viernes, 5 de agosto de 2011

EL TURISTA ACCIDENTAL


4 DE AGOSTO

A las cinco de la mañana suena el despertador. Quiero pensar que es una broma de cámara oculta. Estoy tumbado encima de un charco de sudor. No pensaba ir al plan “paseando a miss Daisy”, pero quedarme en una habitación que se ha convertido en una especie de horno (crematorio) tampoco es una alternativa que me vuelva loco, así que hago de tripas coraçao y me visto.

El dinosaurio tarda en ponerse en marcha, así que nos toca esperar los 10-15 minutos de todos los días hasta que conseguimos arrancar. A menudo echo de menos los días en los que viajaba solo. Llegamos al gath y nos espera una barca de remos. ¿Otra broma de cámara oculta? Lo que estaba encargado era una vuelta en barca motora, sobre todo porque la corriente del río en estos momentos es tan fuerte que es imposible desplazarse a remo. Los hombricos que reman se dejan los riñones para darnos una diminuta vuelta como de tres gaths. Surrealista. Antes de las siete ya estamos de vuelta en el hotel. Ha vuelto el aire acondicionado, así que me quedo en calzoncillos, me tiro en la cama y disfruto del mejor momento desde que he llegado a la ciudad. No estoy para nadie.

Desayunamos antes de tiempo, no sé por qué coño, así que de nuevo vuelvo a la cama hasta las diez, que es la hora a la que hemos quedado para la visita de los templos.

Aparece nuestro encargado nepalí. Le echamos la bronca. Él dice no problema y nos ofrece otro paseo en barca –a motor- esta tarde. Vale. Nos confirma que salimos hacia Calcuta el viernes a las seis de la tarde y llegamos a las ocho de la mañana.

Nos toca esperar nuestros diez minutos de rigor y conseguimos salir hacia los templos. Un todoterreno nos espera. Templo de Siva, nos quitamos las zapatillas, vemos a gente rezando y tal. Templo de Hanuman, lleno de monos, nos quitamos las zapatillas, vemos gente rezando y tal. Templo de Krisna, nos quitamos las zapatillas, vemos gente rezando y tal. Templo de no sé quién, nos quitamos las zapatillas, vemos gente rezando y tal.

Tras la peregrinación, toca ir a ver la fábrica de seda, o, dicho de otra manera, la hora del negocio. Compren, compren, negociable. Asisto como espectador alejado al festival de texturas y coloridos. Hay colores tan alucinantes que es como para ponerse gafas de sol. Mi cuerpo está por aquí, sudando; mi espíritu, a saber. Desaparecido en combate. Mi dinosaurio se gasta 5000 rupias en pañuelos a cual más espectacular.

Hace muchísimo calor. El conductor nos deja en el gath principal y nos buscamos un sitio para comer.  Restaurante chic. La comida circula, ya la cosa se va normalizando. Tienen éxito las raitas, platos de yogur con fruta o verdura. Volvemos al hotel a hacer otra siestita hasta las seis y media, que hemos quedado para el segundo viaje por el río. Adoro el aire acondicionado.

Vemos la famosa ceremonia desde la barcaza. No le presto mucha atención. El viaje de vuelta me gusta, ese silencio, de noche, mientras la barca se desliza contracorriente junto a los gaths. Fantasmagórico. Si los templos que se alzan junto al río comenzaran a derrumbarse, estaría en una escena de Inception.



Volvemos a eso de las ocho y media. Caminamos por las callejuelas en busca de un sitio donde cenar. Entramos en el local que está enfrente de la german bakery. Cenamos de maravilla, aunque sea rollo guiri –pizzas, berenjena, arroz, macarrones…-. Un poquito de Internet y nos vamos al hotel.
Nos metemos en la habitación, comienzo a escribir y vuelve a saltar la luz. No hay aire acondicionado. Al rato, comienza a sonar el generador. Deja-vu. No puede ser verdad. Al menos, esta vez sí funciona el ventilador (Chus le dio un meneo con una escoba y se puso a funcionar).

Cuando ya abandono toda esperanza, se hace la luz, vuelve el aire y me quedo dormido en paz con el mundo. Casi.

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