viernes, 10 de agosto de 2012

HOY PUEDE SER UN GRAN DIA

8 de agosto.

Cuando llegas al mundo te reciben con un azote en el culo. Cuando llegas a la India, con una hostia en los morros: una vomitona de olor, calor, humedad y ruido, así de golpe. Un cocktail de bienvenida que ya te prepara para lo que se te viene encima.

El viaje es rápido y limpio, que dirían en los putos Sanfermines: 12 o 13 horas, una breve escala en Dubai y –lo más sorprendente- con todo el equipaje intacto. Ver para creer. Viajar esas horas solo no es una fiesta y apenas he dormido nada, pero tampoco está mal.
Así que aterrizo, bofetón y taxi –por el camino me fijo en un curioso hotel solo para mujeres (¿) llamado Swastika, ole-.

Llego al hotel a eso de las diez y media y me instalo en una habitación bastante más cara de lo que esperaba, así como 20 euros –se les ha ido un poco la mano a los del Sunflower con los precios-. Este año duermo solo. Intimidad.
Pongo un poco de orden en el equipaje, luego, colada y cubo ducha. Justo y necesario.
El aire acondicionado quizás sea una guarrada muy mala para la salud pero, por lo que a mí respecta, es una bendición. Como tantas guarradas. Amén.

El plan es visitar al amigo Raj, echar un ojo en Internet, tomar un café y buscar un taxi para ir al cole con los 28 kg de equipaje –material médico, medicinas, libros, monturas de gafas y camisetas, así a bote pronto-. El hermano de Raj me dice que la crisis se nota un huevo y que hay muchísimos menos españoles que otros años. Algo bueno tenía que tener la santa crisis. Viva Rajoy y vivan los banqueros. Coño. El cambio está a unas 67 rupias el euro, nada mal. Cambio mis primeros 50 euros (aunque ya había cambiado 20 en el aeropuerto para el taxi).
Me leo las nuevas aventuras del blog de Maite y resulta que ya tenemos a gente ingresada en el hospital. Qué raro. Cambio de plan –como siempre- y me voy directo al Merci Hospital a ver qué pasa.

Hoy el calor es como una jodida maldición gitana o algo (ya que el aire acondicionado es una bendición). No se ve el sol, está instalada esa especie de neblina, y te dices que la cosa se puede aguantar. Es como el chirimiri: Bah, no llueve mucho y al final acabas –en ambos casos- empapado hasta los huesos. La humedad se mastica. Sudo, sudo y sudo hasta que ya no cabe casi más líquido en la camiseta. Cuando llego al hospi parece que me han tirado encima un cubo de agua. Me hago el sueco y consigo entrar sin que me paren los guardias. Subo –andando, que hay un guardia junto al ascensor- hasta el sexto piso, que es donde suelen colocar a los guiris. Ya me da igual sudar un poco más que un poco menos, la verdad. Le hago a la enfermera de la planta una pregunta maravillosamente estúpida: ¿tenéis algún español aquí? Jajaja. Sip, dos chicas, dos habitaciones. Ok. Abro la puerta de la 607 y me encuentro a Alba y Sole comiendo, todo tiradas, con su pijama rosa. Se me quedan mirando y transcurren un par de segundos de silencio. La cuchara de Alba se detiene a medio camino entre la taza y la boca. Así es el procesamiento de información, que dirían los gurús de las nuevas tecnologías. ¡¡Sorpresa!! Jajaja, qué risa. Alba se echa a reír y dice que estaba segura de que vendría. Besos y abrazos. Lleva allí desde el lunes y está prácticamente recuperada. Sole llegó ayer y todavía está con la vía puesta. Entre pinto y Valdemoro. Lo podríamos llamar el síndrome del voluntario. Vómitos, fiebre y diarrea. El pan nuestro de cada día. Nada de lo que preocuparse; además las chicas tienen buena cara (al mal tiempo) y buen humor.

Se me hace tarde. Me despido y salgo disparado al metro. A Uttamkumar, por favor. 6 rupias. De nuevo a sudar como un grifo. Vuelta la burra al trigo. Es hora punta, así que toca sardinas en lata. Codazos y empujones. Rickshaw a Kobardanga, por favor. 9 rupias. Paseo hasta el cole. El corazón me late fuerte, creo que está cantando hoy puede ser un gran día. Entro. Me sale la sonrisa por los poros. Camino por el patio hacia el comedor. Poco a poco van a apareciendo niños -grandes y pequeños- que me ven y gritan y dan saltos y se abrazan a mí y luego mi Moni, que sale corriendo como una bala, flaquita, guapa, todo sonrisa, y se queda un rato colgada de mí como un koala y Chus, que ya sabía que venía de sorpresa y se ríe y me da la enhorabuena, y Pilar, que está a cuadros y no para de reír y Maite que me da un discurso solo con una mirada. Y entro en el comedor y Silvia pega un bote y un grito –no sé en qué orden-, no se lo puede creer. Qué alegría, me dice, qué alegría. Un abrazo muy largo. Y otro abrazo a brazos llenos a Natalia y así voy saludando a compañeros y niños uno por uno. Ya estoy en casa. Qué gran día, definitivamente.

En realidad no saludo a todos los compas porque aparte de las dos que cumplen condena en el hospital, hay otras tres chicas que se han quedado en cama. Al poco de llegar, Elena se vuelve al hotel porque está más muerta que viva. La diarrea está convirtiéndose en algo así como nuestra seña de identidad. Empezamos, pues, la actividad de tarde con menos seis voluntarios. Viva la pepa. Me subo con Chus al aula. Es como si llevara allí mucho, mucho tiempo. Ya os lo decía yo. Nos pasamos una hora dibujando y pintando. Luego Chus tenía preparados unos juegos pero acabamos jugando al baloncesto. El campo está encharcado y juego descalzo. Un puto desastre, jajaja. Es misión imposible, como jugar con una pastilla de jabón en una pista de patinaje. Hago la de la gran muralla china, es decir, me quito la camiseta, la escurro, fabrico un enorme charco, me la vuelvo a poner (ya pesa mucho menos) y sigo jugando. La vida es bella.

Me voy con mi Moni a cantar. Karmelita es de las que se ha quedado en la habitación un poco doblada a la mitad. No aparecen las niñas. Guay. Nos vamos con el teclado a un aula, pero hay clase en el aula de enfrente, así que nos echan. Guay. Vamos al piso de arriba y está cerrado. Más guay. Moni le echa espíritu positivo, enchufa el teclado en el patio y nos ponemos a cantar al aire libre. Hemos perdido ya tanto tiempo… pero da igual. Actitud. Yo empiezo a estar más que molido. Cantamos. Suena bien. Llegan las niñas. Muchas son nuevas y, claro, no se saben las canciones del año pasado. Pero seguimos cantando y sigue sonando bien. Otra vez el milagro de los panes y los peces. Habrá que canonizar a Moni. No puedo con el alma pero disfruto mucho.

Vuelvo a casa con Maite, Silvia y Natalia. Este año nos reunimos a las ocho, en lugar de a las nueve. Saludo a Gloria y a Marta, parece que ya empiezan a estar bien, sin embargo, Elena no tiene buena cara. Aparece Karmela –ya recuperada- y se queda a cuadros cuando me ve tirado por los suelos, ¿será la fiebre? Jaja. No, soy yo de verdad. Glad to be here, que decimos los tenores.
Mañana me toca oculista. Hay que estar a las ocho en el cole, así que hay que salir de Calcuta a las siete, así que hay que desayunar a las seis y media, así que hay que levantarse como a las seis y poco. Estoy listo.

Natalia no se encuentra bien, pero se viene con Silvia y conmigo a tomar uno de nuestros míticos yogures. Silvia y yo nos vamos al hospi a ver cómo están nuestras compas, veo allí el final del partido de basket España-Francia (Sil se va antes, que tampoco se encuentra muy allá; aggg, somos el Titanic). 



Para cuando me he cubo duchado y he lavado la ropa ya son las doce. El tímido intento de ponerme a escribir se convierte en una patética muestra de impotencia (habría dicho un patético ejercicio de impotencia, pero como es una horterada, Elenita me mordería una oreja como Tyson).
Se me funden los plomos.

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