9 de
agosto.
Suena
un despertador. Allá a lo lejos. En una galaxia muy, muy lejana. Mis ojos no se
plantean ni por un momento abrirse. Ni de coña. Las seis y cuarto. ¿Una broma
de cámara oculta? Es que no puedo. Literalmente. NO PUEDO. Es normal, mi cuerpo,
que llevaba un día sin dormir, se tiene que levantar al equivalente de las tres
menos cuarto de la madrugada.
Tardo
una eternidad en abrir los ojos, en conseguir que lleguen pensamientos a mi
cabeza, en levantarme, en vestirme. Qué horror. Llego tarde.
Chus
y Maite ya están abajo. Esperamos a Natalia mientras ella nos espera en el
café. Coordinación mejorable, por decirlo de alguna manera, jaja. Me gusta el
desayuno en el Blue Sky. Hoy toca café, zumo de lima, tostada de nutella y
sándwich de tomate, queso y ajo. Hmmm. Pago algo menos de tres euros.
Metro
+ Rick + Paseo. Llegamos al cole como a las ocho y diez, no está mal, pero
resulta que no están las enfermeras, así que después del madrugón y las prisas
nos toca estar una hora tocándonos el fistro (de abajo). Es la India, vamos.
A
las nueve y pico nos vamos al oculista Natalia, Chus y yo con una enfermera y
once niños mayores (tres niños y ocho niñas). Los niños/as son de los mayores,
tienen alrededor de 14 años y cuando salen del cole se comportan realmente como
adultos. Igual que nuestros mierdas de niñatos consentidos españoles, más o
menos. De hecho, nos dicen que como somos extranjeros siempre nos timan y que
se encargan ellos de discutir con los taxistas. Los veo allí, peleando con uñas
y dientes con una nube de fulanos y me siento tan orgulloso que no os lo podéis
imaginar. Nos vamos en 4 taxis y nos cobran entre 80 y 100 rupias por cada.
Buen trabajo, chiquitines.
Por
cierto, este año se han endurecido mucho las cosas y la poli ya no deja montar
a más de cinco personas –incluido conductor- en taxis y ricks. Se acabó eso de
meter a catorce niños en un coche, jaja.
Rashida,
Karovi y Tumpa quieren venir conmigo. Rashida dice que va a ser mi secretaria.
Qué más le puedo pedir a la vida. Son tres niñas increíblemente maravillosas.
Llegamos
al hospital. Chus y yo nos vamos a comprar agua, galletas, patatas y plátanos.
Se los damos y ellos se organizan con toda la calma del mundo y lo reparten.
Nos dan una lección de saber estar a lo largo de las horas que nos toca estar
allí esperando. Me quito el sombrero, de verdad. Hablamos mucho. Rashida me
dice que un día (después de que haya encontrado un trabajo, no antes) se casará
con un chico que no tenga familia, como ella, así no tendrán que pedir permiso
ni tendrán problemas con nadie. Estos chicos a veces me dejan sin palabras.
También aprovecho para escribir un poco de lo que ustedes están leyendo.
A
eso de la una una parte de los chicos están atendidos y otra parte no. Los
médicos se van a comer. Esto va para largo. Decidimos llevarnos a la mitad y
dejar a los otros. Chus y yo nos vamos con 6 niñas y Natalia y la enfermera se
quedan con los 5 restantes. Después de comer aparece Alba, que ha conseguido
escaparse del hospital pero no con el alta sino con un permiso. Tiene que
volver por la tarde. La acompañaré.
Me
voy con Chus al aula. Pensábamos ponernos a dibujar pero a lo tonto nos
inventamos una especie de volley sentados en el suelo y nos pasamos como una
hora jugando. La monda lironda. Luego, a eso de las cuatro, dibujamos y los
mayores se tienen que ir porque tienen entrenamiento de basket. Improvisación
al poder.
Bajamos
al patio y me siento a ver el entrenamiento. Me encanta ver a estos chicos, se
lo toman todo tan en serio… Aparecen Natalia y los chicos del oculista. Se han
pasado todo el jodido día en el hospital y ni siquiera han comido. Ni se
inmutan. Ni una mala cara. Son duros como el puto diamante. No puedo con ellos,
me los metería en la maleta a todos, de verdad.
Hoy
no me quedo al coro con Moni y Karme (que ya está definitivamente en plena
forma). Se hace tarde y los niños aún no han llegado, así que me voy al hospi
con Alba, que se pone más y más nerviosa. La India es la India.
No hay vueltas que darle. Nos toca estar allí más de dos
horas hasta que le dan el alta. Aparecen en la habitación dos polis (o
militares, no sé, todos los uniformes me parecen lo mismo), con sus metralletas
y toda la pesca. Alba y Sole con la boca abierta y yo espanchingado en el
medio-sofá. Vaya escena, por dios. Traen el documento que tiene que Alba para
solicitar el alta voluntaria. En realidad traen un documento escrito a mano por
otra persona para que le sirva de modelo y lo pueda copiar. Jaja. Intentar
comunicar con ellos es imposible, no se enteran de nada, me parto de la risa
mientras Alba se muerde la lengua, jaja. Es pa’ verlo. Luego, esperar al
doctor. Repasar, comprobar y rellenar no sé cuántos papeles. La historia
interminable. Nos hemos perdido la reunión de voluntarios.
Al
final, todo resuelto (a eso de las nueve de la noche). También negociamos que
Sole se pueda ir mañana igual que Alba, es decir, permiso por la mañana y alta
por la tarde. Vale.
Como
se ha hecho muy tarde, Alba (que lleva todo el santo día sin comer) y yo nos
buscamos en el barrio musulmán un garito para indios y nos damos un homenaje
con arroz, navratan korma, patatas guisadas, pakoritas de queso y pan kabuli
(delicioso). Ñam. Qué bien.
De
vuelta en Sudder, nos encontramos a la mitad de los voluntarios cenando en el
Yoyos (mira que sois guiris) y me voy al hotel donde está los míos. Maite,
Chus, Pilar, Moni, Karmela y yo nos
pasamos un buen rato hablando en un salón bien chulo. A las once nos echan,
jaja. Aún me queda energía (poca) para ducharme, lavar la ropa y escribir un
buen rato. Mañana no hay que madrugar, el Sunflower tiene la mañana libre.
Quedamos a las nueve para ir a desayunar. Yupi.
Qué
bonito es descansar cuando estás agotado hasta los huesos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario