viernes, 24 de agosto de 2012

PURI ON FIRE


22 de agosto.

El tren se suponía que llegaba a Puri a las seis de la mañana, así que puse una alarma a las seis menos cuarto, asumiendo que llegaría con el retraso habitual. Una hora, digamos. 
Pues estoy durmiendo plácidamente; bueno, agarrado con uñas y dientes a mi manta para no quedarme helado, porque, para colmo, duermo en la litera de arriba y el aire, que sale del techo, me pega de plano. Vale, decía que estoy durmiendo plácidamente cuando, de repente, escucho la voz de Jesús (no en el sentido cristiano de la expresión) diciendo Puri, Puri. Surrealista pa’ cagarte. Miro el reloj. Las cinco y media. Venga tío, no seas pesado, que todavía queda media hora. No, que estamos en Puri ya. WTF? Pues sí, el tren se detiene y llegamos a nuestro destino media hora antes de lo previsto. Chúpate esa.  
Así que, medio sobados, recogemos las cosas (de cualquier manera, en mi caso) y bajamos del tren. Bienvenidos. Un autobús nos recoge y nos lleva al hotel. Jesús activa el modo Jesús, como siempre, y sale corriendo como una búfala para reservarse la mejor habitación (una pena que no le llegue bien el agua). Vamos repartiendo a los muchachos. Niñas en el primer piso, niños en el tercero. Moni, Karme, Maite y yo en el segundo. 

Los niños ven un poco la playa (algunos se quedan a cuadros) mientras nos acercamos a una hora suficientemente civilizada como para que abran los chiringuitos y poder desayunar, que finalmente es como a las siete y pico. Nos preparan una especie de tortillas con cebolla y pan tostado. Y para los voluntarios también unos cafés con tostadas (mantequilla y mermelada). Tardan mazo porque las van haciendo una por una (y somos 21 + 7 = 28), pero la espera merece la pena. Ñam.

A partir de ahí, el desmadre. Todos a la playa. Hace calor. Pero mucho, aunque a la orilla no se nota tanto, claro. Hay que decir que el concepto playa –que ya da grima de por sí- en la India es bastante especialito. Aquí la gente no se tumba a tomar el sol (habría que ser gilipollas, ¿no? Jajaja), sino que van vestidos y se bañan vestidos. Todo es como infinitamente cutre y sucio, se cae a cachos, decir precario es quedarse corto. Además, puedes encontrarte caballos, camellos o monos. O un perro muerto en estado de descomposición. Aquí el mar no es azul, es marrón. No es coña.
Pero los niños se vuelven locos y disfrutan a tumba abierta, corren, saltan, chapotean, las olas los tiran por los suelos como si estuvieran jugando a los bolos, se revuelcan, se parten de la risa. Así toda la mañana. Lógicamente acabo agotado, quemado por el sol y con arena hasta en el culo, pero los chavales lo han pasado tan rematadamente bien que merece la pena. Y eso que un rato me siento a la sombra a descansar y escribir un poco y también me retiro un poquito antes para lavar ropa y ducharme.



Los chicos se duchan y se cambian y nos vamos a comer thali (arroz, verduritas y eso, lo que suelen comer todos los días) en un chiringuito junto a la playa y muy cerca del hotel, el Pink House. Es increíblemente increíble la cantidad de comida que se pueden meter en el cuerpo estos chavalitos. Mucho más que yo. La comida nos sabe rica a todos menos a Jesús. Nada nuevo. Nos damos un descanso. Relativo, porque al rato empiezan a aparecer chavales que salen y entran de mi habitación y acaba pareciendo una especie de salón de reuniones. Lo miran todo, lo tocan todo, lo preguntan todo, miran cómo escribo en el ordenador y se acurrucan junto a mí. Se quedan boquiabiertos cuando ven que tengo una tele en mi habitación y muchísimo más cuando les digo que no la enciendo nunca. Me lo paso pipa con ellos, son un encanto.



Nos damos una vuelta por la playa antes de cenar. Como anochece a toda velocidad (a eso de las seis empieza a verse regular), la vuelta se convierte en algo muy cortito. Hacemos un poco de tiempo para esperar a Jesús y Maite, que se han ido a reservar la cena (y nos están buscando por la playa, por cierto).

Los chicos se vuelven a poner morados, a arroz con verdura en este caso. Nosotros vamos de tranqui, vamos a pedir ensaladas de frutas, pero no hay fruta (ni zumos, ni lassis, ni batidos), así que decido probar la ensalada de cebolla. La experiencia es altamente gratificante: se trata de una cebolla en rodajas puesta encima de un plato con un trocito de limón un poco más grande que una uña. ¿No tendrán ustedes aceite? No. Vale. Me como, pues, una cebolla cruda a mordiscos para cenar. Hay que joderse.

Nos retiramos al hotel. Maite y yo estamos abrasados (y Jesús y Blanca más aún). Toca sesión intensiva de after sun. Maite se tumba en la cama y dura medio asalto. El espíritu del chino tronco sobrevuela la habitación por un momento. Escribo un poco y también se me funden los plomos. Me quedo dormido mientras escribo y luego me vuelvo a quedar dormido mientras el ordenador se apaga. Polvo eres.

1 comentario:

  1. Hola Mikel. Estoy leyendo poco a poco tu diario del viaje porque en agosto he estado desconectado de internet. La verdad es que disfruto con tus crónicas y tu modo de ver ese país tan distinto y apasionante. Seguiré descubriendo la India a través de tus palabras, vídeos y fotos. Un saludo.
    ¡Ah! y muchas gracias por tu visita a mi blog desde aquellos lares; hace ilusión...

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