domingo, 28 de agosto de 2011

SIKKIM (fin)


DÍA 27 DE AGOSTO 

Viajar con Chus es tener la suerte de cara. Garantizado. Volvemos a disfrutar de un amanecer luminoso con el Kanchen de fondo. Para morirse, ni hecho a encargo. Nos bajamos a las ocho y algo. Nos encontramos a nuestro guía y quedamos con él a las diez. De nuevo vamos a desayunar al Bakers con paisaje de fondo. De lujo. Nos damos una vuelta por puestecitos y alguna tienda. Con calma. El día está precioso. A las diez, nuestro guía Rinzing –que no es tonto y ha hecho sus números- nos propone ir al funicular, luego a comprar los billetes para NJP (la estación de tren de New Jaiparguri) para hacer, finalmente, la visita pendiente al monasterio de Rumtek. 600 rupias. Aceptamos.

En el funicular hay un problema –una operación de mantenimiento- que nos haría esperar media hora. Pasamos. Compramos los billetes del todoterreno para las dos de la tarde y subimos -y subimos- al monasterio. La pobre furgo anda al límite, a veces tiene que subir en primera. Nos pegamos un paseíto cuesta arriba hasta que llegamos a disfrutar del paisaje del Himalaya y la paz budista. En realidad, se trata de un complejo con residencia, centro de estudios budistas superiores, templo y varios edificios anexos. A Chus y a mí nos enseñan el interior del templo, incluida una estatua de Buda que está oculta detrás de la parte frontal. Luego entra Malena y no le permiten pasar. Jaja. Cosas del budismo, yo qué sé.



Acabamos la visita. La vuelta es más rápida porque es cuesta abajo. Aquí los conductores siempre conducen cuesta abajo con el motor apagado y en punto muerto, con adelantamientos incluidos. De traca. Llegamos al parking de los jeeps a la hora prevista, por extraño que pueda parecer. Nos despedimos de nuestro querido Rinzing Rorjec Lepcha, pero es una despedida rara porque nos pide más pasta y no se la damos, que para eso ayer la pagamos la excursión completa aunque no fuimos al monasterio. Lástima, con lo bien que iba la cosa.

Comemos unos noodles y nos montamos en el todoterreno. Esperamos un rato a que se complete y salimos a eso de las tres menos cuarto. Hay que despedirse de Sikkim. Qué mierda. A ratos hay una luz preciosa. El camino es largo pero no se me hace demasiado pesado.

Llegamos a la estación con un par de horas de antelación. Es que algunos días somos muy prudentes. A Malena los pobres le van haciendo corro poco a poco. Ella los atrae con su caridad y yo los ahuyento con mi cara de malo. Así andamos. Comemos galletas y bebemos algo. Hablamos de nuestro viaje, de qué íbamos a hablar si no.

Encontramos nuestro vagón, el S1, (tocado) y nos empezamos a colocar en el compartimento. Hasta que llega una puta búfala acompañada de su hija, como si fuera el huracán Paquito y casi nos lleva por delante a empujones. Cogen los dos sitios laterales y se ponen a comer en plan zampabollos, metiéndose las manos en la boca. Hay que joderse con las indias, qué asco me dan algunas veces. Colonizamos nuestro espacio y colocamos nuestras cosas. Primero escribo un poco en el ordenador y luego cojo mi Ipod, me subo a la litera superior y me meto en la sábana saco. Desconexión total. Al rato, Malena y Chus también se instalan en sus literas. Antes de quedarnos fritos –bueno, Malena sí se chinotronca de manera fulminante y no se entera-, pasa el revisor y echa a las búfalas porque no están en su sitio. Me siento en la litera a disfrutar del momento de retirada. La búfala madre de vez en cuanto me lanza miradas furtivas y furibundas que, traducidas del bengalí al castellano, vienen a decir algo como: mira este cabrón qué bien se lo está pasando ahora. Pues sí, señora, para qué nos vamos a engañar.

A pesar de que Sikkim queda atrás, me siento relajado. La música siempre me reconcilia con el mundo. Me quedo dormido escuchando melodías maravillosas.

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