La noche es horrible. Me despierto a eso de las
tres de la mañana con dolor en todo el cuerpo. Ya no sé cómo ponerme. Una pura
agonía. La tabla mata. A eso de las cinco de la mañana lo dejo por imposible y
aprovechando que es de día me siento en la tabla a leer bajo la mosquitera.
Hay movimiento afuera, gente que se levanta, va a la fuente, se asea… A las siete Shibu nos llama. Ya está preparado el té. Moni y Mai se hacen las remolonas todo lo que pueden. Moni ha dormido bien pero Maite no ha pegado ojo. También la tabla la ha matado. Y la fascitis.
Hay movimiento afuera, gente que se levanta, va a la fuente, se asea… A las siete Shibu nos llama. Ya está preparado el té. Moni y Mai se hacen las remolonas todo lo que pueden. Moni ha dormido bien pero Maite no ha pegado ojo. También la tabla la ha matado. Y la fascitis.
Nos cuesta ponernos en marcha. Estoy más cansado
que un perro. No tenemos energía para movernos. Me pego un agua en la fuente.
Me siento a leer mientras Moni & Mai trabajan en el ordenador. Estoy en
modo “ahorro de energía” total. A eso de las nueve nos traen una bandeja de
comida (del estilo a la cena). Nos miramos como diciendo esto es inviable…
Comemos lo que podemos pero realmente ya haciendo de tripas corazón, ya que se
molestan tanto por nosotros.
No puedo con el alma, así que cojo una esterilla
y me tumbo en la tabla como unas tres horas. A ratos leo, a ratos duermo.
Bienvenido a tu agotamiento. Los médicos llegan tarde, como a la una. Parece
que ya están entre bien y bastante bien, que no es poco. Le decimos a Sibu que
nosotros tres no comeremos (sobre todo porque nos toca meternos otro tocho de
horas en la furgo a penar).
Antes de irnos, ese embarazoso momento de todos los años: la ceremonia de la despedida. Nos meten en una de las salas, nos sientan, nos regalan flores. Pequeños discursos: volved a vernos, por favor, no nos olvidéis. Mai decide que soy yo el que va a hablar. Muchas gracias por vuestra hospitalidad y todo eso. Conch también habla. Uf. Momentazo este de la despedida… repartimos apretones de manos, besos y abrazos y nos metemos en la furgo.
El viaje de vuelta es aún más desagradable que
el de ida. El calor es asfixiante (sobre todo el que sale como por debajo del
salpicadero y me abrasa los pies. A medida que nos acercamos a Calcuta vuelve
el ruido, el caos, el mal olor. Noto cómo poco a poco me va subiendo la fiebre.
Para cuando llegamos, lo único que queda de mí es un zombi. Un perro zombi,
quizás.
Dejo a las chicas en el primero y llego hasta mi
habitación tambaleándome como un borracho. Tan agotado que ni siquiera me llegan
las fuerzas para tomar un paracetamol antes de caer desmayado en la cama. Floto
en el país de Oz. Después de una hora consigo volver a duras penas, me tomo
unas galletas saladas y el paracetamol y vuelvo a sumergirme en mi fiebre, esta
vez con música de Pink Floyd de fondo. Tremendo. Estoy empapado de sudor. No sé
si estoy dormido o despierto. Flipo en colores. Pero poco a poco el medicamento
va haciendo efecto.
Llegan Moni y Mai con Laura e Inés, recién
llegadas. El zombi empapado que las recibe habla un poco con ellas. Como me voy
recuperando, lavo la ropa, me ducho con agua fría y me pongo a escribir.
En la segunda visita de las chicas –me traen
plátanos- ya se encuentran otra cosa y se quedan más tranquilas.
Son las once. Hora de conectar, colgar todo esto
y dormir. Veremos qué nos depara el día de mañana. (Por cierto, llevamos una
semana aquí y aún no hemos visto a Antonio…)
No hay comentarios:
Publicar un comentario