martes, 5 de agosto de 2014

Martes 5. EN LA INDIA SIEMPRE TIENES DÍAS ASÍ


Me levanto a las seis y pico (aunque llevaba remoloneando como una hora). A Inés le da mucha pena despertar a fulanito, así que abro la puerta y allí está ella con cara de pena, jajaja. Bueno, pues despertamos a fulanito y nos vamos al Blue, donde nos encontramos con Oscar y Conchi. Al rato llegan Javier e Irene (juventud, divino tesoro). Ya estamos todos (ya estemos, señorita, que dirían los gitanos de Pilar), tres a dentista y tres a oculista.

Llegamos al cole a la hora prevista –a las nueve-. Hay mucha agitación. Están esperando a los médicos desde no sé qué hora. Nos preguntan a nosotros. Ni idea. Hay que llevar al hospital a la gente de Sunderbans (más tarde me enteré que los médicos estaban esperando en el hospital. Un nuevo episodio de “diálogo para besugos”). Necesitamos las listas de los niños que nos llevamos y las direcciones de los hospitales.

Entre unas pijadas y otras, perdemos más de media hora. Hoy no hay ambulancias para llevarnos. Mierda. Nos cogemos a los 14 niños (6 dentist, 8 eyes doctor) y nos vamos andando hasta Kobardanga, donde nos deja el rick. Allí hay una parada de taxis. Llegamos y solo hay uno. Necesitamos 4. Preguntamos, discutimos (sobre todo los tres niños mayores, que nos hacen de traductores/portavoces y lo pelean todo, como siempre), nos piden 300 rupias por el viaje, me desespero… Llega un segundo taxi, nos pide más porque es más nuevo y tiene aire acondicionado. Seguimos perdiendo un tiempo precioso. Nos enfadamos y decidimos irnos a la parada de rickshaw para que nos lleve a Uttankummar (donde cogemos el metro) porque allí sí que hay muchos taxis. Llegamos allí y la cola para coger el rick es enorme. Doy gracias porque no está lloviendo, entonces sí que sería una señora odisea del todo. Mientras nos quedamos allí con los peques, Oscar se va de nuevo con los tres mayores a pelear otro rato con los taxistas. Para mi sorpresa, vuelve diciendo que nos dejan a 200 rupias cada taxi. No está nada mal.

Entonces, mis chicos del oculista se dividen en dos taxis: en uno va Javi con 4 niños y en otro vamos Conchi y yo con dos niños pequeños. Un taxi sigue al otro y le va indicando, pero tras casi una hora de viaje, cada taxi nos lleva a un lugar diferente. Bajamos, esperamos un montón de tiempo, no vemos venir a los otros (que estaban en el hospital correcto, por cierto), compro agua y galletas, seguimos esperando… Nos damos cuenta de que ninguno de nosotros tiene la tarjeta de teléfono india. Guay. Me subo con los niños (octava planta) mientras Conchi espera abajo, por si acaso. Porque estamos convencidos de que esa es la clínica.

Cuando llego arriba, me dicen que no es allí, que hay que ir al otro edificio. Y es entonces cuando me doy cuenta de que el oculista es donde siempre, no es uno nuevo, como creía. Bajamos, cogemos a Conchi y nos vamos al otro lado. Pero como aparte de estar desorientado, me dan la explicación al revés, salimos en dirección contraria. Para vernos. Pregunto a un policía, me manda para atrás y resulta que no encuentro a Conchi con los dos niños. Tengo un momento de vértigo, allí en mitad de la calle: he perdido a todo el grupo, no me lo puedo creer. Miro el teléfono y tengo unas cuantas llamadas perdidas (pero al número español). Después de un rato buscando, me voy al hospital. Llego empapado. Y el aire acondicionado cantando ópera. Ag. Todo el mundo está allí, así que ya puedo respirar hondo. Es tarde, así como las doce, pero las cosas vuelven a su lugar. Además, sorpresa, también han venido Noelia y Vicky, que parecen ya, por fin, recuperadas, que se quieren llevar a uno de los seis niños al Apollo para que le vea un dermatólogo porque le ha salido una mancha muy extraña en la lengua.

Ya se me había olvidado lo desesperantemente lento que es ir al oftalmólogo. Examinan a los nenes en unos pequeños cubículos y a algunos les echan las gotas fatídicas de la muerte (drops). Eso quiere decir que van a estar un montón de tiempo sentados con los ojos cerrados mientras se les va dilatando la pupila. Bueno, pues vamos entrando los voluntarios con los niños. Los dos pequeños van a la planta de arriba, la de pediatría. Y resulta que cuando prácticamente todos han terminado, a uno de los dos peques, Ibrahim, le tienen que poner la gota de la muerte. Es como un troll en miniatura: un pequeñín gruñón, cuadradote, con el pelo naciéndole casi desde las cejas y cara de mal humor. Además, es del cole bengalí y no habla inglés. Ya de entrada no quería venir al hospi y casi hubo que perseguirle y traerle a rastras y medio llorando. Y allí está, todo cabreado, con la gota de la muerte. Dice, no, no, go. Es superdivertido, hasta le agarra la mano a la enfermera mientras le echa las gotas. Se agita, se frota los ojos, los abre… Uf. Y, claro, alguien se tiene que quedar con el minitroll (para entonces las dos doctors ya se han llevado al mayor al otro hospital). Les digo a Conchi y Javi que se vayan con los otros niños y que avisen de que yo no sé cuándo llegaré.

Y cuánto me arrepiento de no haber cogido el ebook conmigo. Eso me recuerda una cosa muy graciosa que nos pasó en el aeropuerto y se me olvidó contar. Me pongo a pesar las maletas en facturación (ya habíamos facturado on-line, de hecho) y cuando me pesa la maleta de cabina (9.5 kg) el tío me dice que cuando vaya a la puerta de embarque, me saque un libro y me lo quede en la mano. Y yo ¿qué? Y él sí, un libro. Y yo ¿saco mi ebook? Y él no, quiero decir que te pasas de peso, que son 7 kg, no 10, y nosotros, mondados de la risa, ya nos parecía que hacías tú mucha promoción de la lectura…

El tiempo en la sala de espera con el minitroll se me hizo tan eterno… y eso que el tío, a fuerza de estar con los ojos cerrados, se quedó dormido un buen rato. Bueno, de hecho, nos quedamos dormidos los dos. Pero cuando se despertó… qué gruñón.

A fuerza de esperar y esperar y esperar, acabaron atendiéndonos, le graduaron, necesita gafas y hasta luego. Me llevo al bicho a comer algo a eso de las tres y media o así. En un garito que está enfrente pedimos una pizza para compartir. El troll se pone nervioso porque también tiene que esperar la comida. Y gruñe. Y dice que se quiere ir… Uf. Por fin llega la pizza con los platos. La separemos y come su parte a la manera bengalí: echa el contenido de la pizza sobre el plato, le echa las tres salsas que tenemos por allí (normal, picante y picante que te cagas), le da unas cuantas vueltas con la mano para mezclar y se lo va comiendo a puñados, jajaja. Es para verlo. Luego, utiliza la masa como pan y va rebañando. En fin, desde luego, deja el plato limpio (y las manos… jajaja, como un poema).

Pagamos y salimos a la calle. Hora de parar un taxi… Ay, debe de ser hora punta o algo porque no hay manera, es imposible, todos vienen con gente. Cuando después de mucho esperar uno se para, le digo Kobardanga, me mira como diciendo no sé de qué me hablas y se pira. El minitroll está desesperado, hace incluso el amago de irse andando. Normal, demasiadas lecciones de paciencia para un día…

No sé cuánto tiempo pasa hasta que conseguimos el taxi, pero creo que mucho. Sin embargo, de alguna manera, el viento sopla a favor porque le digo al tío que me ponga el taxímetro y me dice vale (!!!!) y en cuanto nos sentamos dentro, se pone a diluviar con todas sus ganas. No está tan mal, pues (me imagino estar media hora esperando taxi con el bicho bajo la lluvia y me entran los siete males).

El nene, agotado de haberse pasado todo el día gruñendo, se queda dormido. Para mi sorpresa, el taxista no intenta timarme en ningún momento (ahora, en la soledad de mi habitación, me llevo las manos a la cabeza por no haberle pedido el teléfono). Llegamos a las cinco y media (bueno, él se va a la casa de New Light). Marta tampoco ha estado en el cole (debe de estar bastante jodida), con lo cual nuestro grupo hoy ha desaparecido, lo han ido absorbiendo otros grupos, además, me he perdido el coro de las pequeñas, que por cierto, hoy ha salido muy bien, parece ser. Uf, qué día.

Hacemos reunión, hilamos los planes de mañana (me toca dentista), hacemos un mega ensayo del flashmob en el patio y me voy al coro de los mayores. Por cierto, parece que lo del grupo de pintura ha sido épico. Recomiendan a los siguientes llevar ropa de recambio (incluida ropa interior).

El ensayo sale igual de bien que ayer. También hoy se viene Inés (que está muy enganchada). Al final, prácticamente las siete, llega del Apollo Hospital el pobre Rajú. Más muerto que vivo.

Volvemos Moni, Irene, Mai y yo. Por el camino, Moni me dice que se me ha olvidado contar la superescena del botellón en Sunderbans, así que allá va:

Explicaba yo que en aquel paseo del sábado (el de tres horas) estuvimos visitando un mercado y se nos unieron un par de profesores. Pues lo que no conté es que nos ofrecieron beber algo fresco, dijimos que no amablemente pero ellos insistieron con una risita nerviosa y acabamos diciendo vale. Y el caso es que nos llevaron a una choza en la que compraron una botella fresca de litro de ese zumo de mango que venden en los supermercados (de aquí), no nos dejaron pagar y, con los ojillos brillantes, nos llevaron al camino –medio a oscuras-, nos hicieron hacer un círculo y empezamos a beber de la botella. Bebías y se la pasabas al de al lado y así hasta que se acabó. Nos miraban con cara de ¿cómo se os ha quedado el cuerpo? ¿a que no os esperabais una pasada así?, excitados como si estuvieran rompiendo el último tabú, como quincieañeros que van a conocer a una estrella porno, yo qué sé. Lo que os digo, de verdad, una superescena.

En fin, cuando llegamos a la “civilización” de Park Street yo me voy al hotel, en lo que ya empieza a parecer una rutina, mientras las otras tres se van a Sudder. Hago los ejercicios de hombro, y cuando estoy en la cama haciendo los estiramientos se me funden los plomos. Puf. Me despierta alguien llamando a la puerta. Silvia y Pilar. Son las once menos algo, mañana quedamos a las siete menos diez.

Así acaba la jornada, escribiendo a destiempo. La ducha y la colada serán para mañana porque ahora son ya las doce y en cuando cuelgue todo esto, no pienso mover más un dedo.

Por cierto, hoy no tengo fiebre.

1 comentario:

  1. Juas Juas como me he reido del minitroll jaja quiero foto de tan magnifico personaje. Me recuerda a la niña pequeña que tb necesitaba gafas pq no veia ni torta la pobre que siempre iba enfadada con cara de perro ja ja.
    besos
    Nata

    ResponderEliminar