viernes, 10 de agosto de 2012

COMIENZA LA REMONTADA


9 de agosto.

Suena un despertador. Allá a lo lejos. En una galaxia muy, muy lejana. Mis ojos no se plantean ni por un momento abrirse. Ni de coña. Las seis y cuarto. ¿Una broma de cámara oculta? Es que no puedo. Literalmente. NO PUEDO. Es normal, mi cuerpo, que llevaba un día sin dormir, se tiene que levantar al equivalente de las tres menos cuarto de la madrugada.
Tardo una eternidad en abrir los ojos, en conseguir que lleguen pensamientos a mi cabeza, en levantarme, en vestirme. Qué horror. Llego tarde.
Chus y Maite ya están abajo. Esperamos a Natalia mientras ella nos espera en el café. Coordinación mejorable, por decirlo de alguna manera, jaja. Me gusta el desayuno en el Blue Sky. Hoy toca café, zumo de lima, tostada de nutella y sándwich de tomate, queso y ajo. Hmmm. Pago algo menos de tres euros.
Metro + Rick + Paseo. Llegamos al cole como a las ocho y diez, no está mal, pero resulta que no están las enfermeras, así que después del madrugón y las prisas nos toca estar una hora tocándonos el fistro (de abajo). Es la India, vamos.
A las nueve y pico nos vamos al oculista Natalia, Chus y yo con una enfermera y once niños mayores (tres niños y ocho niñas). Los niños/as son de los mayores, tienen alrededor de 14 años y cuando salen del cole se comportan realmente como adultos. Igual que nuestros mierdas de niñatos consentidos españoles, más o menos. De hecho, nos dicen que como somos extranjeros siempre nos timan y que se encargan ellos de discutir con los taxistas. Los veo allí, peleando con uñas y dientes con una nube de fulanos y me siento tan orgulloso que no os lo podéis imaginar. Nos vamos en 4 taxis y nos cobran entre 80 y 100 rupias por cada. Buen trabajo, chiquitines.
Por cierto, este año se han endurecido mucho las cosas y la poli ya no deja montar a más de cinco personas –incluido conductor- en taxis y ricks. Se acabó eso de meter a catorce niños en un coche, jaja.

Rashida, Karovi y Tumpa quieren venir conmigo. Rashida dice que va a ser mi secretaria. Qué más le puedo pedir a la vida. Son tres niñas increíblemente maravillosas.
Llegamos al hospital. Chus y yo nos vamos a comprar agua, galletas, patatas y plátanos. Se los damos y ellos se organizan con toda la calma del mundo y lo reparten. Nos dan una lección de saber estar a lo largo de las horas que nos toca estar allí esperando. Me quito el sombrero, de verdad. Hablamos mucho. Rashida me dice que un día (después de que haya encontrado un trabajo, no antes) se casará con un chico que no tenga familia, como ella, así no tendrán que pedir permiso ni tendrán problemas con nadie. Estos chicos a veces me dejan sin palabras. También aprovecho para escribir un poco de lo que ustedes están leyendo.
A eso de la una una parte de los chicos están atendidos y otra parte no. Los médicos se van a comer. Esto va para largo. Decidimos llevarnos a la mitad y dejar a los otros. Chus y yo nos vamos con 6 niñas y Natalia y la enfermera se quedan con los 5 restantes. Después de comer aparece Alba, que ha conseguido escaparse del hospital pero no con el alta sino con un permiso. Tiene que volver por la tarde. La acompañaré.

Me voy con Chus al aula. Pensábamos ponernos a dibujar pero a lo tonto nos inventamos una especie de volley sentados en el suelo y nos pasamos como una hora jugando. La monda lironda. Luego, a eso de las cuatro, dibujamos y los mayores se tienen que ir porque tienen entrenamiento de basket. Improvisación al poder.
Bajamos al patio y me siento a ver el entrenamiento. Me encanta ver a estos chicos, se lo toman todo tan en serio… Aparecen Natalia y los chicos del oculista. Se han pasado todo el jodido día en el hospital y ni siquiera han comido. Ni se inmutan. Ni una mala cara. Son duros como el puto diamante. No puedo con ellos, me los metería en la maleta a todos, de verdad.

Hoy no me quedo al coro con Moni y Karme (que ya está definitivamente en plena forma). Se hace tarde y los niños aún no han llegado, así que me voy al hospi con Alba, que se pone más y más nerviosa. La India es la India. No hay vueltas que darle. Nos toca estar allí más de dos horas hasta que le dan el alta. Aparecen en la habitación dos polis (o militares, no sé, todos los uniformes me parecen lo mismo), con sus metralletas y toda la pesca. Alba y Sole con la boca abierta y yo espanchingado en el medio-sofá. Vaya escena, por dios. Traen el documento que tiene que Alba para solicitar el alta voluntaria. En realidad traen un documento escrito a mano por otra persona para que le sirva de modelo y lo pueda copiar. Jaja. Intentar comunicar con ellos es imposible, no se enteran de nada, me parto de la risa mientras Alba se muerde la lengua, jaja. Es pa’ verlo. Luego, esperar al doctor. Repasar, comprobar y rellenar no sé cuántos papeles. La historia interminable. Nos hemos perdido la reunión de voluntarios.

Al final, todo resuelto (a eso de las nueve de la noche). También negociamos que Sole se pueda ir mañana igual que Alba, es decir, permiso por la mañana y alta por la tarde. Vale.

Como se ha hecho muy tarde, Alba (que lleva todo el santo día sin comer) y yo nos buscamos en el barrio musulmán un garito para indios y nos damos un homenaje con arroz, navratan korma, patatas guisadas, pakoritas de queso y pan kabuli (delicioso). Ñam. Qué bien.
De vuelta en Sudder, nos encontramos a la mitad de los voluntarios cenando en el Yoyos (mira que sois guiris) y me voy al hotel donde está los míos. Maite, Chus, Pilar,  Moni, Karmela y yo nos pasamos un buen rato hablando en un salón bien chulo. A las once nos echan, jaja. Aún me queda energía (poca) para ducharme, lavar la ropa y escribir un buen rato. Mañana no hay que madrugar, el Sunflower tiene la mañana libre. Quedamos a las nueve para ir a desayunar. Yupi.
Qué bonito es descansar cuando estás agotado hasta los huesos.



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