sábado, 25 de agosto de 2012

EL TEMPLO


24 de agosto.

El despertador suena a las siete y pilla a Maite profundamente dormida. A mí no porque a eso de las seis se me ha subido la bola y ya no me he podido volver a dormir. Me duele la espalda, que sigue roja fosforito. 

Ayer decidimos que después del desayuno dejaríamos a los niños toda la mañana para que puedan jugar en la playa a gusto. Así lo hacemos. No pega mucho el sol, está medio nublado. La prudencia me dice que no se me ocurra quitarme la camisa de manga larga que llevo puesta si no quiero acabar en el hospital con quemaduras de tercer grado. Me la quito. Solo un ratito, darme un chapuzón y me la vuelvo a poner, me digo. Tres horas después, más o menos, me la vuelvo a poner (a buenas horas). Tres horas de juegos, risas, y de ver disfrutar a los niños, algunos subidos en mi maltrecha espalda. Ay, qué dolor. No quiero ni imaginarlo.


Recogemos a los nenes, aunque a algunos hay que sacarlos de allí con grúa, nos duchamos (definitivamente lo de mi espalda es una tragedia) y volvemos a comer al Pink House. Ya sé que tiene nombre de puticlub, pero no es culpa de nadie. El thali nuestro de cada día, hoy acompañado de una bandejita de queso con una especie de guiso tomate que, curiosamente, sí que le gusta a Jesús. Sorpresa. Pongamos una cruz en el calendario. 

A eso de las tres menos algo nos metemos en el autobús para ir a visitar el templo del Sol en Konarak. Nada más arrancar se pone a llover. Cuando llueve, el agua entra dentro y empapa los asientos que están junto a las ventanas. Vaya por dios.  Afortunadamente, para cuando llegamos ha dejado de llover y podemos disfrutar con calma de la visita del templo. Yo disfruto bastante porque está plagado de figuras montando numeritos del Kamasutra, algunas realmente explícitas (molan mucho los tríos). Los niños más mayores también se lo pasan pipa, por cierto.


Antes de volver a Puri nos damos un paseo por una playa de por allí. Muy relajante. Hoy el mar me pone melancólico. Luego se pone de nuevo a llover y salimos por patas.

Ya en el hotel, nos pasamos un buen rato en nuestra habitación Maite, Mónica, Karme y yo con cuatro niñas. Todos desparramados en la cama. Vemos fotos y vídeos, me ponen crema en la espalda y Karmela aprovecha para pegarse una ducha porque en su habitación hoy pasa algo con el agua. Todo sabe a despedida hoy. Mañana por la tarde nos metemos en un tren y de alguna manera todo se acabó. Ag. Nos damos cuenta (las tres emes: Moni, Maite y servidora) de que aquí y ahora (ASÍ) somos felices y ni necesitamos ni echamos de menos nada. 

Vale, la cena. Hoy el plan era cenar pescado y marisco en la playa, subidos en barcas, pero como sigue lloviendo activamos el plan B. Una vez más. Qué sería de nosotros sin planes B. Nos vamos al porche de un hotel abandonado que está pegado a la playa. Épico. Nos sentamos en el suelo y con cubos nos van sirviendo la comida en una especie de bandejas de corcho. Arroz, pescado frito, lentejas, gambas y unos enormes cangrejos. Comemos con las manos, como trogloditas, repetimos lo que nos da la gana de lo que nos da la gana. Todo está muy bueno, sabe como a de verdad. Nos ponemos ciegos (incluso Jesús, alabado sea dios y todo eso). La mala noticia es que Blanca ha vuelto a coger –con ganas- una buena diarrea y casi no se tiene ni de pie. Cuando las ganas de vomitar –al ver la comida- son ya demasiado grandes, se vuelve al hotel.

El resto del día no tiene mucha historia. Las chicas se pelean con el dueño para que nos dejen las habitaciones por la mañana (el check out es a las ocho) pero no hay manera, así que va a ser una verdadera movida porque queremos que aprovechen la mañana en la playa (les encanta tanto). Veremos qué nos inventamos.

Antes de dormir, mini reunión de nuevo en la habitación para descansar, hacer cuentas, ver fotos y vídeos y disfrutar de estar juntos. Aquí y ahora, como decía antes.

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