viernes, 24 de agosto de 2012

EL LAGO


23 de agosto.

El despertador de Maite suena a las siete. Nos pilla profundamente dormidos –y eso que ayer caímos antes de las once, fijo-. Tardamos un poquito en reaccionar. Supongo que estamos aún más cansados de lo que imaginamos. Hay niños que ya están desayunando por ahí abajo. No está mal desayunar escalonados, facilita las cosas a la cocina. Nos tomamos con el Brother un café con tostadas. Nos sabe rico.

A eso de las nueve viene un autobús a buscarnos. Uno de esos que me mola, viejo como de museo, todo hierros, una sola puerta (a la que va asomado el copiloto para dar instrucciones) y casi sin espacio para meter las piernas cuando te sientas. Los niños están muy ilusionados gracias a dos palabras: barcos y delfines, además, les ponen la tele y pa’ qué más. Nos vamos al lago Chilika. El viaje en la tartana es largo pero tranquilo. Casi dos horas viendo videos musicales indios. Hace falta estómago. A medida que va pasando el tiempo casi todo el mundo se va quedando dormido. Yo no, y no porque no tenga sueño. Demasiado incómodo.



Llegamos al embarcadero. Iremos en tres barcos, así que siete niños y dos voluntarios en cada. Yo viajo con Maite y también viene el Brother. El bote es cutre, una especie de barcaza larga y estrecha hecha casi con palos, con un trozo de lona en el centro bajo el que te puedes resguardar del sol y un motor en un extremo. Al cabo de un rato se hace incómodo. Nos pasamos un buen rato allí metidos. Sigue haciendo un calor de morirte. Nos paran en una islita para enseñarnos unos cangrejos (y de paso ver si nos pueden vender algo). Uf. Como que podemos seguir. Pasan las horas, monótonas y hace un calor que te mueres. Los chicos empiezan a quedarse dormidos. Se supone que vamos a ver delfines y por fin llegamos a la zona de los delfines. En fin, un show, vemos algunos lomitos brillantes aparecer y aparecer allá a lo lejos y ya hemos visto los delfines. Uf. Aún así, a los chicos les ha hecho ilusión. Volvemos a parar en una isla. Nos vuelven a enseñar cangrejos. Que si queremos. Que  no. Uf. Volvemos algo antes de las tres (con tres cuartos de hora de retraso) y los niños sin comer. 


Falta un bote. Mientras llega, van sirviendo la comida a los niños. Llega el bote. Es el de Mónica y Karmela. Su viaje ha sido un desastre porque el bote iba lento, hacía agua por todas partes y tenían que parar continuamente para achica, así que quieren que les devuelvan el dinero. La cosa acaba en bronca y nos devuelven 600 rupias (de las 1400 del viaje). Uf.

La comida en el embarcadero está buena y, aunque se nos ha hecho bastante tarde, la disfrutamos con humor. Hala. Viaje de vuelta en autobús. Los niños van cayendo fulminados. Los voluntarios también. Yo sigo sin encontrar la postura, así que me toca comerme otra tanda de videos musicales indios.

Entre viaje de bus y viaje de bote nos hemos metido una jupa como de siete horas y pico. Buena paliza. Los chicos están molidos pero todavía se dan otra sesión de playa –cortita, que es tarde-. Un niño de los chiquitines vomita al bajar del autobús y otro se encuentra mal.  Maite, Karme y yo encargamos la cena. Me hago una mini sesión de Internet y nos vamos con Moni a tomar un lassi (o un Lemon Ginger Honey, en mi caso). 

Nos vamos a cenar. Los chiquitines andan bastante tocados pero tiran adelante. Uno se queda dormido en el restaurante y el otro come una pizca. Me los llevo de vuelta al hotel –al dormido, en brazos-.

Qué cansancio. Los chicos van llegando y se meten en sus habitaciones. Ducha y colada. Descarga de fotos. Indiario. A eso de las diez y media ya no puedo con el pellejo.

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