miércoles, 3 de agosto de 2011

TIEMPO MUERTO

DÍA 1 DE AGOSTO

El dinosaurio parte hacia Agra. Por fin solos yo y mis circunstancias. Abro mi mochila. Qué gusto ver mi bolsa de aseo. Dedico los primeros minutos al cuarto de baño. Lavo toda la ropa pendiente con gel sanex porque las pastillas de jabón están en la maleta perdida de Chus. Monto el tendedero. Me cubo-ducho. Maravilloso sentirse limpio. Pongo música. Son las ocho de la mañana, una hora perfecta (¿?) para echarse a dormir. Hasta ahí, todo bien.

La verdad es que habría sido un buen día de descanso si no hubiera sido por una invasión de señoras viejas. Un barullo del jodido infierno. Una mezcla de tele puesta a todo volumen y los gritos de las fulanas –¿o eran periodistas?- esas que salen en los programas del corazón. Sartre habría tenido que definir su concepto de infierno, menos mal que ya murió y se lo puede ahorrar. Me pregunto cuánto tiempo se pasarán pegando voces. Me duermo, me despierto, me duermo, me despierto, me duermo, me despierto. Pasan las horas y el gallinero no se calla. Porca miseria. Me duermo y me despierto y así sucesivamente. A eso de las dos de la tarde, me visto y salgo a dar una vuelta, no sea que me dé por hacer una burrada (ja, es broma). Bueno, eso, echo un par de miradas furibundas, salgo, estiro las piernas, paseo bajo el calor indio de mediodía por calles medio vacías. Luego me entero de que el lunes cierran la mayoría de las tiendas. Después de sudar la camiseta un rato, compro un poco de comida en nuestro Anjlika –un sándwich y un par de hojaldres con verdura- y me voy a la habitación a comer. Vuelvo a echar un par de miradas furibundas. Es como si le miras mal a la pared, pero bueno.

La comida está buena, descanso otro rato aunque el barullo sigue adelante. Ni un minuto de descanso. Me da hasta grima. Me pongo a escribir, me quedo semisobado un rato, me semidespierto otro rato y a eso de las cinco y pico me planto las chanclas y me voy al Cyber arrastrando los pies a colgar las entradas pendientes. Echo una mirada furibunda al salir. Las horas pasan blandas y pastosas, es un día de tiempo muerto. Y enterrado. Vuelvo al hotel. Las mujeres siguen gritando. Otra mirada furibunda. Son casi peores que las españolas. Vale, peores, incluso. Medio descanso otro rato en babia y vuelvo a salir a la calle. Sigue estando casi todo cerrado. Cojo una calle y camino y camino hasta que se acaba. Veo a la gente que come con los dedos sentada en el suelo. Sensaciones conocidas, deja vu, todo muy familiar, como si no hiciera mucho que me fui de la India. Estoy tan cansado que floto. El ruido del tráfico, el ruido de la gente, la sensación de estar con cien personas en una sauna turca en la que caben veinte. Esas gotas de sudor que noto resbalar por el cuerpo me dicen “bienvenido de nuevo a la India”.

En el paseo de retorno encuentro un puestecillo que vende sábanas. Ya están cerrando, pero quiero comprar una para Chus (que tiene su sábana-saco en el equipaje perdido), así que me tangan siete euros, pero la consigo. Misión cumplida.

Mi hermoso dinosaurio –ese que aún estaba allí cuando me desperté- aparece a eso de las nueve y media. Mucho cansancio. Aparte de la visita al Taj, que se las trae, se han cascado cuatro horas de ida y cuatro de vuelta en un cochecito tata-diminuto, todo un problema cuando se trata de seis personas. Qué poca envida me dan las cuatro muchachas embutidas en el asiento de atrás ese tocho de horas.

Nos vamos a cenar al primer restaurante que probé el año pasado (Malhotra) con una conocida de Jesús. Muy rico. Hasta Pilar come bien (¡¡!!). Una velada relajada para un día rarito… Por cierto, Pilar aprueba su primer viaje en rickshaw. Ole.

Ya en el hotel, pagamos a Bharti todo lo que le debemos y nos vamos a dormir.

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