martes, 12 de agosto de 2014

Martes 12. FALANGE


Me despierto pronto. Apenas habré dormido cinco horas. Remoloneo. Estoy cansado hasta tumbado en la cama. Por el camino al Blue las sensaciones no son buenas. Siento asco y eso, después de cuatro años viajando por la India, es nuevo. La mera idea de meter comida en el estómago me da ganas de vomitar. No sé si son daños colaterales de los antibióticos. Mis niveles de energía están a cero. Pido un zumo de lima y un yogur con papaya (¿?). Respiro hondo mientras me pregunto cómo acabaré la jornada.

Nos vamos al dentista Pilarica, David y yo. Silvia sigue tocada (de hecho, se tiene que quedar en el cole porque no se ve con fuerzas para llegar al oculista). Pero cada uno a su manera va encontrando la manera de sobreponerse y tirar del carro.

Esta vez, para evitar a los taxistas (y las úlceras de estómago que ocasionan), nos llevamos a las seis pequeñas (hoy son solo niñas) en rickshaw y luego en metro. Son como para comérselas. A medida que se van alejando del cole se van haciendo como más pequeñitas y en cuanto se encuentran rodeadas de gente se abrazan a ti y te conviertes en mamá pato, rodeada de patitos. Y esa manera que tienen de mirarlo todo ahí afuera con esos ojos enormes.

 

La verdad es que la cosa va ligera, pimpán rick, pimpán metro, todo muy fluido y estamos en el dentista bastante prontito, a las diez y pico. La enfermera se enrolla y nos pone la tele, así que las niñas se quedan hipnotizadas viendo los videos musicales de Bollywood. Ni se mueven. Pilar y David se sientan en sus sillas y a los cinco minutos se han quedado dormidos. No, si la coreografía que tendríamos que bailar este año es el thriller de Michael Jackson. No nos haría falta maquillaje.

Y me quedo allí de pie, acompañando dentro a todas las niñas una por una y, no me pregunten por qué, las fuerzas empiezan a regresar. Y las niñas, como siempre, dando lecciones de entereza. Tienen miedo, se ve en sus ojos, pero se sientan en el sillón y abren la boca obedientes. No mueven un dedo. Ni una queja. Tan solo retuercen de vez en cuando los dedos de los pies. Cuando acaban se levantan, se enjuagan y te sonríen (a veces es una sonrisa teñida de rojo). Tenemos montado el puto club de la lucha. Pero en versión Bollywood.

Acabamos bastante rápido. Volvemos igual que vinimos. En ese momento en el que viajo apoyado en la puerta del metro (es mi posición por defecto), con Recka abrazada a mi cintura y Kushu agarrada de la mano un montón de cosas hacen clack y me da igual todo. Me da igual el calor, la enfermedad y el agotamiento. Me da igual nuestra mierda de gobierno. Todas las crisis, la crisis (siempre hay que leer a Cortázar). Me da igual la viejísima y decadente Europa. Me da igual Estados Unidos Geyper y el triste premio Nobel de la paz. Me da igual Israel y sus genocidios asquerosos. Todo lo que me importa en ese momento es esa pequeña burbuja de protección. Y el traqueteo del tren.

Llegamos al cole. El calor es terrible, no paramos de sudar y sudar y sudar. Silvia está fundida. Come bien pero no consigue levantar cabeza. Le pido a Manosi que le tome la tensión. 10-6. Ya tenemos algo por lo que empezar. Hidratar e hidratar. Maite llega pronto del hospital, por una vez. Hoy le han hecho el TAC al bueno de Rajú (el niño de paciencia infinita). El electro y el análisis mañana. Maite está fatal pero no pestañea. Estamos de acuerdo en que en España se nos va la fuerza por la boca mientras que en Calcuta se nos va por otro orificio. Vamos, que la diarrea la está matando.

Pero la actividad no se detiene. Hay voluntarios currando a toda máquina en el comedor, rodeados de niños que no paran de revolotear y tocarlo todo (y borrarte todo el trabajo que has hecho en el ordenador, por ejemplo, como le pasó a Pilar C.). Javi, a base de dieta de suero, ya está operativo y no para. Y mientras estamos comiendo nos damos cuenta de que estamos todos. Juntos. En pie. Aquí y ahora. Y reconocemos lo que somos y, así, sin decir nada, nos aplaudimos y nos hacemos una foto después de comer. Porque lo que cuenta es cuántas veces te levantas.

Y, como todos los días, nos vamos a la casa de las pequeñas a cantar. Se nota que ya quedan un par de días para el concierto. Las canciones empiezan a cuadrar. Las nenas empiezan a concentrarse en serio. Y, aunque siguen cayendo broncas, la cosa empieza a ir viento en popa. Y no paramos de sudar. En serio, es una exageración, Moni y yo nos miramos como diciendo es imposible. Es como cantar en una sauna. Pero vestido.

Marta y yo cogemos a nuestro minigrupo (cuando por fin encontramos a alguien que nos abra la puerta del material, la batalla de todos los días) y nos ponemos a hacer dibujo. Hoy, acuarela. Y nos quedamos mirando a las niñas y se nos cae la baba. Tan tranquilitas, cada una a lo suyo.



Y me parece tan fantástico que Marta disfrute tanto, con lo mal que lo ha pasado…

Maite había pensado, viendo que estamos todos hechos papilla y eso, a su vez, nos va obligando día tras día a un sobreesfuerzo, que mañana por la mañana sería día de descanso para reponer fuerzas. Sin embargo, llega la hora de la reunión y salen tres voluntarios para llevar a niños al dentista. Y sale otro equipo de voluntarios para rascar paredes (me voy a mi cuarta batalla campal). Y otro grupo para ir a hacer compras para la fiesta de despedida del sábado. Ole. Estamos como cabras… Por cierto, Silvia se lleva bebidas no sé cuántas botellas de suero y empieza a recuperarse.

Nos vamos al ensayo de los mayores y estoy lleno de energía, por primera vez desde el 26 de julio. Maite y Moni se miran como diciendo qué se habrá fumado este… y le dan las gracias a Conch por su tratamiento online, jajaja.

Así que el viaje de vuelta, en lugar de ser una agonía es un viaje normal, con un cansancio enorme, pero normal. En el metro hace un frío que te mueres, tienen el aire acondicionado a tope. Envuelvo la garganta en mi megapañuelo, me recuesto contra la puerta, como siempre, y me pego una parlada con Oscar. Estamos de acuerdo con que nunca hemos visto al grupo de voluntarios tan machacado (es algo que llevo hablando un par de días con varias personas). Mi teoría –porque siempre me gusta tener una teoría para todo- es que el haber tenido un monzón tan suave y que haya llovido tan poco, hemos sufrido muchísimo más calor que otros años y eso es lo que realmente nos ha machacado. Lo maravilloso de todo es que este año, que estamos muertos de cansancio, es el año que nos hemos puesto a rascar paredes, el año que Moni y yo nos hemos metido una hora extra de coro diaria (aparte de lo que ya llevamos encima). Lo hemos ido sacando todo adelante, cada uno apoyado en los demás en los momentos complicados (y ha habido muchos). El poder del grupo. La falange romana que avanza al mismo tiempo, hombro con hombro, cada soldado protegiendo a los compañeros que tiene a su lado, sin dejar a nadie atrás, como una tortuga monstruosa. La máquina de triturar.  Siento ponerme pesado con la épica y todo eso, pero miro a mi alrededor y eso es lo que veo, la verdad. Un grupo extraordinario.

(A lo mejor se nota un pelín lo orgulloso que estoy de toda esta gente que ha venido a dejarse la piel así porque sí, por todo el morro).

Mientras los demás se van a Sudder, yo tomo mi propio camino. Tengo ejercicios que hacer para mis hombros. Y colada pendiente de ayer. Y escribir. Hoy toca banda sonora de Smashing Pumpkins. Porque yo lo valgo.

Y tengo que dormir.

Tengo que dormir.

Tengo que dormir.

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