domingo, 21 de agosto de 2011

MUNI MUNI MUNI


DÍA 16 DE AGOSTO

La relación causa-consecuencia es obvia, así que no hace falta profundizar sobre ella. El caso es que me quedé dormido. Había quedado en Sudder a las siete y cuarto para desayunar y cuando abrí los ojos eran las ocho menos diez. Mierda. Despierto a Chus. ¡Nos hemos quedado dormidos! Ella se suelta la frase del día. No, te has quedado dormido. A la mierda, pensé que tenía dentista, pero no le toca madrugar. Menos mal que por lo menos no me he levantado con diarrea o algo del estilo. Entro en la habitación de Pilar para que le mande un mensaje a Moni –y que no me esperen-. Se pega un susto que salta de la cama. Qué raro ver a Pilar asustada… Bueno, a correr.

Zumbo hacia la estación sin pasar por Sudder y llego un par de minutos antes que el grupo. Vale. Salvado por la campana. Por cierto, Moni no había leído el mensaje. En la estación de los ricks me compro mi desayuno: agua y un par de dulces de esos naranjas fosforitos que saben como a miel grasienta. Qué ricos, jaja. Nos toca esperar un poco porque los niños están desayunando.

La ambulancia que nos ha tocado hoy es especialmente pequeña, Moni, Isa y yo nos metemos como sardinas en lata, con un montón de niños -6- encima. Nos arrancamos a sudar. Sorpresa, hoy viene con nosotros nuestra niña preferida. Una cosita preciosa que canta una canción (muní, muní, muní) que nos hipnotiza a todos. Algún día veréis un video y lo fliparéis en colores. Es irresistible. Me la pido. Se sienta encima de mí. Me canta. Me rindo. En ese orden. Hubo un tiempo en que fui una persona razonable dura.



Les prometo que durante un momento cerré los ojos e intenté apretar cada minuto en mis puños para que pasara despacito, despacito. Para que esto no se acabara.

Mi pobre niñina acaba agotada, mareada y medio dormida con la cabeza sobre mis piernas. Llegamos al hospital. Hay que esperar a otra ambulancia que trae a otros cuatro o cinco niños. Hace calor. Muní Muní tarda un poquito en recuperarse. El otro grupo llega, entramos en el hospi (en el que pasé todo el jodido sábado) y la nena vuelve a ser ella. Compramos agua y galletas para los pequeños héroes. Se nos ha hecho un poco tarde, esperemos que la cosa vaya ligera.

Van llamando a los nenes, pasan a una diminuta sala, les miden la vista. Hay doctoras que son majas y otras que son un cardo y tratan a los chiquitines con impaciencia. Gr. Así es la vida. Los niños dibujan para pasar el rato, no dan nada de guerra, como siempre. Hemos traído una niñita –grande- que es discapacitada. El ojito derecho de Marian. La llaman al primer piso, esa sala de espera que conozco tan bien, y subo con ella. No hace tanto frío como el sábado. Entra en una miniconsulta. Le van a mirar los ojos en una máquina de esas en las que hay que apoyar la barbilla y la frente. La pobrecita se coloca y aquello empieza a darle miedo. Cuando el aparato se mueve hacia ella, cierra los ojos y se retira para atrás. Ay. La doctora se empieza a impacientar, la nena se empieza a poner más nerviosa y más bloqueada y al final hay que salir de allí sin conseguir hacer la prueba. Volvemos a la sala de espera. Llamo a Moni, que está abajo, para que me eche una mano. Nos pasamos un rato muy divertido con Bebi y la cámara. Cada vez que ve una foto de Marian se le iluminan los ojos. Poco a poco va recuperando la calma.

Al final, me quedo abajo con la massi y los chiquitines mientras que Isa se sube con Moni. Después de un rato de espera, lo consiguen, le damos un aplauso a la pobre Bebi, que lo ha pasado fatal.

Compramos unos helados para los nenes, cogemos dos taxis y salimos disparados porque ya se nos ha hecho tarde. En mi taxi la massi va delante y yo voy detrás con cinco niños. Todos se quedan dormidos (massi incluida). Muní Muní se duerme encima de mis brazos. Se me dispara el instinto protector a nivel de sobredosis. Socorro. Moni e Isa tienen que batallar duro con el cabronazo del taxista, que les quería cobrar 300 rupias. Una mierda pa’ él. 150 y va que chuta, que el nuestro costó 130.

Nos queda media hora para comer. Marian y Sil no han llegado aún porque se han ido a otro hospital con el niño con el que pasamos medio sábado Chus y yo. El brother quiere otra opinión –y otro presupuesto para comparar-. Disfruto de la comida como cada día. Arroz y lentejas. Ñam. Hoy nos han puesto unas gambitas y unas croquetas. Qué majos.

La sesión con los niños transcurre con normalidad. Construimos pelotas de malabares con globos y lentejitas. Practicamos un poco. Jugamos a la cadena y hacemos una variación del juego del pañuelo con balones de baloncesto. El resto de la sesión la dedicamos al partidillo. A dos campos. Hace muchísimo calor. Mientras Chus se lleva un golpe en la nariz que casi la noquea, mis límites me saludan con una risa irónica. Sudo, respiro por la boca, se me acumula el calor en las sienes, empiezo a no correr todos los ataques. Soy mi propio abuelo. Creo que duro como diez o quince minutos. Estupendo. A las cinco aparece Moni. Me ve tan mal que me dice que me quede descansando un rato, jaja, que ya va ella sola al ensayo. Y eso que me he cambiado de camiseta. Ya descansaré cuando me muera, respondo.

Por cierto, Marian y Sil llegaron a las mil quinientas y ni siquiera tuvieron tiempo para comer. El muchachito siguió con su comportamiento heroico habitual.

Hoy ensayamos en el aula, en lugar de irnos a la casa de las niñas. Toca batallar como todos los días. Hablan, se distraen, son incapaces de concentrarse más de dos minutos. La odisea. Y, como todos los días, la cosa acaba funcionando, los niños se saben las canciones y la cosa fluye. Extraño.

Me he dejado la camiseta empapada por alguna parte del cole, no recuerdo dónde. Bof, ya la encontraré mañana. O no. Cogemos nuestro camino de siempre. Nos da igual hablar que no hablar. Paseo, rick, metro. Ella se va a Sudder y yo me voy a la habitación a ducharme. Qué agotamiento tan rico. Llega Chus, yo me voy a colgar la entrada a Internet.

A las nueve, reunión. Mañana me vuelve a tocar oculista, con Isa y Maite. La veo cansada, pobrecita jefa. Hay cena en Sudder, pero me falta espíritu, me compro un bocata y me voy a la habitación a escribir y descansar. A ver si mañana no me quedo dormido.

Chus vuelve de la cena. Tiene un pantalón rojo -que compró por aquí- en un cubo con agua y ha desteñido. Se asoma al cubo y se suelta la segunda frase del día: tengo aquí la sangre del marrano. Luego, las muchachas se pasan un rato descargando y viendo fotos.

Mañana será otro día.

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