viernes, 26 de agosto de 2011

BA-LON-CES-TO (segunda parte)

DÍA 22 DE AGOSTO

Suena el despertador a las siete menos cuarto. Demasiado pronto para nuestros desgastados cuerpos. Nos da una pereza infinita movernos. Como para llamar a la grúa o algo. Además, todo huele demasiado a despedida. Pequeña cura rutinaria a la mano chunga. Fiesta del pus.

Desayuno en el Blue (zumo de lima, café, tostada de nutella, sándwich de tomate, queso y ajo). Nos vamos al cole. Penúltimo viaje. No hay mucho que contar. Eso me recuerda al sábado –antes de ayer-, que Chusita se quedó sobada en el metro durante el viaje de vuelta. Fue genial porque la india que estaba sentada a su lado la tuvo que despertar cuando llegamos a Park Street.

Bueno, llegamos al cole. Hora de distribuirse. Unos con los chicos pequeños, otros con los mayores, otros con las niñas pequeñitas y otras –los chicos lo tenemos prohibido- con la niñas mayores. Tras un primer momento, muy indio, de descontrol en plan dónde están mis muchachos, dónde nos ponemos y todo eso, la cosa empieza a rular. Me pongo con Óscar a darle caña a los niños. La verdad es que ninguno de los mayores está por la labor de cortarse el pelo y no tengo yo espíritu para ponerme a discutir, así que lo dejo estar, total, lo llevan bastante corto en general.

Me voy agarrando a chicos medianos y corto pelo con la máquina mientras Óscar va repartiendo loción a diestro y siniestro. Hace un calor de muerte. Juego un poco al ping pong para relajarme. Me pongo con las liendreras (se les pasa a los niños que ya han tenido la loción en la cabeza al menos una hora). Para quien no lo sepa –lo digo porque para mí es la primera vez- es como un peine con las púas muy muy juntas. Hasta que uno no lo ve no se puede hacer una idea de lo que es dar una pequeña pasada por una cabeza y sacar la peineta totalmente negra de liendres y piojos. Una experiencia religiosa.

La mañana va pasando abrasadora. Lidiar con cientos y cientos (y cientos) de piojos es muy cansino. Más tarde, Chus me dice que ha sido lo más duro de su experiencia india. Al final de la mañana juego un poco al baloncesto, para desengrasar. El calor es tan terrible que no soy capaz de aguantar más que pequeñas tandas como de diez minutos o así.

Comemos. El agua y la coca cola (que aquí se llama thumbs up) corren por el comedor que da gusto. Después de comer me paso un rato por la enfermería, a ver si me pueden hacer un vendaje para jugar el partido de baloncesto de la tarde. Ay. De ahí me paso por un aula donde hay como diez voluntarios/as tirados en el suelo durmiendo la siesta. Me tiro también. Parecemos una bandeja de rollitos de primavera. El suelo está duro y me duele la espalda. Me digo para mí las palabras mágicas (yo aquí no me puedo quedar dormido) y me hundo en un maravilloso sopor que se convierte en siesta pura y dura. Claro. Mientras dormimos, cae el auténtico diluvio indio, con truenos y toda la pesca.

Vamos saliendo poco a poco, cada uno con su nivel de empanada. Aún llueve. No sabemos si se jugará o no, pero empiezan a aparecer chicos y chicas uniformados. La primera propuesta es que jueguen las niñas del equipo del cole contra las voluntarias, que son muy majas y se dejan ganar. La segunda propuesta es que jueguen los voluntarios españoles con un grupo de jovencitos italianos que son legionarios de cristo o algo así y de vez en cuando vienen al centro a hacer vaya a usted a saber qué. Me noto muy mayor para estas cosas, de hecho, ya me cansa solo pensarlo. Como son italianos (y cristianos) se ponen a repartir hostias ya desde el principio. El papa en España y vosotros aquí jodiendo la marrana, qué cosas.

Jugamos Óscar y yo con tres muchachas: Chus, Silvia y Natalia. Los italianos no paran de correr y saltar. Entre que llevo las zapas de neopreno y corro como un pato, que el balón está mojado y se me escapa y que los cretinos estos no paran de repartir estopa empiezo a hacer cagar seriamente. Menos mal que ellos tampoco encestan gran cosa. Me llevo semejante leñazo en la mano. Estudio astronomía. Pido el cambio. Me arreglo el vendaje, que se me está soltando y me cambio de zapatillas –sin calcetines, ole-. Vuelvo al partido. Para entonces aquello ya es una lluvia de palos en todo el campo. La pobre árbitra no pita nada. Poco a poco me va llegando el partido. Empiezo a rebotear en serio y consigo algunas asistencias. Menos mal que Silvia y Natalia juegan escandalosamente bien –para eso han dado caña en 1ª b-. Estamos en la pomada. Los niñatos montan el número, protestan, se encaran con el público. No sé qué cojones hacen. A falta de poquito tiempo para el final y con el marcador ni pa’ ti ni pa’ mí, casco un triple, mi única canasta del partido, y luego pongo un tapón que mando el balón al medio del campo. Cariño, ya estoy en casa.

Acaba la reyerta con victoria española –contra pronóstico-, me quito la camiseta y me largo de allí deshidratado, exhausto y con cara de pocos amigos. Como que no quiero saber nada. Tengo tambores africanos en las sienes. Luego, hay una pachanguilla contra unos niños del cole (no los mayores, porque están fuera una vez más). Yo ya estoy en otra onda y apenas entro en juego. Estoy tan cansado que no puedo ni con las zapas. Mis compas de equipo son fantásticos; todos los que han participado, aunque solo fuera un rato, se han dejado la piel. Oscar no sabe jugar a esto pero se ha batido el cobre como un gladiador. Chus dice que jamás había sudado tanto practicando deporte. Natalia tiene una sombra tan alargada como la del ciprés, vaya pívot. Y qué decir de Silvia… Silvia for president. JUGONA, JUGONA, JUGONA.

Volvemos más rotos que vivos. Hago una colada y me cubo ducho. Es la última noche de hotel, hay que recoger, pagar y tal. Qué pereza. Me hago el muerto en la cama un rato. Mónica me dice que finalmente no van a venir a Sikkim con nosotros, sino que se montan plan paralelo para acabar juntas el plan que comenzaron juntas. Aunque las echaré de menos, es una decisión llena de sentido y “felinidad”. Nos iremos, pues, tres: Malena, Chus y yo. La santísima trinidad. Un número bíblico y ágil. Ya no seremos dinosaurio.

Aunque hay en el aire como una amenaza de irnos todos juntos a cenar, al final quedamos Chus, Pilar, Moni, Marian y yo con mis dos jugonas (Silvia y Natalia). Pruebo otro bengalí del barrio que conocían Marian y Moni. Luego nos tomamos un yogur. Ñam. Mañana será el día de las despedidas. No apetece.

Volvemos al hotel. Estoy agotado. Me pongo a escribir. Me dan las uvas y mañana el despertador sonará a las seis y media. Ag.

1 comentario:

  1. Que bonito recordar de nuevo los partidos de basket que jugamos...y mas despues de ser España campeones de Europa!! oe oe oe
    Muchas gracias por los piropos baloncesteros, tú tienes mas merito aún por jugar con esa mano como la tenias y el golpe que te dieron...esa garra!!
    Gracias por compartir tus pensamientos con todos, creo que escribes muy bien. Besotes del ciprés ;)

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