miércoles, 10 de agosto de 2011

A LONG DAY

DÍA 9 DE AGOSTO

Suena el despertador. Las siete menos cuarto. Aggg. Noooo. Me recuerda al chiste de Forges:
-Mariano, las siete.
-Pues que pasen.
(Jajaja)

Puesto que mis pies son un poema, decido irme con las chanclas de la ducha. Como es muy pronto, Raj no está abierto y desayunamos en Blue Sky. Hoy parece que no diluvia –solo llueve-. Ya es algo. Estoy empezando ya a construir algo del estilo al monólogo del argentino en Toronto (un español en Calcuta): desde “qué bonita es la lluvia” hasta “29 de Agosto, sigue cayendo del cielo esta mierda de lluvia, estoy harto de ir nadando a todas partes, quiero que se acabe el mundo para que nos podamos ir todos a la mierda”… jajaja. Desayunamos tan ricamente, salimos a las ocho –metro, rick y paseo- y nos vamos a nuestros puestos.

Moni –que hace de coordinadora- y yo montamos con Cris en la ambulancia. Nos llevamos a una massi y ocho niños (siete niños y una niña) al dentista. Vamos embutidos como sardinas en lata. Uno de los niños vomita, pero no tuerce el gesto (espartanos, esta noche cenamos en el infierno). La consulta mola, les atienden a todos, menos a un chiquitín de seis años, que está muerto de miedo. Por mucho que lo intentamos, no conseguimos que entre en la consulta. Los niños se portan de maravilla. Son inquietos, les gusta preguntar, observar, tienen curiosidad por todo, pero son educados y no dan guerra. Si les dices que se sienten o que estén tranquilos, lo hacen, sin más. Igual que nuestros niños españoles. Exactamente igual. La massi es una niña jovencita encantadora que trata a los niños con cariño y paciencia y a los taxistas a voces. Jaja.

Compramos agua y galletas para hacer más fácil la espera. La consulta nos cuesta 11.000 rupias –casi doscientos euros- y cuando acabamos, nos vamos al metro. Para verlo, de verdad. Hay un momento que estoy de pie en el vagón, agarrado a la barra, y tengo a cuatro niños abrazados a mí. Soy una isla. O una gallina. Me parto de la risa. El chiquitín viaja en metro por primera vez, es todo ojos. Paladeo cada momento como si fuera caviar ruso –que no me gusta- o una botella de vino de cien euros –que no me gusta-.

A la salida del metro les compramos a todos un heladito por haberse portado tan bien. Luego viene el momento en el que la massi les grita a los taxistas. Después de muchas voces, conseguimos un viaje en dos taxis por 260 rupias, algo más de cuatro euros. Caro. Cristina –que empieza a parecer seriamente mustia- y yo vamos en uno con cuatro niños (la massi y Moni en el otro con otros cuatro). El chiquitín se queda dormido encima de mí. Esta vez nadie vomita. Adoro estar aquí.

Hoy el Brother nos ha traído una garrafita de aceite de oliva español y unas aceitunas. También nos han preparado un platito de carne muy rica y nos vuelven a servir pepsi. Me sigue dando vergüenza. Vuelvo a disfrutar del arroz con lentejas y guiso de verdura. Ñam. Como sucederá todos los días, es el momento en el que los voluntarios nos contamos nuestras historias.

Acabo de comer y me voy a jugar con los niños, como en los viejos tiempos. Tengo la mochila con las zapatillas en la sala de material, así que dejo las chancletas y juego descalzo al baloncesto. Dolce vita.

A las tres, hora del comienzo de los talleres, resulta que solo tenemos a tres muchachos (Soidul, Tukai y Moidul), los otros cinco están en una actividad de informática. No problemo. Nos subimos al aula y dedicamos una hora a construir con cartulina, lápices, pinturas y rotuladores un juego de memory. Al acabar, intentan birlarnos las tijeras, pero en cuanto se lo decimos, lo reconocen y las devuelven.

La segunda hora la dedicamos a jugar afuera. Aprovecho que el suelo está casi seco para ponerme mis deportivas. Aggg, qué gusto, por dios. No hay color. Lo pasamos pipa, Chus y yo sudamos no sé cuántos litros y me doy cuenta de que se me ha olvidado comprar el agua. Moriré deshidratado. Menos mal que una massi pasa por el patio con una bandeja (¿?) y me ofrece un vaso de pepsi. Esta vez no me da vergüenza porque estoy al borde del desmayo, jaja.

Son las cinco (pues que pasen), hora del coro. Hello Moni. Encontramos un magnífico teclado, pero no tiene adaptador, lo han perdido, es decir, no se puede enchufar. Al cabo de un rato aparece un segundo teclado, también sin adaptador. La India en estado puro.

Nos vamos a la casa de las niñitas, pero solo aparecen dos niños de los diez que había ayer. ¿Volverán mañana o haremos un coro solo de niñas? La India, de nuevo, en estado puro. Yo estoy más muerto que vivo, pero mi Moni es una máquina y el ensayo sale estupendo. Repasamos la canción de ayer y metemos dos más. Todo mucho más fácil. Me tomo un par de mejunjes de estos energéticos para deportistas, a ver si aguanto el tirón, que ya no soy lo que era.

Al acabar el ensayo volvemos al cole para tomar las referencias de los dos teclados y tratar de encontrar un adaptador en la city. Y Moni y yo volvemos. Atardece y hace una buena temperatura. Un paseo estupendo entre palmeras. Hablamos de la experiencia india. ¿Por qué soñamos durante todo el año con volver aquí si allá lo tenemos todo? ¿Por qué estar rodeados de suciedad y miseria nos parece el colmo de la libertad? Misteriosos mecanismos. Sé que no voy a querer volver. Paseo-rick-metro. Encontramos a la primera un adaptador para el teclado. Ole. Vuelvo al hotel. Son las ocho y pico y a las nueve tenemos reunión. El tiempo se me va de las manos, me siento abducido. No me ducho –ag- y consigo acabar la entrada del domingo (retrasoooo).

Por cierto, Cristina se encuentra en cama, definitivamente enferma.

De vuelta a la reunión, paso por la tienda donde compré la camiseta y encuentro mi paraguas. Viva la pepa. Ya ha gastado dos vidas, no sé cuántas le quedan. Organización de mañana: yo vuelvo al dentista, esta vez con Marian e Isabel. Yo coordinaré, es decir, llevaré las cuentas.

Consigo colgar la entrada del domingo antes de que el Raj cierre y nos vamos a cenar Chus, Malena y yo al Chicken. La idea es cenar en quince minutos y volver pronto al hotel, pero aparece primero Jesús y luego Antonio (sorpresa, cuánto tiempo sin verte) y llegamos a la habitación a las doce de la noche.

Inciso: Antonio es el tipo más charlatán de Sudder Street, se lleva bien con todo el mundo menos con los indios, jajaja. Ah, por cierto, es sordomudo. La versión moderna del Lazarillo de Tormes (el Antonio de Calcuta). Nos cuenta cien historias y se parte de la risa porque nos timan continuamente. Un tipo genial.

Pues eso, las doce de la noche. Escribo. Me cubo-ducho. Sigo escribiendo. Me dan las dos. Mañana me levanto de nuevo a las siete menos cuarto de la mañana (Malena y Chus descansan). Ay qué sueño solo de pensarlo. Zzzzzzz.

1 comentario:

  1. El viaje está siendo de lo más movidito ¿eh? y tus crónicas muy amenas e interesantes para vuestros seguidores, entre los que me incluyo, por supuesto. Por cierto, ¿Cuál es vuestro repertorio en el Coro? Estaría bien algo del tipo. ..I Paradisi i calla lava file...
    Disfrutad y cuidaros ¿eh?
    Un abrazo

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