Hoy me despierta mi Iphone (ruge Blur con su Song nº 2). Se acabaron las chorradas. El cuerpo ya empieza a llegar al límite. Seis y cuarto de la mañana. Preparo la mochila (ropa de recambio incluida). Ya sé de antemano que va a ser un día muy largo. Por cierto, tengo en el brazo izquierdo uno de esos sarpullidos mutantes que me salen de vez en cuando (sobre todo aquí, en
Irene sigue enferma. Pilarica se
ha puesto enferma durante la noche, pero está ahí, blanca como la nieve (Blancanieves),
más muerta que viva. Hay que ver qué dura se nos ha vuelto la niña. David está
entre Pinto y Valdemoro, anoche tenía diarrea pero se aferra a la vida con uñas
y dientes (por no decir que se aferra a sus heces). El edificio sigue en pie
aunque se va resquebrajando poco a poco.
Hoy toca rascar cemento. Se
suponía que íbamos a pintar, pero nos encontramos con paredes absolutamente
cubiertas de chorretones de cemento, así que desde el martes los equipos que
van a currar a la casa de los niños mayores se dedican a penar.
Y allá vamos. Hoy el calor es
terrible, no sabes qué hacer con él, imposible sacártelo de debajo del pellejo.
Caminamos y caminamos hasta llegar a la casa. Yo llego ya empapado. Óscar y yo
dejamos las camisetas. Pañuelos a la cara. Parece que vamos a una guerra (de
guerrillas). Nos metemos en una habitación, cogemos unas herramientas con las
que no sabes bien si reírte o llorar y empezamos a rascar. Música de Macaco de
fondo. Concentrados en nuestros trocitos de pared, rascamos y rascamos y
rascamos. Y al cabo de un rato ya empieza a dolerte la mano. Y luego el brazo.
Y sudamos de una manera increíble, pero no podemos encender el ventilador con
la que estamos montando, así que seguimos rascando y sudando dentro de una
enorme nube de polvo que se va quedando pegado en la piel sudorosa. Y empieza a
doler la espalda y te desesperas porque te das cuenta de que tampoco has
avanzado gran cosa. Y un rato sobre la escalera y otro rato abajo. Y el polvo
en los ojos. Carmen sale corriendo. Tiene diarrea. Se va diluyendo como un
azucarillo. Después de un rato sale corriendo a vomitar. KO técnico.
Quedamos tres. Seguimos
rascando. De vez en cuando corre una botella de agua (vista y no vista) para
evitar, al menos, la deshidratación. Y rascamos y lijamos y rascamos más y
lijamos. Después de dos horas sin parar, la habitación queda finiquitada. Tenemos
la impresión de que si seguimos con otra, salimos con los pies por delante, así
que decidimos parar y pegarnos unas duchas. El agua corriendo sobre la capa de
mierda que se me ha ido acumulando. Qué delicia. Y qué agotamiento. La mano me
late. El sarpullido del brazo está fosforito y el dolor de espalda empieza a
ser insoportable. La batalla de Kobardanga, señoras y señores.
Volvemos al cole. Llego con la
camiseta empapada de arriba a abajo. Demasiado calor. Pilar Blancanieves yace
en la enfermería. Aguanta las arcadas como puede. Maite y Laura trabajan a
plena máquina con las listas de vacunas, que deben de ser un caos (claro). Manosi
me pone hielo en el brazo y luego una crema. Estoy un rato por allí tirado hasta
que llega la hora de comer. Con el dolor de espalda me pasa como con el calor:
no me lo saco de encima.
Y luego, coro con las pequeñas
(cada día un poco mejor). La buena noticia es que Marta aparece después de
comer. Bueno, el fantasma de Marta. Pobriña. En todo caso, por fin vamos a
tener una sesión de taller completa los dos juntos.
En teoría hoy había que plantar árboles
pero la cosa quedó en proyecto. Marta y yo nos dedicamos a terminar y pulir el
trabajo de ayer con el Principito. En el ratito que nos sobra nos pegamos un
buen ensayo de la canción del flashmob. Las niñas se lo pasan pipa. Marta, a la
segunda bailada ya no se tiene de pie. Hasta aquí hemos llegado. A pesar de
todo, está contenta y creo que ha disfrutado del rato con los niños.
Después de la reunión, coro con
los mayores. Avanzamos y avanzamos. Siguen aprendido sin parar. Aunque de vez
en cuando hay que ponerse serios con ellos, a Moni se le nota en la cara que
está orgullosa. Esa mirada delatora…
El viaje de vuelta se me hace
largo. Estoy fundido. En teoría hoy había una cena en la terraza del hotel,
pero francamente no estoy para nadie.
Ejercicios de hombro. Ducha y colada.
Por cierto, digo todos los días lo de la ducha y la colada como una rutina sin
más. Sin importancia. Y la verdad es que es como mi momento para mí solito,
momento para lavar tranquilamente, sin prisas, reencontrar mi cuerpo y
reconciliarme con el mundo. Momento de estar limpio. De ponerme crema
hidratante en la cara. De sentarme frente al espejo y respirar. Un ratito
maravilloso de enorme valor simbólico después de jornadas de 13 o 14 horas de
no parar.
Y después de la ducha, a
escribir.
Y ya.
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