miércoles, 10 de agosto de 2011

COMIENZA EL SHOW


8 DE AGOSTO

Mis compas madrugan y se van a Kobardanga. Mientras, remoloneo. Tendría que ponerme a escribir porque llevo un montón de retraso, pero me puede el cansancio. La marmota asesina. No encuentro mi diminuto paraguas, creo que lo he perdido por segunda vez. No quiero entrar en detalles, pero la alerta naranja era una falsa alarma y el fantasma de la diarrea se desvanece. Flop.

Voy al Raj a desayunar a eso de las once con Olga y Óscar, que somos los que descansamos. Cafecitos y relax. Tras lo que será nuestra rutina (metro, rickshaw, paseo), llegamos al hogar a eso de la una y media. Hogar, dulce hogar. Los niños empiezan a revolotear a nuestro alrededor. Uncle, uncle, uncle. Yo, a lo mío, me voy a donde los niños juegan al baloncesto, da igual que llueva, casco tres o cuatro triples, uno desde el quinto pino y ya son todos míos. Vamos a jugar. Hogar, dulce hogar.

A las dos es la hora de comer, los grupos van llegando: a Chus le tocaba dermatólogo, pero no había consulta, así que se quedó por allí reconociendo el terreno y jugando con los nenes. A Moni y a Pilar les tocó dentista; como había atasco llegaron tarde y solo pudieron atender a tres de los diez niños que llevaban. A Malena le tocó oculista. Todos cuentan sus historias, es un momento bonito.

Nadie sabe nada de mi paraguas, con lo cual, lo he perdido. Hm.

La comida del hogar es una gozada: ese arroz con lentejas que tanto me gusta, acompañado de algún guiso de verduras y unas patatas. Hmm. Las massis nos sacan pepsis y a mí me da un poco de cosa.

Después de comer juego otro poco al baloncesto. Hay que marcar el territorio y tampoco me voy a poner a mear por las esquinas. El bullicio y la alegría de los niños alrededor me disparan. Ya soy yo al cien por cien.

Llega la hora –crítica- de hacer los grupos. Chus dice que en principio preferimos niños mayores. Momentos de descontrol. Nos acabamos encontrando con un grupo de 8 maromos grandes y fuertes. No sé muy bien qué edad tendrán, pero les echo alrededor de 14-15. No tenemos niñas. Ay, no sé yo.

Subimos con ellos a clase, hablamos, escuchan, son majos, se presentan (Rajan, Bub, Rock, Sona, Soidul, Tukai, Moidul y Sayarul), escriben sus nombres -bien rotulados y coloreados- en inglés y en indi y hacemos unas fotos. Incluso saben un poquito de español. Todo en orden. Aunque sigue lloviendo, salimos a jugar. Nos damos caña fina y mis zapatillas de neopreno me dejan los pies hechos un desastre. Las sandalias prestadas de Chus (que aún no ha recuperado su equipaje) le provocan el mismo efecto. Acabamos la sesión de nuevo en el aula –empapados de la cabeza a los pies- para practicar un poco las danzas del mundo. No les entusiasma la idea. Veremos cómo evoluciona la cosa.

De cinco a seis, con las fuerzas contadas –con los dedos de media mano-, Moni y yo comenzamos con el coro. Nos pasan a diez niños elegidos un poco al boleo y nos vamos al edificio de las niñas (pequeñas). Nos encontramos la desorganización organizada habitual, así que comenzamos a trabajar con los nenes. Responden de maravilla. Hasta que llegan las niñas.

Inciso. Llego a la conclusión de que en la India la segregación más que una opción pedagógica es una manera de vivir. Los niños viven separados de las niñas de la misma manera que los hombres viven alejados de las mujeres. Universos paralelos irreconciliables. De manera que, cada vez que nosotros llegamos para poner en marcha actividades en las que participen niños y niñas –de manera igualitaria, claro-, nos encontramos con el choque. Mezclar aceite y agua. A medida que la edad de los niños va creciendo, las posibilidades de integrarlos en una tarea va disminuyendo.

Pues eso, la cosa funciona bien hasta que hay que juntarlos a todos. Entre el tiempo que hemos perdido al principio y el que hemos perdido con el agua y el aceite, le dedicamos al ensayo media hora. La cosa acaba solucionándose, como siempre. El truco del almendruco es darle una parte de la melodía a las niñas y otra a los niños, es decir, utilizar una estructura de pregunta-respuesta. Moni canta con las nenas y yo con ellos. La sesión acaba, pues, con buen rollo.

Volvemos los dos a Calcuta tranquilamente. Momento de relax. Ella se queda en Sudder y yo me vuelvo al hotel. Cubo-ducha, colada, intento escribir un rato, pero no me da para gran cosa porque tenemos reunión a las nueve. Llevo mucho retraso con el indiario, pero es lo que hay. Mis pies y mis manos tienen tantas mataduras que dan grima, pero da igual, estoy realmente contento con el día de hoy.


Después de la reunión, Chus y yo nos vamos a cenar con Olga y David al restaurante bengalí que está a la vuelta de Sudder. Nos lo pasamos pipa comiendo con las manos. Genial. Chapeau por las patatas, por cierto, para chuparse los dedos, nunca mejor dicho. Ah, y baratísimo, menos de 100 rupias por cabeza (poco más de euro y medio), con postre incluido.

Ya en la habitación, me pongo a escribir, se me cierran los ojos, Chus está frita y el ordenador, al cabo de un rato, se queda sin batería (y el enchufe está en la otra punta). Zzzzzzzzzzzzzzzz.

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