domingo, 28 de agosto de 2011

SIKKIM (tercera parte: sangre y barro)


DÍA 26 DE AGOSTO 

Hemos quedado a las ocho para desayunar, no hay que madrugar tanto, sin embargo, me despierto a las seis y algo. Ya ha amanecido y parece una mañana bonita y luminosa. Vuelvo a la cama. A eso de las siete, me acerco de nuevo a la ventana y me quedo de piedra. El Khangchendzonga se despliega en todo su esplendor, repito, EN TODO SU PUTO ESPLENDOR, delante de mis narices. Maravilloso. No tengo palabras. La idea de la habitación con vistas ha sido acertada, pues. Los tres nos quedamos hipnotizados. Joder qué suerte.



Nos vamos a desayunar otra vez al Bakers. Las chicas están seguras de que podremos ir al lago. Error. A las nueve, cuando encontramos a nuestro taxi driver, que, por cierto, se llama Rinzing, lo primero que nos dice es que la carretera al lago está cortada. Paf. Fuera plan A. También nos dice que la salida hacia el Sur de Sikkim para ver las megaestatuas le parece complicada porque es muy larga y volveríamos muy tarde. Fuera plan B. Activamos, por lo tanto, el plan C. Una salida a la montaña para hacer una ruta de trekking y, ya de vuelta, visita al monasterio de Rumtek por la módica cantidad de 1100 rupias. Ok. Plan C.

Después de un buen ratillo de coche traqueteado, llegamos al punto en el que podremos comenzar la ascensión a pie. Nos ponemos a ello. Todo está mojado, los pies y los pantalones empiezan a empaparse, me quito los calcetines y sigo con mis zapas de neopreno. Ascendemos por un camino empedrado. Las piedras se clavan en la planta del pie. Llegamos hasta una cabañita. Se pone a llover y nos sentamos un rato allí a esperar que pare. Hablamos con una pareja que trabajan en el departamento forestal o algo así.

Para de llover y seguimos caminando. Ahora comienza la ruta de verdad, sin empedrado. Caminamos por una ciénaga, con los pies totalmente metidos en barro. Hay rocas mojadas en las que las chicas se resbalan como si llevaran patines. Seguimos adelante. A ratos la vegetación es tan espesa que no sabemos dónde pisamos. Jugamos al tabú. Prohibido decir la palabra serpiente. Chus se resbala y cae a un riachuelo. Comienza la épica. Seguimos adelante. Esto es la selva. Nos resbalamos sin parar, yo en el barro y ellas en las piedras. Camino como un borracho, como si hubiera perdido totalmente la coordinación.

De repente, me paro. Hay algo raro en mis tobillos y no me lo puedo quitar. En el programa de hoy de “queridos animales”, patrocinado por los padres franciscanos, vamos a hablar de nuestras amigas las sanguijuelas. Esas hijas de puta. Nuestro guía me quita las tres primeras. Por mis piernas empiezan a correr hilitos de sangre. Me quedo a cuadros. Seguimos adelante. Chus me quita las siguientes tres sanguijuelas. Peli de terror. Observo el gesto –metes bien la uña por debajo y pegas un tirón seco-, lo aprendo bien y todas las siguientes me las arranco yo solito. Tiene su aquel porque si consigues arrancarla, y no siempre se consigue a la primera, luego se te quedan en la yema del dedo.

Resbalamos, caemos, nos levantamos. Seguimos adelante. Las sanguijuelas empiezan a cebarse también en los demás, primero en Chus (que creía que se iba a ir de rositas por llevar calcetines) y luego en las piernas de Malena. Montamos la fiesta de la sangría. Tomad y bebed todas porque esta es mi sangre y todo eso. Me siento donante. El paseo se convierte en una tremenda prueba de dureza mental. Nos caemos, nos levantamos, nos arrancamos sanguijuelas y SEGUIMOS ADELANTE. Y así durante una hora y media o dos horas, no sé exactamente porque es fácil perder la noción del tiempo en la selva. Llegamos a una especie de kiosquito circular en un pequeño claro hecho como con hojas y cañas. Nos sacamos más y más sanguijuelas de encima. Nos da por reírnos. Seguimos adelante. Nos perdemos, comienza a diluviar y volvemos al chiringuito. Rinzing empieza a estar preocupado. Estamos empapados, con las piernas ensangrentadas y nos estamos quedando fríos. Llueve muy fuerte y estamos en mitad de la nada. Esperamos. Me pregunto qué pasaría si no parara de llover, sin embargo, la lluvia nos da una pequeña tregua y salimos disparados de vuelta a nuestro coche. Al ir cuesta abajo, los resbalones y las caídas se multiplican. Aún así, voy ajustando cosas: bajo el centro de gravedad, me voy adaptando al terreno, meto menos peso en la pisada, corrijo los resbalones con la otra pierna... Ya parezco un poco menos torpe. Nos seguimos arrancando sanguijuelas, una detrás de otra. La cosa empieza realmente a parecer una prueba: ¿Cuántas sanguijuelas eres capaz de quitarte antes de darte por vencido? ¿Veinte? ¿Cuántas veces eres capaz de levantarte después de caerte? ¿Cuántos arañazos nos caben en las piernas y los brazos? Chus bate el record de golpetazos, se mete unas hostias de impresión con sus suelas de patinaje pero no se arruga ni un poquito. Yo bato el record de sanguijuelas. Malena tiene los mejores arañazos. Cada uno su especialidad.

La vuelta se me hace eterna. Hay un punto, ya cerca del final, en el que las muchachas piden tiempo muerto y nos ponemos a examinarnos con atención para ver si encontramos más bichos. Yo me saco una que está a la altura del elástico del calzoncillo. Chus tiene una herida en el ombligo y le saco otra de un costado. Las de Malena pillan cacho en los muslos. Es para vernos a los tres, en mitad del camino, con la camiseta levantada primero y los pantalones bajados después.

Llegamos rebozados en sangre y barro. No sé cómo explicar que es asqueroso y al mismo tiempo uno se siente tan lleno de vida que dan ganas de gritar de alegría. Se nos ha hecho tarde (demasiado tarde para ir al monasterio, de Rumtek), así como las tres de la tarde, y nos vamos a comer a un chiringuito que nos aconseja nuestro guía. Bueno y barato. No es bonito, pero tiene su encanto. Nos encanta la comida (momos, arroz, pakoras, tortilla…). Pagamos menos de cien rupias cada uno. Malena aún se saca una sanguijuela de una pierna mientras está comiendo. Vaya vicio. Afuera se pone a llover con toda su alma.

Llegamos al hotel con unas pintas que es para echarse a correr. Parecemos zombies. Tengo los pantalones mojados y llenos de manchas de sangre y barro y las piernas llenas de ronchas de sangre más o menos seca. Echamos una ojeada en la tienda con material de montaña que conoce Rinzing, pero tenemos problemas para encontrar tallas. Además, la ropa son réplicas de marcas hechas en China.

El momento del cuboducha es especialmente liberador. Hay ropa que se va a la basura directamente. Hogar, dulce hogar. Un poco de relax mientras afuera llueve y llueve y llueve (oración impersonal, que dirían los de Siniestro Total). Malena lava sus zapatillas y encuentra otras dos sanguijuelas dentro. Vaya toalla.

Salimos. Vamos a otra tienda con ropa de montaña y Chus se compra dos pares de pantalones y una chaqueta gtx. 3000 rupias, es decir, algo menos de 50 euros. De ahí a un ciber a colgar un montón de entradas pendientes en el blog. A eso de las nueve nos vamos a cenar y resulta que casi todo está cerrado. Conseguimos que nos preparen algo (un par de sándwiches y unos noodles) en un restaurante carito, el Gangtalk que encontramos abierto –aunque vacío-.

Hora de volver, escribir un poco y dar rienda suelta al agotamiento. Mañana nos vamos de Sikkim. Oh. Esto se acaba. Intento hacer una frase que comience por “míralo por el lado bueno…” pero soy incapaz de acabarla.

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