viernes, 5 de agosto de 2011

VARANASI

DÍA 3 DE AGOSTO

No se puede decir que una noche en un tren sea realmente una noche de descanso. Los seis hemos dormido “a ratos”. El sueño/cansancio atrasado empieza a ser una constante en este viaje. A eso de las nueve de la mañana, el vagón ya está recogido, ya solo es una cuestión de hacer tiempo.


La sorpresa mayúscula es que llegamos a la hora. Tiramos como mulas de nuestros equipajes. Yo me ocupo de los 27 kg de mi mochila y los 34 de la maleta de Malena. A sudar. Salimos a la parada de taxis, que es como la marabunta. Encontramos a un tipo que nos cae bien, Raj. Negociamos entre risas un taxi y un rickshaw. Le acojono un poco diciéndole que Chus es la que se encarga del dinero y tiene muy mala leche (aprovecho que ella no sabe lo que digo, jajaaja). Sacamos la carrerita doble por 300 rupias. No sabemos dónde vamos, para variar, así que agarro la Lonely, elijo un hotel casi al azar y allá que nos vamos.

Comienza la odisea. El tráfico de Varanasi es como de pesadilla. Hay una mediana, como un bordillo alto de cemento, que separa los carriles de ida y vuelta y añade un efecto scalectrix al caos. Tardamos lo nuestro en llegar. Bueno, lo de llegar es un decir porque el coche solo puede acercarse hasta un punto, más allá las callejuelas son tan estrechas que no entra. El amigo Raj nos mira en plan “el cliente siempre tiene la razón” y nos dice que hay que andar un buen rato hasta llegar al gath Scindhia, que es uno de los que está más al norte. Jesús y yo caminamos y caminamos y caminamos con un muchacho por callejuelas estrechas que apestan a mierda de vaca mientras los demás esperan. Llegamos a la guest house, que tiene buena pinta. 2000 rupias la noche; va a ser que no, sobre todo porque es imposible llegar hasta allá a pie arrastrando todo nuestro equipaje. Volvemos al punto de partida.

Mientras tanto, este hombre, Raj, les cuenta su historia a los demás: a base de pasarse años llevando a extranjeros de un lado a otro, acabó haciendo buenas migas con muchos de ellos, por ejemplo una chica española, llamada C, que de vez en cuando viajaba a la India para trabajar de voluntaria. Resulta que hace unos años uno de los hijos de este hombre, que tenía ya bastantes problemas de salud, cayó gravemente enfermo. Había que llevarlo a un hospital del sur para operarlo del corazón, pero la broma costaba como 4000 euros. Raj, que no sabía ni leer ni escribir, se las ingenió para movilizar a sus contactos, vía e-mail, para intentar recaudar el dinero necesario. A las tres horas, C ya se lo había conseguido. Desde entonces, Raj procura ayudar a los españoles cada vez que se los encuentra porque se siente en deuda, así que si alguna vez vais a viajar por Venarés, avisadnos y os pondremos en contacto con él. Por cierto, el niño ya tiene 8 años, se encuentra perfectamente y va al colegio.

Ah. Otra historia de Raj. El tipo nos explica que hay una enorme corrupción en el cuerpo de policía. En determinadas zonas se dedican a extorsionar a los conductores. Como ellos eligen a quienes dejan pasar y a quienes no en los controles que montan, cada vez que a los bigotudos les apetece, los paran y les tienen que pagar diez rupias. Según Raj, la proporción es 80% de polis corruptos, 20% honrados.

Bueno, resumamos, Raj nos propuso ir a otra zona cercana al río –a la que sí se podía acceder con el taxi-, nos consiguió un hotel barato y quedamos con él para el día que volviéramos a la estación.

VARANASI

Para nuestra sorpresa –segunda ya, tras la puntualidad del tren- el tiempo era fresco y agradable, de hecho, al rato ya estaba lloviendo.

Bueno, el hotel se llama Yogi Lodge y no es para tirar cohetes, parece que se cae a cachos de puro viejo, pero estamos encantados de poder llegar, dejar el equipaje y relajarnos un rato. Nos subimos a una fantástica terraza desde la que se ve la ciudad.

1.      Cambiamos dinero. El cambio no muy allá, con respecto a lo que nos dieron en Delhi.
2.      Encargamos los billetes para Calcuta.
3.      Comemos algo, pero hay que decir que estaba todo bastante malo hasta para mí.
4.      Apalabramos el plan –turístico- para el día siguiente: Paseo en barca motora por el Ganges, desayuno, visita guiada a no sé cuántos templos y visita a una fábrica de seda. Me apetece tanto como tirarme al río, pero bueno, ya falta menos para dejar de hacer el guiri. No se pueden imaginar ustedes las ganas que tengo. Después de un regateo, lo sacamos por 500 rupias por cabeza, unos ocho euros y poco.

Salimos a dar una vuelta.

Otro inciso (esto va a quedar larguito). Varanasi es una ciudad sagrada. El río Ganges es sagrado. Toda la vida de la ciudad se articula de alguna manera alrededor del río. Cada trocito de orilla del río es un Gath, un lugar donde se va a rezar y tiene un nombre. En muchos de ellos hay templos. Templos para aburrir a un camello. Los gaths están comunicados entre ellos cuando el río no lleva un gran caudal. Como estamos en época de monzones, el río está altísimo y no se puede ir de un gath a otro caminando por la orilla. Todas las callejuelas que arrancan tras los gaths hacia el interior de la ciudad son muy muy estrechas, ya comentaba antes que no caben los coches y hay vacas, con sus respectivos excrementos desparramados a lo largo y ancho. Estas callecitas están llenas de tiendas y vidilla y generan una gran actividad.

Vale, decía yo que salimos a dar una vuelta. El encargado del hotel nos enseña el gath más próximo y luego nos damos un paseo por el mogollón. Sigue lloviendo, así que estreno mi paraguas diminuto. Por ahora aprueba. En el suelo se va formando una especie de película mezcla de barro y mierda. Entramos en una tiendina que lleva un muchacho indio que habla muy buen español. Vive a caballo entre India y España (familia india, novia catalana). Nos hacemos nuestras buenas risas, aunque con eso de que medio vive en España está jodido regatear con él. “No me digáis que está caro, coño, que os cuesta dos euros”, jajaja. Le compramos unas cuantas cosillas –yo un pañuelo largo- y seguimos buceando por Venarés. Llegamos a uno de los gaths principales, están preparando la ceremonia de todos los días, una mezcla entre actuación musical hortera con coreografía (locomía) y rito religioso, por explicarlo de alguna manera.

Mientras llega la hora, visitamos la zona de las cremaciones, nos explican un montón de historias sobre estas incineraciones y le pagamos a un tipo 300 rupias, ya no sé si para comprar madera para los pobres que no se la pueden costear, para el buen karma o si es que andamos ya medio tontos.

A las siete y media empieza la función. Yo paso de quedarme, entre otras cosas porque ya la he visto. Se apunta el resto del grupo de Salamanca, así que se quedan Jesús y Olga. Estamos cansados y no recordamos la última vez que nos hemos duchado y cambiado de ropa. Suena muy gorrino, pero lo bueno de la India es que nos importa poco ir por ahí hechos un asco y sucios hasta las cejas. Entramos en un ciber en el que hay tres ordenatas: dos van lentos y uno no funciona. Paciencia, como siempre. Comemos en el German bakery y volviendo al hotel nos perdemos.

Damos vueltas y más vueltas. Cuanto más preguntamos, más perdidos estamos. Muchas de las callejuelas no están iluminadas y nos toca caminar a oscuras. Prefiero no saber lo que voy pisando. Al final, salimos a una calle con tráfico y tenemos que montarnos en un rickshaw para llegar al hotel. Hemos acabado en el quinto culo, como si hubiéramos caminado en dirección contraria. Preguntar una dirección a un indio es una pérdida de tiempo.

Llegamos tarde, mucho más que Jesús y Olga. El jefe del hotel nos dice que no había tickets para irnos al día siguiente, así que nos toca esperar aquí un día más y llegar a Calcuta el sábado. Qué mierda más gorda. Nos vamos a la cubo-ducha, qué lindo sentirme limpio, y la cama.
De repente, hay un corte de luz y el aire acondicionado deja de funcionar. A Chus y a mí tampoco nos funciona el ventilador. Empiezo a sudar como si estuviera en una sauna. Se supone que la cosa es para unos minutos pero el tiempo pasa y sigo sudando. Qué desgracia volver a sentirme gorrino. Se pone a funcionar un generador a motor. El ruido es tremendo. No es suficientemente potente para el aire acondicionado, es solo para la luz y poco más. Me pongo a escribir sin gafas –el sudor me gotea por la cara-, pero al cabo de un par de minutos me quedo dormido con el ordenador encendido. Vaya toalla.

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