lunes, 20 de agosto de 2012

FESTIVAL


18 de agosto.

Suena el despertador. A las seis y media esta vez. Me arrastro. Desayunamos y nos vamos al cole. Lógicamente, no empezamos con las vacunaciones a las ocho y media sino que nos toca esperar como una hora. A ratos me da por pensar cuántas horas de sueño he perdido esperando para nada. Aparece el tipo que trae las vacunas y más tarde aparece la enfermera. Entre las nueve y media y las diez comienza el show. Maite y Moni tienen los listados y van apuntando, David se queda en la puerta y va metiendo a los niños uno por uno –a veces a rastras, jaja-. A mí me encomiendan coger (sujetar) a los niños mientras los pinchan.

Curiosamente, creo que para mí este trozo de mañana es lo mejor que he vivido este año, el momento con el que me quedaría. Los niños van pasando uno por uno. Los mayores, muy chulitos, le ponen el brazo a la enfermera con una sonrisa socarrona como diciendo ¿eso es todo lo que tienes?, me parto con ellos, me los llevaría al fin del mundo. Luego van llegando los demás. Hay pequeñines que lloran y otros que no. Algunos se ponen muy nerviosos y patalean y hay que sujetarlos fuerte, pero la verdad es que la mayoría le echan unas agallas que es para verlos. Algunos se cagan en todo y juran en hebreo, jaja, así que si a nuestras familias les han pitado los oídos el sábado por la mañana ya saben por qué es. 







Tengo mi momentazo de “podría morirme ahora mismo” cuando llega una niñita y, sin decirle nada, se sube en mis rodillas, pone el brazo para que la pinchen y me abraza fuerte, fuerte mientras mira para otro lado. Un momento increíblemente perfecto:

 
Dios, estas criaturas a ratos me emocionan tanto…

Entre risas, lloros, pataleos y demás coñas va pasando la mañana. No terminamos hasta pasada la una. Me siento agotado pero con la impresión de haber vivido algo especial.
Ahí afuera todo el mundo está ultimando los preparativos para el festival. El cole se convierte en hormiguero de frenética actividad. Comemos algo y volvemos a ello. Llega Antonio con el botecito de azul índigo que nos faltaba. Ole. Los chicos le dan los retoques finales a los murales. Prueba superada. Y de ahí al festival, que empieza a las cuatro.
Ya saben que a mí esto de los festivales me cuesta bastante, pero bueno, hay que reconocer que los voluntarios estaban muy ilusionados, los niños lo hicieron muy bien y la gente pasó un momento entretenido y agradable. Además, no me tocó salir a bailar como el año pasado, jaja. Hubo bastante gente que se trasladó desde Calcuta para verlo y todo el mundo –participantes y espectadores- salió de allí con una sonrisa.

A medida que va avanzando la tarde me voy quedando sin energía. Acabo arrastrando los pies. Me caigo por las esquinas. Hoy hemos quedado para volver a cenar en la azotea del Sunflower. Me voy con Chus y Silvia a comprar unos rollitos a nuestro puesto callejero preferido. El rato que tardan en prepararlos se me hace eterno. No puedo con el alma. Llego a la habitación, lavo un montón de ropa que tenía pendiente y me da la auténtica tiritona. Chus, que anda pululando por la habitación, se queda a cuadros. Creo que tengo un buen fiebrazo. Me tomo un ibuprofeno y nos subimos a la terraza. La comida está buena, tenemos pakoras y samosas y postres ricos. Consigo dar el pego. A ver qué pasa mañana.


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