sábado, 6 de agosto de 2011

5 AGGG (QUE NOCHE LA DE AQUEL DIA)


DÍA 5 DE AGOSTO

Chus y yo nos despertamos alrededor de las nueve y media. Hemos quedado para desayunar a las diez y media. Guay. Comienzo a escribir lo que dejé a medias anoche. Tan tranquilito. A las diez, llaman a la puerta. El encargado nos dice que hay que dejar las habitaciones a las diez, cuando creíamos que sería a las doce. Agggggg. A recoger a toda velocidad. Dejamos el equipaje en un cuartucho y nos vamos a la azotea a desayunar. Hace un calor de muerte mortal, pero los minutos van pasando, van pasando y van apareciendo las nubes del monzón. En menos de una hora ya está diluviando, así que no hay mucho más que hacer. Desde la terraza, tirados en nuestras sillas de plástico, miramos como llueve sobre Varanasi. Relax en estado puro. Hasta las cinco de  la tarde, que nos viene a buscar el amigo Raj, tenemos tiempo por delante. Standby.

A las dos menos algo, la lluvia es menos intensa y salimos a la calle. Hay que cambiar dinero, echar un ojo en Internet y comer algo antes del viaje. El encargado del hotel nos quiere convencer de ir a un concierto con instrumentos tradicionales indios o no sé qué. Al final nos enteramos de que en realidad el concierto como tal es por la noche porque hay una especie de festival. Lo que proponen es llamar a los músicos para tocar para nosotros y sacarnos la pasta. Nos vamos a la calle, pues.

Cambiamos el dinerito a un precio interesante (62,70) y volvemos a comer al mismo sitio. Sigue siendo un éxito. Tenemos muchachas con su bebé en brazos pululando a nuestro alrededor (follow the money).  
Llegamos al hotel, cambiamos, nos viene a recoger Raj y estamos en la estación con media hora de antelación. Bah, poca emoción.

Pilar hace de ángel de la guarda, aparte de recordarme todos los días la hora del sintrom, hoy rescató mi diminuto paraguas, que ya se me olvidaba en el rickshaw. Por cierto, hablando de Pilar, no creo que vaya a echar mucho de menos Varanasi después de que una vaca le pegara un cabezazo en el culo (en plan “quita p’allá”) y que un hombre arrojara un líquido desde la puerta a la calle con tan mala suerte que cayera en sus pies. Nosotros se lo agradecemos de corazón porque tuvimos para reírnos un buen rato.

Vale, pues son como las cinco y media de la tarde y ahí estamos los seis en la estación, en el hormiguero. No  paro de sudar. Intentamos averiguar de qué vía sale el tren. No hay letreritos electrónicos. Preguntamos en la ventanilla, nada, preguntamos por aquí y por allá y nada (ya saben como son éstos, unos responden una cosa, otros otra, que si yo creo que en andén 3, que si yo creo que en el 4…). Se va acercando la hora y no sabemos dónde tenemos que ir. Ya me parecía a mí demasiado fácil. Al final, dos noticias, una buena y una mala. La buena, ya sabemos que el tren sale del andén 4, allá que te voy. La mala, el tren viene con veinte minutos de retraso. Ag. A los cinco minutos, el tren viene con dos horas de retraso. Agg. Al muy poco rato, el tren viene con cuatro horas de retraso. Aggg. Venga ya, yo no me lo creo. Queremos sentarnos en un banco, pero están ocupados, así que hacemos con los equipajes una especie de isla en mitad del andén y nos tiramos en el suelo. En lugar de la sentada del 15M, ésta es la sentada del 5 Agggg. Yo miro a la vía esperando que el tren llegue de un momento a otro. Pasa la primera hora. Las noticias se van actualizando: el retraso es de cinco horas. Vale, lo que tú digas. Un muchacho coreano se viene a la isla con sus mochilas. Bienvenido.

Inciso. Ustedes pensarán que esperar cinco horas en una estación de tren de la India puede ser un coñazo de los que hacen historia. No. No se pueden imaginar lo que es eso. Es imposible describir el calor, el olor, la miseria, los insectos, las ratas, los mendigos esqueléticos, la familia tirada en el suelo con el bebé recién nacido, las vacas que se pasean por el andén o por la vía, el hombre ciego que va acercándose con el bastón hasta el borde del andén para mear, una moto que pasa, los hombres que cargan con paquetes enormes, la mujer que mata a palos a una rata y se la guarda (para luego ponerse a limpiar la sangre del suelo con la mano). Por mucho que intente explicarlo, nunca llegarán a imaginarse lo que es pasar cinco horas –que en realidad se convirtieron en seis y pico- en una estación de trenes de la India. Decir que es grotesco, o esperpéntico o surrealista es quedarse realmente corto.

Cuando vimos el intenso tráfico de ratas, nos alegramos mucho de no haber tenido sitio en esos bancos que están junto a la pared porque por debajo hay una especie de autovía para ratas, así que convertimos nuestra isla en un perímetro de seguridad. Nos turnamos para vigilar y espantar a las ratas con una palmada cuando se nos acercan a menos de dos metros. La cuestión es que no se nos metan entre las bolsas. Un rato estamos de pie, otro rato nos sentamos en el suelo –paso de explicar el grado de suciedad que tiene el suelo de una estación india-, otro rato nos damos una vuelta para empaparnos del ambiente…

El momentazo llegó cuando se fue la luz y nos quedamos totalmente a oscuras. Nos buscamos un par de linternas y ya no sabíamos muy bien si reírnos o llorar. Genial. Afortunadamente, fue cosa de un ratillo y luego volvió.

Y nos dieron las seis y las siete y las ocho y las nueve y las diez y las once y las doce. Me espanta hasta mi propio olor. El tren llega, estamos agotados pero el dinosaurio ha mantenido el tipo con valentía y entereza.

Malena, Jesús y Olga están en un compartimento y Pilar, Chus y yo en otro. Llego a la litera y ya no sé nada más, simplemente me quedo fulminado.

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