sábado, 9 de agosto de 2014

Sábado 9. SUPERHÉROES


Fin de semana. No hace falta madrugar. Qué delicia.

He pasado mala noche. Tengo el estómago revuelto y el cuerpo raro. Remoloneo en la cama un buen rato. Leo. Llega Maite y me apunto a desayunar. Hoy me limpian la habitación. Me entra el café y el crépe de nutella, pero el cuerpo sigue raro.

Es un buen día para hacer recuento de bajas. Estamos a rastras. Pilar ya no se tiene ni de pie, así que se pasa el día en la cama. Silvia con la garganta tocada y fiebre durante la noche. A la cama. Marta intenta remontar pero Conchi ha caído con superdiarrea. A la cama. Óscar, Carmen y David se mantienen como pueden. Inés poco a poco se va quedando en nada. Moni flirtea con la fiebre, como yo, pero sigue en pie. Isa con diarrea. Irene va remontando. Resumiendo: aún están bien Maite, Laura, Pilar C y Javier. 4 de 16, un cuarto del grupo está entero, tres cuartos, tocados (pero no hundidos, afortunadamente todavía no hemos tenido que ingresar a nadie en el hospi). Eso es lo que hay. Parece que el fin de semana llega en el momento adecuado, justo antes de irnos a la lona. Dormir. Recuperar fuerzas. Prepararse para el asalto final de la semana que viene.

Yo vivo las cosas así. Como si fueran un cómic. Porque los cómics son la base de mi educación. Siempre he querido ser un héroe. Todo empezó con el jabato y el capitán trueno. El honor. Luego llegó el bombazo definitivo: Mazinguer Z. El camino del samurai. Levantarse y levantarse y volver a levantarse, da igual cuántas veces te tumben, lo importante es no rendirse. Y luego llegó Star Wars y Taxi Driver y Conan (el culto a la brutalidad), los siete samuráis de Kurosawa y el superhéroe con mayúsculas, Batman, el caballero oscurísimo, el poder del odio. Y Sin City junto con los jodidos espartanos de Frank Miller… Es así como vivo todo esto aquí en la India, es normal. Nos reímos de nuestro dolor, de nuestra enfermedad, no nos tenemos en pie y nos levantamos y morimos cada noche y resucitamos cada mañana. Somos superhéroes.

Vuelvo al hotel. Recargo mi tarjeta de Internet. Aún están limpiando la habitación, así que  me voy a la tercera planta. Me conecto con el wifi. Leo un rato mi jilguero (que, definitivamente, va de más a menos). Inés se queda frita sobre un sofá. Seguramente tiene fiebre.

A la una la gente ha quedado para comer pero yo me quedo en la cama un rato. Medio dormido y medio despierto. Me cuesta un horror levantarme. Me voy al cole. Hoy tocaba gincana, pero se pone a diluviar así que improvisamos sobre la marcha y lo sustituimos por una sesión de cine (Gru). No conseguimos conectar el ampli, el proyector y toda la pesca, así que acabamos poniéndolo en el comedor. Estoy más cansado que un perro y no soy el único. La gracia del día es que después de estar media hora con el mando de la tele para arriba y para abajo, resulta que no tiene pilas. Ole yo. Irenita divino tesoro se queda dormida rodeada de niños que siguen la peli con los ojos como platos.

Acaba la peli. Nos replegamos. Los mayores están jugando al basket a toda caña (con el suelo mojado en plan pista de patinaje). Han mejorado mucho estos años. Y físicamente son un verdadero portento. Algunos juegan con zapas y otros descalzos. ¿Espartanos, eh?, me dice Irene. Claro. Suelo observar mucho a los indios. No al indio redondo y blandengue, con la barriga cayendo en cascada desde la (apretada) cintura del pantalón. No. Al indio enjuto. A primera vista parecen enclenques. Pesan 20 kg menos que yo. O menos. Pero te fijas bien y no tienen un gramo de grasa. Son solo fibra (roja) y tendones. Duros como una piedra. Flexibles y correosos como el puto cuero. No te la juegues con un indio porque están acostumbrados al sufrimiento y la privación. Tiene que ser como pegar a los cables de un ascensor. Y nuestros niños son así. Una colección de músculos y cicatrices. Duros y rápidos como un látigo. Otro puñado de superhéroes.

Volvemos a Calcuta. Yo me voy directamente a la habitación. Son como las siete y pico. Caigo como una piedra, sin desvestirme, tal cual entro por la puerta. Una hora después, me despierto, me como un plátano y un paracetamol. Tengo tiritona. 38.3 º. Me meto en la sábana saco y –en brazos de la fiebre, que dirían los Héroes del Silencio- surfeo en el maravilloso mundo de los sueños.

1 comentario:

  1. Hola . Miki ya veo que la cosa anda chunga , que miedo me da , que ganas de que vengas , cuidaros mucho

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