Me despierto a las cinco y algo.
Remoloneo. De nuevo entre el sueño y la vigilia. He soñado que tenía fiebre. Me
toco la frente. Es posible que tenga fiebre. Sigo remoloneando. A eso de las
siete empiezo a moverme. Ducha fría y demás preparativos.
A las ocho nos vamos a desayunar
donde siempre (día de la marmota). Mañana a las ocho muchos tendremos que estar
ya en el cole, así que habrá que darse mucha caña. Definitivamente siento que
tengo fiebre, así que después de desayunar me tomo otro paracetamol.
A las nueve estoy en el hotel
esperando al Bro porque nos vamos a comprar pintura. A las diez menos cuarto
aparece el Bro. Llego tarde, dice. Vaya, no me había dado cuenta. Nos vamos en
la furgo. La puerta de atrás, que es corredera, va atada con un pañuelo al
asiento del copiloto, que es el de la izquierda, recuerden que en este país se
conduce por el lado equivocado, como diría Woody. Diluvia un buen rato.
Llegamos al chiringuito de la
pintura. Así que allí estamos los tres, el Bro y yo sentados en nuestras sillas
y el vendedor, al otro lado de la mesa, sentado en la suya. Nos miramos.
Entonces Bro hace ese gesto suyo tan magnífico: me señala con las dos manos
abiertas y las palmas hacia arriba. En plan, tú sabrás, chaval. Jajaja. Claro,
yo de pintura sé lo mismo que de lo demás, prácticamente nada. Bueno, tras el
susto inicial, lo vamos hilando entre los dos: pintamos de blanco el techo y
elegimos un color para las paredes, todas igual (sin florituras, vamos). Me
pasan un tocho con cientos de colores y después de darle un par de vueltas
(verdes? amarillos?), y por eso de no complicarme la vida, me decido por un
clásico azul clarito. Quién me ha visto y quién me ve. Pillo unas brochas y
unos rodillos. Modelo indio, no digo más. Con el lote van dos garrafitas de
disolvente y un pequeño bidón de una cosa que parece que hay que dar antes. Hm.
El Bro dice que se da primero, se espera cinco minutos y se pinta. El bidón
dice que hay que diluir con no sé qué líquido y esperar 7/8 horas después de
aplicar. Ok. Menos mal que mañana no me toca pintar, jajaja.
Le dejamos a deber al tío cerca
de 4000 rupias, pero bueno, de todas las maneras mañana hay que recoger la
pintura azul.
Ha pasado ya media mañana con la
pijada. Todo va tan infinitamente lento aquí… Al menos nos han traído un té y
nos han regalado unos bolis para los niños. Hm. También hemos tenido tiempo el Bro y yo de hablar un poco sobre cómo es la vida en un país musulmán. La verdad es que me ha hecho cien preguntas y ha sido divertido. Aunque no sea más que por lo raro que es intercambiar más de tres palabras seguidas con este santo varón.
En el cole los voluntarios están
haciendo la ronda para conocer las instalaciones, saludar a los profes y nos
vamos también a visitar la casa de las niñas pequeñas, la de los niños pequeños
y la de los niños que van al cole bengalí.
Para los nuevos voluntarios, su
primer contacto con el proyecto, con las sonrisas de los niños… por cierto –lo
siento por estropear la estampa-, mi compa Marta se va por las patas, así que
cada vez que entra en un edificio lo primero que hace es visualizar dónde está
el baño.
Comemos a las dos, hacemos un
poquito de descanso de sobremesa y antes de las tres Moni y yo nos vamos a la
casa de las chiquis para nuestro primer ensayo con ellas. Aquello es un
aquelarre. Las niñas están como peonzas, se mueven de un lado para otro, se
suben en las mesas y sobre todo gritan, gritan como locas. Enchufamos el
teclado y todas lo quieren tocar. Ay. Nos cuesta dios y ayuda (y la virgen
maría y toda la familia, vamos) empezar la primera canción. Qué desorden. Las
niñas vienen, van, vuelven a venir, hablan o se gritan entre ellas… Viva el
caos. Moni me mira y me dice que estoy blanco. Guay, solo me falta desmayarme.
No paro de sudar. Bebo agua. Seguimos luchando contra los elementos. La hora se
nos hace eterna pero las nenas acaban aprendiendo algunas canciones. Esta Moni…
Recogemos y nos vamos –teclado
al hombro- al cole. Empalmamos con los talleres. Subo con Marta al aula. Los
niños están nerviosos: entran, salen, aparecen, desaparecen, no paran de
moverse de un aula a otra, así que esto de las listas posiblemente no nos sirva
para gran cosa. Marta ya se cae a cachos. Al ataque.
Empiezo a poner Nivea en la cara
a las nenas. Los niños han desaparecido, excepto mi Soidul Molla (el niño al
que operaron de un ojo el año pasado), que anda revoloteando alrededor. Poco a
poco las niñas van entrando en el juego. Finalmente, pintarse la cara es
divertido. Sombra aquí, sombra allá, maquíllate, maquíllate. Mi mami se lo
habría pasado bien (solo en este preciso momento, claro). Las mayores pintan a
las pequeñas y la verdad es que lo hacen realmente bien. Ya colgaré alguna
foto. Marta desaparece definitivamente porque empieza a estar jodida de verdad.
Aparece mi Silvita para echarme una mano. Bieeeeeeen.
En el último rato de la sesión,
empiezo a enseñar el baile del flashmob al grupo. Al principio a todas les da
vergüenza pero poco a poco… Aparece de nuevo Soidul y cuando se entera de que
hay que bailar dice: Nooooo, me only baskeeeeeet!!!!! Pobriño mío, jajaja,
cuánto le comprendo, pero bueno, hay que tomárselo como un reto.
Tenemos una pequeña reunión tras
los talleres, preparamos un poco el trabajo de mañana y tal (me toca oculista
con Javi y Conchi) y Moni y yo volvemos a empalmar con la segunda sesión de
coro. Ole.
A pesar del agotamiento –y para
mi sorpresa-, este rato resulta el mejor del día: los niños/as mayores están
tranquilos, les apetece cantar y se acuerdan bien de las canciones de los años
anteriores. Les enseñamos una canción nueva que no es fácil y les entra de
maravilla. Inés sube a vernos y se queda con nosotros. La hora pasa a toda
velocidad y por ellos seguiríamos cantando otra hora más. Por nosotros no,
jaja, así que recogemos y nos vamos. Aún hay un montón de voluntarios por ahí.
También han llegado los médicos –que se han pasado todo el día en el Apollo
Hospital-.
Hora de recoger el agotamiento,
meterlo en la mochila junto con todo lo demás y caminar de vuelta a casa. El
mismo paseo nocturno junto a los árboles, el relajante trayecto en rickshaw, el
tramo en el metro en modo zombi, el último cachito hasta el hotel. Los demás
van a Sudder. A mí solo me falta poner el cartel de No Molestar en la puerta.
Aún me quedan los ejercicios
para el hombro (que llevo retraso), la colada-ducha y ponerme a escribir.
Creo que por hoy ya he tenido
bastante.
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