Me levanto a las seis y pico
(aunque llevaba remoloneando como una hora). A Inés le da mucha pena despertar
a fulanito, así que abro la puerta y allí está ella con cara de pena, jajaja.
Bueno, pues despertamos a fulanito y nos vamos al Blue, donde nos encontramos
con Oscar y Conchi. Al rato llegan Javier e Irene (juventud, divino tesoro). Ya
estamos todos (ya estemos, señorita, que dirían los gitanos de Pilar), tres a
dentista y tres a oculista.
Llegamos al cole a la hora
prevista –a las nueve-. Hay mucha agitación. Están esperando a los médicos
desde no sé qué hora. Nos preguntan a nosotros. Ni idea. Hay que llevar al
hospital a la gente de Sunderbans (más tarde me enteré que los médicos estaban
esperando en el hospital. Un nuevo episodio de “diálogo para besugos”).
Necesitamos las listas de los niños que nos llevamos y las direcciones de los
hospitales.
Entre unas pijadas y otras,
perdemos más de media hora. Hoy no hay ambulancias para llevarnos. Mierda. Nos
cogemos a los 14 niños (6 dentist, 8 eyes doctor) y nos vamos andando hasta
Kobardanga, donde nos deja el rick. Allí hay una parada de taxis. Llegamos y
solo hay uno. Necesitamos 4. Preguntamos, discutimos (sobre todo los tres niños
mayores, que nos hacen de traductores/portavoces y lo pelean todo, como
siempre), nos piden 300 rupias por el viaje, me desespero… Llega un segundo
taxi, nos pide más porque es más nuevo y tiene aire acondicionado. Seguimos
perdiendo un tiempo precioso. Nos enfadamos y decidimos irnos a la parada de
rickshaw para que nos lleve a Uttankummar (donde cogemos el metro) porque allí
sí que hay muchos taxis. Llegamos allí y la cola para coger el rick es enorme.
Doy gracias porque no está lloviendo, entonces sí que sería una señora odisea
del todo. Mientras nos quedamos allí con los peques, Oscar se va de nuevo con
los tres mayores a pelear otro rato con los taxistas. Para mi sorpresa, vuelve
diciendo que nos dejan a 200 rupias cada taxi. No está nada mal.
Entonces, mis chicos del
oculista se dividen en dos taxis: en uno va Javi con 4 niños y en otro vamos
Conchi y yo con dos niños pequeños. Un taxi sigue al otro y le va indicando,
pero tras casi una hora de viaje, cada taxi nos lleva a un lugar diferente.
Bajamos, esperamos un montón de tiempo, no vemos venir a los otros (que estaban
en el hospital correcto, por cierto), compro agua y galletas, seguimos
esperando… Nos damos cuenta de que ninguno de nosotros tiene la tarjeta de
teléfono india. Guay. Me subo con los niños (octava planta) mientras Conchi
espera abajo, por si acaso. Porque estamos convencidos de que esa es la
clínica.
Cuando llego arriba, me dicen
que no es allí, que hay que ir al otro edificio. Y es entonces cuando me doy
cuenta de que el oculista es donde siempre, no es uno nuevo, como creía.
Bajamos, cogemos a Conchi y nos vamos al otro lado. Pero como aparte de estar
desorientado, me dan la explicación al revés, salimos en dirección contraria.
Para vernos. Pregunto a un policía, me manda para atrás y resulta que no
encuentro a Conchi con los dos niños. Tengo un momento de vértigo, allí en
mitad de la calle: he perdido a todo el grupo, no me lo puedo creer. Miro el
teléfono y tengo unas cuantas llamadas perdidas (pero al número español).
Después de un rato buscando, me voy al hospital. Llego empapado. Y el aire
acondicionado cantando ópera. Ag. Todo el mundo está allí, así que ya puedo
respirar hondo. Es tarde, así como las doce, pero las cosas vuelven a su lugar.
Además, sorpresa, también han venido Noelia y Vicky, que parecen ya, por fin,
recuperadas, que se quieren llevar a uno de los seis niños al Apollo para que
le vea un dermatólogo porque le ha salido una mancha muy extraña en la lengua.
Ya se me había olvidado lo
desesperantemente lento que es ir al oftalmólogo. Examinan a los nenes en unos
pequeños cubículos y a algunos les echan las gotas fatídicas de la muerte
(drops). Eso quiere decir que van a estar un montón de tiempo sentados con los
ojos cerrados mientras se les va dilatando la pupila. Bueno, pues vamos
entrando los voluntarios con los niños. Los dos pequeños van a la planta de
arriba, la de pediatría. Y resulta que cuando prácticamente todos han
terminado, a uno de los dos peques, Ibrahim, le tienen que poner la gota de la
muerte. Es como un troll en miniatura: un pequeñín gruñón, cuadradote, con el
pelo naciéndole casi desde las cejas y cara de mal humor. Además, es del cole
bengalí y no habla inglés. Ya de entrada no quería venir al hospi y casi hubo
que perseguirle y traerle a rastras y medio llorando. Y allí está, todo cabreado,
con la gota de la muerte. Dice, no, no, go. Es superdivertido, hasta le agarra
la mano a la enfermera mientras le echa las gotas. Se agita, se frota los ojos,
los abre… Uf. Y, claro, alguien se tiene que quedar con el minitroll (para
entonces las dos doctors ya se han llevado al mayor al otro hospital). Les digo
a Conchi y Javi que se vayan con los otros niños y que avisen de que yo no sé
cuándo llegaré.
Y cuánto me arrepiento de no
haber cogido el ebook conmigo. Eso me recuerda una cosa muy graciosa que nos
pasó en el aeropuerto y se me olvidó contar. Me pongo a pesar las maletas en
facturación (ya habíamos facturado on-line, de hecho) y cuando me pesa la
maleta de cabina (9.5 kg) el tío me dice que cuando vaya a la puerta de
embarque, me saque un libro y me lo quede en la mano. Y yo ¿qué? Y él sí, un
libro. Y yo ¿saco mi ebook? Y él no, quiero decir que te pasas de peso, que son
7 kg, no 10, y nosotros, mondados de la risa, ya nos parecía que hacías tú
mucha promoción de la lectura…
El tiempo en la sala de espera
con el minitroll se me hizo tan eterno… y eso que el tío, a fuerza de estar con
los ojos cerrados, se quedó dormido un buen rato. Bueno, de hecho, nos quedamos
dormidos los dos. Pero cuando se despertó… qué gruñón.
A fuerza de esperar y esperar y
esperar, acabaron atendiéndonos, le graduaron, necesita gafas y hasta luego. Me
llevo al bicho a comer algo a eso de las tres y media o así. En un garito que
está enfrente pedimos una pizza para compartir. El troll se pone nervioso
porque también tiene que esperar la comida. Y gruñe. Y dice que se quiere ir…
Uf. Por fin llega la pizza con los platos. La separemos y come su parte a la
manera bengalí: echa el contenido de la pizza sobre el plato, le echa las tres
salsas que tenemos por allí (normal, picante y picante que te cagas), le da
unas cuantas vueltas con la mano para mezclar y se lo va comiendo a puñados,
jajaja. Es para verlo. Luego, utiliza la masa como pan y va rebañando. En fin,
desde luego, deja el plato limpio (y las manos… jajaja, como un poema).
Pagamos y salimos a la calle.
Hora de parar un taxi… Ay, debe de ser hora punta o algo porque no hay manera,
es imposible, todos vienen con gente. Cuando después de mucho esperar uno se
para, le digo Kobardanga, me mira como diciendo no sé de qué me hablas y se
pira. El minitroll está desesperado, hace incluso el amago de irse andando.
Normal, demasiadas lecciones de paciencia para un día…
No sé cuánto tiempo pasa hasta
que conseguimos el taxi, pero creo que mucho. Sin embargo, de alguna manera, el
viento sopla a favor porque le digo al tío que me ponga el taxímetro y me dice
vale (!!!!) y en cuanto nos sentamos dentro, se pone a diluviar con todas sus
ganas. No está tan mal, pues (me imagino estar media hora esperando taxi con el
bicho bajo la lluvia y me entran los siete males).
El nene, agotado de haberse
pasado todo el día gruñendo, se queda dormido. Para mi sorpresa, el taxista no
intenta timarme en ningún momento (ahora, en la soledad de mi habitación, me
llevo las manos a la cabeza por no haberle pedido el teléfono). Llegamos a las
cinco y media (bueno, él se va a la casa de New Light). Marta tampoco ha estado
en el cole (debe de estar bastante jodida), con lo cual nuestro grupo hoy ha desaparecido, lo han ido
absorbiendo otros grupos, además, me he perdido el coro de las pequeñas, que
por cierto, hoy ha salido muy bien, parece ser. Uf, qué día.
Hacemos reunión, hilamos los
planes de mañana (me toca dentista), hacemos un mega ensayo del flashmob en el
patio y me voy al coro de los mayores. Por cierto, parece que lo del grupo de
pintura ha sido épico. Recomiendan a los siguientes llevar ropa de recambio
(incluida ropa interior).
El ensayo sale igual de bien que
ayer. También hoy se viene Inés (que está muy enganchada). Al final,
prácticamente las siete, llega del Apollo Hospital el pobre Rajú. Más muerto
que vivo.
Volvemos Moni, Irene, Mai y yo.
Por el camino, Moni me dice que se me ha olvidado contar la superescena del
botellón en Sunderbans, así que allá va:
Explicaba yo que en aquel paseo
del sábado (el de tres horas) estuvimos visitando un mercado y se nos unieron
un par de profesores. Pues lo que no conté es que nos ofrecieron beber algo
fresco, dijimos que no amablemente pero ellos insistieron con una risita
nerviosa y acabamos diciendo vale. Y el caso es que nos llevaron a una choza en
la que compraron una botella fresca de litro de ese zumo de mango que venden en
los supermercados (de aquí), no nos dejaron pagar y, con los ojillos
brillantes, nos llevaron al camino –medio a oscuras-, nos hicieron hacer un
círculo y empezamos a beber de la botella. Bebías y se la pasabas al de al lado
y así hasta que se acabó. Nos miraban con cara de ¿cómo se os ha quedado el
cuerpo? ¿a que no os esperabais una pasada así?, excitados como si estuvieran
rompiendo el último tabú, como quincieañeros que van a conocer a una estrella
porno, yo qué sé. Lo que os digo, de verdad, una superescena.
En fin, cuando llegamos a la
“civilización” de Park Street yo me voy al hotel, en lo que ya empieza a
parecer una rutina, mientras las otras tres se van a Sudder. Hago los
ejercicios de hombro, y cuando estoy en la cama haciendo los estiramientos se
me funden los plomos. Puf. Me despierta alguien llamando a la puerta. Silvia y
Pilar. Son las once menos algo, mañana quedamos a las siete menos diez.
Así acaba la jornada,
escribiendo a destiempo. La ducha y la colada serán para mañana porque ahora
son ya las doce y en cuando cuelgue todo esto, no pienso mover más un dedo.
Por cierto, hoy no tengo fiebre.
Juas Juas como me he reido del minitroll jaja quiero foto de tan magnifico personaje. Me recuerda a la niña pequeña que tb necesitaba gafas pq no veia ni torta la pobre que siempre iba enfadada con cara de perro ja ja.
ResponderEliminarbesos
Nata