lunes, 1 de agosto de 2011

TURISMO & SURREALISMO


DÍA 31 DE JULIO

Comienzo a abrir los ojos, pero con poca convicción, a eso de las nueve y pico. Hasta las diez no empezamos a mover el culo. Malena y Pilar están fulminadas. Jesús y Olga también. Esto va a arrancar despacito. Mover a seis personas es como mover a un dinosaurio viejo y con reuma. Un verdadero coñazo. Bharti no está en el hotel, está en Agra con unos clientes. Le pregunto al encargado si sabe algo de los equipajes perdidos. Sin noticias. Llama una y otra vez al número de teléfono que nos han dado y no lo coge nadie. Mal rollo. Ya veremos que hacemos cuando volvamos, a lo mejor ha habido suerte. Me pongo los pantalones sucios de ayer y una camiseta negra de tirantes, la única limpia que me queda. También mi última ropa interior limpia. Ay.

No salimos del hotel hasta las once y pico. Desayunamos de pie en nuestra cafetería de referencia –Anjlika-. El dinosaurio poco a poco se pone a andar. Encontramos una estación de metro y nos dirigimos al Fuerte Rojo. Nos toca caminar un ratillo. Hace un calor de injusticia, jaja. Terrible. Sufrimos una cola de más de media hora bajo el sol de Delhi. Una crucifixión en toda regla. Compro un pañuelo (los míos están con el equipaje perdido). A ratos me lo pongo en la cabeza, a ratos en el cuello y a ratos me sirve para limpiar el sudor de la cara. Buena compra. Las chicas pasan por otro lado –only ladies- y Jesús y yo nos quedamos penando un buen rato. Pasamos el enésimo control de seguridad –por ejemplo, cada vez que entramos en el metro nos cachean- y conseguimos acceder al famosísimo fuerte. Precio para indios, 10 rupias. Precio para turistas –de los huevos-, 250 rupias.

La visita me decepciona, no lo encuentro interesante, es una especie de resto, sucio, viejo, mal conservado, de lo que una vez fue una fortaleza (en el año mil seiscientos y pico). Bueno, hacemos nuestras fotos y cumplimos con nuestro papel de turistas.



Se hace tarde y el calor es casi insoportable, estamos medio deshidratados, así que buscamos un lugar donde comer y relajarnos un rato. Hay que elegir entre un mcdonald’s y otro. Vamos al otro. Para abrir boca nos trincamos cinco botellas de agua sin respirar. Olga, que es un todoterreno, comparte conmigo una especie de plato degustación de especialidades del sur. Pica, pero nos encanta. Los demás se decantan por la opción conservadora: arroz con verduras. Lo malo es que pica, jaja, así que Pilar se pasa el rato quejándose y no come nada. Pedimos yogur para aligerar la cosa y Jesús y Malena hacen de tripas corazón. Chus sigue adelante. Olga y yo, peces en el río. Me bebo, además de agua, dos vasos grandes de Coca Cola. Tremenda sed.



El dinosaurio se mueve otra vez. Damos un paseo por esta calle ancha que está enfrente del fuerte. Jesús se queda con todo el mundo en todas partes. Paramos aquí y allá, hacemos fotos. Bueno, hacen, porque yo tengo como la impresión de que ya lo fotografié todo el año pasado, así que no saco mucho la cámara. Paseamos tranquila y relajadamente. Vemos a los muchachos jugar al cricket en los parques. Volvemos a entrar en el metro. Paseo por Connaught Place, una enorme y moderna plaza circular, para conocer la otra cara, la India occidentalizada donde se mueve la pasta. Grandes edificios, oficinas, tiendas caras. Gente bien vestida. Hay hasta papeleras. Una India conviviendo al lado de la otra, a pocos metros de distancia. Universos paralelos. Seguimos bebiendo agua. Tengo los hombros abrasados. Si se apagaran las luces, se verían en la oscuridad. A Chus se le mete en la cabeza que hay que comprar un lassi, pero en esta zona no hay ese tipo de bares. Al final entramos a una especie de restaurante caro donde nos cobran 125 rupias por unos lassis absolutamente artificiales bastante malos. Jesús y Olga, sin embargo, disfrutan de su cerveza.

Volvemos a coger el metro y regresamos al hotel con una buena paliza en el cuerpo. Bharti ya ha llegado. No hay noticias de los equipajes. Nadie coge el teléfono que nos han dado. Ay. No me lo puedo creer. Tendríamos que irnos a cenar, pero el resto del grupo se va mañana a Agra a visitar el Taj-Mahal y hay que concretar. Jesús cambia de idea como catorce veces y nos pasamos una hora y pico mareando al pobre Bharti. Reserva, no reserves. Vamos cuatro. No, cinco. No, nos vamos cinco y volvemos tres. Nos vamos de Agra a Venarés. No, nos volvemos. Supongo que con un poco de suerte ya odiará a los españoles a estas alturas.

Bueno, de la misma manera que desayunamos tarde y comemos tarde, nos vamos tarde a cenar. Volvemos a eso de las diez al “Spicy by nature”, cuestión de no arriesgar demasiado. Nadal Lumber one. Sí, señor, número uno, sin contar a Djokovic. Olga se queda en la habitación, que ya ha tenido bastante por hoy. Volvemos a cenar lo mismo: navratan korma con arroz para cuatro y tallarines para otra.

Son las once y algo cuando volvemos al hotel. Bharti vuelve a llamar al aeropuerto una vez más. Nada. Da vértigo. Llamamos al seguro con el teléfono móvil de Pilar, jaja, que así lo amortiza bien. No pueden hacer el seguimiento del equipaje porque no nos han dado un número de referencia –de reclamación- correcto. De puta madre. Podemos presentar factura de las cosas que compremos –por estar sin equipaje- y nos reembolsan hasta 120 euros. Ya son prácticamente dos días sin equipaje, el tiempo pasa y tarde o temprano nos tendremos que ir de Delhi. No sabemos qué hacer, pero hay que hacer algo, así que decido que como no tengo que madrugar para ir a Agra, me voy al aeropuerto a solucionarlo. Aunque ella sí madruga, Malena decide acompañarme. Poco racional. El conductor del hotel nos lleva y le decimos que nos espere. Empieza el auténtico esperpento indio.

Para empezar no nos dejan entrar al aeropuerto ni de coña. En todas las puertas hay unos cuantos militares con el equipamiento completo, incluidos bigotes y caras de mala hostia, y nos prohíben terminantemente pasar. Nos mandan a una especie de oficina y allí nos encontramos a cuatro italianos –dos chicas y dos chicos- que están en las mismas que nosotros. El tipo que está allí consigue –después de muchos intentos- hablar con la chica de aeroflot. Dice que viene para acá. Llega como a los tres cuartos de hora. La convencemos de que nos deje pasar con ella y reconocer los equipajes. Más fácil. Los bigotudos no nos dejan pasar. La muchacha discute con ellos pero no hay manera. Medidas estrictas de seguridad. Quedamos, pues, en que ella entra, intenta localizarlos y nos los saca por otra puerta, a la que se accede desde un ascensor. Vuelvo a perder la noción del tiempo. Estamos todos muertos de sueño. Y nos dieron la una, las dos y las tres (mirando una puerta de cristal). Surrealismo al poder.

La chica aparece con los equipajes. Más o menos. Aparece la mochila que esperaban los dos chicos italianos y ya se pueden ir. Premio. Con las muchachas, la cosa vuelve al grotesco. Les dicen que los equipajes están enviados al hotel (¿). Ellas llaman y los equipajes no están. Paradojas espaciotemporales a las tres de la madrugada. Salen los nuestros. Qué alegría. Y fíjense que nos alegramos por tener que ir nosotros, de madrugada, hasta el aeropuerto a recoger unos equipajes con 48 horas de retraso. El agotamiento es lo que tiene. La maleta de Malena está. Tiene el asa rota y aparece con mi nombre, pero está. La maleta de Pilar también está. También aparece a mi nombre. Llega mi mochila, a nombre de Pilar. Y, por último, a nombre de Malena, aparece una maleta que no es nuestra. Cágate lorito. Tenemos una maleta morada que no es nuestra, por lo tanto, la de Chus, que es la que falta, está a nombre de otra persona. Vaya usted a saber quién. No puede ser verdad. La encargada se lleva las manos a la cabeza al ver que las etiquetas están equivocadas, recoge todos los bultos y se los lleva para dentro de nuevo. Dice que necesita una o dos horas para resolver el embrollo, porque en ese momento está aterrizando otro avión y tiene que atender en el mostrador. No puede ser verdad. Mando a Malena al taxi, que lleva esperando como tres horas, de vuelta al hotel. Yo me quedo. “De perdidos al río” sigue siendo la consigna en este país. From lost to the river, jajaja.

El rato comprendido entre las tres y media y las cinco de la madrugada se convierte en un delirio. Las dos chicas italianas y yo nos volvemos a la oficina de partida. Estamos tan profundamente exhaustos que nos da por reírnos sin parar como si lleváramos un pedal del ocho. El mejor momento de todos es cuando una de ellas, Hilaria, se queda mirando una polilla y dice algo como “ay, mira qué colores tiene, qué bonita es”, jaja. De muerte. Le respondo que una puta polilla gris solo le puede gustar a Tim Burton, jajaa. Casi nos meamos encima. ¿Salimos a ver amanecer? Jajaja. Acabamos jugando al pictionary trilingüe en cachitos de papel que encontrábamos por ahí, jaja. Había que coger la guía del Lonely Planet –versión en italiano- y dibujar una palabra que saliera al azar. Jua.

Bueno, a lo que te voy, jaja, al final, después de no sé cuánto tiempo, apareció la chica –Sunita se llama, por cierto-, les entregó las maletas perdidas a las italianas y estuvo un bien rato intentando entender qué coño pasaba con las nuestras, cómo era posible que todo estuviera cambiado. Rellenó trescientos papeles y me entregó los tres equipajes que teníamos. Le di la descripción de la maleta extraviada y ya solo queda cruzar los dedos para que aparezca –a saber a nombre de quién-.

Cogí un taxi (500 rupias, agg) y aparecí en el hotel a las seis y media de la mañana con mi mochila y las dos maletas, justo cuando mis compas empezaban a despertarse para su viaje. Unos se levantan y otros se acuestan. Mientras tanto, nos dio tiempo para comprar los billetes de tren para Venarés. Salimos el martes –vale, mañana- por la noche, dormimos en el tren y llegamos allí por la mañana. Ok.

Hora de descansar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario