hay que estudiar
planes b. Silvia y yo nos vamos a preguntar en tres hoteles y en los tres nos
dicen que no quedan habitaciones. Y sin embargo Sudder parece tan vacío…
Rarísimo. Así que el plan b es el plan a y preguntamos en el Sunflower,
conseguimos unas cuantas habitaciones y con un poco de paciencia las cosas van
encajando.
El
día ha amanecido gris. Amenaza lluvia durante toda la mañana y a eso de las
doce y pico o así cae un buen aguacero. De los gordos. Menos mal que nos pilla
tirados en el hotel (hemos descubierto un punto wifi en la tercera planta, por
cierto).
A
eso de las dos o así nos vamos los catorce a comer algo. Moni y yo teníamos
muchas ganas de ir a un restaurante indio pequeñito que nos traía buenos
recuerdos. Llegamos allí y nos dicen que solo nos pueden servir noodles o
arroz. Oh. Nosotros que queríamos nuestras pakoritas y el nam y… Bueno, como
nos da pereza volvernos, comemos allí y el caso es que está bueno y eso pero…
no era lo que queríamos.
El
día, aunque está gris, es bonito. El reencuentro con esos voluntarios con los
que has compartido tantas cosas. El recibir a la gente que llega por primera
vez. Un montón de historias que salen a borbotones en todas direcciones.
Alegría. Carcajadas. Incluso a mí me alegra tanto ruido.
Mientras
algunos descansan, otros (cinco) nos damos una vuelta por el cole. Mai habla
con el brother y concreta la sala de material. Por fin nos encontramos con
Rachida, la niña de nuestros ojos, que estaba pasando unos días con su madre
por lo de la fiesta musulmana. Cae otro chaparrón. Volvemos a Calcuta.
A
las siete tenemos nuestra primera reunión. Breve. Programa para mañana. Y no
olvidéis esto, esto y esto. Guay.
Nos
vamos a cenar al Blue Sky (¿) y volvemos al hotel. A eso de las nueve llegan
Javier e Irene (juventud, divino tesoro) que han andado por Delhi y Venarés. Ya
estamos todos.
Preparamos
las cosas que hay que llevar al cole mañana –ropa para Sunderbans y el material
para talleres- porque vendrá una furgo a buscarlas. Yo iré con da brother a
comprar la pintura y el material para cuando pintemos la casa de los mayores.
Tengo
la sensación de que este va a ser el último día de tregua al menos hasta el día
de la independencia (15) que es fiesta, aunque el domingo (10) posiblemente sea
bastante tranquilo.
En
fin. Sigo sin tener fiebre. A ver si se confirma la tendencia.
Hora
de colada, ducha y escritura.
Mañana,
mambo.
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