martes, 9 de agosto de 2011

IN DA RAIN

DÍA 7 DE AGOSTO

Bueno, con la bobada que tengo en el cuerpo, no tuve tiempo de hablar del recibimiento de ayer. Es realmente bonito encontrarte a esa gente con la que hemos estado construyendo un proyecto en Madrid, a lo largo del curso, esperándonos en Raj’s. Hasta a mí me hizo ilusión, de veras. En cuanto a volver a estar con Marian y Moni, es harina de otro costal, son esos besos y abrazos que te salen del alma por reencontrarte con alguien que, de alguna manera, ya es de la familia. WE-ARE-FA-MI-LY… (y no sé cómo sigue la canción). De hecho, nos hemos alojado juntos los seis de Salamanca. Mi precioso dinosaurio.

Ok, aclarado, pues, porque se pone uno a leerse a sí mismo y es para fliparlo (es verdad, Moni, la entrada estaba sin terminar). A eso de las ocho de la mañana, Pilar vuelve encantada de la casa de la madre Teresa. Tan encantada que ya es imposible dormir. Ag. Aún así, a pesar de sus  insistentes ruegos, seguimos un buen rato haciéndonos los remolones. El último descanso antes de meternos en harina. Afuera llueve no mucho, sino muchísimo. Uno de esos diluvios universales de la India (que son como los mapas mundi de Bilbao). Afuera las calles están inundadas. No metafóricamente. Bueno, añado fotos, así que se pueden ustedes hacer una idea. Me doy cuenta de que, como hemos dejado los maletones con el material en Sudder, no tengo las zapatillas de agua ni las chanclas, solo tengo las de tenis y decido que el paseo hasta Sudder me lo pego descalzo (Malena me deja sus chanclas, pero me hacen daño y las llevo de la mano). Me cargo la mochila con su funda impermeable, les dejo el paraguas a las muchachas y salgo a pegarme una ducha.

De la misma manera que es muy difícil explicar lo que es pasar seis horas en una estación de trenes de la India, también lo es describir la sensación de pasear descalzo por una calle inundada de Calcuta en pleno monzón. Increíble. Uno de los grandes momentazos desde que viajo por este país. 

El caso es que llegamos a Sudder, los alojados en el Sudder no están, así que no podemos coger el equipaje que nos falta, desayunamos cafés, lassis, rollitos de canela y buen humor en casa Raj, y como nuestros compas siguen sin aparecer –están visitando el Victoria Memorial bajo la lluvia- , volvemos al hotel porque hay que cambiar de habitación y es tarde. Con la ayuda de Moni y Marian hacemos la mudanza más caótica que uno se pueda imaginar y luego nos sentamos en la sala comunitaria del hotel (que también tiene una espectacular terraza en el último piso, por cierto). Contamos todas las historias y hacemos todas las risas que teníamos pendientes. Bienvenido a la república independiente (indiapendiente) de tu casa. Nos damos cuenta de lo importante que es presentar día a día un informe de deposiciones –color, textura, regularidad, grado de solidez...- porque de nuestra salud intestinal depende nuestra aventura en este extraño país. Dos o tres personas flirteamos con la alerta naranja, por cierto.


Volviendo a asuntos igual de mundanos pero menos escatológicos, hicimos un nuevo viaje (¿crucero?) a Sudder a ver si a la segunda iba la vencida. Esta vez hubo suerte. Los muchachos estaban en el Blue Sky comiendo, así que, aunque no soy muy partidario de guirilandia, comimos muy bien, bueno, sobre todo los que comemos bien. El “blue sky special naan” (el pan de la casa, vamos) fue un gran descubrimiento entre mis compañeros. El otro grupo nos contó sus peripecias en el Victoria y el templo de Kalighat.

Ya en Hilson –el hotel del resto de voluntarios-, recogimos las cosas que teníamos en nuestros maletones, más la maleta de Pilar y volvimos, una vez más, al Sunflower. Otro paseo más in da rain. Deja vuuuuu. Esta vez sí que nos pudimos instalar tranquilamente en las que serán nuestras habitaciones hasta que acabe nuestra estancia en Calcuta. Qué placer. 
Llevo a la lavandería cinco camisetas que un día fueron blancas y las recogeré el miércoles. El resto de la jornada –antes de la reunión general de voluntarios de las ocho y media- lo dedicamos a dar una vuelta por el barrio de Kalighat, aunque sin entrar en el templo (no sea que nos soplen 500 rupias a cada uno, como le pasó al otro grupo). Echamos un ojo por fuera a la primera casa de la madre T., el hogar de los moribundos. Paseamos por calles muy indias, muy llenas de vida. Bueno, y de prostitutas. El paseo mola lo suyo, nos planteamos volver caminando, PEEEERO se nos ocurre preguntarles a los indios, así que caminamos y caminamos y al cabo de un tiempo estamos totalmente perdidos y muy, muy lejos de Sudder, así que nos toca coger un taxi –en el que nos metemos los seis-.  Me da tiempo, de milagro, a comprar una camiseta para mañana. Un poco más de euro y medio después de mucho regateo.


Nos reunimos todos los voluntarios en la terraza del Fairlawn y nos presentan el plan del día siguiente. A mí me toca descansar por la mañana. Ole con el comienzo, jaja. Después de comer tendré el taller con Chus, de tres a cinco y luego otra hora de coro con Mónica (bieeeen). Ok.

Acabamos la jornada con cena de nuevo en el Arsalan (el plan era el Dosas’n more pero está cerrado), once personas nos apuntamos –multitud- y el resto se desperdigan.

Hora de descansar, mañana nos espera una jornada intensa.

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