BA-LON-CES-TO

DÍA 14 DE AGOSTO

Allá, en ese otro universo que ahora se encuentra tan, tan lejano, en el que las cosas suceden tres horas y media antes, es el cumpleaños de mi hermano. O sea, que tengo un hermano. Sí, es verdad. Y una familia. Vale. Intentaré recordarlo.

Bienvenidos al día del basket. No hay que madrugar. Mola. Malena, Chus y yo desayunamos –tarde- en el Blue con Natalia y Silvia. Somos los cinco encargados del baloncesto. También se unen Óscar y Begoña, que empiezan a recuperarse de sus problemas intestinales. Los domingos por la mañana no funciona el metro, así que tenemos que coger un par de taxis. Nos llevan hasta el orfanato. 140 rupias cada uno. Ok. 

Hoy no llueve, hace calor, ese calor intenso y húmedo que te marea. A penar tocan. Al rato, aparece Carmen, preparada de nuevo para la batalla. Paso una parte de la mañana jugando con los muchachos y otra recuperándome, jaja. Durante un rato se pone a llover, pero es una falsa alarma. Comemos y volvemos a la cancha. 

A eso de las tres comienzan los torneos. Dos triangulares, uno femenino y otro masculino. Un taco de horas viviendo baloncesto. Droga dura. Nuestros chicos y nuestras chicas van uniformados de naranja –parecen la selección de Holanda-. Hay sillas en el patio, los niños y las niñas siguen los partidos, gritan y aplauden.

Un grupo se ha ido con veinte niños a un parque de atracciones y vuelven al centro a media tarde con muchas historias que contar como siempre. Nuestros equipos ganan el torneo y yo lo paso pipa. Los mosquitos nos comen vivos, pero da un poco igual, es domingo y somos felices rodeados de pequeñines que no paran de correr y jugar y trepan por nuestros brazos y siempre quieren más. Dolce vita.

La idea era jugar también un partido entre chicos y voluntarios, pero se hace tan tarde que ya no es posible. A eso de las siete recogemos nuestras cosas y nos volvemos a Calcuta, cansados y sucios, como todos los días.

Cubo-ducha, cuelgo la entrada del día anterior en Raj’s y vuelvo al hotel porque Marian, Moni y yo nos vamos a cenar p’al barrio, en el mismo sitio que descubrimos Moni y yo el otro día, lejos del mundanal ruido. Una cena rica y relajante. Siempre hay tantas cosas de que hablar… 

Volvemos tarde y con una amplia sonrisa en la cara porque mañana es fiesta y no solo no hay que madrugar, sino que no hay absolutamente nada que hacer. Día de descanso. Reposo absoluto, que dirían los médicos. Hmmmmmm.